martes, marzo 31, 2009

Los ayatolás dan un paso al exterior

Por ÁNGELES ESPINOSA - Teherán - (ElPais.com, 01/04/2009)

El esperado encuentro entre Irán y Estados Unidos en La Haya, ayer, constituye un gesto más allá de lo diplomático. Después de 30 años de rivalidad paranoica, la República Islámica parece señalar que recoge el guante lanzado por el presidente Barack Obama para "superar las viejas diferencias". La conversación entre el viceministro de Exteriores iraní, Mohamed Medhi Akhunzadeh, y el representante especial estadounidense para Afganistán y Pakistán, Richard Holbrooke, tal vez no fuera "de peso", pero ha roto un tabú.

Así lo prueba el interés de la secretaria de Estado de EE UU, Hillary Clinton, en anunciar que Holbrooke "había mantenido un intercambio breve y cordial con el jefe de la delegación iraní". Altos funcionarios de ambos países ya se habían visto cara a cara antes. La coincidencia en Sharm el Sheij (Egipto), en mayo de 2007, entre Condoleezza Rice y el jefe de la diplomacia iraní, Manuchehr Mottaki, suscitó una gran expectación. Pero el intercambio de cortesías no fue más allá.

Ahora el clima es diferente. El enviado iraní ha expresado en La Haya (Holanda) la disposición de su país a participar en los planes para combatir el tráfico de drogas y ayudar a la reconstrucción de Afganistán, dos aspectos en los que los intereses de Teherán y Washington coinciden. No obstante, Akhunzadeh también reiteró las críticas a la presencia de las tropas extranjeras.

En realidad, no es tanto Irán como Estados Unidos quien ha cambiado de actitud al reconocer, por fin, que los vecinos de Afganistán tienen que participar en la estabilización de ese país. Si se deja a un lado la retórica bombástica del actual presidente iraní, Mahmud Ahmadineyad, que tanto daño ha hecho a la imagen exterior de su país, la República Islámica ha mantenido una actitud constructiva hacia el problema afgano.

La semana pasada produjo expectación el anuncio de que un diplomático iraní había visitado el cuartel general de la OTAN, por primera vez desde la revolución islámica de 1979. Se trató de un contacto informal sobre el país asiático. Sin embargo, ya en octubre de 2004 este diario informó de la cooperación que Irán había prestado a ese organismo permitiendo el aterrizaje de uno de sus aviones con material electoral para los refugiados afganos.

Como ayer recordó el viceministro Akhunzadeh, Irán acogió a tres millones de afganos durante la guerra civil, de los cuales cerca de un millón aún no han regresado a su país.

Más allá de su rivalidad ideológica con los talibanes, Irán siempre ha mantenido lazos con las comunidades chiíes e iranohablantes de Afganistán. Debido a esos vínculos, Teherán formó parte desde el principio del grupo de trabajo para Afganistán que la ONU estableció en el año 2000. Un año más tarde, cuando a raíz de los atentados del 11-S Estados Unidos buscó el apoyo internacional para su operación contra Al Qaeda, diplomáticos iraníes y norteamericanos se reunieron discretamente en Ginebra. El Gobierno de Mohamed Jatamí dio su aprobación tácita a la intervención, ofreció facilidades para el sobrevuelo de su espacio aéreo e incluso aseguró que permitiría operaciones de rescate si alguno de los aviones caía en su territorio.

La indignación de los iraníes fue mayúscula cuando, en enero de 2002, George W. Bush les incluyó en su infame eje del mal. Semejante falta de tacto dio alas a los sectores más conservadores del régimen. Sacaron a relucir una larga historia de injerencias estadounidenses desde el apoyo al golpe de Estado de 1953. El Gobierno de Washington no era de fiar. Conservadores y reformistas estuvieron de acuerdo y el recelo ha durado hasta hoy.

Tal vez por ello, nadie ha querido entusiasmarse demasiado con las buenas palabras de Obama. Cuando el líder supremo le respondió que esperaba hechos concretos, reflejaba un sentir muy generalizado, más allá de las simpatías que cada iraní tenga por su sistema de gobierno. Por la misma razón, ha viajado a La Haya un viceministro en lugar de Mottaki, como hubiera sido de esperar. Ha sido una muestra de prudencia. Nadie en Irán, y mucho menos Ahmadineyad, que el próximo junio afronta unas elecciones presidenciales, quiere volver a pillarse los dedos con Estados Unidos.


30 años de tensión con Estados Unidos

- La crisis de los rehenes. Sesenta y tres estadounidenses son secuestrados en la Embajada de EE UU en Teherán en 1979. La mayoría no serán liberados hasta 444 días después.

- Guerra Irán-Irak. Sadam Husein, apoyado por Occidente, invade Irán en 1980. La guerra dura ocho años.

- El escándalo Irán-Contra. EE UU vende armas en secreto a Irán y destina los beneficios a financiar a la Contra que lucha contra el Gobierno sandinista en Nicaragua.

- Vuelo 655 de Iran Air. Un buque de EE UU abate por error un avión civil iraní el 3 de julio de 1988. Mueren 290 personas.

- El plan nuclear. La CIA desvela en 2001 que Teherán está desarrollando un plan para hacerse con la bomba atómica.

Colombia, la hora del balance

Por MAITE RICO - Madrid - (ElPais.com, 01/04/2009)

El año 2008 fue el annus horribilis de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC). Algunos de sus mandos fueron eliminados, y su máximo líder, Tirofijo, murió de enfermedad. La incautación de varios ordenadores destapó los entresijos de la narcoguerrilla. Los 15 rehenes más valiosos fueron rescatados por el Ejército. Las deserciones se multiplican. Álvaro Uribe, convertido en el presidente más popular de Latinoamérica, podría intentar una segunda reelección en 2010. ¿Ha llegado el momento de que el Gobierno inicie un acercamiento político al grupo armado?

La izquierda y algunos académicos así lo creen. Escaldado por anteriores experiencias, Uribe rechaza la negociación, si bien en círculos presidenciales recuerdan que la puerta del diálogo nunca ha estado cerrada.

Las FARC han lanzado señales de humo. El domingo volvieron a ofrecer el canje de rehenes por guerrilleros presos, pero esta vez sin exigir un territorio desmilitarizado, condición inaceptable para las autoridades. Pero al mismo tiempo, la guerrilla ha intensificado las emboscadas y los atentados en poblaciones. El Gobierno, aseguró Uribe este fin de semana, mantendrá "la firmeza en la derrota de los terroristas".

El presidente sabe que la opinión pública le respalda, como muestra ese 56% de colombianos que se declaran dispuestos a votarle una tercera vez. El gran éxito de su gestión ha sido, precisamente, su Política de Seguridad Democrática, que ha acorralado a las FARC y ha devuelto al Estado el control de un territorio sin ley, que se disputaban salvajemente guerrillas y grupos paramilitares. Pero su rechazo a la negociación se debe también a una desconfianza absoluta hacia las FARC, y no sólo por el hecho de que la guerrilla, desde los años ochenta, haya aprovechado las treguas para reforzarse militarmente. Según un reciente informe del think tank International Crisis Group (ICG), la inteligencia colombiana cree que las FARC quieren utilizar las elecciones de 2010 para "reposicionarse" en la escena política y generar un clima de inestabilidad activando sus infiltrados en movimientos sociales y redes universitarias.

"Uribe tiene un discurso triunfalista porque busca la segunda reelección", sostiene Carlos Lozano, director del semanario comunista Voz y miembro del colectivo Colombianos y Colombianas por la Paz. Sujeto a investigación por presuntos vínculos con las FARC, Lozano participó mediante un vídeo en un seminario organizado en Madrid por Justicia por Colombia y la Universidad Carlos III la semana pasada. "Mientras Uribe sea presidente, será difícil encontrar una salida pacífica al conflicto. El uribismo es lo peor que ha podido ocurrir en Colombia en los últimos años. Es la ultraderecha armada".

Fuerza militar 'versus' diálogo

"Las noticias son pésimas, en efecto", responde irónico Alfredo Rangel, director de la Fundación Seguridad y Democracia, que echa mano de las estadísticas. "Los homicidios han bajado a la mitad, hasta alcanzar la tasa más baja de los últimos 20 años. El secuestro se ha reducido en un 85% respecto a hace seis años. Los grupos paramilitares se han desmovilizado. Y las FARC han pasado de 18.000 a 9.000 miembros, han perdido el 60% de su capacidad de violencia, y el 40% de sus frentes están inactivos".

A juicio de Rangel, "no hay contradicción entre aplicar la fuerza militar y abrir la puerta al diálogo político. Es un falso dilema". Ahí coincide con los expertos del ICG, que si bien consideran importante que se sostenga "la presión militar", recomiendan al mismo tiempo que el Gobierno establezca canales de comunicación con la actual dirigencia guerrillera y que consolide la presencia del Estado en todo el territorio, para mejorar la aplicación de la ley y la protección de los derechos humanos.

El problema, señala Carlos Gaviria, presidente del opositor Polo Democrático (izquierda), es que el Gobierno colombiano no reconoce que haya un "conflicto armado interno", lo que dificulta no sólo la aplicación del derecho internacional humanitario, sino la salida negociada. "No lo reconoce en teoría, pero sí en los hechos", matiza Rangel. "El Gobierno español no reconoce a ETA como fuerza beligerante, y no por ello es menos democrático".

El Ejecutivo colombiano, señala Rangel, no cierra la puerta al diálogo: tiene un alto comisionado para la paz, ha recurrido a la mediación de otros países, como España, Francia y Suiza, y ha impulsado la Ley de Justicia y Paz, "un marco jurídico para la transición hacia una etapa de posconflicto". No cierra las puertas, pero pone sus condiciones. De momento, negocia con los guerrilleros que abandonan las armas y se reinsertan en la vida civil.

Ardor religioso en el Ejército israelí

Por JUAN MIGUEL MUÑOZ - Jerusalén - (ElPais.com, 31/03/2009)

Eran un centenar de soldados. Abandonaron la sala en el instante en que una joven colega de armas se aupó al escenario. La Halaja, ley judía, prohíbe escuchar el canto de una mujer. Sucedió a comienzos de marzo. La próxima semana se inaugura en una base militar del desierto del Negev un hotel para oficiales casados, sus familias creyentes y rabinos. La penetración de la extrema derecha religiosa (alimento de los colonos, que consideran Cisjordania y Gaza tierra otorgada por Dios a los judíos) y la influencia de los rabinos sionistas en el Ejército israelí son imparables. Imbuidos de una ideología mesiánica se hacen fuertes al compás de la creciente evasión al llamamiento a filas y de la necesidad de reclutar jóvenes motivados.

Es una tendencia que tendrá consecuencias en el hipotético supuesto de que se alcanzara un acuerdo de paz con los palestinos. ¿Quién evacuaría a los colonos de Cisjordania? Ya han surgido brotes de desobediencia. En un desalojo en Hebrón, en agosto de 2007, 12 de los 40 uniformados que debían tomar parte se negaron a cumplir órdenes. En la evacuación de colonos de una casa en esa ciudad, en diciembre, fue la policía de fronteras quien se encargó de la operación.

Los laicos ashkenazis -judíos procedentes de Europa- formaron la espina dorsal del Tsahal durante 30 años. Apenas se veían kipás en las coronillas de los uniformados. Pero el Estado fundado sobre bases socialistas dejó paso al liberalismo, y el cambio en el Ejército se acomodó a la transformación social.

Colisión de jerarquías

Ni siquiera los especialistas pueden aportar cifras precisas sobre la composición del Ejército. Son datos secretos. Pero sólo hay que observar cualquier grupo de soldados que pululan por las calles para comprobar que los creyentes abundan. En las unidades de combate, con presencia permanente en la Cisjordania ocupada, son cada día más potentes.

Yagil Levy, profesor de Ciencias Políticas de la Universidad Abierta de Israel, asegura: "Al menos el 10% de los soldados de estas unidades proceden de las mechinot [academias militares con un 50% de graduados creyentes] y las hesder yeshivas [las 45 escuelas que combinan los estudios talmúdicos con el servicio militar]". "Hay muchos más religiosos aparte de ese 10%, pero éstos son los más organizados, y mantienen vínculos con los rabinos que han puesto sus pies en el Ejército, lo que fomenta una colisión entre la jerarquía religiosa y la militar".

"Hubo planes", agrega, "para dispersarlos, pero los rabinos se opusieron. Amenazaron con convertir a estos soldados en ultraortodoxos", un sector exento del servicio si demuestra que estudia en una escuela religiosa, aunque también existen unidades especiales para ellos.

Por primera vez el rabino jefe del Ejército, Avichai Rontzki, es un colono. "El Ejército", añade Levy, "nunca bloqueó a los religiosos, pero hasta los años ochenta, los rabinos creían que en las unidades de combate, que pueden pasar tres semanas en Cisjordania o en el Golán, los jóvenes creyentes se podían ver expuestos a experiencias seculares. Ésta no era la atmósfera adecuada para un observante". Hoy es diferente.

Antes de la guerra de Yom Kipur, en 1973, la evacuación de los territorios ocupados no estaba en la agenda. Ahora tienen una misión ideológica: proteger Eretz Israel (Israel, Cisjordania y Gaza). En Cisjordania, los colonos forman las unidades de reservistas que protegen los asentamientos, y son buen número entre los soldados regulares de la brigada Kfir, desplegada en ese territorio. La distinción entre colonos y militares se difumina. Son, en gran medida, los encargados de las continuas redadas en Cisjordania, acompañadas a menudo de violencia gratuita contra los palestinos. Pero resultan imprescindibles, dado el creciente escaqueo de los jóvenes de clase media-alta, que ha crecido ya hasta el 5%: alegan enfermedades psicológicas.

"El Estado Mayor no hace casi nada. Cada vez se pueden ver más y más comandantes de batallón y de brigada que son religiosos", afirma el profesor. Motivación es la palabra clave. "El jefe del Estado Mayor, Gaby Ashkenazi, entiende muy bien que sin la gran motivación de los soldados religiosos, podemos cerrar la tienda", explica Levy.

Desde el Gobierno, el bombardeo sobre los peligros que se ciernen sobre Israel es cotidiano. Analistas y ex políticos discrepan. "La gente", afirma Levy, "se siente más segura, la sensación de amenaza se hunde y la necesidad de sacrificio decae. Estos procesos provocan un descenso en la motivación, y al mismo tiempo hay más motivación entre otros grupos: beduinos y drusos, ultraortodoxos y mujeres, que tienen más opciones de ingresar en unidades de combate. No es que el Ejército se haya vuelto más liberal, es que en los años noventa se dieron cuenta de que las necesitaban". Pero nadie gana en celo patriótico a los colonos en uniforme.


Los rabinos descienden al campo de batalla

Nunca había ocurrido hasta la guerra de Gaza. Los rabinos acompañaron a los soldados en el campo de batalla. Difundieron panfletos en los que se animaba a "no tener piedad con el enemigo". "Estamos siendo muy violentos", advirtieron mandos castrenses en plena operación. Los jefes religiosos se dirigían primordialmente a los militares laicos. "Querían difundir la idea de que se trataba de una misión religiosa. Normalmente, una operación militar es un acto racional. Ellos quieren teologizarla", sostiene el experto Yagil Levy.

La enorme potencia de fuego desatada en la franja por el Ejército israelí -"se empleó una política muy liberal, muy flexible a la hora de emplear la fuerza. No siempre el término liberal es positivo", sonríe el profesor- respondió también a otros factores.

En primer lugar, el Gobierno estaba muy preocupado por las bajas tras la segunda guerra de Líbano. "Si se producen muchas bajas entre los soldados, la campaña se termina", asegura Levy. A diferencia de la contienda de 2006, todo se planeó al detalle.

Incluso el momento de lanzar la guerra, cuando en los países occidentales se disfrutaban las vacaciones de Navidad. Y más importante: se buscó que la campaña militar gozara de gran legitimidad entre la población israelí. "Nunca", explica Levy, "ha sido tan documentado y expuesto en los medios el sufrimiento de los israelíes atacados por los árabes como fueron los lanzamientos de cohetes contra Sderot y las comunidades vecinas. Cuando había atentados terroristas se intentaba proyectar la imagen de que todo volvía a la normalidad rápidamente. En Sderot ha sido al contrario. Se ha mostrado el sufrimiento continuo, y eso unido a los sentimientos nacionalistas, a los postulados de los rabinos y a la convicción de que la misión era legítima, generó esa agresividad".

El Papa ordena investigar a los Legionarios de Cristo

EFE - Ciudad del Vaticano - 31/03/2009

El Papa Benedicto XVI ha ordenado una inspección a los Legionarios de Cristo, la congregación fundada por el fallecido sacerdote mexicano Marcial Maciel, investigado por abusos sexuales a seminaristas durante décadas y del que recientemente se supo que tuvo una hija con una amante.

La inspección, "visita apostólica" en el argot de la Iglesia católica, ha sido confirmada este martes por los Legionarios, quienes han precisado que el Vaticano les avisó de la misma en una carta del secretario de Estado de la Santa Sede, Tarcisio Bertone, con fecha 10 de marzo, dirigida al actual líder de los Legionarios de Cristo, el sacerdote mexicano Álvaro Corcuera. El número dos del Vaticano informa a Corcuera, quien sucedió a Maciel en 2005, que la inspección la realizará "un equipo de prelados" y afectará a todas las instituciones de la congregación. Bertone precisa que la inspección es "de fundamental importancia" y hay que verla "con amplitud de miras y limpio corazón". Bertone asegura a Corcuera que los Legionarios "siempre" podrán contar con la ayuda de la Santa Sede "para que, a través de la verdad y la transparencia, y en un clima de diálogo fraterno y constructivo, superen las dificultades existentes".

De momento se desconoce la fecha de la inspección, pero, según los Legionarios, será probablemente después de la Semana Santa y durará varios meses.

La inspección a las instituciones de la poderosa congregación se anuncia dos meses después de que los Legionarios de Cristo confirmaran que Maciel -fallecido en 2008 a los 87 años- tuvo una amante con la que concibió un hijo, al parecer una hija, y después de que en 2006 Benedicto XVI le castigara por abusos sexuales a seminaristas.

Tras la misiva de Bertone, Corcuera escribió el pasado domingo una carta a todos los legionarios, donde les comunicó la iniciativa ordenada por Benedicto XVI. "He agradecido cordialmente al Pontífice esta ulterior ayuda que nos ofrece para afrontar las actuales vicisitudes relacionadas con los hechos graves en la vida de nuestro padre fundador, que ya fueron objeto de las investigaciones de la Congregación para la Doctrina de la Fe concluida en 2006 y los que han salido a la luz recientemente", afirma Corcuera. El sucesor de Maciel agrega que están "profundamente apenados" y piden perdón a quienes se hayan sentido lastimados por las acciones del fundador.

Las primeras investigaciones a Maciel las efectuó la Congregación para la Doctrina de la Fe cuando el cardenal Joseph Ratzinger, el actual Papa, era su prefecto. Tras numerosas indagaciones, el 19 de mayo de 2006 Ratzinger, ya Benedicto XVI, exigió a Maciel que renunciara "a todo ministerio público" de su actividad sacerdotal y llevara una vida retirada de rezos y penitencias. La decisión del Pontífice cayó como un mazazo en la congregación y esa fecha ha quedado marcada en la biografía de Maciel, que gozó del afecto de Juan Pablo II, como el día en el que el Papa Ratzinger le retiró su confianza y le impuso un severo castigo.

La organización de Los Legionarios de Cristo fue fundada en México en 1941 por Maciel, cuando sólo tenía 20 años. Hoy, 68 años después, cuenta con casi 900 sacerdotes y 3.000 seminaristas y está establecida en dieciocho países. Su sede central se encuentra en Roma. También tiene 70.000 miembros de la Asociación Regnum Christi (los legionarios laicos). Entre sus centros, destacan el Pontificio Ateneo Regina Apostolorum en Roma, así como los seminarios internacionales Mater Ecclesiae, uno en Roma y el otro en Sao Paulo (Brasil).

El error Ratzinger se agiganta

Por MIGUEL MORA - Roma - (ElPais.com, 29/03/2009)

No se apaga el tam tam de los tambores. Tras su periplo africano y la encendida polémica sobre el sida y los preservativos, afirmar que Joseph Ratzinger es un papa cada vez más cuestionado es una obviedad. Fuera de la Iglesia, no cesan las críticas y los ataques. En Francia y Alemania, las encuestas entre católicos registran ya la palabra "dimisión", y Gobiernos, ciudadanos y ONG dejan ver su abierto descontento. Dentro del Vaticano, las cosas están igual. O peor. El Papa alemán fue elegido por los cardenales por su alta inteligencia. Pero, como dice el veterano vaticanista y escritor Giancarlo Zizola, "estos primeros cuatro años de papado sugieren que, por mucho que su inteligencia sea finísima, no le llega para gobernar la Iglesia".

"Ratzinger es un prisionero de la curia, vive en una especie de Aviñón en patria, alejado de los episcopados nacionales, sin más apoyo que el de su pequeña camarilla", explica Zizola, autor del libro Santità e potere. Dal Concilio a Benedetto XVI. El Vaticano visto dal interno. Filippo di Giacomo, sacerdote y periodista, 11 años de misionero en el Congo, hoy juez vicario en Roma, cree que la crisis que vive el Vaticano "refleja una enfermedad crónica desde hace siete siglos: su sistema de Gobierno no funciona ni es colegial". "La curia moderna es una maquinaria gigantesca, inoperante e inútil. Hay 35 cardenales en Roma. Están divididos en grupos, enfrentados, y se dedican a conspirar y a cooptar afines por los pasillos", señala Di Giacomo.

Se trata de una batalla en toda regla, en la que los bandos se mezclan y se confunden. La revuelta estalló con el perdón a los obispos lefebvrianos. Un grupo amplio de obispos y teólogos moderados y conciliares (alemanes, franceses y latinoamericanos, sobre todo), hartos de no ser tenidos en cuenta, hizo ver su descontento al Papa. En respuesta, éste reprendió a la curia por no actuar de forma "colegiada y ejemplar".

Zizola recuerda que Wojtyla intentó obviar una fractura que ya existía a base de carisma y comunicación. Su papado creció con la televisión y se convirtió en una especie de Show de Truman, la primera encíclica catódica: le vimos envejecer, derribar el muro de Berlín, sufrir atentados, viajar, besar los suelos del planeta varias veces, agonizar en directo. Pero tampoco él fue capaz de reformar el sistema de gobierno. "Prefirió escaparse de Roma y tapar la crisis de la Iglesia y el vacío de gobierno", dice Zizola.

Mientras Wojtyla viajaba, Ratzinger estudia y escribe. Mucho más aislado y a la defensiva, el Papa soporta mal que le lleven la contraria. Su carta a los obispos reveló que le disgusta sobre todo el desamor, la intriga, "el odio y la hostilidad". Su texto dibuja a una curia conspiradora, que aspira a mandar tanto o más que él, que mueve los hilos en la sombra, que filtra noticias, escondiendo la mano, para hacerse valer. La peculiar sensibilidad de Ratzinger es una parte del problema. ¿Se trata de un "pastor alemán" como tituló Il Manifesto cuando fue nombrado, o "un cordero en medio de los lobos", según la expresión del Evangelio de Mateo?

