Por Francesc Sanuy, abogado (EL PERIÓDICO, 01/11/09):
Aquí, lo que ha ocurrido es que se ha roto el gran pacto sobre cuál debe ser el rol del Estado. Habíamos quedado, en efecto, en que la sociedad encomendaba al poder público la preservación de determinadas actividades económicas aunque no fueran rentables y que la función de los gobiernos era impedir que el 1% de la población controlara el 95% de la riqueza e invertir en carreteras (no concesiones de peajes a empresas privadas), escuelas, bomberos, sanidad, etcétera. Pero en los últimos 10 años se ha hecho exactamente lo contrario. Una serie de individuos sin escrúpulos y portadores de un solo valor en forma de ánimo de lucro, junto con los banqueros, cajeros, aseguradores y fondos de inversión de alto riesgo, han privatizado el Estado y lo han puesto a sus pies y en el comedero. Ahora, la gran cuestión ya no es nacionalizar la banca, sino nacionalizar el Estado y volver a las pautas de actuación que son la única justificación posible de su existencia. No ganarán la partida ni Smith ni Marx. Será entre Schumpeter y Keynes que se perfilará un neocapitalismo en el que el mercado quede en libertad vigilada y sometido al control social de la comunidad.
Las finanzas modernas que se iniciaron a partir de 1950 ponían el acento en los modelos matemáticos y partían de la base de que el comportamiento de los mercados era racional. Es más, la idea central era la vigencia de la hipótesis del mercado eficiente, o sea, que la formación de los precios daba un resultado correcto y, al mismo tiempo, imprevisible. La prueba de esta falacia teórica, según el profesor Richard Thaler, de la Universidad de Chicago, la encontramos en los estudios de Benjamin Graham, que ya durante los años 30 demostraba que las cotizaciones en la bolsa de los fondos de inversión no coincidían en absoluto con las de las empresas participadas presentes también en el mismo mercado bursátil. Son los milagros de los que le hacen una cartera al inversionista modesto y dan después un rendimiento inferior al que obtendría si la eligiera él mismo.
El profesor de Harvard Michael Jensen afirmó que durante muchos años parecía indiscutible la hipótesis del mercado eficiente, pero en 1968 ya subrayó que los gestores de fondos de inversión no podían mejorar el resultado del mercado y, a pesar de todo, los inversionistas modestos siguieron confiando los ahorros a gestores de fondos de alto riesgo que cobraban tarifas y comisiones absolutamente exageradas. ¿Alguien les ha explicado en qué consiste la práctica del churning? Pues, para ser breve, dado que ahora no viene al caso, se trata de mover sus ahorros comprando y vendiendo al menos una vez al mes y, al final del ejercicio, cobrarle un 20% de comisiones y abonarle a usted un 3% o un 4% de rendimiento neto. En todo caso, el mercado pretendidamente eficiente se ha desacreditado él mismo con la burbuja tecnológica y con la inmobiliaria y las hipotecas. Ha quedado claro también que los inversionistas no son racionales, porque del colapso del Long Term Capital Management ya deberían haber escarmentado del espejismo de que siempre esconden unos beneficios muy altos con unos apalancamientos muy elevados. Hemos sufrido, por tanto, unas enormes distorsiones de precios que han comportado unas pésimas asignaciones de recursos y una disolución del sistema crediticio global. Así, pues, si tenemos que conservar el mercado será necesario que inexorablemente los gobiernos pongan en marcha mecanismos de estabilización automática, por ejemplo, a fin de garantizar que las reservas, provisiones y dotaciones de los bancos sean fijadas de forma dinámica según las situaciones coyunturales.
Lord Robert Skidelsky ha ultimado el libro Keynes: el retorno del maestro. Obviamente, el título es evocador de lo que dijo Margaret Thatcher, ya jubilada, en el congreso del Partido Conservador británico, al que dirigió un discurso inaugural que empezó con esta frase: «Al venir al centro de convenciones he pasado delante de un cine que anunciaba la proyección de El retorno de la Momia». Skidelsky explicará que, desde el siglo XVIII, la economía moderna nunca se ha presentado como una disciplina predictiva parecida a las ciencias naturales. En consecuencia, es perfectamente lógico que, con escasas excepciones (por ejemplo, Roubini en EEUU o Niño en el Instituto Químico de Sarrià), el gremio no fuera capaz de prever la catástrofe que se acercaba. Aparte de que la pregunta por ella misma era equivocada, porque, tal como dijo Karl Popper, en los asuntos humanos es imposible anticipar un invento nuevo debido a que si fuera posible ya se habría inventado.
Es más, si el comportamiento social fuese racional y basado en la información disponible, ya no habría incertidumbre y se podrían asumir unos riesgos calculados. Pero a la hora de la verdad, tal como reconoció Alan Greenspan (naturalmente, después de cesar como presidente de la Reserva Federal), el esquema adoptado condujo al mundo entero a infravalorar el riesgo existente.
Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona
Aquí, lo que ha ocurrido es que se ha roto el gran pacto sobre cuál debe ser el rol del Estado. Habíamos quedado, en efecto, en que la sociedad encomendaba al poder público la preservación de determinadas actividades económicas aunque no fueran rentables y que la función de los gobiernos era impedir que el 1% de la población controlara el 95% de la riqueza e invertir en carreteras (no concesiones de peajes a empresas privadas), escuelas, bomberos, sanidad, etcétera. Pero en los últimos 10 años se ha hecho exactamente lo contrario. Una serie de individuos sin escrúpulos y portadores de un solo valor en forma de ánimo de lucro, junto con los banqueros, cajeros, aseguradores y fondos de inversión de alto riesgo, han privatizado el Estado y lo han puesto a sus pies y en el comedero. Ahora, la gran cuestión ya no es nacionalizar la banca, sino nacionalizar el Estado y volver a las pautas de actuación que son la única justificación posible de su existencia. No ganarán la partida ni Smith ni Marx. Será entre Schumpeter y Keynes que se perfilará un neocapitalismo en el que el mercado quede en libertad vigilada y sometido al control social de la comunidad.
Las finanzas modernas que se iniciaron a partir de 1950 ponían el acento en los modelos matemáticos y partían de la base de que el comportamiento de los mercados era racional. Es más, la idea central era la vigencia de la hipótesis del mercado eficiente, o sea, que la formación de los precios daba un resultado correcto y, al mismo tiempo, imprevisible. La prueba de esta falacia teórica, según el profesor Richard Thaler, de la Universidad de Chicago, la encontramos en los estudios de Benjamin Graham, que ya durante los años 30 demostraba que las cotizaciones en la bolsa de los fondos de inversión no coincidían en absoluto con las de las empresas participadas presentes también en el mismo mercado bursátil. Son los milagros de los que le hacen una cartera al inversionista modesto y dan después un rendimiento inferior al que obtendría si la eligiera él mismo.
El profesor de Harvard Michael Jensen afirmó que durante muchos años parecía indiscutible la hipótesis del mercado eficiente, pero en 1968 ya subrayó que los gestores de fondos de inversión no podían mejorar el resultado del mercado y, a pesar de todo, los inversionistas modestos siguieron confiando los ahorros a gestores de fondos de alto riesgo que cobraban tarifas y comisiones absolutamente exageradas. ¿Alguien les ha explicado en qué consiste la práctica del churning? Pues, para ser breve, dado que ahora no viene al caso, se trata de mover sus ahorros comprando y vendiendo al menos una vez al mes y, al final del ejercicio, cobrarle un 20% de comisiones y abonarle a usted un 3% o un 4% de rendimiento neto. En todo caso, el mercado pretendidamente eficiente se ha desacreditado él mismo con la burbuja tecnológica y con la inmobiliaria y las hipotecas. Ha quedado claro también que los inversionistas no son racionales, porque del colapso del Long Term Capital Management ya deberían haber escarmentado del espejismo de que siempre esconden unos beneficios muy altos con unos apalancamientos muy elevados. Hemos sufrido, por tanto, unas enormes distorsiones de precios que han comportado unas pésimas asignaciones de recursos y una disolución del sistema crediticio global. Así, pues, si tenemos que conservar el mercado será necesario que inexorablemente los gobiernos pongan en marcha mecanismos de estabilización automática, por ejemplo, a fin de garantizar que las reservas, provisiones y dotaciones de los bancos sean fijadas de forma dinámica según las situaciones coyunturales.
Lord Robert Skidelsky ha ultimado el libro Keynes: el retorno del maestro. Obviamente, el título es evocador de lo que dijo Margaret Thatcher, ya jubilada, en el congreso del Partido Conservador británico, al que dirigió un discurso inaugural que empezó con esta frase: «Al venir al centro de convenciones he pasado delante de un cine que anunciaba la proyección de El retorno de la Momia». Skidelsky explicará que, desde el siglo XVIII, la economía moderna nunca se ha presentado como una disciplina predictiva parecida a las ciencias naturales. En consecuencia, es perfectamente lógico que, con escasas excepciones (por ejemplo, Roubini en EEUU o Niño en el Instituto Químico de Sarrià), el gremio no fuera capaz de prever la catástrofe que se acercaba. Aparte de que la pregunta por ella misma era equivocada, porque, tal como dijo Karl Popper, en los asuntos humanos es imposible anticipar un invento nuevo debido a que si fuera posible ya se habría inventado.
Es más, si el comportamiento social fuese racional y basado en la información disponible, ya no habría incertidumbre y se podrían asumir unos riesgos calculados. Pero a la hora de la verdad, tal como reconoció Alan Greenspan (naturalmente, después de cesar como presidente de la Reserva Federal), el esquema adoptado condujo al mundo entero a infravalorar el riesgo existente.
Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona