Por Reyes Mate, filósofo e investigador del Centro Superior de Investigaciones Científicas (EL PERIÓDICO, 12/10/08):
Zozobra el capitalismo. No lo dicen los rojos de siempre, sino políticos neoliberales, banqueros de postín y hasta el presidente de la patronal española. Mientras los pudientes o sus representantes acuden con todos los medios a su alcance, incluso los más heterodoxos, a apagar el incendio, los intelectuales de izquierda enmudecen, no se sabe si porque no tienen nada que decir o porque ya lo han dicho todo sin que ocurra nada. Mientras el capitalismo yace en la unidad de cuidados intensivos, el comunismo de IU lucha al lado por la supervivencia.
Hay que reconocer que el capitalismo lo ha hecho realmente bien. Ha conseguido, en primer lugar, que la izquierda se impregne de su cultura. En tiempos de Felipe González, ideólogos socialistas del Programa 2000 coreaban al Francis Fukuyama del fin de la historia sentenciando que “el liberalismo era el horizonte insuperable de la izquierda” o que “el mercado no tiene alternativa”.
NO CONTENTO con acabar con la izquierda ideológica, el neoliberalismo atacó a la democracia. Había que adelgazar el Estado y reducirlo a guardián del orden y de los negocios, liberándolo de todas las cargas sociales propias de un Estado de bienestar, porque con ellas se lastraba la competitividad del país. La voracidad competitiva ha llegado incluso al modo de tratar la investigación en humanidades y ciencias sociales. Solo merece ser sostenido lo que es provechoso (lo que genera provecho o beneficio) para la sociedad. A eso lo llaman ahora sociedad del conocimiento.
Se ha podido resumir esta situación con un titular nada exagerado que reza así: El capitalismo neoliberal no tiene necesidad de la democracia. ¿Por qué la había de tener, si la política funciona como una oligarquía en la que quienes poseen el capital económico, cultural y mediático han creado un mundo que es un paraíso? Las diferencias sociales, las cifras de muertos o los costes medioambientales que produce la globalización económica son espectaculares, pero entendemos religiosamente que es el precio de la historia.
Lo cierto es que desde Ronald Reagan y Margaret Thatcher se viene machacando con que hay que disciplinar a la democracia. La política no puede ser el lugar de las demandas insatisfechas, de los deseos crecientes e inagotables, de la participación de todos. Para el individuo egoísta neoliberal, el homo democraticus es una amenaza. El politólogo francés Jacques Rancière detecta la existencia de un “odio a la democracia” en las filas de los sedicentes demócratas.
¿POR QUÉ HEMOS llegado tan lejos? Guillermo de la Dehesa, uno de esos expertos que debe saber qué es lo que ha pasado, desmontaba con gran seguridad argumentativa por la radio el complejo entramado que nos ha llevado hasta este momento. Al oyente se le grabaron dos momentos: que “los bancos habían vendido humo” (humo que alguien había pagado con sus ahorros, pero que no se habían quedado en la caja fuerte del banco, sino que se había esfumado en el bolsillo de alguien) y que “esto solo lo pueden arreglar los contribuyentes”. El sorprendente remate del experto es lo que se ha dado en llamar socialismo para ricos: el Estado, vestido de Curro Jiménez, tomando de los pobres para salvar a los ricos.
Todo invita a pensar que no va a ser la izquierda, sus intelectuales o políticos, la que suceda a los neoliberales, sino que ellos se van a suceder a sí mismos. Ya están oteando el horizonte, ofreciendo perchas a las que agarrarse. Lo que ha ocurrido, aseguran, no ha sido un empacho de avaricia, como dijo Joaquín Almunia, el comisario europeo de Asuntos Económicos, en un primer momento, sino que es fruto de una complejidad mal calculada. Pensábamos que sabíamos cómo funcionaba la mano invisible del mercado; creíamos que los científicos sabían por qué investigaban esto y no aquello; confiábamos en controlar los mecanismos de la expansión planetaria de la técnica… Y ahora resulta que esos saberes se nos escapan. Ya no hay manera de adecuar el poder al saber.
LOS POLÍTICOS, que son los que deciden, tienen que ir a tientas. La política tiene que despedir la vieja idea de ser justicia.
Aristóteles, Santo Tomás, Rousseau, Marx e tutti quanti han muerto. Tan solo nos cabe “la gobernanza del riesgo” y, como lo que está en riesgo es la riqueza de los ricos, se nos invita a todos a correr en su auxilio.
Hubo un tiempo en el que la inteligencia se rebelaba contra la sinrazón. Eso es lo que parece que ha muerto.
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