Por Anders Åslund, investigador principal en el Peterson Institute y autor de The Last Shall Be the First: The East European Financial Crisis, 2008-10 (Los últimos serán los primeros: la crisis financiera de Europa del Este, 2008-10). Traducido al español por Leopoldo Gurman (Project Syndicate, 03/08/11):
A principios de la crisis financiera, un importante inversor en mercados emergentes me dijo: «Esta no es una crisis financiera mundial, sino semimundial». Tenía razón: era en realidad una crisis de los Estados Unidos, Europa y Japón. Entre los mercados emergentes, solo Europa del Este se vio fuertemente afectada. De hecho, la crisis señala la toma de la delantera por parte de las economías emergentes respecto de los países occidentales más importantes, con enormes consecuencias mundiales en términos de equilibrio de poder, finanzas, política y economía.
La crisis de la deuda soberana en la zona del euro parece haber sido la crisis financiera peor gestionada desde la cesación de pagos de Argentina en 2001. Los líderes de la Unión Europea y la zona del euro han logrado desacreditarse fuertemente a sí mismos. Europa necesita cambios institucionales mucho más fundamentales que los discutidos hasta el momento.
El Fondo Monetario Internacional nunca ha apostado sumas tan grandes a un único país como lo ha hecho con Grecia. Como resultado, el FMI, custodio de parte de las reservas internacionales mantenidas por los bancos centrales del mundo, se expone a perder decenas de millardos de dólares.
¿Es este un uso responsable del dinero de los contribuyentes internacionales? ¿No hubiera insistido el FMI en un programa mucho más duro y con menos financiamiento para cualquier país fuera de la zona del euro?
La explicación aparente para los extraordinarios riesgos que corre el FMI es que el director gerente que tomó la decisión de apoyar tan fuertemente a Grecia provenía de la zona del euro y, en ese momento, apenas disimulaba su ambición de postularse para la presidencia francesa (hasta que fue arrestado en Nueva York por cargos de violación). Además, los europeos dominan la cúpula del Fondo. Es un inquietante conflicto de intereses que los deudores dominen una institución internacional que les presta vastas sumas de dinero.
Este desacierto en el gerenciamiento debería descalificar a cualquier encargado de políticas de la zona del euro del directorio gerencial del FMI. Sin embargo Christine Lagarde, ministro de finanzas francés, fue nombrado sucesor de su compatriota Dominique Strauss-Kahn luego de su dimisión. ¿Quién hubiera sugerido seriamente a un ruso para liderar el FMI luego del derrumbe financiero ruso en 1998, o a un argentino tras la cesación de pagos de 2001? Hoy, la zona del euro acusa los mismos niveles de toxicidad.
La Unión Europea, los Estados Unidos y el Japón están en peligro fiscal, y varios países –Japón, Grecia, Italia y Bélgica– tienen deudas públicas que exceden sus PBI. Cada vez más, la gente reconoce que la política fiscal relajada fue una mala política económica, con implicaciones graves para el pensamiento macroeconómico, la política y las constituciones.
En lo que respecta a la teoría macroeconómica, el keynesianismo va en camino a su segundo funeral. El monetarismo de Milton Friedman le dio el primer golpe de muerte en la década de 1980, pero no generó reglas ni predicciones útiles de política. Durante la crisis, la teoría macroeconómica dominante recomendó estímulos fiscales masivos, agravando así la crisis de la deuda pública. Actualmente, la pregunta es si la teoría macroeconómica se tornará tan irrelevante como la economía política del socialismo, o si hará contribuciones útiles a la política económica. De momento, las reglas fiscales y monetarias elementales parecen más apropiadas.
¿Cómo pudieron la gente y los gobiernos aceptar estas enormes deudas, e incluso recomendar mayores estímulos fiscales? Muchos gastos públicos y déficit presupuestarios no tienen otra justificación que el populismo, y el gran perdedor político de la crisis ha sido la socialdemocracia europea, la contraparte política de la economía keynesiana.
Demasiado frecuentemente la socialdemocracia se ha equiparado al populismo, oponiéndose a todo tipo de recorte en los gastos públicos e incluso a la desregulación, que hubiese mejorado la productividad. Los votantes europeos ahora castigan a los partidos socialdemócratas, que han alcanzado su máxima debilidad desde la Primera Guerra Mundial. Por el contrario, un alineamiento fiscalmente responsable de fuerzas políticas de centro-derecha ha llegado al gobierno en 24 de los 27 países de la UE.
Las democracias occidentales se han enorgullecido de sus controles y equilibrios institucionales pero, obviamente, esos mecanismos no funcionaron durante la crisis ni el boom precedente. Y han sido una receta para la parálisis política en el extenso debate estadounidense sobre las modificaciones a los topes de su deuda nacional. Así que, cuando los funcionarios chinos y rusos atacan a la democracia como tal, vuelven a surgir las viejas preguntas sobre la eficacia y estabilidad de la democracia.
Es innegable que en gran medida las democracias avanzadas no fueron capaces de evitar las crisis financieras y de deuda soberana, mientras que la mayoría de las economías emergentes implementaron mejores políticas económicas. ¿Cómo pueden las democracias occidentales imponer una disciplina fiscal estricta? ¿Ha otorgado la independencia de los bancos centrales una licencia para imprimir dinero a funcionarios no electos? ¿Cómo puede implementarse la responsabilización? ¿Cómo pueden contenerse los intereses creados no representativos?
Esas preguntas han disparado un debate constitucional de gran alcance. Luego de la Segunda Guerra Mundial, muchos países europeos consagraron amplias garantías sociales en sus constituciones. Actualmente, muchas de esas garantías deberán ser descartadas. Por el contrario, varios países europeos están evaluando la introducción de reglas fiscales más restrictivas en sus constituciones y contemplando cambios aún más importantes.
Los déficit fiscales excesivos deben ser reducidos en muchos países occidentales. La deuda pública promedio en la zona del euro se ha disparado al 85% del PBI. Algunos países europeos pueden disminuir su deuda gracias a superávit presupuestarios continuos, como lo han hecho Bulgaria, Finlandia, Rusia y Suecia durante la última década. La privatización de las corporaciones y los inmuebles públicos es otra posibilidad.
Carmen Reinhardt, mi colega en el Petersen Institute, sospecha que la represión financiera será el principal método de reducción de deuda: los gobiernos utilizarán la regulación y la manipulación para obligar a los ahorristas a pagar la deuda pública a través de rendimientos reales negativos en sus inversiones en bonos.
Mientras tanto, los bancos centrales en todas partes se preguntan: ¿para qué mantener reservas internacionales crecientes en dos de las monedas peor gestionadas, el dólar estadounidense y el euro? Sin importar cuán escasos han sido históricamente los cambios en las monedas de reserva, la situación es insostenible; pero un reemplazo podría desestabilizar aún más la economía mundial.
Los problemas de gestión económica de occidente también disminuirán su poderío militar. Actualmente, los EE. UU. son responsables de la mitad de los gastos militares mundiales, pero los recortes se avecinan. No es probable que el poder militar estadounidense vuelva a recuperar este nivel, y el surgimiento militar chino parece tan inevitable como su éxito económico.
Los apuros en los que se ha metido occidente continúan siendo lamentables. Aún así, algunos economistas continúan proponiendo estímulos fiscales adicionales. Por el contrario, los líderes occidentales deben centrarse en corregir sus presupuestos públicos para rescatar todo lo que se pueda.
Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona
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