Por Rubén Herrero de Castro, profesor de Relaciones Internacionales de la Universidad Complutense de Madrid (EL PERIÓDICO, 11/09/09):
Ha comenzado hace poco la campaña electoral en Honduras y el nudo que ata la vida social y política del país desde el pasado mes de junio se ajusta cada vez más. ¿Qué puede pasar en Honduras? Antes de abordar el futuro, hagamos un ejercicio de memoria.
Manuel Zelaya, del Partido Liberal (centro liberal-progresista), es presidente desde el 2006. Al principio de su mandato, aplicó un programa económico liberal que produjo muy buenos resultados. La CEPAL (Comisión Económica de Naciones Unidas para América Latina y el Caribe) situó a Honduras entre los primeros puestos de crecimiento económico de la región centroamericana.
En el plano económico, consiguió, además, la condonación de la deuda externa del Banco Interamericano de Desarrollo. Hasta la mitad de su mandato, seguía la letra del himno de su partido: «Adelante liberales, continuemos de frente sin parar».
Pero, entonces, se detuvo a escuchar los cantos de sirena que provenían de Hugo Chávez y Daniel Ortega. Para sorpresa de todos, declaró que la orientación de su Gobierno a partir de ese momento sería socialista. Y así, giró diplomáticamente hasta incorporar a Honduras en las estructuras bolivarianas de Petrocaribe (enero del 2008) y ALBA (agosto del 2008).
Para entendernos, es como si Zapatero, a mitad de la legislatura, se declarase neoconservador y comenzara a actuar como tal en todos los órdenes. En medio del desconcierto que causaba su actuación, Zelaya quiso celebrar un referendo para convocar una Asamblea Nacional Constituyente, que diera paso a una nueva Constitución que levantara la limitación de mandatos.
Ante tales intenciones, su partido le retiró el apoyo y el Congreso, la Fiscalía General, el Tribunal Supremo y la Corte Suprema de Justicia declararon ilegal la pretendida consulta. El enfrentamiento y la crisis estaban servidos.
El presidente Zelaya hizo oídos sordos y ordenó al jefe del Estado Mayor, el general Romeo Vásquez, la distribución de urnas y papeletas. Este último se negó a ello y Zelaya lo destituyó el 24 de junio. Los días siguientes fueron de locos. Primero, la Corte Suprema de Justicia de forma unánime y el Congreso por mayoría absoluta revocaron la decisión de Zelaya y restituyeron al general Vásquez en su cargo. Al mismo tiempo, el Congreso abría una investigación sobre la legalidad de los actos del presidente Zelaya. Sus actos fueron considerados ilegales e inconstitucionales y el 28 de junio, el día en que debía celebrarse el referendo, el presidente Zelaya fue arrestado y expatriado en Costa Rica por militares que seguían el mandato del Tribunal Supremo.
Zelaya fue sustituido por el presidente del Congreso y compañero suyo de partido, Roberto Micheletti.
La confusión reinante, las formas empleadas en la detención y la participación del Ejército contribuyeron a la percepción generalizada de golpe de Estado y generaron de forma inmediata el rechazo al Gobierno de facto que se establecía en Honduras.
El presidente de Costa Rica, Oscar Arias, presentó un plan para solventar la situación, que todos quieren utilizar en su beneficio y los involucrados hablan para sus seguidores, en vez de hablar entre ellos con el ánimo de encontrar un verdadero punto de encuentro. Los actos y palabras de Zelaya y Micheletti son de todo menos una llamada a la concordia.
Sin embargo, pese a todo, Zelaya ha perdido la batalla. Ha gestionado muy mal su imagen, siempre dejándose ver junto a Chávez y Ortega. Sus otros apoyos no son del todo sólidos y da la sensación de que actúan de cara a la galería. Además, desde el principio se enfrentaba a un rival casi invencible en relaciones internacionales, la política de reconocimiento de hechos consumados que, más pronto o más tarde, practican la mayoría de los actores internacionales. Esto es, cuando un Gobierno domina de forma efectiva población y territorio, los demás actores optan por continuar las dinámicas políticas y económicas con el nuevo actor. El mundo está lleno de gobiernos en el exilio a los que, legítimos o no, nadie hace ni caso. Así las cosas, pueden darse dos escenarios.
El primero sería la aplicación del plan de Óscar Arias, que implica inmunidad para ambos bandos, el retorno de Zelaya y la celebración de las elecciones previstas.
En el segundo escenario, Zelaya no retorna al poder, se celebran las elecciones de noviembre y el presidente y el Parlamento entrantes autorizan o deniegan la vuelta de Manuel Zelaya.
Dada la situación actual, es más probable el segundo, con la variante del regreso del expresidente, pactando la inmunidad de este y su reingreso en la vida política, a cambio de que reconozca al nuevo Gobierno. Este supuesto contaría también con el respaldo de la comunidad internacional, que hasta la fecha se ha caracterizado por una medida condena del Gobierno de facto de Micheletti.
Seamos claros, esta situación no puede ir más allá de las elecciones. Entonces, ya sin Micheletti, el nuevo Gobierno y el propio Zelaya deberán ceder en sus posiciones. Y lo harán para alegría de una sociedad internacional que no quiere complicarse la vida y menos por el presidente Zelaya y sus amistades peligrosas.