Di Giacomo despachó con él a menudo cuando dirigía la Congregación para la Doctrina de la Fe: "Le puedes decir cualquier cosa, siempre que no subas la voz. Si la elevabas medio tono, ponía su extraña sonrisa, cerraba el cuaderno y se marchaba. Delante de él no se puede ofender a nadie. Es un democristiano bávaro, y los democristianos bávaros son raros. Pueden tener ideas avanzadas, pero si los demás no les siguen, se asustan y frenan. Ratzinger es cualquier cosa menos un aventurero. Por eso se fue de la Universidad de Tubinga el día que se encontró a los estudiantes protestando tirados en el suelo. Es un monje, y nadie le ha dicho a tiempo que el mundo mediático no es un aula universitaria".

En un texto publicado por la revista religiosa Il Regno, Zizola ha recordado que en 1965 el obispo brasileño Helder Camara anunció al mundo durante el concilio la reforma de la monarquía pontificia, creando un senado compuesto por cardenales, patriarcas y obispos, elegidos por las conferencias episcopales, para ayudar al Papa en el gobierno y convocar cada 10 años un concilio ecuménico.

La reforma nunca se hizo. La curia, la corte púrpura, ese ente invisible y lujosamente vestido, cuyo poder sobrevive a los papas, jamás aceptó la democratización. Hoy, dentro de la curia, nadie se fía de nadie. Por un lado están los influyentes hombres "del servicio", como se autodenominan los diplomáticos de la secretaría de Estado que dirige Tarcisio Bertone, el único que despacha a diario con Ratzinger; por otro, los intelectuales orgánicos (periodistas, profesores, juristas, rectores...), unos papistas y muchos no; y luego está la variopinta macedonia cardenalicia y episcopal que dirige los dicasterios: nueve congregaciones, 11 consejos pontificios, tres tribunales, tres oficinas. "En los dicasterios están los casos piadosos", dice Filippo di Giacomo."Desde Pablo VI, el Papa que internacionalizó la curia y la llenó de excelencia con los mejores cerebros de ese tiempo, la decadencia del equipo de gobierno ha sido imparable. Wojtyla llegó a Roma en 1978 lleno de odio contra la curia, porque nadie escuchaba a los obispos del este de Europa, y se trajo a todos los fracasados, a los que no servían a las diócesis", cuenta Di Giacomo. "López Trujillo, Castrillón Hoyos, Martínez Somalo, Martino, Barragán, Milingo... Gente insignificante. Luego hizo obispo a su secretario, y le dijo: 'A estas bestias trátales tú".

¿Podrá este Papa más tímido aún apaciguar a ese rebaño de "gálatas que muerden y devoran"? Según Zizola, "el Papa trabajó durante el Concilio en la frontera de la renovación y sabe que el gran problema es la nula participación de los obispos en el gobierno de la Iglesia. Algunos cardenales recuerdan que los obispos eran consultados más a menudo en la época de Pío XII, antes del Concilio, que actualmente".

Cerca del Papa, coinciden Zizola y Di Giacomo, está el desierto. Cuatro monjas estadounidenses que dirigen el departamento informático y evitan que los hackers entren en la web. Su secretario, el guapo, alto y bávaro Georg Genswein, considerado un cero a la izquierda -"Es un cretino", afirma sin tapujos un miembro de la curia-. El portavoz, el amable jesuita Federico Lombardi, y sus dos ayudantes, que no dan abasto a apagar fuegos, y que según se dice serán sustituidos en junio.

Los hombres de confianza son aún menos. El cardenal alemán Lehman, que culpó del desastre Williamson a los mensajeros; Bertone, el secretario de Estado, que también dejará su sitio pronto por edad. Antonio Cañizares, prefecto de la estratégica, según la visión de Ratzinger, Congregación para el culto divino. Y el lituano Audrys Juozas Backis, que suena para sustituir a Bertone. Demasiado poco para un hombre de 81 años con una enorme carga de trabajo. "El grado de complejidad del cargo, con 1.100 millones de católicos, 6.000 obispos en activo, relaciones ecuménicas e interreligiosas, viajes, encíclicas, y relaciones de Estado, es insostenible para un hombre solo, inteligente como Ratzinger o carismático como Wojtyla", dice Zizola.

Por eso hay muchos obispos en guerra. Mientras Ratzinger salta de un pantano a otro, la iglesia moderada, progresista y conciliar no aguanta más. Según Zizola, el poder del Opus Dei, como en tiempos de Wojtyla y Navarro Valls, sigue siendo enorme. Di Giacomo no cree que sea tanto. Pero la máquina de enredar está en marcha. Con el perdón a los lefebvrianos, el Papa ha despreciado a las corrientes de signo opuesto, especialmente a la Teología de la Liberación, que él mismo frenó hace 25 años. Al fondo, se habla ya de un posible sustituto, el cardenal hondureño Óscar Andrés Rodríguez Maradiaga. Pero eso lo decidirá la curia.

Ser más inteligentes que la crisis

Por Daniel Innerarity, profesor de Filosofía en la Universidad de Zaragoza y autor de El nuevo espacio público (EL PAÍS, 30/03/09):

Hablamos mucho de la sociedad y la economía del conocimiento y tal vez no hayamos caído en la cuenta de que para estar a la altura de sus desafíos nos hace falta ser, por así decirlo, más listos que los problemas que plantea. La verdad profunda de esas denominaciones no es otra que la advertencia de que en el origen de nuestros problemas hay un fracaso cognitivo y el mejor instrumento para superarlo es aprender de ellos, desarrollar el saber correspondiente.

En la sociedad del conocimiento necesitamos formas de gobierno que gestionen adecuadamente el saber. Hemos prestado gran atención a la importancia que el conocimiento tiene en nuestras sociedades, pero tal vez no hayamos reparado tanto en las consecuencias ambivalentes de la producción del conocimiento, por ejemplo, en el sistema financiero global.

En este contexto habría que encuadrar la crisis actual, que responde a un desajuste entre la capacidad de innovación de los mercados financieros y nuestra capacidad colectiva de configurarlos inteligentemente. Mientras que los mercados financieros han crecido espectacularmente durante las últimas tres décadas, las expectativas sociales en relación con la regulación pública de estos mercados han experimentado un avance muy pobre. La innovación financiera está siempre al menos un paso por delante de la reglamentación. Hay una asimetría entre el conocimiento privado y el conocimiento público. La aceleración de la producción de conocimiento en las finanzas globales contrasta con la escasa capacidad de las instituciones reguladoras. En Europa, sin ir más lejos, aunque el Banco Central Europeo desarrolla sus funciones de política monetaria, las facultades de supervisión siguen en manos de los bancos nacionales. Este marco es claramente estrecho, y así lo han indicado quienes aconsejan la creación de un organismo de supervisión supraestatal.

La política y el derecho no sólo son incapaces de contrarrestar la desterritorialización de los mercados mediante el desarrollo e implementación de normas vinculantes globalmente, sino que también están perdiendo competencia cognitiva para estar a la altura de la innovación económica. Un ejemplo de ello puede encontrarse en la ambivalencia de la reglamentación financiera. Diversos estudios empíricos han advertido que algunas medidas políticas y legales han agravado los problemas, como es el caso de los acuerdos de Basilea, cuya naturaleza procíclica es ahora manifiesta. Las disposiciones acerca de fondos propios inducen a la expansión de créditos en los periodos favorables y a las restricciones en los momentos malos. Estas regulaciones no sólo han contribuido a la expansión de los productos derivados que están en el origen de la crisis actual, sino que también han incrementado la inestabilidad del mercado crediticio.

No es exagerado decir, por tanto, que entre las causas de la crisis hay un fracaso cognoscitivo. ¿Por qué razón el mundo financiero aparece como más inteligente y dinámico que el mundo de la política y el derecho? Pues fundamentalmente porque la economía tiene una actitud cognitiva, flexibilidad y una enorme capacidad de aprendizaje, mientras que la política y el derecho están acostumbradas a un estilo normativo, que se traduce en una tendencia a dar órdenes allí donde tendrían que aprender. La política y el derecho tienden a reaccionar de manera normativa frente a las decepciones, mientras que la estructura de expectativas que dirige las operaciones de la economía, y del sistema financiero en particular, se caracteriza por una predominancia de las expectativas cognitivas, adaptativas y abiertas al aprendizaje. Por eso la economía y el sistema financiero van por delante tanto en lo que se refiere a la definición de los problemas como a la formulación de los modos de enfrentarse a ellos.

Ésta es la razón por la que puede afirmarse que no habrá solución verdadera a la crisis mientras los actores públicos no sean capaces de generar un saber correspondiente. Hasta ahora, el énfasis sobre el papel de los Estados y de la jerarquía como medio de control ha impedido prestar atención a los aspectos cognitivos de la gobernanza. No se puede ejercer la responsabilidad de la supervisión y la regulación si no se dispone del saber correspondiente que permita comprender los nuevos instrumentos financieros y alertar a los operadores sobre sus riesgos específicos. Para tener un sistema financiero sano es esencial que las autoridades de tutela y los inversores dispongan de información que les permita evaluar correctamente los riesgos, algo de lo que han sido incapaces en la actual crisis. De hecho, ya se han alzado diversas voces que advierten de que tales disposiciones, en la actual coyuntura económica, deberían ser reconsideradas.

No se trata de prohibir la innovación financiera, de la que se siguen muchos buenos efectos para las personas, sino de impedir el abuso y exigir su transparencia, lo cual, evidentemente, no sera fácil, puesto que la innovación se presentará en los próximos años bajo formas que no se pueden prever. El objetivo debe ser corregir las prácticas peligrosas e inaceptables sin suprimir las innovaciones útiles para la colectividad. Esta función es especialmente difícil, ya que en los últimos años han ido adquiriendo una gran significación ciertos tipos de riesgo que no pueden ser manejados con los tradicionales instrumentos económicos y políticos.

Así pues, para entender los actuales problemas de gobernanza del mercado financiero global hay que considerar las características y consecuencias de la producción del conocimiento en el sistema financiero y la relevancia del conocimiento para la política. ¿Qué nuevas formas de gobernanza corresponden a la creciente desterritorialización y autonomía de las transacciones financieras? ¿Cuáles serán las instituciones y los sistemas de regulación financiera apropiados para un mundo de innovación financiera y de globalización?

Hay que constatar, de entrada, que la política tiene grandes dificultades a la hora de configurar una gobernanza global e intervenir con eficacia configuradora en los procesos de globalización. Tiene que decidir si aspira a desempeñar esa función o se contenta con el papel de víctima. Y para ello lo primero que debe superarse es esa desproporción entre la dimensión mundial de los problemas y la impotente provincialidad de las soluciones, entre el carácter global de los mercados financieros y el carácter doméstico de los bancos centrales y las agencias supervisoras.

Hasta ahora, los Estados han respondido a la crisis con medidas que toman poco en cuenta su impacto sobre los demás países. Pero conviene no perder de vista que las políticas poco cooperativas no hacen otra cosa que debilitar todavía más la economía global. Contra la tentación del proteccionismo o las soluciones unilaterales debe recordarse que lo que falló tras la crisis del 29 no fue el mercado, sino los Estados y su falta de colaboración. La reforma de las normas financieras y su vigilancia deben llevarse a cabo a nivel internacional. Aunque la idea de un regulador financiero global sea de momento poco realista, la solución a la crisis requiere una mayor coordinación de las políticas de regulación y supervisión financiera.

En última instancia, lo que se nos plantea es llevar a cabo una gobernanza inteligente de la economía financiera, y esto exige que revisemos a fondo la función de la política en una sociedad del conocimiento de manera que gane capacidad de gobernar los acontecimientos, autoridad supervisora, comprensión de la complejidad, visión de conjunto, inteligencia sistémica, competencia estratégica y anticipación. El verdadero objetivo de la política sería poner en marcha formas de cooperación cognitiva, es decir, crear las condiciones para combinar óptimamente lógicas funcionales heterogéneas, estructuras de gobernanza y recursos de conocimiento. Las políticas del conocimiento deben tomar en cuenta una diversidad de perspectivas e instrumentos y ponerlos en relación entre sí para promover procesos de aprendizaje colectivo. Sólo así podríamos conseguir que las quejas correctas dieran paso a las soluciones eficaces.

Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona

Piedras en el camino

Por Jorge Edwards (EL PAÍS, 30/03/09):

La elección y la posterior instalación en el cargo de presidente del Senado de Chile de Jovino Novoa pasó, por fin, sin pena, sin incidentes mayores y sin demasiada gloria. Mejor así. Algunos parlamentarios del oficialismo intentaron desplegar banderitas, otros se retiraron antes, pero algunos, en calidad de honrosas excepciones, se acercaron a darle la mano al presidente recién elegido. Eran representantes de antiguas costumbres políticas, de viejos hábitos republicanos. Cualquier persona que haya tomado una taza de té en el Senado de nuestra prehistoria, como es mi caso, sabe de qué está hablando cuando se refiere a nuestras remotas costumbres civilizadas. Si las personas que colaboraron con el régimen militar estuvieran impedidas de participar en cargos actuales, tendríamos una situación enteramente anómala: una sociedad dividida en ciudadanos de primera clase y en otros de segunda. Ninguna transición democrática, seguida de un proceso auténtico de reconciliación, se puede hacer en esta forma.

Si usted está condenado por la justicia, no puede optar a cargos públicos, cualquiera que sea su afiliación política, pero si fue elegido senador en forma legítima y después escogido por sus pares para presidir la institución, no tiene sentido protestar y rasgarse las vestiduras.

El cargo de presidente del Senado, claro está, es altamente simbólico, tiene ilustres predecesores y un alto rango protocolar. Pero el hecho de que lo haya alcanzado por breve tiempo un ex funcionario de la dictadura no me parece tan grave. Es un indicio de la normalización de la vida política chilena, de su no demasiado gloriosa velocidad de crucero.

Todo lo anterior no significa que hubiera votado por Novoa en caso de ser miembro del Senado. No me gustan las fotografías del desaparecido brigadier general con sus jóvenes colaboradores: sus colores sepia, sus rayas de los pantalones tan bien marcadas, sus expresiones de beatitud sumisa. A pesar de mi estimación personal por Jovino, habría votado por alguna cara nueva, diferente, no contaminada por aquella atmósfera mediocre, confusamente cuartelaria. En resumen, no me escandalizo por lo sucedido, no despliego banderas, pienso que el debate político del país debe continuar en sus cauces normales, pero, si hubiera dependido de mí, y esto, incluso, por razones simbólicas y estéticas, habría preferido una elección diferente, más orientada al futuro, menos conectada con algunas de las sombras del pasado.

No sé si esta cuestión se le pasó por la cabeza a alguno de los electores. Si tuvo un segundo de duda, digamos, en el momento de pronunciar su voto en voz alta. Pero la elección fue normal, la calidad de senador de Jovino es legítima, y tenemos que guardar un poco de compostura cívica. Alguien, a propósito de todo esto, mencionó el caso de Manuel Fraga en España. Nos quiso decir que Fraga, ex ministro de Francisco Franco, no habría podido ser elegido en su país, en estos tiempos de democracia, a un cargo de tan alta significación.

Pues bien, el ejemplo no me convence en absoluto. Manuel Fraga, hasta hace muy poco, era nada menos que presidente de una de las autonomías regionales más importantes, la de Galicia. Tenía más poder efectivo que el que adquiere ahora Jovino con su campanilla y con su mazo para abrir y cerrar las sesiones. Lo que importa de verdad es otra cosa. Lo que importa es que Manuel Fraga, ex colaborador destacado de la dictadura franquista, respetó las reglas de la democracia que se instaló en su tierra después de la muerte de Franco. Lo serio consiste en aceptar esta conversión, en seguir una política de asimilación y de integración, no una de exclusión y de menosprecio.

Tener un sentimiento de superioridad moral porque formamos parte de tal bando y no de tal otro me parece un enfoque más bien simplista de la vida política. El problema central de las revoluciones del siglo XX fue una paradoja cruel, inexorable, muy bien analizada desde los más diversos ángulos, y, sobre todo, desde el ángulo interno, doloroso, de la disidencia. Muchas políticas aplicadas en nombre del progreso, de la igualdad, de la justicia, pero llevadas a la práctica en forma ideologizada, irreflexiva, fanatizada, produjeron, de hecho, terribles retrocesos sociales, culturales, humanos. La colectivización forzada de la tierra, por ejemplo, en los años más cruentos del estalinismo, llevó a formas indescriptibles de barbarie, a hambrunas donde se practicó una antropofagia masiva. Esto no son invenciones, no son productos de la propaganda. La apertura de los archivos de la KGB y del Kremlin de los años de Stalin revelan cada día datos mayores, más escalofriantes. Nuestro Pablo Neruda escribió sus tristemente famosas Odas a Stalin en marzo y abril de 1953, poco después de conocer la muerte del Padre de los Pueblos, en años de Guerra Fría encarnizada, mal comunicada, desorientadora. En octubre de 1970, en vísperas de la concesión del Premio Nobel de Literatura, fue entrevistado en la Embajada en París, para la revista L’Express, por el gran periodista Édouard Bailby. Estuve presente en la sala del segundo piso de la Embajada donde tuvo lugar la conversación; puedo dar mi testimonio personal. Por lo demás, es fácil encontrar el texto en los archivos de aquellos meses. Bailby preguntó con insistencia, con conocimientos precisos, sobre los crímenes de Stalin y sobre la actitud del poeta militante a ese respecto. En un momento determinado, el poeta y embajador respondió: “Je me suis trompé” (”Me he equivocado”). En el dichoso, democratizado Chile de ahora, nadie sería capaz de contestar como Neruda: ni en el PC, ni en la UDI, ni en el PS, ni en el Juntos Podemos o en el Libres Marchamos, en francés, inglés, castellano o cualquier idioma, “je me suis trompé”. Nadie se equivoca ni se ha equivocado nunca. Los equivocados siempre son los otros, los de la trinchera opuesta. Estamos rodeados de inquisidores severos, catones criollos, que nunca demostraron ni siquiera un comienzo de inquietud frente a los atropellos a los derechos humanos que se producían en los sectores de sus simpatías, en la Cuba de los Castro, por ejemplo, o en los muy recientes socialismos reales de la mitad del mundo. El clima de acusación, de recriminación, que se empezó a crear en estos días a propósito de la renovación de la presidencia del Senado me pareció penoso, y ahora me alegro de que haya sido una nube pasajera, una tempestad en un vaso de agua.

A veces me dicen, o me tratan de decir: y usted, ¿qué se mete? Me limito a sonreír, y a veces me encojo de hombros. Fui diplomático de carrera, y después de pelearme con Fidel Castro, no me habría costado mucho ser embajador del pinochetismo. Pero nunca soñé con aceptar esa alternativa. Escribí en Le Monde que después del golpe de 1973 la democracia desaparecería de la vida chilena durante largos años. A los pocos días recibí un decreto supremo que declaraba que no pertenecía al servicio exterior chileno. Nadie me expulsaba, pero se constataba que “no pertenecía”.

En la práctica, quedé exiliado de Chile y, a consecuencia de mi testimonio sobre Cuba, exiliado del grueso del exilio chileno. Fue, aunque no lo crean ustedes, una situación estupenda, porque me quedé solo, pero bien acompañado, y encontré un refugio perfecto en el mundo de la edición catalana. Ahora, entre muchos otros planes, tengo el de contar esta historia. Ya ven los lectores, y ya pueden tomar nota los criticones agazapados: me sobra tema, ¡tengo cuerda para un buen rato!

Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona

Un Estado de bienestar global

Por Nicolás Sartorius, vicepresidente ejecutivo de la Fundación Alternativas (EL PAÍS, 30/03/09):

En medio de esta profunda crisis que nos golpea vivimos una gran paradoja: ante el estrepitoso fracaso de las ideas, los valores y las políticas ultraliberales, la izquierda política, social e intelectual europea sigue a la defensiva, en la oposición -salvo excepciones-, incapaz de elaborar un nuevo relato que le permita liderar el futuro. Esta situación, sin embargo, no es nueva en la historia. Durante la crisis del 29, Estados Unidos, con Roosevelt, giró hacia políticas progresistas mientras Europa lo hacía, en general, hacia la extrema derecha.

El momento es muy diferente, pero en ningún sitio está escrito que de las crisis se salga con más democracia y equidad. Depende de que la izquierda sea capaz de aglutinar una alternativa acorde con la naturaleza de la crisis, y para ello, lo primero que hay que tener es un diagnóstico acertado y compartido de los retos que tenemos que afrontar.

Me preocupa cuando oigo hablar solamente de crisis financiera o de crisis económica. Por supuesto que estas crisis existen. Las manifestaciones son obvias y dolorosas. Pero lo que tenemos delante es el hundimiento de un modelo de capitalismo que no ha estado gobernado por la política, sino que ha estado en manos de una élite mundial, sobre todo financiera, descontrolada, que ha buscado su único beneficio.

No es cosa, pues, de codicia -que se supone-, sino de carencia de control democrático y de equidad a nivel mundial y en la mayoría de los países. Lo peligroso es que esas élites, salvo excepciones, siguen siendo las mismas y con las mismas ideas. Porque, ¿dónde ha quedado la eficiente asignación de recursos de los mercados, la superioridad de lo privado sobre lo público, los criterios del famoso consenso de Washington? Toda esta seudoideología con la que nos han estado martilleando bajo la forma de pensamiento único nos ha conducido a la ruina más absoluta. Una vez más se ha demostrado que el capitalismo, sin la supervisión creciente -como creciente es la concentración de éste- de los poderes públicos democráticos, conduce a la depredación de las personas y de la naturaleza.

Ante esta situación, no estaría mal que los de la cumbre de Londres fuesen capaces de elaborar un acuerdo global. Desde luego, si la economía mundial tiene un grave problema de demanda, ahí tienen a varios miles de millones de personas que malviven con uno o dos dólares al día. Un gigantesco mercado que estaría encantado de poder consumir siempre y cuando los países desarrollados se decidan algún día a realizar masivos trasvases de capital y tecnología a los países subdesarrollados. Sería una magnífica operación, en la que todos saldríamos ganando. Porque, una de dos, o hacemos algo así o aceptamos que crecientes masas de emigrantes vengan a nuestros países. Ninguna de las dos cosas generará graves conflictos.

De lo contrario, ¿qué quiere decir un Global Deal? ¿Seguir insuflando trillones de dólares en los bancos o en los fondos tóxicos con el dinero de los contribuyentes? ¿No sería mucho más eficiente para la economía real dedicar una parte de esas ingentes masas de dinero al desarrollo global? Algo así hizo y hace la Unión Europea con la Europa del Sur y del Este. Ese método debería extenderse a nivel global, junto con Estados Unidos, Japón, China y otros.

Habría sido oportuno intentar un European Deal, con participación de patronal y sindicatos. Pero ni tan siquiera ha sido factible una cumbre sobre el empleo, como proponía la Comisión. Ha fenecido a manos de Sarkozy. Pues que tengan cuidado los gobernantes, porque la gente se está empezando a cabrear. Miles de millones a los bancos y miles de trabajadores al paro es una mezcla explosiva. Los sindicatos están adoptando una actitud muy responsable, pero no sería bueno que fuesen desbordados por el enfado del personal. Toda paciencia tiene un límite.

Es evidente que a los sectores “sistémicos” de la economía no se les puede dejar caer -financiero, energético, comunicaciones, medioambientales-. Pero, por eso mismo, estos servicios públicos globales tienen que contar con una eficiente supervisión y regulación a diferentes niveles y, en ciertos casos, tienen que estar en manos públicas.

De esta crisis se puede salir con más de lo mismo o con otro modelo, más democrático, más social y, desde luego, sostenible. Creo que la época en que EE UU y Europa hacían y deshacían está superada. Hay que democratizar todas las instituciones internacionales; fomentar los procesos de integración regional que vaya creando una red de gobernanza coordinada global; apostar por un nuevo paradigma energético basado en las energías limpias; establecer nuevas reglas en el comercio mundial que incluya cláusulas de cohesión social; acabar con los paraísos fiscales, que son un auténtico robo a los fiscos, ¡y la gente se sigue preguntando dónde está el dinero! En una palabra, ir creando, paulatinamente, un Estado del bienestar global, única manera, en mi opinión, de mantener a la larga el que disfrutamos en Occidente.

Esta gran operación de crear un nuevo modelo de desarrollo democrático, social y sostenible tienen que liderarla las fuerzas progresistas, políticas y sociales, pasando a la ofensiva en el terreno de las ideas, de los valores, de las políticas y de las alianzas.

Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona

La ley no obliga a nadie a abortar

Por Elena Arnedo, ginecóloga y escritora (EL MUNDO, 30/03/09):

Hace ya 20 años que en España está legalizado el aborto. Hubo en su día las consabidas protestas de los grupos autodenominados provida, de la jerarquía eclesiástica y de los católicos más fundamentalistas y beligerantes y de la derecha política que, como ya había hecho con la planificación familiar, se opuso a la ley y la recurrió ante el Constitucional, llevándose el inesperado disgusto de ver como éste reconocía la constitucionalidad de la ley y abría paso a la legalización parcial del aborto. Durante estos años los gobiernos de Aznar no se opusieron a la ley y no pretendieron siquiera hacerla más restrictiva. Y es que la legalización de la interrupción voluntaria del embarazo fue plenamente aceptada por la sociedad y, gracias a ella, muchas mujeres han podido poner fin a la tragedia personal que hubiera supuesto continuar con un embarazo no deseado o peligroso, o que hubiera supuesto el nacimiento de un niño condenado a la muerte o a una vida vegetal.

Porque, habrá que repetirlo una vez más, ninguna mujer aborta sin importantes y meditadas razones para hacerlo. Nadie duda de que todo aborto supone una dura y difícil decisión, que se recurre a él por un fallo en el control de la natalidad o de la educación afectivo sexual. Cada uno de los más de 100.000 abortos anuales no suponen otros tantos dramas -el drama era la situación anterior- sino la recuperación de los proyectos vitales, de la integridad, de la dignidad, de la libertad, de la autonomía o de la salud de esas mujeres. Bienes y derechos constitucionales a tener muy en cuenta. Esos miles de mujeres españolas no son asesinas de niños, no son delincuentes que deban ser encarceladas y apartadas de la sociedad por su peligrosidad.Son ciudadanas inofensivas socialmente, honradas, reflexivas y respetuosas con la ley. Por el contrario, son víctimas de situaciones vitales profundamente conflictivas y traumáticas.

Desde el punto de vista legal existe un conflicto de intereses entre dos bienes constitucionales: el feto y la madre, y tanto la ley como el sentido común consideran prioritaria la protección de la madre frente al producto que se desarrolla en su útero fecundado. En cambio, la doctrina católica llega al extremo, si se presenta el dilema de que el feto sólo pueda nacer a costa de la vida de la madre, de preconizar que se sacrifique a ésta y que, de paso, el médico creyente practicante cometa el asesinato de una mujer.

La vigente ley de despenalización parcial del aborto, en la que éste sigue siendo un delito salvo en determinadas circunstancias, a pesar de ser una ley de indicaciones teóricamente muy restrictiva, se ha venido aplicando como una ley de plazos, ya que el 95% de los abortos se realizaron antes de las 16 semanas y el 68% en las 8 primeras. Y el 97% bajo el concepto jurídico indeterminado de grave peligro para la salud psíquica de la embarazada y el 98% en clínicas privadas acreditadas. Todo lo cual conducía a una situación de inseguridad jurídica intolerable para los médicos y las mujeres.

Así pues ¿a qué viene ahora esta masiva movilización en contra de la nueva legislación? Obviamente, no se trata del rechazo a una ley de plazos, se trata de coger el rábano por las hojas y lanzarse de nuevo a la cruzada contra cualquier tipo de aborto.Y de nuevo estigmatizar y llamar asesinas a las mujeres que no pueden seguir adelante con sus embarazos. Y en esta fanática ofensiva contra lo que llaman «las patologías de la razón» da igual utilizar cualquier sinrazón. ¿Cabe mayor disparate que esos carteles propagandísticos en los que se ve a una cría de lince junto a un bebé que ya gatea y se sugiere que el niño es el más desprotegido? Con todo el respeto por la vida animal, por la biodiversidad y por los linces, a nadie le cabe la menor duda de que el más querido y protegido es, naturalmente, el bebé.

¿Por qué ese empecinamiento en querer confundir embriones con niños ya nacidos o con hombres y mujeres hechos y derechos?

A pesar del tradicional enfrentamiento entre ciencia y religión, ahora la iglesia, tal vez consciente de la irracionalidad y contradicción de sus dogmas, intenta recurrir a argumentos científicos para apoyar sus sofismas. Sin embrago, la famosa Declaración de Madrid firmada, al parecer, por numerosos académicos -de cualquier disciplina- que pretende fundamentar el rechazo al aborto en los «conocimientos actuales sobre genética, embriología y biología molecular», ha sido refutada por científicos prestigiosos que se dedican a la investigación. Manifiestan su rechazo y su indignación ante la «utilización ideológica y partidista de la ciencia (…) la difusión e interpretación de los datos científicos debe estar exenta de influencias ideológicas o creencias religiosas. El momento en que puede considerarse humano un ser no puede establecerse mediante criterios científicos. Consideramos importante evitar que se confunda a la sociedad contaminando problemas de carácter social con argumentos a los que la ciencia no otorga legitimidad».

Todos tenemos derecho a expresar nuestras opiniones y todas las creencias religiosas son dignas de respeto, salvo cuando quieren imponerse a los otros. Corren el riesgo de convertirse en crueldad cuando estigmatizan, condenan e insultan a miles de afligidas mujeres.

En este momento, la derecha política, en contradicción con los mandatos de su iglesia, defiende como propias la planificación familiar y ¡hasta la educación sexual! ¡Después de años y años de haberse opuesto radicalmente a ambas cosas ahora afirman creer en ellas como la solución contra el aborto!

Cansa repetir una vez más que las leyes que despenalizan el aborto no obligan a nadie a abortar, que en los países con las leyes más permisivas no aumenta el número de abortos, que Holanda es el país de la Unión Europea con menor porcentaje de abortos a pesar de tener una ley que permite abortar libremente hasta las 24 semanas.

En cambio, si la iglesia consiguiera su propósito, la penalización total de aborto, las mujeres se verían abocadas de nuevo a abortar clandestinamente, poniendo en peligro su salud y su vida y corriendo el riesgo de ser encarceladas.

La posibilidad legal de interrumpir un embarazo no deseado nos afecta a todos: a las mujeres en primer lugar, pero también a los niños ya nacidos y a los hombres que sí aman a las mujeres.

Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona

La evolución mexicana

Por Enrique Krauze, escritor mexicano y director de la revista Letras Libres (EL PAÍS,29/03/09):

Las visiones distorsionadas de Estados Unidos suelen ser muy costosas, especialmente para los latinoamericanos. El viaje de Hilary Clinton a México esta semana es una buena oportunidad para examinar la más reciente distorsión sobre México: la de verlo como un país que es ya, o está a punto de ser, un “Estado fallido”.

La noción parece haberse generalizado. El Comando de las Fuerzas Conjuntas (Joint Forces Command) emitió un reciente comunicado en el sentido de que México -junto con Pakistán- podría estar en peligro de un colapso súbito. El presidente Obama está considerando el envío de tropas de la Guardia Nacional a la frontera para detener el flujo de drogas y violencia a Estados Unidos. La idea de que México está desmoronándose es ya común en los medios de comunicación estadounidenses, para no hablar de los americanos que uno encuentra casualmente y que a la primera insinuación preguntan si México se deshará en pedazos.

Nada de eso ocurrirá, por supuesto. Conviene hacer el rápido inventario de los problemas que no tenemos. México es un Estado tolerante y laico, sin las tensiones religiosas de Pakistán o Irak; una sociedad inclusiva, sin los conflictos raciales de los Balcanes; un país sin los irredentismos nacionales o regionales de Medio Oriente. En México los movimientos guerrilleros nunca han puesto en verdadero peligro al Estado, como sí ocurre en Colombia.

Lo más importante, nuestra joven democracia liquidó a un sistema político que duró 70 años. Con todos sus defectos, aquel sistema jamás alcanzó, ni remotamente, los perfiles de una dictadura absoluta como la de Mugabe, ni siquiera la de Chávez.

La continuidad institucional en México no tiene precedente en la región. Se decía, con razón, que el PRI era una monarquía con formas republicanas, pero la crítica dejó de ser válida el 2 de julio de 2000, cuando se produjo la alternancia. A partir de entonces, el poder se ha desconcentrado, hay un federalismo efectivo, plena división de poderes, genuina libertad de expresión y una lucha entre partidos de derecha, centro e izquierda que representan opciones políticas reales. Existe también un Instituto Federal Electoral autónomo y una Ley de Transparencia para el combate a la corrupción.

En México las instituciones funcionan: el Ejército se subordina (ahora y desde hace tiempo) al control civil de la Presidencia; la Iglesia sigue representando una fuerza cohesiva; hay una poderosa clase empresarial que no se está mudando a Miami, fuertes sindicatos, buenas universidades, importantes empresas públicas, programas sociales que cumplen razonablemente sus objetivos.

Gracias a todo ello, México ha mostrado una notable capacidad para salir de las varias crisis que hemos tenido, entre ellas la represión del movimiento estudiantil en 1968; la devaluación de 1976; la crisis económica de 1982; el triple desastre de 1994 (la guerrilla zapatista, el crimen del candidato del PRI y el devastador derrumbe del peso), y el grave conflicto poselectoral en 2006. Todas las hemos superado y de todas hemos extraído lecciones pertinentes.

Entendimos la necesidad de descentralizar y diversificar la economía, y firmamos el Tratado de Libre Comercio. Las controversias electorales y la amenaza de la violencia política condujeron a un acuerdo nacional que desembocó en una transición democrática, ordenada y pacífica.

No obstante, encaramos problemas enormes. La crisis mundial ahonda ya los dramas ancestrales de pobreza y desigualdad. Pero el problema más agudo es el ascenso en poder y crueldad de la criminalidad organizada -drogas, secuestros, extorsiones- y el incremento de los delitos comunes.

Este problema es quizá el más grave que hayamos enfrentado desde la Revolución de 1910 y su inmediata secuela. Más de 7.000 personas, conectadas en su mayoría con el tráfico de drogas o su persecución, han muerto desde enero de 2008. Esta guerra contra el crimen (en especial contra aquel derivado de las drogas) no es en forma alguna convencional. Su impacto gravita sobre el país entero. Es una guerra sin ideología, sin reglas, sin un ápice de nobleza. ¿Es una guerra ganable? No, bajo los criterios de la guerra convencional. Sí, bajo los criterios de este tipo de guerras: acotando al adversario.

Desde su llegada al poder en 2006, el presidente Felipe Calderón ha enviado a más de 40.000 efectivos del Ejército a diversos Estados a combatir a los grupos narcotraficantes, y ha alcanzado algunas victorias en aseguramientos y decomisos relacionados con la droga. A pesar del índice de aprobación relativamente alto del que goza, el Gobierno no ha logrado tranquilizar a la sociedad. Amplios sectores soportan los hechos como si fueran una pesadilla de la que basta despertar para que desaparezca.

No desaparecerá, y los mexicanos debemos ayudar mediante la movilización pública, el suministro de información a las autoridades y la atenta vigilancia de representantes electos y funcionarios designados. En la ciudad de México, la participación cívica ha empezado a tener algunos avances.

