Por Cristina Ruiz Coloma (La Vanguardia, 22/07/2012)
En las últimas décadas se han producido muchos cambios en la sociedad
que han afectado tanto a la generación de mayores como a sus hijos.
Tiempo atrás las parejas se casaban jóvenes, formaban una familia y
solían permanecer en el hogar familiar, a veces incluso varias
generaciones simultáneamente. Los abuelos fallecían relativamente
jóvenes, tras ser atendidos por sus hijos. En el ámbito laboral, la
mujer quedaba al cuidado del hogar y el esposo tendía a buscar un
trabajo fijo y habitualmente en su ciudad natal.
Actualmente el escenario es distinto. Las parejas se unen a una edad
más madura, las relaciones suelen ser menos duraderas. Un elevado
porcentaje de las madres primerizas son mayores de 30 años y se han
incrementado las familias monoparentales. Como ya es bien sabido, el
momento actual laboral es muy complejo y de gran inestabilidad. Lo que
obliga en muchos casos a la movilidad en busca de una ocupación e impide
la independización de los jóvenes. Por otro lado, una serie de avances
tales como los adelantos médicos y el énfasis en la prevención de
enfermedades han aumentado significativamente la esperanza de vida.
La generación que está directamente afectada por estos movimientos es
la que se sitúa a partir de los 30 años hasta los 60 o incluso más. A
esta generación la llamamos la generación sándwich –personas que tienen a
su cargo, simultáneamente, a sus padres y a sus hijos, y al mismo
tiempo mantienen una vida profesional–. La palabra sándwich, que
significa bocadillo en inglés, tiene como origen el apellido del conde
de Sándwich, noble británico del siglo XVIII inventor del bocadillo. El
paralelismo que establezco es que tanto por encima como por debajo, hay
dos focos que presionan hacia el centro, a la generación sándwich. Vamos
a ver de qué modo y cuáles son las implicaciones.
La generación sándwich se enfrenta a un incremento de la población de
mayores, al surgimiento de una nueva tipología de familia en la que se
entremezclan hermanos, padres y abuelos postizos, un decremento de su
dedicación a sus hijos y a sus mayores, una mayor presión laboral, un
distanciamiento geográfico, y un largo etcétera. Y surgen cuestiones:
¿Se pueden atender adecuadamente a los abuelos? ¿Cómo se compaginan las
responsabilidades familiares cuando no se reside en la misma
población?¿Qué ocurre cuando la propia generación sándwich entra en la
generación de mayores? Las preguntas son incontables y las respuestas
difíciles de encontrar.
Algunas de las consecuencias directas de estas circunstancias son
comprensiblemente el estrés, el ineludible cambio de papeles familiares,
la sobrecarga emocional, o el debate sobre quién asume la
responsabilidad del cuidado de los mayores. Muchos adultos viven con
culpabilidad y frustración esta situación, puesto que aún cuando lo
intentan, no llegan a todo. Y la sensación es de no hacer nunca lo
suficiente.
No se trata de cambiar lo que no se puede cambiar, pero una mayor
comprensión y aceptación de las circunstancias actuales facilitará
adaptarse a ellas. También son numerosas las soluciones que se pueden
aplicar para mejorar el bienestar propio y de los demás. Por ejemplo, se
puede tratar de aceptar las limitaciones de los mayores y promover su
autonomía. ¿Cómo se puede hacer? Detectando sus habilidades (cocinar,
llevar las cuentas) y potenciándolas. Ayudarás a fomentar su sentido de
utilidad y valía. O por ejemplo, intenta favorecer el contacto
cualitativo (no de obligatoriedad) de nietos y abuelos. Ambas partes se
enriquecerán de la relación y … te darán un respiro.
Pero todo lo que hagas por los demás, hazlo también por ti mismo. Sé
consciente de tu salud física y emocional. No es suficiente con comer y
dormir, sino que hay que cuidarse de una manera más amplia. Quizá
alguien piense: “¿Cuidarme yo? ¡Pero si no tengo tiempo!”. Y ahí empieza
el problema. Para mantener un buen estado de salud es fundamental
conseguir un reparto equilibrado del tiempo en los diferentes ámbitos de
la vida. Por lo tanto, dedica un tiempo racional al trabajo. Aprende a
decir que no a demandas excesivas y delega cuando sea necesario.
Comparte la carga emocional de la situación, pero también tiempo
cualitativo con tu familia. No dejes de desarrollar tus intereses. Y
mantén el optimismo; trata de no fijarte tan sólo en los aspectos
negativos de lo que va aconteciendo y valora lo positivo de cada
situación. Esta actitud te ayudará a afrontar mejor las nuevas
experiencias que se vayan sucediendo.
Es mucho lo que se puede hacer por cuidar de la propia familia y de
uno mismo. Aunque no hay soluciones mágicas ni perfectas, si eres
paciente y constante en tus esfuerzos poco a poco mejorará tu calidad de
vida y la de tus familiares. Y entonces habrá llegado el momento de
vivir en armonía y disfrutar de cada momento compartido.
Cristina Ruiz Coloma, psicóloga clínica del centro médico Teknon y docente de ISEP.
Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona
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