Por Javier Solana, ex alto representante para Política Exterior y de Seguridad Común de la Unión Europea, ex secretario general de la OTAN, presidente del Centro Económico y Geopolítico Global ESADE y miembro sénior distinguido en Política Exterior de la Brookings Institution; y Daniel Innerarity, director del Instituto de Gobernancia Democrática de la Universidad del País Vasco. Ambos son coautores de La humanidad amenazada: el gobierno de los riesgos globales (Project Syndicate, 01/08/11):
Las principales preocupaciones de la humanidad hoy no son tanto males concretos como amenazas indeterminadas. No estamos preocupados por peligros visibles, sino por peligros vagos que podrían golpear en el momento menos esperado -y contra los cuales no estamos suficientemente protegidos.
Por supuesto, existen peligros identificables específicos, pero lo que más nos preocupa sobre el terrorismo, por ejemplo, es su naturaleza impredecible. Lo que nos resulta más perturbador sobre la economía estos días es su volatilidad -en otras palabras, la incapacidad de nuestras instituciones para protegernos de la incertidumbre financiera extrema.
En general, gran parte de nuestra intranquilidad refleja nuestra exposición a amenazas que sólo podemos controlar en parte. Nuestros ancestros vivían en un entorno más peligroso pero menos riesgoso. Soportaban un grado de pobreza que sería intolerable para quienes hoy viven en países avanzados, mientras que nosotros estamos expuestos a riesgos cuya naturaleza, aunque a nosotros nos resulte difícil de entender, para ellos sería literalmente inconcebible.
Dado que la interdependencia expone a todos, en todo el mundo, de una manera sin precedentes, gobernar los riesgos globales es el gran desafío de la humanidad. Pensemos en el cambio climático; los riesgos de la energía y la proliferación nuclear; las amenazas terroristas (cualitativamente diferentes de los peligros de la guerra convencional); los efectos colaterales de la inestabilidad política; las repercusiones económicas de las crisis financieras; las epidemias (cuyos riesgos aumentan con la mayor movilidad y el libre comercio); y el pánico repentino alimentado por los medios, como la reciente crisis de los pepinos en Europa.
Todos estos fenómenos conforman una parte del lado oscuro del mundo globalizado: contaminación, contagio, inestabilidad, interconexión, turbulencia, fragilidad compartida, efectos universales y sobreexposición. En este sentido, se podría hablar del “carácter epidémico” de nuestro mundo contemporáneo.
La interdependencia, de hecho, es una dependencia mutua -una exposición compartida a los peligros-. Nada está completamente aislado y los “asuntos externos” ya no existen: todo se ha vuelto nacional, hasta personal. Los problemas de otra gente ahora son nuestros problemas, y ya no podemos verlos con indiferencia, o con la esperanza de obtener algún rédito personal de ellos.
Este es el contexto de nuestra peculiar vulnerabilidad actual. Lo que solía protegernos (la distancia, la intervención gubernamental, la previsión, los métodos de defensa clásicos) se ha debilitado, y ahora nos ofrece escasa protección o directamente ninguna.
Tal vez no hayamos tenido en cuenta todas las consecuencias geopolíticas que derivan de esta nueva lógica de dependencia mutua. En un mundo tan complejo, ni siquiera el más fuerte está suficientemente protegido. De hecho, la lógica de la hegemonía choca con los fenómenos actuales de fragmentación y automatización -pensemos en Pakistán, por ejemplo, o en Italia- que crean desequilibrios y asimetrías que no siempre son favorables a los poderosos.
Los débiles, cuando están seguros de que no pueden ganar, pueden lastimar a los más fuertes -y hasta hacerlos perder-. A diferencia del orden westfaliano centenario de los estados naciones, en el que el peso específico de cada estado era el factor determinante, en un mundo de interdependencia, la seguridad, la estabilidad económica, la salud y el medio ambiente de los más fuertes son continuamente rehenes de los más débiles. Todos están expuestos a los efectos del desorden y la turbulencia en la periferia.
Estas condiciones de sobreexposición, en su mayor parte, no tienen precedentes y plantean numerosos interrogantes para los cuales todavía no tenemos las respuestas correctas. ¿Qué tipo de protección sería apropiada en un mundo de estas características?
Como es lógico, una globalización contagiosa que aumenta la vulnerabilidad inevitablemente desata estrategias preventivas y defensivas que no siempre son proporcionadas o razonables. La xenofobia y el chauvinismo que algunas de las estrategias defensivas pueden despertar tal vez terminan causando más daño que las amenazas de las cuales supuestamente nos protegen.
De modo que, en esta era de calentamiento global, bombas inteligentes, guerra cibernética y epidemias mundiales, nuestras sociedades deben estar protegidas con estrategias más complejas y sutiles. No podemos seguir persiguiendo estrategias que ignoran nuestra exposición común a riesgos globales, y el resultante contexto de dependencia mutua.
Debemos aprender una nueva gramática del poder en un mundo que está más conformado por el bien común -o el mal común- que por el interés personal o el interés nacional. Estos no desaparecieron, por supuesto, pero están demostrando ser insostenibles fuera de un marco capaz de abordar las amenazas y oportunidades comunes.
Mientras que el antiguo juego de poder buscaba la protección de los intereses propios sin preocuparse por los de los demás, la sobreexposición obliga a la reciprocidad de los riesgos, el desarrollo de métodos cooperativos y el reparto de información y estrategias. Una gobernancia global verdaderamente efectiva es el horizonte estratégico que la humanidad debe perseguir hoy con toda su energía.
Suena difícil, y lo será. Pero no tiene nada que ver con el pesimismo. El desafío de gobernar los riesgos globales no es nada menos que el desafío de impedir el “fin de la historia” -no como la apoteosis plácida de la victoria global de la democracia liberal, sino como el peor fracaso colectivo que podamos imaginar.
Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona
No hay comentarios.:
Publicar un comentario