El Gobierno Federal, por su parte, tiene frente a sí el gigantesco reto de continuar la labor de limpieza en los rincones oscuros de sus fuerzas policiacas y lograr el establecimiento de sistemas de inteligencia que se adelanten a los carteles. México requiere también de una red carcelaria segura, que no sea un refugio desde el cual los delincuentes sigan conduciendo sus fechorías y reclutando adeptos. Un cambio institucional urgente que apenas se ha puesto en marcha es el del sistema judicial, que en sus procesos penales es lento e ineficaz. Para todo ello, los mexicanos esperaríamos una mayor cooperación política: lo cierto es que Calderón y su partido están librando esta batalla sin un apoyo significativo de los partidos de oposición, el PRI y el PRD.

Algunos medios impresos tampoco han ayudado demasiado en la tarea. La libertad de prensa es esencial en toda democracia, de eso no hay duda, pero la prensa escrita ha ido más allá de los límites de información y comunicación publicando continuamente las más atroces imágenes de la guerra contra el narcotráfico, en una práctica que colinda por momentos con la pornografía de la violencia. Las fotos de decapitados son publicidad gratuita para los carteles. Ayudan a su causa induciendo en el mexicano común la idea de que pertenecen, en verdad, a un “Estado fallido”.

Si bien los mexicanos asumimos la responsabilidad de nuestros problemas, la caricatura que ahora se propaga en Estados Unidos sólo provoca desesperación en ambos lados del Río Bravo. Se trata, además, de una visión profundamente hipócrita. Estados Unidos es el primer mercado mundial en consumo de drogas y -de acuerdo con las autoridades en ambos lados de la frontera- es también el principal proveedor de las armas que utilizan los carteles.

Estados Unidos debería apoyar a México en su guerra contra los narcotraficantes, ante todo, reconociendo su complejidad. La Administración del presidente Obama debe admitir la considerable responsabilidad de su país en los problemas de México. Por equidad y simetría, Estados Unidos debería hacer su parte y reducir dos cosas: el consumo interno de droga y la exportación de armas hacia México. La tarea no será fácil, pero tienen, por lo menos, una ventaja: nadie piensa que son un “Estado fallido”. Y nadie, por cierto, consideró que Al Capone y las bandas criminales de Chicago eran representativas de Estados Unidos en su totalidad.

Del mismo modo, en el caso de México, dejemos las caricaturas donde pertenecen: en manos de los caricaturistas.

Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona

Setenta años de la victoria de Franco

Por Julián Casanova, catedrático de Historia Contemporánea en la Universidad de Zaragoza (EL PAÍS, 29/03/09):

Se cumplen ahora 70 años del final de la Guerra Civil, de aquel parte oficial emitido desde el cuartel general de Franco el 1 de abril de 1939 y difundido con la voz del locutor y actor Fernando Fernández de Córdoba.

Atrás había quedado una guerra de casi 1.000 días que dejó cicatrices duraderas en la sociedad española. El total de víctimas mortales se aproximó a 600.000, de las cuales 100.000 corresponden a la represión desencadenada por los militares sublevados y 55.000 a la violencia en la zona republicana. Medio millón de personas se amontonaban en las prisiones y campos de concentración. El éxodo que emprendió la población vencida dejó también huella. “La retirada”, como se conoció a ese gran exilio de 1939, llevó a Francia a unos 450.000 refugiados en el primer trimestre de ese año, de los cuales 170.000 eran mujeres, niños y ancianos. Unos 200.000 volvieron en los meses siguientes, para continuar su calvario en las cárceles de la dictadura franquista.

Franco logró lo que se proponía: una guerra de exterminio y de terror en la que se asesinaba a miles en la retaguardia para que no pudieran levantar cabeza en décadas. Forjado en el africanismo, la contrarrevolución y el anticomunismo, nunca concedió el más mínimo respiro a los vencidos o a sus oponentes. De palabra y de obra. “No sacrificaron nuestros muertos sus preciosas vidas para que nosotros podamos descansar”, declaraba en la inauguración del Valle de los Caídos en abril de 1959. Recordar la guerra, siempre en guardia contra el enemigo, no cambiar nada, confiar siempre en esas fuerzas armadas que tan bien habían servido a la nación española, utilizar la religión católica como refugio de su tiranía y crueldad. Ésa era la receta.

Ni Hitler ni Mussolini llegaron al poder por medio de una guerra civil. Ésa fue una gran ventaja que, desde el punto de vista de la política interior, sólo Franco pudo gozar. La guerra actuó como punto de unión entre todos los que prestaron su apoyo al Estado franquista. El Ejército, la Falange, la Iglesia católica, representaban a esos vencedores, y de ellos salieron durante años el alto personal dirigente, las autoridades locales y los fieles siervos de la Administración.

España comenzó los años treinta con una República y acabó la década sumida en una dictadura derechista y autoritaria. Bastaron tres años de guerra para que la sociedad española padeciera una oleada de violencia y de desprecio por la vida del otro sin precedentes. Por mucho que se hable de la violencia que precedió a la Guerra Civil, para tratar de justificar su estallido, está claro que en la historia del siglo XX español hubo un antes y un después del golpe de Estado de julio de 1936. Además, tras el final de la Guerra Civil, en 1939, durante al menos dos décadas no hubo ninguna reconstrucción positiva, tal y como ocurrió en los países de Europa occidental después de 1945.

Cuando empezó la Guerra Civil española, los poderes democráticos estaban intentando a toda costa “apaciguar” a los fascismos, sobre todo a la Alemania nazi, en vez de oponerse a quien realmente amenazaba el equilibrio de poder. La República se encontró, por lo tanto, con la tremenda adversidad de tener que hacer la guerra a unos militares sublevados que se beneficiaron desde el principio de esa situación internacional tan favorable a sus intereses. Las dictaduras dominadas por Gobiernos autoritarios de un solo hombre y de un único partido estaban sustituyendo entonces a las democracias en muchos países europeos, y si se exceptúa el caso ruso, todas esas dictaduras salían de las ideas del orden y de la autoridad de la extrema derecha. Seis de las democracias más sólidas del continente fueron invadidas por los nazis al año siguiente de acabar la Guerra Civil. España no era, en consecuencia, una excepción ni el único país donde el discurso del orden y del nacionalismo extremo se imponía al de la democracia y de la revolución.

Las dictaduras que emergieron en Europa en esos años tuvieron que enfrentarse a movimientos de oposición de masas, y para controlarlos necesitaron poner en marcha nuevos instrumentos de terror. Ya no bastaba con la prohibición de partidos políticos, la censura o la negación de los derechos individuales. Un grupo de criminales se hizo con el poder. Y la brutal realidad que salió de sus decisiones fueron los asesinatos, la tortura y los campos de concentración. La victoria de Franco fue también una victoria de Hitler y de Mussolini. Y la derrota de la República fue asimismo una derrota para las democracias.

El descubrimiento de esa historia de vencedores y vencidos, de víctimas y verdugos, ha suscitado un agrio debate en la sociedad española en los últimos años. Pese a las miles de páginas escritas por historiadores, que no dejan duda alguna sobre la existencia y definición de esos crímenes políticos, algunos de los mitos fundacionales de la dictadura tienen todavía común aceptación en las opiniones y recuerdos de un amplio sector de la población. En ese conflicto entre diferentes memorias, el proyecto de cambio político y social de la República quedó sepultado en la gran tumba que el franquismo cavó desde abril de 1939. Y ahí sigue arrinconado, 70 años después.

Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona

La perplejidad de Darwin

Por Gonzalo Pontón, consejero delegado de CRÍTICA (EL PAÍS, 29/03/09):

Durante los próximos meses asistiremos a la publicación de varias ediciones conmemorativas de los 150 años de El origen de las especies, que se dio a las prensas cuando su autor, Charles Darwin, iba a cumplir 50. Es justo que sea así. De la carismática trinidad progre (Darwin, Marx, Freud), ninguno ha podido derrotar al tiempo como el primero.

Aunque quedan algunos detalles por ajustar que no afectan a su esencia, la teoría de la evolución ha sido verificada hasta la saciedad desde el registro fósil a la genómica comparativa, y hoy es un hecho científico tan indiscutible como la existencia de los átomos o la de los agujeros negros. Indiscutible, pero no indiscutido. Las Iglesias cristianas, judías y musulmanas no pueden aceptar la teoría de la evolución porque, según sus libros santos, un dios primordial omnipotente y omnisciente lo creó todo en seis días (o en seis mil millones de años, que en lo de la cronología los clérigos más espabilados se apuntan a la metáfora).

Acuciados por los descubrimientos científicos que han ido desmontando, pieza a pieza, la narración del Génesis y todos los mitos de creación existentes, ciertos fundamentalistas religiosos han propuesto, como explicación “científica” alternativa a la evolución, la existencia de un diseñador inteligente, en un remake de la vieja narración bíblica, pero sustituyendo al Anciano de los Días por, digamos, un Enric Satué o un Alberto Corazón todopoderosos.

La teoría de Darwin se asienta en cuatro pilares fundamentales: la evolución, el gradualismo (con las matizaciones de Stephen Jay Gould y Niles Eldredge), la especiación y la selección natural.

A estos cuatro pilares, el profesor Jerry A. Coyne, que acaba de publicar un libro titulado Why Evolution is True, añade un quinto que me parece irrefutable: “La imperfección es la marca de la evolución, no la del diseño consciente”. En efecto, la evolución produce criaturas imperfectas, inacabadas. Los mecanismos evolutivos han dotado al kiwi de unas alas sin función; la mayoría de las ballenas conservan vestigios de pelvis y huesos de las patas como recuerdo de su pasado de cuadrúpedos terrestres; los humanos contamos con músculos para accionar una cola ya desaparecida, erizar plumas de las que no disponemos (la “carne de gallina”) o mover cómicamente las orejas.

Por no hablar del famoso apéndice, muy útil para que nuestros abuelos primates pudieran hacer fermentar las hojas de los árboles y transformar su celulosa en azúcares. ¿Qué función desempeña en los humanos aparte de ponerles, a veces, en riesgo de muerte? Tal vez el diseñador inteligente haya sidoun cirujano avispado. ¿Sabían ustedes lo del nervio laríngeo de los mamíferos?

Yo tampoco, pero el profesor Coyne lo explica de maravilla: el tal nervio interviene en la fonación, pero en vez de ir directamente del cerebro a la laringe, desciende hasta el pecho, gira alrededor de la aorta y regresa a la laringe en un recorrido tres veces mayor del necesario. Fascinante. Pues ese nervio hace lo mismo en las jirafas, bajando y subiendo por su cuello como un taxista sin GPS. Ninguna deidad que se precie sería tan despistada. Lo que sucede es que el nervio laríngeo procede de los arcos branquiales de nuestros antepasados, los peces, y allí sí cumplían una función.

El aparato reproductor de los humanos es una galería de chapuzas y un campo minado.

¿Por qué los testículos no se forman directamente fuera del cuerpo, donde la temperatura es adecuada para los espermatozoides? Se forman en el abdomen, y cuando el feto tiene unos siete meses emigran al escroto a través de los canales inguinales, debilitando las paredes abdominales con el riesgo de causar hernias, a veces mortales. La uretra está muy mal diseñada, porque pasa por medio de la próstata, y cuando ésta se inflama dificulta o impide la micción.

Las mujeres paren a través de la pelvis en un proceso doloroso e ineficaz, porque es demasiado estrecha (por necesidades de la locomoción bipedal) para un cráneo que ha debido ensancharse para acoger el crecimiento del cerebro. Desde luego, el diseñador inteligente no era una mujer. Y ya que estamos hablando de los bajos, si usted fuera diseñador, ¿habría colocado una planta procesadora de residuos junto a un parque de atracciones?

Pero además, Darwin ya previó algo extraño en la selección natural, y es que no siempre actúa en bien de la especie. A veces la evolución puede producir resultados útiles para un individuo, pero perjudiciales para la especie en su conjunto. He aquí un ejemplo fastuoso aportado por el genio de Forges (EL PAÍS, 22 de febrero): en el dibujo aparece un obispo o cardenal (¿Rouco? ¿Camino?) de gesto avinagrado que Darwin observa entre perplejo y azorado. ¿Por qué razón?

