Por Víctor Gómez-Pin (El País, 22/07/2012)
En sórdido contrapunto, los argumentos relativos a la necesidad de no
someterse a la política que representa la señora Merkel serían pronto
adobados con la tesis de que es necesario resistir a los boches.
Pues si el repudio del otro tiene a veces matriz en el sentimiento de
la propia superioridad en la jerarquía de valores dominantes, también
viene generado por el resentimiento, alimentándose tanto de las
victorias como de las derrotas, y hasta de una mezcla de ambas, en una
síntesis letal de superioridad fingida y rencor auténtico.
Muchos de los que denunciaban que tras los acuerdos políticos
comunitarios se escondieran los intereses de la economía de mercado,
reconocían sin embargo que, entre mil contradicciones, se estaba
forjando un espacio en el que la diferencia, liberada de la connotación
de jerarquía, posibilitaba la emergencia de una auténtica comunidad
entre pueblos. Reconocerse en la alteridad mediterránea dejaría quizás
en Alemania de ser algo exclusivo de sus intelectuales. Y siendo la
recíproca cierta, tratados como el de Schengen que posibilitaban tal
cosa eran, pese a todo, una promesa de libertad.
Cuando para los españoles o los griegos Alemania vuelve a ser
presentada como una comunidad rica y extranjera, objeto de nuevo exilio
al precio imprescindible de aprender su lengua, no es ocioso recordar
que cabe amar la lengua de Rilke, Einstein o Kant más allá de que sea un
vehículo para alcanzar un ganapán en Alemania. Y junto a la lengua cabe
amar una cultura hasta tal punto universal que una meditación sobre el
destino humano como el Réquiem alemán de Brahms puede con
justicia ser considerado ese “Réquiem humano” que el compositor tenía en
mente, y al que se refiere en una de sus cartas. Por desgracia un
réquiem diferente se escucha hoy en todo el continente.
“Se trata de saber si el hombre será o no un esclavo en la comunidad,
si será o no reducido al estado de eslabón de un engranaje”, se
preguntaba el general de Gaulle en el evocado discurso de Ludwisburg. La
respuesta es hoy bien sabida. Cuando un desembocado torrente financiero
pisotea derechos elementales y amedrenta a los Estados que osan
garantizarlos, cuando Schengen es decapacitado en lo esencial, cuando
severos columnistas sostienen como evidencia trivial que la amenaza para
Francia es caer en el bloque del sur, y cuando la gestión del
resentimiento o el desprecio engrasa las contiendas electorales, cabe
efectivamente decir que un engranaje, generado por el ser humano pero
ciego a los intereses de la humanidad, encadena al hombre. La Europa del
espíritu ilustrado muere entonces por inanición y el perseverante rumor
de la Europa de los templos financieros es una suerte de música
fúnebre.
Víctor Gómez Pin es catedrático de la Universidad Autónoma de Barcelona e investigador en la Universidad de París VII.
Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona
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