Por Fawaz a. Gerges, de la cátedra Christian A. Johnson sobre Oriente Medio, Sarah Lawrence College (Nueva York). Autor de El viaje del yihadista: dentro de la militancia musulmana, ed. Libros de Vanguardia. Traducción: José María Puig de la Bellacasa (LA VANGUARDIA, 10/09/09):
Es indudable que la guerra global de Estados Unidos contra el terrorismo ha sido un desastre. En el fondo de la cuestión late una incapacidad para entender el contexto y la dinámica de la política musulmana; por ejemplo, las diferencias y límites conceptuales entre islamistas moderados, activistas radicales no violentos, yihadistas locales y yihadistas globales como los miembros de Al Qaeda.
A lo largo de ocho años, el discurso dominante estadounidense desdibujó los contornos entre los términos islamista, radical, militante, extremista, yihadista y terrorista.Estados Unidos equiparó el lenguaje ofensivo y escandaloso de los islamistas a la acción violenta de los yihadistas. Pero existen marcadas diferencias entre grupos políticos de ámbito local y regional como el palestino Hamas y el libanés Hizbulah y los grupos yihadistas sin fronteras y de alcance global como Al Qaeda, en guerra contra Estados Unidos y sus aliados occidentales desde mediados de los años noventa.
En lugar de adoptar un enfoque más constructivo –que distinga entre los numerosos rostros del islam en su vertiente política-, los expertos en terrorismo y los amantes de la cruzada optaron por el enfoque más cómodo y de talante reduccionista de meter a todos los islamistas en el mismo saco. Juzgaron tanto a los integrantes del núcleo principal del islam como a los militantes radicales a través del prisma de Al Qaeda.
Tales observadores, a sabiendas o sin querer, suscribieron la agenda oficial presentando al islamismo no sólo como yihadismo o como movimiento marginal sin fronteras, sino también como amenaza mortal a Occidente y como ideología agresiva y totalitaria dedicada a la destrucción ciega y a la dominación global. E incluso otros abogaron por una guerra total contra cualquier expresión del islam en su vertiente política.
Basándose en tal consenso de analistas incompetentes y manipuladores de la opinión, el presidente Bush y el vicepresidente Cheney inflaron la retórica metiendo en el mismo saco al conjunto de integrantes del núcleo principal del islam y a los militantes radicales, bajo la etiqueta de islamofascistas.Bush apeló a Estados Unidos a prepararse para una guerra global contra el terrorismo haciendo “un llamamiento que nuestra generación no puede eludir”.
La guerra global contra el terrorismo –dijo Bush- erradicaría la amenaza del terrorismo radical islámico (otro término vago e incoherente) y apuntaría contra los estados que no respetan las normas de la comunidad internacional y patrocinan el terrorismo o le ofrecen refugio. Valiéndose de un lenguaje ampuloso y dramático, de tintes ideológicos, la cruzada de Bush y Cheney creó el marco propicio para la ocupación e invasión estadounidense de Iraq, costosa en vidas humanas y en dinero y que además perjudicó el prestigio moral de EE. UU. en el mundo. Una y otra vez, Bush y Cheney y sus aliados presentaron su guerra global contra el terrorismo como una cuestión fundamentada en la información de los servicios de inteligencia del país, en especial de la CIA.
“Lejos de eso”, argumenta un nuevo libro cuyo autor, Emile A. Nakhleh, es un experimentado y acreditado especialista de la CIA, donde fue director del programa de análisis estratégico del islam en su faceta política, en el directorio de inteligencia de la agencia, poderoso e influyente departamento de esta organización.
En un texto ilustrativo y revelador, Un compromiso necesario: renovar las relaciones de Estados Unidos con el mundo musulmán (Princeton University Press, 2008), Nakhleh observa que aunque funcionarios estadounidenses de nivel medio eran demasiado perspicaces como para enjuiciar la guerra en términos de blanco y negro y de un campo enemigo siempre creciente, lo cierto es que apenas dijeron esta boca es mía ni sugirieron adoptar directriz alguna sobre la cuestión.
Según Nakhleh, que estaba al tanto de los debates internos de la CIA y de los núcleos oficiales de poder en Washington, existían ciertos obstáculos e intermitencias entre el primer y el segundo escalón del equipo de política exterior de Bush en términos de acceso a la información de los servicios de inteligencia y de nivel profesional en este campo. El relato de Nakhleh en calidad de persona con acceso a información privilegiada da el tiro de gracia a la pretensión de Bush y Cheney en el sentido de que ellos, como también el establishment político, fueron engañados y recibieron información errónea de los organismos de inteligencia. Al contrario, el equipo de política exterior de Bush hizo caso omiso del consejo de la CIA y cedió a los espejismos ideológicos y a la tentación de la arrogancia.
Nakhleh traza un desalentador y descarnado panorama de los fracasos de los responsables de la política estadounidense a la hora de entender las ideas y perspectivas básicas que los musulmanes tienen de sí mismos, entre sí y sobre Occidente. Da cuenta de modo implacable de la resistencia de veteranos funcionarios de la administración Bush a enterarse de la complejidad y diversidad de movimientos de matiz religioso del mundo musulmán, pese a los numerosos esfuerzos que hicieron tanto él como otros cargos directivos de la CIA en el sentido de aconsejarles de forma más conveniente.
Uno de los argumentos esenciales de Nakhleh es que existen diferencias cualitativas y notables entre los violentos yihadistas globales, seguidores de Osama bin Laden, y los partidos y grupos políticos islamistas componentes del núcleo principal del islam y dotados de amplia base social como los Hermanos Musulmanes en Egipto, Hizbulah en Líbano y Hamas en Palestina. Nakhleh argumenta que mientras habría que hacer frente y arrinconar a los primeros, “habría que acoger a los segundos como socios potencialmente dignos de crédito en el empeño de la transformación política de sus respectivas sociedades”. Por el contrario, la administración Bush juzgó el mundo musulmán, con sus 1.400 millones de ciudadanos, a través “del prisma del terrorismo”, metiendo en el mismo saco a terroristas de Al Qaeda y a activistas religiosos que han mostrado “su compromiso con el proceso democrático y su enfoque realista de la política y del cambio político”.
Según Nakhleh, tal opción era la peor que podía haber tomado Estados Unidos Mezclar en la retorta a todos esos protagonistas de orientación religiosa – como hizo la administración Bush-y declarar una guerra total contra ellos es una receta ideal para el fracaso y el conflicto permanente con importantes sectores de sociedades musulmanas.
En una reveladora entrevista publicada en el periódico árabe Al Hayat,Nakhleh dice que intentó –aunque fracasó en el intento- persuadir a sus superiores en la administración Bush de la conveniencia de captar a Hamas después de su victoria electoral en el 2006. El punto de vista oficial dominante se oponía a hablar con los dirigentes de Hamas a menos que modificaran radicalmente su postura en relación con Israel.
La alternativa –observa Nakhleh- consiste en que la Administración Obama reconsidere el enfoque de Bush, porque no puede haber estabilidad o auténtica reforma política en la región sin comprometer a Hamas, Hizbulah y organizaciones similares en el proceso. Estos influyentes movimientos han evolucionado políticamente y han alcanzado una legitimidad pública en casa a costa tanto de partidos y grupos laicos como de grupos extremistas.
Con la presencia de un nuevo y visionario presidente estadounidense en la Casa Blanca, la obra de Nakhleh Un compromiso necesario no podría haberse publicado en mejor momento. Aunque Barack Obama no ha elaborado aún el conjunto de sus distintas políticas hacia el Gran Oriente Medio, puede afirmarse que sus ideas y principios básicos toman prestados algunos pasajes de la obra en cuestión. Desde su toma de posesión, el nuevo presidente afroamericano ha emprendido un esfuerzo concertado para enmendar el perjuicio causado durante los últimos siete años de la administración Bush.
Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona
Es indudable que la guerra global de Estados Unidos contra el terrorismo ha sido un desastre. En el fondo de la cuestión late una incapacidad para entender el contexto y la dinámica de la política musulmana; por ejemplo, las diferencias y límites conceptuales entre islamistas moderados, activistas radicales no violentos, yihadistas locales y yihadistas globales como los miembros de Al Qaeda.
A lo largo de ocho años, el discurso dominante estadounidense desdibujó los contornos entre los términos islamista, radical, militante, extremista, yihadista y terrorista.Estados Unidos equiparó el lenguaje ofensivo y escandaloso de los islamistas a la acción violenta de los yihadistas. Pero existen marcadas diferencias entre grupos políticos de ámbito local y regional como el palestino Hamas y el libanés Hizbulah y los grupos yihadistas sin fronteras y de alcance global como Al Qaeda, en guerra contra Estados Unidos y sus aliados occidentales desde mediados de los años noventa.
En lugar de adoptar un enfoque más constructivo –que distinga entre los numerosos rostros del islam en su vertiente política-, los expertos en terrorismo y los amantes de la cruzada optaron por el enfoque más cómodo y de talante reduccionista de meter a todos los islamistas en el mismo saco. Juzgaron tanto a los integrantes del núcleo principal del islam como a los militantes radicales a través del prisma de Al Qaeda.
Tales observadores, a sabiendas o sin querer, suscribieron la agenda oficial presentando al islamismo no sólo como yihadismo o como movimiento marginal sin fronteras, sino también como amenaza mortal a Occidente y como ideología agresiva y totalitaria dedicada a la destrucción ciega y a la dominación global. E incluso otros abogaron por una guerra total contra cualquier expresión del islam en su vertiente política.
Basándose en tal consenso de analistas incompetentes y manipuladores de la opinión, el presidente Bush y el vicepresidente Cheney inflaron la retórica metiendo en el mismo saco al conjunto de integrantes del núcleo principal del islam y a los militantes radicales, bajo la etiqueta de islamofascistas.Bush apeló a Estados Unidos a prepararse para una guerra global contra el terrorismo haciendo “un llamamiento que nuestra generación no puede eludir”.
La guerra global contra el terrorismo –dijo Bush- erradicaría la amenaza del terrorismo radical islámico (otro término vago e incoherente) y apuntaría contra los estados que no respetan las normas de la comunidad internacional y patrocinan el terrorismo o le ofrecen refugio. Valiéndose de un lenguaje ampuloso y dramático, de tintes ideológicos, la cruzada de Bush y Cheney creó el marco propicio para la ocupación e invasión estadounidense de Iraq, costosa en vidas humanas y en dinero y que además perjudicó el prestigio moral de EE. UU. en el mundo. Una y otra vez, Bush y Cheney y sus aliados presentaron su guerra global contra el terrorismo como una cuestión fundamentada en la información de los servicios de inteligencia del país, en especial de la CIA.
“Lejos de eso”, argumenta un nuevo libro cuyo autor, Emile A. Nakhleh, es un experimentado y acreditado especialista de la CIA, donde fue director del programa de análisis estratégico del islam en su faceta política, en el directorio de inteligencia de la agencia, poderoso e influyente departamento de esta organización.
En un texto ilustrativo y revelador, Un compromiso necesario: renovar las relaciones de Estados Unidos con el mundo musulmán (Princeton University Press, 2008), Nakhleh observa que aunque funcionarios estadounidenses de nivel medio eran demasiado perspicaces como para enjuiciar la guerra en términos de blanco y negro y de un campo enemigo siempre creciente, lo cierto es que apenas dijeron esta boca es mía ni sugirieron adoptar directriz alguna sobre la cuestión.
Según Nakhleh, que estaba al tanto de los debates internos de la CIA y de los núcleos oficiales de poder en Washington, existían ciertos obstáculos e intermitencias entre el primer y el segundo escalón del equipo de política exterior de Bush en términos de acceso a la información de los servicios de inteligencia y de nivel profesional en este campo. El relato de Nakhleh en calidad de persona con acceso a información privilegiada da el tiro de gracia a la pretensión de Bush y Cheney en el sentido de que ellos, como también el establishment político, fueron engañados y recibieron información errónea de los organismos de inteligencia. Al contrario, el equipo de política exterior de Bush hizo caso omiso del consejo de la CIA y cedió a los espejismos ideológicos y a la tentación de la arrogancia.
Nakhleh traza un desalentador y descarnado panorama de los fracasos de los responsables de la política estadounidense a la hora de entender las ideas y perspectivas básicas que los musulmanes tienen de sí mismos, entre sí y sobre Occidente. Da cuenta de modo implacable de la resistencia de veteranos funcionarios de la administración Bush a enterarse de la complejidad y diversidad de movimientos de matiz religioso del mundo musulmán, pese a los numerosos esfuerzos que hicieron tanto él como otros cargos directivos de la CIA en el sentido de aconsejarles de forma más conveniente.
Uno de los argumentos esenciales de Nakhleh es que existen diferencias cualitativas y notables entre los violentos yihadistas globales, seguidores de Osama bin Laden, y los partidos y grupos políticos islamistas componentes del núcleo principal del islam y dotados de amplia base social como los Hermanos Musulmanes en Egipto, Hizbulah en Líbano y Hamas en Palestina. Nakhleh argumenta que mientras habría que hacer frente y arrinconar a los primeros, “habría que acoger a los segundos como socios potencialmente dignos de crédito en el empeño de la transformación política de sus respectivas sociedades”. Por el contrario, la administración Bush juzgó el mundo musulmán, con sus 1.400 millones de ciudadanos, a través “del prisma del terrorismo”, metiendo en el mismo saco a terroristas de Al Qaeda y a activistas religiosos que han mostrado “su compromiso con el proceso democrático y su enfoque realista de la política y del cambio político”.
Según Nakhleh, tal opción era la peor que podía haber tomado Estados Unidos Mezclar en la retorta a todos esos protagonistas de orientación religiosa – como hizo la administración Bush-y declarar una guerra total contra ellos es una receta ideal para el fracaso y el conflicto permanente con importantes sectores de sociedades musulmanas.
En una reveladora entrevista publicada en el periódico árabe Al Hayat,Nakhleh dice que intentó –aunque fracasó en el intento- persuadir a sus superiores en la administración Bush de la conveniencia de captar a Hamas después de su victoria electoral en el 2006. El punto de vista oficial dominante se oponía a hablar con los dirigentes de Hamas a menos que modificaran radicalmente su postura en relación con Israel.
La alternativa –observa Nakhleh- consiste en que la Administración Obama reconsidere el enfoque de Bush, porque no puede haber estabilidad o auténtica reforma política en la región sin comprometer a Hamas, Hizbulah y organizaciones similares en el proceso. Estos influyentes movimientos han evolucionado políticamente y han alcanzado una legitimidad pública en casa a costa tanto de partidos y grupos laicos como de grupos extremistas.
Con la presencia de un nuevo y visionario presidente estadounidense en la Casa Blanca, la obra de Nakhleh Un compromiso necesario no podría haberse publicado en mejor momento. Aunque Barack Obama no ha elaborado aún el conjunto de sus distintas políticas hacia el Gran Oriente Medio, puede afirmarse que sus ideas y principios básicos toman prestados algunos pasajes de la obra en cuestión. Desde su toma de posesión, el nuevo presidente afroamericano ha emprendido un esfuerzo concertado para enmendar el perjuicio causado durante los últimos siete años de la administración Bush.
Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona
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