Todo apunta a que este nudo gordiano no necesita de un Alejandro Magno que lo corte, se deshará solo.
Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona
Ha comenzado hace poco la campaña electoral en Honduras y el nudo que ata la vida social y política del país desde el pasado mes de junio se ajusta cada vez más. ¿Qué puede pasar en Honduras? Antes de abordar el futuro, hagamos un ejercicio de memoria.
Manuel Zelaya, del Partido Liberal (centro liberal-progresista), es presidente desde el 2006. Al principio de su mandato, aplicó un programa económico liberal que produjo muy buenos resultados. La CEPAL (Comisión Económica de Naciones Unidas para América Latina y el Caribe) situó a Honduras entre los primeros puestos de crecimiento económico de la región centroamericana.
En el plano económico, consiguió, además, la condonación de la deuda externa del Banco Interamericano de Desarrollo. Hasta la mitad de su mandato, seguía la letra del himno de su partido: «Adelante liberales, continuemos de frente sin parar».
Pero, entonces, se detuvo a escuchar los cantos de sirena que provenían de Hugo Chávez y Daniel Ortega. Para sorpresa de todos, declaró que la orientación de su Gobierno a partir de ese momento sería socialista. Y así, giró diplomáticamente hasta incorporar a Honduras en las estructuras bolivarianas de Petrocaribe (enero del 2008) y ALBA (agosto del 2008).
Para entendernos, es como si Zapatero, a mitad de la legislatura, se declarase neoconservador y comenzara a actuar como tal en todos los órdenes. En medio del desconcierto que causaba su actuación, Zelaya quiso celebrar un referendo para convocar una Asamblea Nacional Constituyente, que diera paso a una nueva Constitución que levantara la limitación de mandatos.
Ante tales intenciones, su partido le retiró el apoyo y el Congreso, la Fiscalía General, el Tribunal Supremo y la Corte Suprema de Justicia declararon ilegal la pretendida consulta. El enfrentamiento y la crisis estaban servidos.
El presidente Zelaya hizo oídos sordos y ordenó al jefe del Estado Mayor, el general Romeo Vásquez, la distribución de urnas y papeletas. Este último se negó a ello y Zelaya lo destituyó el 24 de junio. Los días siguientes fueron de locos. Primero, la Corte Suprema de Justicia de forma unánime y el Congreso por mayoría absoluta revocaron la decisión de Zelaya y restituyeron al general Vásquez en su cargo. Al mismo tiempo, el Congreso abría una investigación sobre la legalidad de los actos del presidente Zelaya. Sus actos fueron considerados ilegales e inconstitucionales y el 28 de junio, el día en que debía celebrarse el referendo, el presidente Zelaya fue arrestado y expatriado en Costa Rica por militares que seguían el mandato del Tribunal Supremo.
Zelaya fue sustituido por el presidente del Congreso y compañero suyo de partido, Roberto Micheletti.
La confusión reinante, las formas empleadas en la detención y la participación del Ejército contribuyeron a la percepción generalizada de golpe de Estado y generaron de forma inmediata el rechazo al Gobierno de facto que se establecía en Honduras.
El presidente de Costa Rica, Oscar Arias, presentó un plan para solventar la situación, que todos quieren utilizar en su beneficio y los involucrados hablan para sus seguidores, en vez de hablar entre ellos con el ánimo de encontrar un verdadero punto de encuentro. Los actos y palabras de Zelaya y Micheletti son de todo menos una llamada a la concordia.
Sin embargo, pese a todo, Zelaya ha perdido la batalla. Ha gestionado muy mal su imagen, siempre dejándose ver junto a Chávez y Ortega. Sus otros apoyos no son del todo sólidos y da la sensación de que actúan de cara a la galería. Además, desde el principio se enfrentaba a un rival casi invencible en relaciones internacionales, la política de reconocimiento de hechos consumados que, más pronto o más tarde, practican la mayoría de los actores internacionales. Esto es, cuando un Gobierno domina de forma efectiva población y territorio, los demás actores optan por continuar las dinámicas políticas y económicas con el nuevo actor. El mundo está lleno de gobiernos en el exilio a los que, legítimos o no, nadie hace ni caso. Así las cosas, pueden darse dos escenarios.
El primero sería la aplicación del plan de Óscar Arias, que implica inmunidad para ambos bandos, el retorno de Zelaya y la celebración de las elecciones previstas.
En el segundo escenario, Zelaya no retorna al poder, se celebran las elecciones de noviembre y el presidente y el Parlamento entrantes autorizan o deniegan la vuelta de Manuel Zelaya.
Dada la situación actual, es más probable el segundo, con la variante del regreso del expresidente, pactando la inmunidad de este y su reingreso en la vida política, a cambio de que reconozca al nuevo Gobierno. Este supuesto contaría también con el respaldo de la comunidad internacional, que hasta la fecha se ha caracterizado por una medida condena del Gobierno de facto de Micheletti.
Seamos claros, esta situación no puede ir más allá de las elecciones. Entonces, ya sin Micheletti, el nuevo Gobierno y el propio Zelaya deberán ceder en sus posiciones. Y lo harán para alegría de una sociedad internacional que no quiere complicarse la vida y menos por el presidente Zelaya y sus amistades peligrosas.
Todo apunta a que este nudo gordiano no necesita de un Alejandro Magno que lo corte, se deshará solo.
Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona
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