Para Juan Antonio Aguilera Mochón, profesor de Bioquímica y Bilogía Molecular de la Universidad de Granada "la fuerte reacción del Episcopado español contra una nueva asignatura en la escuela, la ‘Educación para la ciudadanía’, nos acerca a la raíz de los conflictos que plantea una vieja asignatura, la de Religión. Ante la argumentación de los obispos de que la nueva materia entra en su exclusivo dominio, el de los valores, me parece necesario que hagamos una breve incursión en los terrenos de la religión católica escolar, pues casi siempre que se discute sobre la asignatura de Religión no se presta atención a sus contenidos concretos.
Por más que la Iglesia reclame la exclusividad sobre los dictámenes acerca del bien y del mal, lo cierto es que las democracias se permiten asumir unos valores básicos, unos derechos humanos mínimos, que posibiliten y alienten una convivencia en igualdad y en libertad (otra cosa es hasta qué punto se consiga). Y esto es lo duro y lo que se suele callar aunque sea un clamor: las religiones -al menos las que por aquí circulan con éxito- en algunos aspectos no alcanzan esos mínimos, más aún: ni siquiera pueden tolerarlos. La Iglesia católica, en particular, tiene grandes dificultades para aceptar el que se exija la igualdad de derechos de la mujer, y no puede admitir que las personas, sean o no católicas, opten por el tipo de sexualidad y de convivencia que quieran. Así se entiende la amenaza episcopal de desobediencia civil frente a una asignatura que defienda valores democráticos. Se entiende porque de ahí vendrán graves problemas en la escuela: por ejemplo, ¿cómo van a asimilar los niños el que por un lado se les aclare que los homosexuales tienen la misma dignidad y los mismos derechos que los heterosexuales, y por el otro -en Religión- se les diga que la homosexualidad es una aberración? Lo extraordinariamente llamativo es que una organización pueda, dentro de la legalidad, atacar o violar derechos fundamentales de las personas: además de lo dicho sobre los homosexuales, ¿cómo se acepta que una asociación legal discrimine radicalmente a las mujeres? ¿Se imaginan que se legalizara una asociación que sostuviera y enseñara que el celibato es una aberración que no se puede permitir, y que aceptara negros pero no les permitiera acceder a cargos?".
Por más que la Iglesia reclame la exclusividad sobre los dictámenes acerca del bien y del mal, lo cierto es que las democracias se permiten asumir unos valores básicos, unos derechos humanos mínimos, que posibiliten y alienten una convivencia en igualdad y en libertad (otra cosa es hasta qué punto se consiga). Y esto es lo duro y lo que se suele callar aunque sea un clamor: las religiones -al menos las que por aquí circulan con éxito- en algunos aspectos no alcanzan esos mínimos, más aún: ni siquiera pueden tolerarlos. La Iglesia católica, en particular, tiene grandes dificultades para aceptar el que se exija la igualdad de derechos de la mujer, y no puede admitir que las personas, sean o no católicas, opten por el tipo de sexualidad y de convivencia que quieran. Así se entiende la amenaza episcopal de desobediencia civil frente a una asignatura que defienda valores democráticos. Se entiende porque de ahí vendrán graves problemas en la escuela: por ejemplo, ¿cómo van a asimilar los niños el que por un lado se les aclare que los homosexuales tienen la misma dignidad y los mismos derechos que los heterosexuales, y por el otro -en Religión- se les diga que la homosexualidad es una aberración? Lo extraordinariamente llamativo es que una organización pueda, dentro de la legalidad, atacar o violar derechos fundamentales de las personas: además de lo dicho sobre los homosexuales, ¿cómo se acepta que una asociación legal discrimine radicalmente a las mujeres? ¿Se imaginan que se legalizara una asociación que sostuviera y enseñara que el celibato es una aberración que no se puede permitir, y que aceptara negros pero no les permitiera acceder a cargos?".
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