Un estudio de IESE y la Universidad de California analiza por qué el dinero no logra en ocasiones hacernos felices
"Hijo mío, la felicidad está hecha de pequeñas cosas: un pequeño yate, una pequeña mansión, una pequeña fortuna...". Groucho Marx no andaba tan desencaminado. El dinero no da la felicidad, pero la puede comprar, la única duda es cuánta cantidad. Y no es tanta como uno espera porque no sabemos administrar el dinero, nos acostumbramos demasiado rápido al nuevo tren de vida y nos comparamos con personas más afortunadas, según un estudio elaborado por Manuel Baucells, profesor de la escuela de negocios IESE, y Rakesh K. Sarín, de la UCLA Anderson School of Management de la Universidad de California.
"Hijo mío, la felicidad está hecha de pequeñas cosas: un pequeño yate, una pequeña mansión, una pequeña fortuna...". Groucho Marx no andaba tan desencaminado. El dinero no da la felicidad, pero la puede comprar, la única duda es cuánta cantidad. Y no es tanta como uno espera porque no sabemos administrar el dinero, nos acostumbramos demasiado rápido al nuevo tren de vida y nos comparamos con personas más afortunadas, según un estudio elaborado por Manuel Baucells, profesor de la escuela de negocios IESE, y Rakesh K. Sarín, de la UCLA Anderson School of Management de la Universidad de California.
La investigación cifra en 15.000 dólares (unos 11.500 euros) los ingresos mínimos para ser feliz. A partir de ahí, poder adquisitivo y felicidad no crecen al mismo ritmo y el largo inventario de pobres niños ricos que ha dado la historia es buena prueba de ello.
Una mujer que conduce un viejo utilitario en su época de estudiante puede hallar una dicha temporal cuando empieza a trabajar y logra comprarse un bonito deportivo, pero pronto se acostumbrará a conducirlo, lo integrará como una parte habitual de su vida y dejará de alegrarla. Es lo mismo que le ocurre a los ganadores de lotería: un estudio de Brickman, Coates y Janojj-Bullman señala que aquellos a los que les toca un gran premio económico sólo experimentan un incremento de felicidad el primer año, mientras que los consecutivos se mantienen igual porque ya se han acostumbrado al nuevo tren de vida y no les resulta extraordinario.
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