Por Jordi Casabona, médico y periodista (EL PERIÓDICO, 09/09/09):
En julio, sin protocolo real pero con una buena cobertura mediática, la gripe A (también llamada gripe nueva) llegó al palacio de Buckingham; dicen que la reina del que fue uno de los mayores imperios del mundo no resultó afectada, pero que por si acaso hizo desinfectar sus estancias. En agosto, quien sí cogió la gripe fue el presidente de Colombia, Álvaro Uribe; dicen que en aplicación del protocolo previsto se retiró unos días a su residencia de descanso. Como esta gripe preocupa a Occidente, conoceremos todos los detalles de su propagación, incluyendo la afectación de famosos, y en realidad ya se ha convertido en la primera epidemia de gripe seguida on line. Pero ¿por qué esta pandemia tiene una repercusión tan especial en los medios de comunicación y en la opinión pública?
La historia empezó en abril, cuando un brote de pulmonías graves en México se atribuyó a un virus nuevo, el A(H1N1). Rápidamente se empezaron a reportar más casos en EEUU, Canadá y, posteriormente, Europa y el resto del mundo. Las incertidumbres iniciales sobre el número de defunciones atribuidas al virus, y el estado de opinión entre los expertos internacionales de que desde hace años es plausible la aparición de una pandemia de gripe con una alta mortandad, dispararon las alarmas de la Organización Mundial de la Salud (OMS) y se inició una exhaustiva monitorización de esta infección a nivel internacional. En junio, reflejando la extensión geográfica de la infección, la OMS declaró el estado de pandemia. La percepción de gravedad asociada al «estado de pandemia», las peculiaridades clínicas y de los grupos más afectados y, en especial, la alarma social que crean los fallecimientos entre niños y gente joven han facilitado que sea un tema sensible y susceptible de ser sistemática y exhaustivamente tratado por los medios de comunicación. Por otro lado, mientras con los datos actuales sabemos que esta gripe tiene una tasa de letalidad ligeramente superior a la gripe estacional, también es cierto que hay incógnitas por resolver sobre cuáles son los factores de riesgo para los casos graves, cómo va a comportarse cuando en otoño coincida con la gripe estacional y si el virus puede mutar y adquirir una mayor virulencia. Con el actual número de traslados de personas en todo el planeta, y considerando también la velocidad con que se desplazan, un hipotético virus con la transmisibilidad de la nueva gripe y la virulencia de la gripe de 1918 tendría graves consecuencias sociales y económicas. El doble mensaje, pues, de tranquilidad, pero a la vez advirtiendo de que hay potenciales peligros, no es nada fácil de transmitir a la opinión pública y dificulta el posicionamiento de las administraciones sanitarias, que tienen la obligación de tranquilizar, pero también de planificar las intervenciones que serían necesarias si el escenario cambiara.
Frente a un agente fácilmente transmisible, y en ausencia de un tratamiento farmacológico o una vacuna efectivos y al alcance de todo el mundo, las alternativas se reducen a las medidas clásicas de control de las infecciones aplicadas desde hace siglos, a menudo empíricamente: la interrupción de la cadena de transmisión, la cuarentena y el aislamiento. Pero la aplicación de estas medidas no siempre es coste-efectiva y a menudo ni siquiera es viable. Teóricamente, el cierre de una escuela o de una empresa en la que se han dado casos evitaría un gran número de casos secundarios, pero ¿se pueden asumir las consecuencias sociales y económicas de estas intervenciones si muchas personas ni siquiera se habrían infectado, y la mayoría de infectados tendría una evolución benigna ? Pero, por el contrario, ¿cuál sería el impacto social y político si en una escuela donde se han dado casos se produjera un fallecimiento entre los alumnos? Dadas las posibles repercusiones tanto de actitudes conservadoras como intervencionistas y la escasez de evidencia científica para cuantificar los riesgos, la prudencia y la monitorización de la situación parece la actitud más sensata. Paralelamente, avanzar la campaña de vacunación de la gripe estacional para disminuir el posible número de coinfecciones, habilitar espacios hospitalarios por si hay un aumento de casos graves y un plan de distribución de la vacuna específica –cuando esté lista– son medidas complementarias para disminuir el impacto de la segunda oleada de la epidemia, que se espera para este otoño.
Así pues, es positivo que el Ministerio de Sanidad haya optado por la moderación recomendando que se inicie el curso escolar, que los pacientes se queden en casa unos días y que se reserven los tratamientos e ingresos hospitalarios para los casos graves, dejando la puerta abierta a medidas más drásticas para situaciones especiales y a la revisión de recomendaciones en función de la información disponible. Y, sobre todo, es positivo que se haya hecho de forma consensuada con las comunidades autónomas. Demasiado a menudo, en este país temas técnicos acaban teniendo un componente partidista nefasto para el ciudadano, y siempre hay quien, si las cosas van bien, habla de alarmismo innecesario, y si las cosas no van bien, critica la tardanza en la intervención. La gripe nueva, de aquí a un tiempo ya será vieja, pero mientras tanto tendremos que aprender a gestionar la incertidumbre y a consensuar decisiones, especialmente teniendo en cuenta que la actual cantidad de información existente y su velocidad de circulación genera más preguntas –y miedos– que respuestas.
Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona
En julio, sin protocolo real pero con una buena cobertura mediática, la gripe A (también llamada gripe nueva) llegó al palacio de Buckingham; dicen que la reina del que fue uno de los mayores imperios del mundo no resultó afectada, pero que por si acaso hizo desinfectar sus estancias. En agosto, quien sí cogió la gripe fue el presidente de Colombia, Álvaro Uribe; dicen que en aplicación del protocolo previsto se retiró unos días a su residencia de descanso. Como esta gripe preocupa a Occidente, conoceremos todos los detalles de su propagación, incluyendo la afectación de famosos, y en realidad ya se ha convertido en la primera epidemia de gripe seguida on line. Pero ¿por qué esta pandemia tiene una repercusión tan especial en los medios de comunicación y en la opinión pública?
La historia empezó en abril, cuando un brote de pulmonías graves en México se atribuyó a un virus nuevo, el A(H1N1). Rápidamente se empezaron a reportar más casos en EEUU, Canadá y, posteriormente, Europa y el resto del mundo. Las incertidumbres iniciales sobre el número de defunciones atribuidas al virus, y el estado de opinión entre los expertos internacionales de que desde hace años es plausible la aparición de una pandemia de gripe con una alta mortandad, dispararon las alarmas de la Organización Mundial de la Salud (OMS) y se inició una exhaustiva monitorización de esta infección a nivel internacional. En junio, reflejando la extensión geográfica de la infección, la OMS declaró el estado de pandemia. La percepción de gravedad asociada al «estado de pandemia», las peculiaridades clínicas y de los grupos más afectados y, en especial, la alarma social que crean los fallecimientos entre niños y gente joven han facilitado que sea un tema sensible y susceptible de ser sistemática y exhaustivamente tratado por los medios de comunicación. Por otro lado, mientras con los datos actuales sabemos que esta gripe tiene una tasa de letalidad ligeramente superior a la gripe estacional, también es cierto que hay incógnitas por resolver sobre cuáles son los factores de riesgo para los casos graves, cómo va a comportarse cuando en otoño coincida con la gripe estacional y si el virus puede mutar y adquirir una mayor virulencia. Con el actual número de traslados de personas en todo el planeta, y considerando también la velocidad con que se desplazan, un hipotético virus con la transmisibilidad de la nueva gripe y la virulencia de la gripe de 1918 tendría graves consecuencias sociales y económicas. El doble mensaje, pues, de tranquilidad, pero a la vez advirtiendo de que hay potenciales peligros, no es nada fácil de transmitir a la opinión pública y dificulta el posicionamiento de las administraciones sanitarias, que tienen la obligación de tranquilizar, pero también de planificar las intervenciones que serían necesarias si el escenario cambiara.
Frente a un agente fácilmente transmisible, y en ausencia de un tratamiento farmacológico o una vacuna efectivos y al alcance de todo el mundo, las alternativas se reducen a las medidas clásicas de control de las infecciones aplicadas desde hace siglos, a menudo empíricamente: la interrupción de la cadena de transmisión, la cuarentena y el aislamiento. Pero la aplicación de estas medidas no siempre es coste-efectiva y a menudo ni siquiera es viable. Teóricamente, el cierre de una escuela o de una empresa en la que se han dado casos evitaría un gran número de casos secundarios, pero ¿se pueden asumir las consecuencias sociales y económicas de estas intervenciones si muchas personas ni siquiera se habrían infectado, y la mayoría de infectados tendría una evolución benigna ? Pero, por el contrario, ¿cuál sería el impacto social y político si en una escuela donde se han dado casos se produjera un fallecimiento entre los alumnos? Dadas las posibles repercusiones tanto de actitudes conservadoras como intervencionistas y la escasez de evidencia científica para cuantificar los riesgos, la prudencia y la monitorización de la situación parece la actitud más sensata. Paralelamente, avanzar la campaña de vacunación de la gripe estacional para disminuir el posible número de coinfecciones, habilitar espacios hospitalarios por si hay un aumento de casos graves y un plan de distribución de la vacuna específica –cuando esté lista– son medidas complementarias para disminuir el impacto de la segunda oleada de la epidemia, que se espera para este otoño.
Así pues, es positivo que el Ministerio de Sanidad haya optado por la moderación recomendando que se inicie el curso escolar, que los pacientes se queden en casa unos días y que se reserven los tratamientos e ingresos hospitalarios para los casos graves, dejando la puerta abierta a medidas más drásticas para situaciones especiales y a la revisión de recomendaciones en función de la información disponible. Y, sobre todo, es positivo que se haya hecho de forma consensuada con las comunidades autónomas. Demasiado a menudo, en este país temas técnicos acaban teniendo un componente partidista nefasto para el ciudadano, y siempre hay quien, si las cosas van bien, habla de alarmismo innecesario, y si las cosas no van bien, critica la tardanza en la intervención. La gripe nueva, de aquí a un tiempo ya será vieja, pero mientras tanto tendremos que aprender a gestionar la incertidumbre y a consensuar decisiones, especialmente teniendo en cuenta que la actual cantidad de información existente y su velocidad de circulación genera más preguntas –y miedos– que respuestas.
Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona
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