Porque ve, como Forges y como yo, que aquí la selección natural no ha jugado en favor de la especie.

Si la selección natural “apaga” los genes más perjudiciales y activa los más favorables, ¿por qué existen los eclesiásticos? Si a través de la evolución y de la cultura, el animal humano ha mejorado la calidad de su vida, ha ampliado el alcance de su inteligencia y ha conseguido dotarse de una consciencia ética que le impulsa a amar a sus semejantes, a respetar sus vidas y sus libertades, y que le reprocha íntimamente, insoportablemente, sus miserias y su capacidad para el mal, ¿cómo es que no se ha desembarazado de los clérigos?

¿Qué función evolutiva tienen esos oscuros intérpretes de unos dioses atávicos que envían a niños-bomba a matar y ser muertos?

¿Por qué sobreviven seres inmorales capaces de engañar a sabiendas a los más débiles y desvalidos de los humanos diciéndoles que los preservativos pueden aumentar el riesgo de contraer el sida?

Sólo desde Darwin puede explicarse la existencia de tales criaturas: deben de ser vestigios de nuestros antepasados los reptiles.

Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona

Globalización e instituciones globales

Por Antonio Garrigues Walker, jurista (ABC, 29/03/09):

La crisis que estamos viviendo ha puesto de manifiesto -además de la «insoportable levedad del ser»- los enormes déficits jurídicos y democráticos de una imparable globalización que, en términos objetivos, no puede calificarse como civilizada. Es esta una ocasión histórica perfecta para asumir que no podemos seguir avanzando sin instituciones que tengan la condición de ser globales, independientes y eficaces, unos calificativos que eliminan de esta categoría a las organizaciones internacionales que operan actualmente en el mundo, exceptuando, solamente, y con muchas reservas, a algunas organizaciones que tienen objetivos exclusivamente técnicos o científicos.

La resistencia a las instituciones globales tiene un largo recorrido histórico y en la época moderna se atribuye fundamentalmente -y con buenas razones- a los Estados Unidos. Es una resistencia que se manifiesta, según el momento y las circunstancias, con mayor o menor intensidad pero que siempre está ahí. Tiene que ver con sentimientos de superioridad y con sentimientos de autosuficiencia, ambos razonablemente justificados; con ignorancias, a veces profundas, de lo que es el resto del mundo; con un convencimiento pleno de que son el mejor líder posible; y sobre todo con la inaceptabilidad absoluta de que su seguridad y sus intereses puedan depender, aún mínimamente, de otros. Francis Fukuyama, que ha estudiado a fondo este tema, lo explica diciendo que «para la mayoría de los norteamericanos no existe otra fuente de legitimidad democrática para tomar decisiones que la de su propio estado-nación».

Durante la presidencia de Bush, las tendencias americanas tradicionales al aislacionismo y al unilateralismo alcanzaron niveles verdaderamente inquietantes y se reforzaron especialmente después del 11/S que sensibilizó -y sigue sensibilizando- a la ciudadanía norteamericana con una intensidad que los europeos nunca hemos valorado y seguimos sin valorar adecuadamente. Esta sensibilidad justificó la absolutamente injustificable cárcel de Guantánamo que fue construida en un asentamiento de 113 kilómetros cuadrados que los EE.UU. alquilaron a Cuba en 1903, por 4000 dólares anuales y que en la actualidad tenía un coste operativo de cien millones de dólares. Allí siguen hasta el momento más de 400 prisioneros de 40 países distintos, a los que calificándolos de «combatientes enemigos», no se concede ninguno de los derechos de los prisioneros de guerra utilizando interpretaciones y argumentos jurídicos de nula consistencia. Es un caso extremo de limbo o vacío legal abusivo frente al cual la reacción crítica de la sociedad americana -que es una sociedad con buenos reflejos éticos- ha sido sorprendentemente bajo.

Otro caso. Estados Unidos sigue, hasta el momento, manteniendo su oposición frontal a aceptar el Protocolo de Kyoto. Bill Clinton firmó en su día este Protocolo pero, nada más alcanzar el poder, el presidente Bush anunció que su gobierno ni siquiera lo enviaría al Senado. El principal negociador americano, Harlan Watson, lo dejó bien claro: «los Estados Unidos no ratificarán el Protocolo ni hoy, ni mañana, ni nunca, porque eso significaría reducir un 35 por ciento el crecimiento industrial de nuestro país», un argumento que elaboraron y supieron vender al presidente Bush importantes empresarios americanos. A lo anterior hay que añadir que, en términos de emisión de gases nocivos, Norteamérica es el líder absoluto con un 20 por ciento, seguido de Europa con un 10 por ciento y de China que, por el momento, no llega a un 3 por ciento.

Un ejemplo final, -aunque hay otros- del rechazo a cualquier tipo de acuerdo multilateral por parte de la administración Bush fue el hecho, sin precedentes diplomáticos, de «desfirmar» («unsign») el acuerdo que establecía la Corte Penal Internacional. La retirada de la firma del presidente Clinton del acuerdo, se acompañó con una negociación bilateral con gobiernos de todo el mundo para firmar acuerdos de impunidad. Mediante estos acuerdos los gobiernos se comprometen a no entregar ni trasladar a ciudadanos estadounidenses acusados de genocidio o crímenes de guerra a la Corte Penal Internacional.

Dicho todo lo anterior hay que hacer con urgencia una aclaración importante. La resistencia a las instituciones globales y las tendencias al unilateralismo no son en modo alguno patrimonio exclusivo de los EEUU. A lo largo de la historia todos los países que han acumulado poder, más o menos hegemónico, -y entre ellos, España- han actuado de forma similar, y, en muchos casos, aún más negativa. En el tiempo actual, el resto de los países occidentales, y desde luego, Rusia y China (que tampoco han ratificado el tratado de la Corte Penal Internacional) participan de forma inequívoca en estas actitudes y lo hacen, como es natural, en proporción a su cuota de poder y a su capacidad de acción y de influencia. La incapacidad europea para avanzar mínimamente en el proceso de unidad política es otro triste y doloroso ejemplo dentro de esta misma tendencia. Hay que decir finalmente que los EEUU vienen asumiendo, en cuanto a gobernanza y responsabilidad mundiales, tanto política como económicamente, un porcentaje muy superior al que le corresponde y eso se está demostrando de manera muy especial en la búsqueda de soluciones en la actual crisis financiera, una crisis de la que son en gran medida culpables y al mismo tiempo el único país capaz de superarla y devolver la esperanza de recuperación al resto del mundo, diga lo que diga -con verdadera irresponsabilidad- el presidente checo Topolanek.

En todo caso, contamos ya con un nuevo presidente, Barack Obama, que puede ser -va a ser- un hombre decisivo para cambiar el signo de las cosas en el establecimiento de un nuevo orden mundial. Su decisión de eliminar la cárcel de Guantánamo, su actitud, radicalmente distinta frente al cambio climático y el desarrollo científico, su firme idea de una diplomacia basada en el diálogo, en el consenso y en el respeto, indican claramente un nuevo estilo y una nueva concepción política. A esta buena noticia se une, como queda dicho, una crisis económica que ha puesto de manifiesto la necesidad de afrontar la globalización tal y como hay que hacerlo: es decir, de una forma global, de una forma en la que se sienta concernida, no una pequeña parte, sino toda la ciudadanía del mundo. Las resistencias en este proceso van a ser -nunca mejor dicho- poderosísimas pero hay que empezar ya. Habrá que tranquilizar con mucho tacto y prudencia a los países poderosos. Habrá que concederles derechos (incluido el de veto) y privilegios especiales durante un cierto tiempo que puede ser largo. Pero sólo así se irán educando, y nos iremos educando todos, en esta nueva idea de una globalización auténtica.

El mundo jurídico -que no podrá contar en esta tarea con la colaboración del mundo político- tiene que comprometerse a fondo en la tarea de diseñar las estructuras adecuadas de unas instituciones decisivas para un futuro digno y civilizado. Habrá que concentrarse con prioridad en unas nuevas Naciones Unidas que es oficio pendiente desde hace muchas décadas; en una Corte Penal Internacional que tenga auténtica capacidad de acción; en una institución global financiera que supere las limitaciones y las inmensas burocracias del Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional y que luche a fondo contra la corrupción y los paraísos fiscales; y, por último, en otra institución global -nadie puede dudar de su absoluta necesidad- para la protección del medio ambiente. Y luego todo lo demás, incluyendo la idea de un derecho global que merece y tendrá capítulo aparte.

Ese es el reto. Un maravilloso reto. Un reto, por fin, asumible.

Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona

Una democracia devastada

Por Kevin Casas Zamora, ex vicepresidente y ex ministro de Planificación Nacional y Política Económica de Costa Rica (2006-2007) © Project Syndicate, 2009 (LA VANGUARDIA, 29/03/09):

Debimos saber que algo andaba mal cuando el 2 de febrero de 1999 Hugo Chávez selló su ascenso a la Presidencia de Venezuela declarando que juraba sobre “esta moribunda Constitución”. La “moribunda”, como a partir de ahí quedó bautizada, había hecho posibles ocho transiciones pacíficas del poder y el pleno funcionamiento de un régimen de partidos políticos y libertades individuales. Cierto es que en ese periodo Venezuela produjo tanta corrupción e irresponsabilidad política como barriles de petróleo, pero en el balance final había sido, políticamente hablando, un país bastante mejor que el promedio latinoamericano. No era Suiza, pero sí, ciertamente, una democracia genuina.

Ya no. Pese a la obsesiva celebración de elecciones - un elemento necesario para la existencia de un sistema democrático, pero no equivalente a él-,el legado de la primera década del chavismo consiste, ante todo, en la devastación de la institucionalidad democrática. Elegido en olor de multitudes para sanear los vicios del sistema político que le precedió, el Comandante optó por tirar el agua sucia de la tina con el bebé adentro. Desapareció el sistema político anterior, incluidos el ambiente de tolerancia a las ideas ajenas y los controles sobre el ejercicio del poder, pero no murieron sus vicios, en particular la demagogia y la venalidad, hoy peores que nunca. Al igual que hace diez años, Venezuela, que alguna vez fue uno de los destinos preferidos por los migrantes del planeta, continúa subdesarrollándose a toda prisa.

El legado de Chávez se encuentra también, y acaso fundamentalmente, en el oxígeno insuflado a algunas ideas perniciosas, que han sido, por mucho tiempo, carlancas que impiden el desarrollo político y económico de América Latina.

En primer lugar, la noción de que la búsqueda de la justicia social demanda el abandono de la vía reformista y de las formas democráticas “burguesas”, en favor de una supuesta democracia “real”, nacida en el fuego purificador de la revolución y en los sueños milenarios del caudillo. No hay tal. La revolución chavista tiene en su haber logros importantes en la reducción de la pobreza y la desigualdad, aunque no sostenibles y teñidos por las peores prácticas asistencialistas. Esos logros también los tienen, casi en la misma proporción, países como Chile o Brasil, que no han renegado de la separación de poderes, de la pluralidad política o la libertad de prensa, y que no han tenido, tampoco, una inyección de más de 300.000 millones de petrodólares en una década. Más importante aún, pese al incesante revisionismo histórico, no debe olvidarse que, entre 1950 y 1980, Venezuela fue capaz de reducir la pobreza extrema del 43% de su población al 8%, una de las cifras más bajas de Latinoamérica. Y lo hizo en democracia y en libertad.

En segundo lugar está la idea de que los males de América Latina son, invariablemente, culpa de otros. Es obvio que ni el sistema tributario famélico, ni la educación de mala calidad, ni la corrupción rampante, ni la criminalidad desbocada, ni la debilidad de las instituciones, todo aquello, en suma, en lo que Venezuela camina mal aun para los reducidos estándares de América Latina, son culpa del imperialismo norteamericano. En particular esto último. Que Chávez declare moribunda una Constitución legítima o que diga L´état c´est moi y decrete, al mejor estilo de Trujillo, fiesta nacional para celebrar su ascenso al poder son muestras elocuentes de un raquitismo institucional enteramente criollo, que basta y sobra para condenar a todo país al noveno círculo de la miseria.

