Por Juanjo Sánchez Arreseigor, historiador y especialista en el Mundo Árabe (EL CORREO DIGITAL, 02/09/09):
Continúa con lentitud exasperante el recuento de los votos en Afganistán. Por el momento parece que Karzai no va a conseguir la mayoría absoluta, lo que haría necesaria una segunda vuelta. La reelección de Karzai será una mala noticia para Afganistán.
Uno de los mejores amigos del presidente afgano es Ahmed Rashid, el aclamado autor de ‘Los talibanes’, un texto indispensable para todos los interesados en la crisis afgana. Al inicio de su más reciente obra, ‘Descenso al caos’, Rashid traza un halagüeño retrato de su amigo, al que describe como un gran patriota, valiente, culto y honesto. Sin embargo, a medida que avanzamos en la lectura del texto, Rashid no puede ni intenta evitar describir las lacras y los errores del presidente afgano. En pocas palabras, el verdadero problema no es que Karzai gobierne mal, sino que sencillamente no gobierna.
Pese a las acusaciones casi rituales de cierta supuesta izquierda de pacotilla, Karzai no es un títere del perverso imperialismo norteamericano. Lo que en Washington desean del presidente afgano, sea el que sea, es precisamente lo contrario a un títere: alguien que asuma en sus propias manos el control efectivo del país, que lo gobierne de verdad y lo mejor posible. Entonces los norteamericanos podrán hacer lo que verdaderamente siempre han deseado hacer: darse la vuelta y desentenderse de ese maldito lugar.
Con un presidente eficaz y enérgico, la insurgencia tendría los días contados. Por desgracia, Karzai no es ni una cosa ni la otra. Una y otra vez su amigo Rashid ha de explicarnos las decisiones no tomadas, las cesiones, las vacilaciones, los errores por omisión y, al mismo tiempo, el deseo de seguir en el poder, que le lleva a claudicaciones y pactos diabólicos con los mismos señores de la guerra a los que se supone que debería ir sometiendo al imperio de la ley. Nada de esto es obra de los norteamericanos. Bella persona pero funesto personaje, Karzai es el principal responsable de sus propios desaciertos.
La derrota de Karzai podría ser muy beneficiosa para Afganistán. En primer lugar, la victoria de un candidato de la oposición es la prueba del algodón de toda verdadera democracia. En segundo lugar, el nuevo presidente ya no podría ser acusado de ser una herramienta de los extranjeros. Cuanto más se insista en que Karzai fue alzado al poder por los norteamericanos y que por lo tanto es tan sólo su hombre de paja, más difícil será lanzar la misma acusación contra un hombre que haya subido al poder derrotándole en unas elecciones limpias. Entonces la legitimidad del nuevo presidente sería por contraste mucho más fuerte a los ojos del pueblo. También podría suceder, aunque por desgracia eso no se puede garantizar, que fuese un hombre más enérgico y más habilidoso. Las limitaciones del actual presidente ya las conocemos, de manera que merece la pena arriesgarse a un cambio.
Es necesario insistir en que la práctica totalidad de la insurgencia talibán está formada por miembros de la etnia pastún, que supone un 40% del total de la población afgana. El propio Karzai es pastún y se comprueba fácilmente que en las elecciones anteriores obtuvo el 70% de los votos o más en las regiones de mayoría absoluta pastún, mayorías menos holgadas en las regiones con menor porcentaje de pastunes y porcentajes decorosos pero minoritarios en las restantes regiones. Si junto a estos dos mapas colocamos un tercero, marcando los niveles de violencia insurgente, comprobaríamos enseguida una correlación clara entre los tres. La antigua dinastía real afgana era pastún y muchos miembros de esta etnia parecen tener claro que ellos deben seguir gobernando el país. Los más abiertos y tolerantes optan por votar a Karzai, mientras que los más autoritarios, xenófobos y antimodernos optan por los talibanes. Si Karzai no consigue inspirar temor o meramente respeto mediante su gestión de gobierno, la insurgencia crecerá, pero sólo entre los pastunes, pues los hazaras, uzbekos, tayikos, nuristaníes, turcomanos, pachais, baluchis y otras etnias más pequeñas no están por la labor.
Los pastunes viven también en gran número en Pakistán y parecen formar la columna vertebral de la insurgencia integrista en este país. Obsesionados por la guerra con India, los militares paquistaníes han entrenado y armado durante décadas a los cuervos que ahora amenazan con sacarles los ojos. Sin embargo los pastunes son sólo una quinta parte de la población paquistaní. ¿Qué apoyo obtiene el integrismo entre las restantes etnias de Pakistán? También convendría mucho averiguar el origen étnico de los generales paquistaníes. El medio de comunicación o el estudioso que pueda responder a estas preguntas nos habrá proporcionado una información decisiva, que determinará el futuro de Pakistán y quizás de toda la región. Si el talibanismo paquistaní se limita a los pastunes, la guerra civil podría ser larga y sangrienta, pero el único final posible será la derrota final de los insurgentes.
Por el momento todas las noticias de violencia en Pakistán provienen de las regiones de mayoría pastún y en concreto de las comarcas más rurales, arcaicas, agrestes, atrasadas y con menor presencia de la Administración central, no ahora, sino desde siempre. Otro indicio para el optimismo a largo plazo es que en Afganistán el voto no se ajusta al 100% a los criterios étnicos. Allí donde no operan poderes fácticos de tipo clientelar o caciquil, los candidatos que se presentan en todo el país pueden realmente conseguir los votos de los más diversos grupos étnicos y no sólo del suyo. En el caos del Afganistán actual puede parecer un dato irrelevante, pero a largo plazo será totalmente decisivo.
Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona
Continúa con lentitud exasperante el recuento de los votos en Afganistán. Por el momento parece que Karzai no va a conseguir la mayoría absoluta, lo que haría necesaria una segunda vuelta. La reelección de Karzai será una mala noticia para Afganistán.
Uno de los mejores amigos del presidente afgano es Ahmed Rashid, el aclamado autor de ‘Los talibanes’, un texto indispensable para todos los interesados en la crisis afgana. Al inicio de su más reciente obra, ‘Descenso al caos’, Rashid traza un halagüeño retrato de su amigo, al que describe como un gran patriota, valiente, culto y honesto. Sin embargo, a medida que avanzamos en la lectura del texto, Rashid no puede ni intenta evitar describir las lacras y los errores del presidente afgano. En pocas palabras, el verdadero problema no es que Karzai gobierne mal, sino que sencillamente no gobierna.
Pese a las acusaciones casi rituales de cierta supuesta izquierda de pacotilla, Karzai no es un títere del perverso imperialismo norteamericano. Lo que en Washington desean del presidente afgano, sea el que sea, es precisamente lo contrario a un títere: alguien que asuma en sus propias manos el control efectivo del país, que lo gobierne de verdad y lo mejor posible. Entonces los norteamericanos podrán hacer lo que verdaderamente siempre han deseado hacer: darse la vuelta y desentenderse de ese maldito lugar.
Con un presidente eficaz y enérgico, la insurgencia tendría los días contados. Por desgracia, Karzai no es ni una cosa ni la otra. Una y otra vez su amigo Rashid ha de explicarnos las decisiones no tomadas, las cesiones, las vacilaciones, los errores por omisión y, al mismo tiempo, el deseo de seguir en el poder, que le lleva a claudicaciones y pactos diabólicos con los mismos señores de la guerra a los que se supone que debería ir sometiendo al imperio de la ley. Nada de esto es obra de los norteamericanos. Bella persona pero funesto personaje, Karzai es el principal responsable de sus propios desaciertos.
La derrota de Karzai podría ser muy beneficiosa para Afganistán. En primer lugar, la victoria de un candidato de la oposición es la prueba del algodón de toda verdadera democracia. En segundo lugar, el nuevo presidente ya no podría ser acusado de ser una herramienta de los extranjeros. Cuanto más se insista en que Karzai fue alzado al poder por los norteamericanos y que por lo tanto es tan sólo su hombre de paja, más difícil será lanzar la misma acusación contra un hombre que haya subido al poder derrotándole en unas elecciones limpias. Entonces la legitimidad del nuevo presidente sería por contraste mucho más fuerte a los ojos del pueblo. También podría suceder, aunque por desgracia eso no se puede garantizar, que fuese un hombre más enérgico y más habilidoso. Las limitaciones del actual presidente ya las conocemos, de manera que merece la pena arriesgarse a un cambio.
Es necesario insistir en que la práctica totalidad de la insurgencia talibán está formada por miembros de la etnia pastún, que supone un 40% del total de la población afgana. El propio Karzai es pastún y se comprueba fácilmente que en las elecciones anteriores obtuvo el 70% de los votos o más en las regiones de mayoría absoluta pastún, mayorías menos holgadas en las regiones con menor porcentaje de pastunes y porcentajes decorosos pero minoritarios en las restantes regiones. Si junto a estos dos mapas colocamos un tercero, marcando los niveles de violencia insurgente, comprobaríamos enseguida una correlación clara entre los tres. La antigua dinastía real afgana era pastún y muchos miembros de esta etnia parecen tener claro que ellos deben seguir gobernando el país. Los más abiertos y tolerantes optan por votar a Karzai, mientras que los más autoritarios, xenófobos y antimodernos optan por los talibanes. Si Karzai no consigue inspirar temor o meramente respeto mediante su gestión de gobierno, la insurgencia crecerá, pero sólo entre los pastunes, pues los hazaras, uzbekos, tayikos, nuristaníes, turcomanos, pachais, baluchis y otras etnias más pequeñas no están por la labor.
Los pastunes viven también en gran número en Pakistán y parecen formar la columna vertebral de la insurgencia integrista en este país. Obsesionados por la guerra con India, los militares paquistaníes han entrenado y armado durante décadas a los cuervos que ahora amenazan con sacarles los ojos. Sin embargo los pastunes son sólo una quinta parte de la población paquistaní. ¿Qué apoyo obtiene el integrismo entre las restantes etnias de Pakistán? También convendría mucho averiguar el origen étnico de los generales paquistaníes. El medio de comunicación o el estudioso que pueda responder a estas preguntas nos habrá proporcionado una información decisiva, que determinará el futuro de Pakistán y quizás de toda la región. Si el talibanismo paquistaní se limita a los pastunes, la guerra civil podría ser larga y sangrienta, pero el único final posible será la derrota final de los insurgentes.
Por el momento todas las noticias de violencia en Pakistán provienen de las regiones de mayoría pastún y en concreto de las comarcas más rurales, arcaicas, agrestes, atrasadas y con menor presencia de la Administración central, no ahora, sino desde siempre. Otro indicio para el optimismo a largo plazo es que en Afganistán el voto no se ajusta al 100% a los criterios étnicos. Allí donde no operan poderes fácticos de tipo clientelar o caciquil, los candidatos que se presentan en todo el país pueden realmente conseguir los votos de los más diversos grupos étnicos y no sólo del suyo. En el caos del Afganistán actual puede parecer un dato irrelevante, pero a largo plazo será totalmente decisivo.
Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona
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