Por Paul Krugman (El País, 22/07/2012).
“Permítanme hablarles de las personas muy ricas. Ellas no son como
ustedes y yo”. Eso escribió F. Scott Fitzgerald (y no se refería solo a
que tuviesen más dinero). A lo que se refería más bien, al menos en
parte, era a que muchos de los muy ricos esperan un grado de deferencia
que el resto de nosotros nunca experimenta, y se sienten profundamente
consternados cuando no reciben el tratamiento especial que consideran un
derecho de nacimiento; su riqueza “los hace blandos ahí donde nosotros
somos duros”.
Y como el dinero manda, esta blandura —podríamos llamarla el
patetismo de los plutócratas— se ha convertido en un factor de primer
orden en la vida política de Estados Unidos.
No es ningún secreto que, en este momento, muchos de los hombres más
ricos de Estados Unidos —entre ellos algunos antiguos defensores de
Obama— odian, simplemente odian, al presidente Obama. ¿Por qué? Bueno,
según ellos, porque “demoniza” los negocios (o, como Mitt Romney decía a
principios de esta semana, “ataca el éxito”). Escuchándolos, cabría
pensar que el presidente es la reencarnación de Huey Long, predicando el
odio de clase y la necesidad de desplumar a los ricos.
Huelga decir que esto es una locura. De hecho, Obama siempre se
esfuerza muchísimo por reafirmar su apoyo a la libre empresa y su idea
de que hacerse rico es perfectamente correcto. Lo único que ha hecho es
indicar que, a veces, las empresas se comportan de manera incorrecta y
que esta es una de las razones por las que necesitamos cosas como la
regulación financiera. No importa: la mera insinuación de que a veces
los ricos no son absolutamente dignos de elogio ha bastado para volver
locos a los plutócratas. Wall Street en concreto lleva dos años o más
lloriqueando: “¡Mamá! ¡Se está metiendo conmigo!”.
Esperen, hay algo más. No es solo que muchos superricos se sientan
profundamente agraviados por la idea de que alguien de su clase pueda
recibir críticas, sino que también insisten en que su percepción de que a
Obama no le gustan está en la raíz de nuestros problemas económicos.
Las empresas no invierten, aseguran, porque los dirigentes empresariales
no se sienten valorados. Romney también ha repetido esta frase y ha
sostenido que, debido a que el presidente ataca el éxito, “tenemos menos
éxito”.
Esto también es una locura (y resulta inquietante que Romney parezca
compartir esta visión ilusoria sobre lo que aqueja a nuestra economía).
No hay ningún misterio en los motivos por los que la recuperación
económica ha sido tan débil. La vivienda sigue deprimida en el periodo
posterior a una enorme burbuja y la demanda de los consumidores se ve
frenada por un nivel elevado de endeudamiento familiar que es
consecuencia de esa burbuja. La inversión empresarial ha aguantado en
realidad bastante bien dada esta debilidad de la demanda. ¿Por qué
deberían invertir más las empresas cuando no tienen suficientes clientes
para hacer un uso pleno de la capacidad que ya poseen?
Pero da igual. Debido a que los ricos no son como usted y yo, muchos
de ellos son increíblemente egocéntricos. Ni siquiera se dan cuenta de
lo divertido que es —lo ridículo que resulta— que atribuyan la debilidad
de una economía de 15 billones de dólares a sus propios sentimientos
heridos. Después de todo, ¿quién va a decírselo? Están cómodamente
instalados en una burbuja de deferencia y adulación. A menos, claro
está, que se presenten a un cargo público.
Como toda persona que sigue las noticias, he sentido temor ante el
hecho de que las preguntas sobre la carrera de Romney en Bain Capital,
la empresa de capital riesgo que fundó, y su negativa a publicar su
declaración tributaria hayan cogido a la campaña de Romney con la
guardia baja de un modo tan evidente. ¿No debería un hombre muy rico que
aspira a ser presidente —y que se presenta usando específicamente el
argumento de que su éxito empresarial lo cualifica para el cargo— haber
esperado que la naturaleza de ese éxito llegase a ser un problema? ¿No
debería haber sido evidente que el hecho de negarse a publicar sus
declaraciones tributarias anteriores a 2010 haría surgir toda clase de
sospechas?
Por cierto, aunque no sabemos lo que oculta Romney en sus
declaraciones anteriores, el hecho de que siga dando evasivas a pesar de
las peticiones de transparencia tanto de republicanos como de
demócratas indica que podría ser algo tremendamente perjudicial.
En cualquier caso, lo que ahora está claro es que la campaña no
estaba preparada en absoluto para las preguntas evidentes y ha
reaccionado a la decisión de la campaña de Obama de hacer esas preguntas
con una histeria que seguramente provenga de lo más alto. Sin duda,
Romney creía que podía presentarse a las elecciones mientras permanecía
seguro dentro de la burbuja plutocrática y está conmocionado y enfadado
por haber descubierto que las normas que se aplican a otros también se
aplican a personas como él. Nuevamente Fitzgerald, sobre las personas
muy ricas: “Piensan, en su fuero interno, que son mejores que nosotros”.
Vale, vamos a calmarnos. La verdad es que muchas, y probablemente la
mayoría, de las personas muy ricas no encajan en la descripción de Scott
Fitzgerald. Hay gran cantidad de estadounidenses muy ricos que tienen
sentido de la perspectiva, que se enorgullecen de sus logros sin creer
que su éxito les da derecho a vivir siguiendo unas normas diferentes.
Pero Mitt Romney, según parece, no es una de esas personas. Y puede
que ese descubrimiento sea un problema mayor que lo que quiera que se
oculte en esas declaraciones tributarias que no va a publicar.
Paul Krugman es profesor de Economía de Princeton y premio Nobel de 2008. © New York Times Service 2012. Traducción de News Clips
Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona
No hay comentarios.:
Publicar un comentario