Ninguna de esas ideas prolifera en una nación satisfecha. Es ahí donde la experiencia venezolana le habla a toda América Latina. La combinación de crecimiento económico (ahora en retirada por la crisis) y atroces niveles de desigualdad y segmentación social seguirá generando la misma suma de expectativas insatisfechas y resentimientos sociales que hizo posible la llegada de Chávez al poder en Venezuela. Mientras las democracias latinoamericanas no tomen en serio la tarea de reducir la desigualdad y crear sociedades más integradas por las oportunidades, seguirán viviendo peligrosamente, cortejando un desastre que tarde o temprano llegará. Evitar este desenlace requiere abandonar creencias, tan adormecedoras como reaccionarias, como la de que, mientras se reduzca la pobreza, no importa lo que suceda con la desigualdad o que es posible lograr desarrollo humano sin crear sistemas tributarios modernos y progresivos.

Si la celebración de 10 años de chavismo sirve como un recordatorio de los peligros que acechan a las democracias injustas - sobre todo ahora que se acerca un nuevo ciclo electoral en la región-,de algo habrá servido el desolador itinerario recorrido por Venezuela. Dicen que la letra con sangre entra. En América Latina, no estoy seguro.

Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona

¿Es libre la libertad de expresión?

Por Ian Buruma, profesor de Derechos Humanos en el Bard College; su último libro es "The China lover" © Project Syndicate, 2009. Traducción: David Meléndez Tormen (LA VANGUARDIA, 29/03/09):

El obispo Richard Williamson tiene opiniones muy peculiares y francamente odiosas: que no hubo asesinato de judíos en cámaras de gas durante la Segunda Guerra Mundial, que las Torres Gemelas fueron derribadas por explosivos estadounidenses, no por aviones, el 11-S del 2001, y que los judíos luchan por dominar el mundo “para preparar el trono del Anticristo en Jerusalén”.

En cuanto a temas de la doctrina católica romana, sus puntos de vista fueron considerados tan fuera de línea con la Iglesia moderna, que el Vaticano lo excomulgó en 1988, con otros miembros de la ultraconservadora Sociedad de San Pío X, fundada por el simpatizante del fascismo Marcel Lefebvre. Entre quienes respaldan a Williamson está David Irving, que hace poco cumplió pena de cárcel en Austria por glorificar a los nazis.

No hay duda de que el obispo no resulta un hombre atractivo. Sin embargo, ¿merece que cuelguen tantas espadas sobre su cabeza? Como consecuencia de las opiniones que expresó en la televisión sueca, se le ha negado la posibilidad de volver al redil de la Iglesia, como se lo había prometido Benedicto XVI, lo cual probablemente sea justo. Pero también fue expulsado de Argentina, donde vivía, y está bajo amenaza de ser extraditado a Alemania, donde hay en marcha preparativos para juzgarlo por negar el holocausto.

Mientras tanto, piénsese en el caso de otro hombre poco atractivo, el político holandés Geert Wilders, a quien el mes pasado se le prohibió entrar en el Reino Unido, donde tenía planes de mostrar Fitna, un corto que había dirigido y que describe al islam como una fe terrorista. En Holanda se le está juzgando por “propagar el odio” hacia los musulmanes. Comparó el Corán con Mein Kampf de Hitler y desea parar la inmigración de musulmanes.

La prohibición británica, así como el inminente juicio, han hecho que Wilders gane popularidad en Holanda, donde una encuesta indicó que su partido populista antimusulmán, el PVV, obtendría 27 escaños en el Parlamento si hoy hubiera elecciones. La razón de la popularidad de Wilders, además de la desconfianza hacia los musulmanes, es que ha cultivado la imagen de luchador de la libre expresión.

El principio de la libertad de expresión, uno de los derechos fundamentales en las democracias liberales, significa que debemos convivir con opiniones que consideramos reprobables, hasta cierto punto. La pregunta es: ¿hasta qué punto?

Las leyes sobre libertad de expresión difieren un poco de país en país. Expresar la opinión de que el holocausto nunca existió es delito en varias democracias europeas, como Francia, Alemania y Austria. Muchos países democráticos poseen leyes contra la apología de la violencia o el odio. Algunos países, incluida Holanda, incluso tienen leyes que penalizan el insultar a las personas por etnia o religión.

Puede que las ideas del obispo Williamson sean deplorables, pero la persecución legal contra un hombre por sus opiniones acerca de la historia quizá sea una mala idea. Debería ser criticado, incluso ridiculizado, pero no encarcelado. De manera similar, habría sido mucho mejor haber permitido a Wilders mostrar su desafortunada película en el Reino Unido que prohibirla. Sin embargo, la libre expresión no es algo absoluto. Hasta Wilders, con su absurda campaña para prohibir el Corán, claramente cree que hay límites…, para sus oponentes, claro, no para él mismo. Pero no es tan fácil definir con precisión esos límites, ya que dependen de quién le dice qué a quién, e incluso dónde ocurre.

Las opiniones de Williamson cobraron importancia de improviso, debido a que este sacerdote oscuro y excomulgado estaba a punto de ser restituido por el Papa, lo que habría dado legitimidad institucional a sus opiniones privadas. En el caso de Wilders, tiene peso el que se trate de un político, no sólo una persona privada.

En la vida civilizada, la gente se abstiene de decir muchas cosas, independientemente de los problemas relacionados con la legalidad. Las palabras que usan los jóvenes negros en las ciudades estadounidenses para relacionarse tendrían una resonancia diferente proferidas por jóvenes blancos. Burlarse de las costumbres y creencias de las minorías no es lo mismo que atacar los hábitos y puntos de vista de las mayorías.

La vida civilizada, especialmente en países con gran diversidad étnica y religiosa, se desgarraría si todos sintieran la libertad de decir lo que les plazca a cualquier persona. El problema es dónde trazar la línea. En términos legales, tendría que ser el punto donde las palabras tienen la intención de generar violencia. En lo social, hay demasiadas variables como para crear un principio absoluto y universal.

Personas como el obispo Williams y Geert Wilders son útiles en la medida en que nos sirven de ayuda para hacer eso. Dejémoslos hablar, para que sean juzgados no en los tribunales, sino por las opiniones contrarias. Prohibirles hacerlo no hace más que permitirles posar de mártires de la libertad de expresión. Y eso no sólo hace más difícil atacar sus puntos de vista, sino que también da mal nombre a la propia libertad de expresión.

Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona

La vuelta al Estado

Por Mijaíl Gorbachov, ex presidente de la URSS y premio Nobel de la Paz. Distribuido por The New York Times Syndicate (EL PERIÓDICO, 29/03/09):

A medida que la crisis financiera y económica global se hace más profunda y más grave, debemos repensar algunos tópicos, entre ellos el papel del Estado. Es posible predecir que será revertido el enfoque que había prevalecido en las últimas décadas sobre ese rol.

El ataque contra el Estado fue lanzado hace más de 30 años. Margaret Thatcher y Ronald Reagan hicieron los primeros disparos. Economistas, empresarios y políticos apuntaron sus dedos al Gobierno, considerándolo la fuente de casi todos los problemas que sufría la economía.

Es cierto, había muchas críticas sobre cómo funcionaba el Gobierno. En esa época, los votantes tenían buenas razones para respaldar a políticos que prometían limitar el papel de la burocracia gubernamental, y dar a las empresas más libertad para crecer.

Aun así, había algo más detrás de las críticas al Gobierno. La agenda oculta reflejaba los intereses de aquellos que, mientras prometían que la marea en alza elevaría todas las naves, estaban en realidad más interesados en dar rienda suelta a las grandes empresas, liberándolas de importantes obligaciones hacia la sociedad y desmantelando la red de seguridad social que protegía a los trabajadores.

La globalización introdujo una nueva fase en el asalto al Estado, agudizando la competencia en los mercados para bienes, servicios y mano de obra. Los principios del monetarismo, de la irresponsabilidad con la sociedad y con el medio ambiente, y del exceso de consumo y de ganancias como motores de la economía y de la sociedad, comenzaron a considerarse un estándar internacional. El llamado consenso de Washington, que reflejó esos principios, intentó imponerse al mundo.

De manera creciente, el Estado fue desalojado de las esferas empresarial y financiera, quedando prácticamente sin poder de supervisión. Una tras otra, fueron infladas las burbujas y, más tarde o más temprano, estallaron. Así tuvimos la burbuja digital, la burbuja de la bolsa de valores y la burbuja de las hipotecas. Eventualmente, las finanzas globales en su totalidad se convirtieron en una sola y enorme burbuja.

EN EL PROCESO, pequeños grupos de personas crearon fortunas fabulosas, en tanto los niveles de vida de la mayoría continuaron estancadas en el mejor de los casos. En cuanto a los pobres del mundo, los compromisos para ayudarlos fueron en buena parte olvidados.

El debilitamiento del Estado permitió una enorme ola de fraude y corrupción financiera. Fue responsable por la invasión, por parte del crimen organizado, de las economías de numerosos países, y por la influencia desproporcionada de cabilderos de empresas. Estas se han convertido en gigantescas burocracias no gubernamentales, con enormes fondos y gran influencia política. Eso ha distorsionado el proceso democrático y dañado gravemente el tejido social.

En septiembre del 2008 empezó la quiebra catastrófica de toda la estructura. El hundimiento está sepultando los ahorros de muchas personas bajo los escombros, haciendo caer la producción a una tasa sin precedentes, y dejando a millones sin empleos. No es exagerado decir que la economía de todos los países está ahora siendo amenazada.

Pese a ello, seguimos escuchando a aquellos que todavía creen en los poderes mágicos, curativos, de los mercados sin regular. Pero la gente no espera que esos sectores aporten soluciones. Los pueblos esperan que los líderes electos actúen. Esos líderes deben usar las herramientas de la intervención gubernamental. No hay otras herramientas disponibles.

En una época en que un tsunami económico amenaza los medios de vida de cientos de millones de personas, debemos reconsiderar la responsabilidad del Estado en la protección de los ciudadanos. Hemos oído argumentos contra el Estado niñera y contra “la seguridad de la cuna a la tumba”. Lo cierto es que el Gobierno no puede hacerlo todo para todo el mundo. Pero debe proteger a los habitantes de un país del atraco a mano armada de las financieras.

Los gobiernos han asumido ahora la responsabilidad por rescatar la economía. Al enfrentar este desafío, no pueden permitir que grandes sumas de dinero de los contribuyentes sean gastadas sin control. El dinero no debe terminar en las manos y en los bolsillos de aquellos que siempre quieren “privatizar las ganancias y nacionalizar las pérdidas”.

En un mundo global necesitamos de manera simultánea limpiar el desastre en países individuales y, al mismo tiempo, crear estructuras para un Gobierno a largo plazo a escala mundial. La primera cumbre del G-20, que se realizó en noviembre pasado en Washington, fue el comienzo. La composición del grupo mostró la necesidad de una amalgama de fuerzas sin precedentes.

DESEO QUE LOS líderes del G-20 que se reunirán en Londres el próximo mes para discutir la crisis financiera, resuelvan los puntos más apremiantes y también sienten las bases de las décadas próximas. Los desafíos son realmente formidables: definir un nuevo papel para los gobiernos y los organismos internacionales a fin de regular la economía, construir economías menos militarizadas, que no se basen en el exceso de consumo y de ganancias, y armonizar el crecimiento con las preocupaciones morales y ambientales.

La tarea se asemeja en magnitud al desafío de impedir la amenaza de una catástrofe nuclear como hicimos en la década del 80. El desafío se asumió entonces a través de una cooperación internacional sin precedentes y un liderazgo colectivo que superó estereotipos anticuados y colocó en primer lugar los intereses comunes.

Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona