Por David Miliband, ministro de Asuntos Exteriores británico (EL MUNDO, 08/10/08):
En medio de la ralentización económica global, la idea de convertir la transición hacia una economía baja en carbono en un objetivo secundario es tentadora, pero la verdad es que esta cuestión es esencial para la salud futura de nuestra economía. Ante la creciente inflación por los elevados precios del petróleo y del gas, es un hecho que nuestra dependencia de energías que generan grandes emisiones de carbono está contribuyendo a nuestras dificultades económicas. Esto amenaza nuestra estabilidad medioambiental y geopolítica. Por ello, la Unión Europea debe establecer un nuevo rumbo global hacia la economía baja en carbono.
Las consecuencias medioambientales de nuestra dependencia de los combustibles fósiles son bien conocidas -entre otras, las emisiones de gases de efecto invernadero producirán una mayor sequía y otras condiciones meteorológicas extremas, y se derretirán los casquetes de hielo y subirán los niveles del mar; pero no se trata sólo de problemas medioambientales-. Pero, además, nuestro desarrollo económico y nuestros intereses futuros en materia de seguridad también resultarán perjudicados.
De hecho, las necesidades energéticas ya amenazan con reconfigurar el mapa geopolítico, desde las nuevas tensiones por el petróleo y el gas en el Artico hasta la vertiginosa subida de los ingresos provenientes del petróleo y del gas que envalentona a los estados productores de energía. Y existe el riesgo de que una cooperación internacional constructiva desemboque en una competencia destructiva entre naciones.
Aunque en estos momentos nuestra atención se dirija a Wall Street, nuestra dependencia de suministros limitados de petróleo y gas es ahora una causa primaria de la inflación global y ha sido uno de los factores que más han contribuido a la ralentización económica global. Los bancos centrales se han enfrentado a un doble desafío: cómo atenuar la crisis crediticia sin exacerbar la inflación. Ante el aumento de la población mundial desde 6.600 millones a 9.000 millones en 2050, y el rápido crecimiento económico que están disfrutando los países en desarrollo (todos los días aparecen 20.000 nuevos vehículos en las carreteras chinas), se trata más bien de un cambio estructural, no de una aberración temporal.
Es fácil ser fatalista y concluir que una mayor inseguridad, tanto física como económica, es inevitable. Pero existe un futuro alternativo. Al diversificar nuestros suministros de energía, podremos evitar una nueva pelea global por unos recursos debido a los cuales estamos cada vez más atados a los países productores de combustible. Si construimos una economía baja en carbono, no sólo limitaremos las emisiones de gases de efecto invernadero y reduciremos las presiones sobre la inflación, sino que crearemos empleos verdes y crecimiento verde.
La tecnología existe, o se está desarrollando, para que todo esto sea posible. Al cambiar a la energía nuclear y a las renovables, y limpiar el carbón a través de la captura y almacenamiento de carbono, podremos generar electricidad baja en carbono. Mediante electrodomésticos de mayor eficiencia energética y un mejor aislamiento térmico, se logrará reducir el consumo de energía en el hogar. Y debido a que los fabricantes de coches están desarrollando la tecnología de coches híbridos que combinan motores eléctricos y de gasolina, un sistema de transporte posterior a la era del petróleo -que funcione enteramente con electricidad o hidrógeno- se está convirtiendo en una verdadera posibilidad a largo plazo.
La principal cuestión es cómo aceleramos el proceso: cómo creamos el apoyo político necesario para impulsar inversiones económicas en una revolución baja en carbono. Creo que la UE puede ser un catalizador. Esta organización que comenzó su andadura con la cooperación sobre carbón y acero como forma de prevenir el conflicto y la inestabilidad en Europa debe volver a sus raíces. Hoy tiene que hacer uso de todas sus herramientas -regulación, mercados y posiciones negociadoras- para establecer normas globales y evitar una lucha energética que desemboque en un conflicto no dentro de sus fronteras, sino más allá de sus fronteras. Hay tres prioridades:
Primero, debemos utilizar todo nuestro peso negociador para alcanzar un acuerdo global sobre cambio climático después de 2012. Las cuestiones más difíciles que deberemos abordar en la cumbre global en Copenhague el año que viene serán el nivel de ambición que nos fijemos y quien deberá pagar por la mitigación y la adaptación. El liderazgo de la UE es de vital importancia si hemos de lograr un acuerdo global ambicioso: podemos y debemos marcar la pauta. Los objetivos que nos fijamos el año pasado -reducir nuestras emisiones en un 20% para 2020, y en un 30% en el contexto de un acuerdo internacional- nos sitúan en la vanguardia de la lucha contra el cambio climático. Y nuestros mercados de carbono nos serán muy útiles a la hora de efectuar transferencias financieras para ayudar al mundo en desarrollo a saltar directamente a la energía baja en carbono.
En segundo lugar, el mundo necesita un mercado mundial de carbono para ayudar a los países desarrollados a encontrar los sectores más rentables para reducir sus emisiones, y a transferir fondos para que el mundo en desarrollo pueda saltar directamente a la energía baja en carbono. El Sistema de Comercio de Emisiones de la UE es la base para todo esto. Tenemos que asegurar su futuro a largo plazo a través de la fijación de topes a nivel central, tal como ha propuesto la Comisión Europea, en lugar de por los estados miembros. Pero también tenemos que vincularlo a los mercados de carbono que están emergiendo en otros países -EEUU, Canadá, y Nueva Zelanda-.
En tercer lugar, podemos impulsar inversiones a escala mundial en tecnología verde. Al establecer ambiciosas normas comunitarias para nuevos vehículos y aparatos, podremos aprovechar el peso del mayor mercado único del mundo para impulsar la innovación en todo el mundo. Y al acordar un mecanismo de incentivos en toda la UE, podremos establecer plantas de demostración de captura y almacenamiento de carbono en 2015, con lo cual la UE podrá utilizar la tecnología en 2020. Esta es una medida crítica y urgente; sólo mediante la aplicación de la tecnología a escala podremos reducir los costes de carbón limpio y poner en marcha el uso de la captura y almacenamiento de carbono a escala mundial. Y necesitamos hacerlo, no sólo para ayudarnos a alcanzar nuestros propios objetivos de emisiones en la UE, sino para reducir las emisiones en todos los países que dependen del carbón para generar energía.
En última instancia, se juzgará a la UE según si cumple con sus compromisos en 2020. Si no los cumple plenamente, se debilitarán sus pretensiones de liderar la lucha contra el cambio climático porque, ya sea en términos económicos, medioambientales o geopolíticos, está claro que ya no podemos permitir nuestra dependencia de energías que generan grandes emisiones de carbono. El actual clima económico difícil no es motivo para retrasar la transición a una economía baja en carbono; al contrario, justifica su aceleración.
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