Por Shlomo Ben-Ami, ex ministro de Exteriores de Israel y vicepresidente del Centro Internacional de Toledo para la Paz. Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia (EL PAÍS, 09/10/08):
La desesperada súplica de Israel para que el mundo impida lo que sus servicios de inteligencia denominan la “galopada hacia una bomba nuclear” de Irán no ha tenido la respuesta positiva que Israel esperaba.
Ahora que el régimen de sanciones de Naciones Unidas ha demostrado ser completamente ineficaz, y la diplomacia internacional aparentemente incapaz de impedir que los iraníes controlen la tecnología de enriquecimiento de uranio, Israel está contra las cuerdas. Lo que se suponía que debía ser un gran esfuerzo internacional de mediación está deteriorándose y convirtiéndose en un apocalíptico enfrentamiento entre Israel e Irán.
Es una anomalía interesante porque, a pesar de la vomitiva retórica antisemítica del presidente iraní, Mahmud Ahmadineyad, las repercusiones del aumento de poder de Irán van mucho más allá del Estado judío. Se extienden a todo el mundo árabe, en especial a los vulnerables países del Golfo, e incluso Afganistán y Pakistán. Y también Estados Unidos -como potencia en Oriente Próximo- y Europa tienen interés en cortar la marea de proliferación nuclear que amenaza la región.
La incapacidad del sistema internacional de abordar con eficacia el problema nuclear en Oriente Próximo se debe fundamentalmente a la división entre Rusia y Estados Unidos, a la que una obcecada estrategia estadounidense ha contribuido en gran medida.
Rusia no puede querer un Irán nuclear. Pero en su determinación de lograr mecanismos de influencia contra lo que considera unas políticas estadounidenses hostiles, y como herramienta para negociar un marco de seguridad más aceptable con Occidente, los rusos se niegan a unir sus esfuerzos a los de Estados Unidos para cortar de raíz las ambiciones nucleares iraníes.
En octubre de 2007, Vladímir Putin se convirtió en el primer líder ruso desde Leónidas Bréznev que visitaba Irán, acompañado de cinco dirigentes de los Estados del Mar Caspio.
Desde entonces, Putin ha hecho todo lo posible para dejar al descubierto el fracaso de la política estadounidense de aislar a Irán. Seguramente, Rusia sería capaz de contener al régimen iraní, pero sólo lo hará a cambio de que Estados Unidos respete sus intereses en las antiguas repúblicas soviéticas y acepte también quizá una revisión de los acuerdos estratégicos posteriores a la guerra fría.
Pero, incluso aunque sufriera el abandono de los rusos, es muy improbable que Irán renuncie a sus ambiciones nucleares mientras no se preste atención a sus intereses regionales.
El programa nuclear de Irán refleja un amplio consenso nacional, resultado de un sentimiento generalizado de que son vulnerables y han sido traicionados. Los iraníes recuerdan que la comunidad internacional permaneció indiferente cuando Sadam Husein les atacó con armas químicas en los años ochenta. Y la presencia del temible poder estadounidense hoy en el país vecino tampoco les consuela. Irán cree que es víctima de un doble rasero internacional -por el que sí se acepta la condición nuclear de Pakistán e India, para no hablar de Israel-, y eso no hace más que alimentar aún más su sentimiento de discriminación y su determinación de hacer realidad sus ambiciones.
Al exponer lo insuficiente del Tratado de No Proliferación Nuclear, Irán, que es uno de los países firmantes, está indicando a Israel que el orden regional ya no puede apoyarse en el monopolio nuclear que le concede el hecho de no ser miembro del TNP. Por tanto, la solución reside no sólo en obligar a miembros del TNP como Irán y Siria a cumplir sus compromisos, sino en crear una estructura regional de seguridad y cooperación más amplia en Oriente Próximo.
Un acuerdo así debería tener como base que Oriente Próximo se convirtiera en una zona libre de armas de destrucción masiva, incluidas las armas nucleares, químicas y biológicas. Oriente Próximo sigue teniendo el dudoso honor de ser la única región del mundo que ha utilizado ese tipo de armas desde que acabó la Segunda Guerra Mundial.
La comunidad internacional debe reconocer que la ecuación de seguridad en Oriente Próximo no es meramente lineal, ni consiste sólo en Israel contra el mundo árabe. La proliferación de armas nucleares en una región que ha estado dispuesta a usar armas de destrucción masiva en el pasado es una amenaza para todos.
Por tanto, es preciso un esfuerzo concertado de potencias externas como Estados Unidos y Rusia, no para que cada una de ellas boicotee las políticas de la otra en la región, sino para crear una zona sin armas de destrucción masiva. Un sistema regional así no puede construirse sobre un vacío político. La condición previa fundamental es ayudar a alcanzar una solución para las grandes disputas políticas de la región. El reloj nuclear sigue avanzando.
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