Por Rafael Puyol, presidente de I.E. UNIVERSIDAD (EL CORREO DIGITAL, 07/09/09):
Creemos que las enfermedades infecciosas son una cosa del pasado. Y apoyamos nuestra argumentación en el fuerte retroceso que estas dolencias ‘exógenas’ han tenido como causas decisivas de nuestro tránsito al otro mundo. Ciertamente es así y lo es también que, gracias a las batallas ganadas a esas parcas mortíferas, hemos podido pasar de un modelo de ‘morir de joven’ a otro predominante de ‘morir de viejo’, en el que la acción combinada de las enfermedades cardiovasculares y los tumores ha tomado el relevo causal. Quizá por eso nos preocupa tanto la gripe de 2009: porque refuerza el papel de un virus como causante de enfermedad y muerte y porque, por el momento, afecta más a gente joven que a viejos. Y cuando digo refuerza no me olvido de que la gripe habitual mata en el mundo cada año entre 250.000 y 500.000 personas.
Los expertos consideran que se trata de un virus nuevo cuyos orígenes se pueden rastrear hasta el germen de la gripe de 1918, que luego fue mutando para provocar las epidemias del siglo XX. Sin duda, la más virulenta y mortífera fue la del citado año, que surgió en un cuartel de Kansas y fue trasladada a Europa por los militares norteamericanos. La gripe fue impropiamente denominada ‘gripe española’ ya que en nuestro país, que no participó en la I Guerra Mundial, no se ocultaban, como en otros Estados contendientes, las noticias sobre su acción. La pandemia se produjo en sucesivas oleadas, afectó a entre un 20% y un 40% de la población mundial -especialmente jóvenes- y mató a no menos de 25 millones de ciudadanos, aunque algunos analistas elevan la cifra hasta los 50.
Es preciso recordar que en esos años no había antibióticos, inútiles ante los virus pero eficaces contra las bacterias causantes de complicaciones respiratorias como las neumonías. En España, la gripe afectó a unos ocho millones de personas con 150.000 muertos ‘oficiales’, aunque probablemente fueron bastantes más. La I Guerra Mundial no provocó la gripe, si bien las penurias causadas por el conflicto y los movimientos de tropas favorecieron su difusión. Murieron muchos militares, pero también mató a muchos civiles; algunos tan conocidos como el poeta francés Guillaume Apollinaire, el dramaturgo Edmond Rostand, el pintor austriaco Egon Schiele o el economista alemán Max Weber.
La siguiente epidemia importante fue la de 1957, conocida coma la ‘gripe asiática’. El virus fue menos patogénico que el anterior, pero al afectar a una población con poca resistencia inmunitaria, ya que desde la anterior pandemia había trascurrido mucho tiempo, causó dos millones de muertos. En 1968 se desató la ‘gripe de Hong Kong’, que desencadenó un millón de muertos, sobre todo entre la gente mayor. En 1997, en 1999 y sobre todo en 2002-2003 tuvo lugar la ‘gripe aviar’, que afectó inicialmente a 8.000 personas y produjo 800 muertos, aunque el virus sigue activo y se ha extendido desde Asia a otras partes del mundo.
Y llegamos a la gripe A (H1N1), causada por una variante del ‘influenza virus’ de origen porcino y considerada nueva porque nunca había circulado antes en la especie humana, pese a que puedan rastrearse sus tatarabuelos. Es una gripe que comenzó el pasado abril en México, desde donde se propagó con rapidez al resto del mundo, por lo que la Organización Mundial de la Salud la ha clasificado con un nivel de alerta 6, el máximo, aunque aluda sólo a la extensión geográfica de la enfermedad. Por la rapidez de la difusión se diferencia de otras pandemias previas, pero se parece a algunas de ellas (a la gripe de 1918) porque ataca preferentemente a los jóvenes. Afortunadamente, la velocidad de su extensión está acompañada por la levedad de su incidencia, si bien podría causar más infecciones que la gripe estacional dado que la gente tiene escasa o nula inmunidad frente a este virus renovado. La gran ventaja es que nos enfrentamos a él con métodos farmacológicos (vacunas para el otoño ) y con un sistema de vigilancia bastante eficaz, sobre todo en los países desarrollados. El reverso de la moneda es el daño que esta gripe podría causar en los países en desarrollo, donde las enfermedades tropicales matan ya a millones de personas cada año.
Es difícil ofrecer datos acerca de la enfermedad. La directora de la OMS, Margaret Chan, daba la pasada semana la cifra de 200.010 casos confirmados y 2.185 muertes en todo el mundo. En España, ya se ha llegado a la veintena de fallecidos, pero sin duda subirán. La ministra de Sanidad anunció con precaución que podrían replicarse las muertes de la gripe normal (8.000 al año).
La gran incógnita deriva de la posibilidad de recombinación del virus con el de la ‘gripe aviar’ o con otros subtipos conocidos. Es una simple conjetura que quizá nunca tenga lugar. Pero aunque así fuera, es preciso prepararse para convivir con una pandemia que va a extenderse por el mundo durante uno o dos años al menos.
Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona
Creemos que las enfermedades infecciosas son una cosa del pasado. Y apoyamos nuestra argumentación en el fuerte retroceso que estas dolencias ‘exógenas’ han tenido como causas decisivas de nuestro tránsito al otro mundo. Ciertamente es así y lo es también que, gracias a las batallas ganadas a esas parcas mortíferas, hemos podido pasar de un modelo de ‘morir de joven’ a otro predominante de ‘morir de viejo’, en el que la acción combinada de las enfermedades cardiovasculares y los tumores ha tomado el relevo causal. Quizá por eso nos preocupa tanto la gripe de 2009: porque refuerza el papel de un virus como causante de enfermedad y muerte y porque, por el momento, afecta más a gente joven que a viejos. Y cuando digo refuerza no me olvido de que la gripe habitual mata en el mundo cada año entre 250.000 y 500.000 personas.
Los expertos consideran que se trata de un virus nuevo cuyos orígenes se pueden rastrear hasta el germen de la gripe de 1918, que luego fue mutando para provocar las epidemias del siglo XX. Sin duda, la más virulenta y mortífera fue la del citado año, que surgió en un cuartel de Kansas y fue trasladada a Europa por los militares norteamericanos. La gripe fue impropiamente denominada ‘gripe española’ ya que en nuestro país, que no participó en la I Guerra Mundial, no se ocultaban, como en otros Estados contendientes, las noticias sobre su acción. La pandemia se produjo en sucesivas oleadas, afectó a entre un 20% y un 40% de la población mundial -especialmente jóvenes- y mató a no menos de 25 millones de ciudadanos, aunque algunos analistas elevan la cifra hasta los 50.
Es preciso recordar que en esos años no había antibióticos, inútiles ante los virus pero eficaces contra las bacterias causantes de complicaciones respiratorias como las neumonías. En España, la gripe afectó a unos ocho millones de personas con 150.000 muertos ‘oficiales’, aunque probablemente fueron bastantes más. La I Guerra Mundial no provocó la gripe, si bien las penurias causadas por el conflicto y los movimientos de tropas favorecieron su difusión. Murieron muchos militares, pero también mató a muchos civiles; algunos tan conocidos como el poeta francés Guillaume Apollinaire, el dramaturgo Edmond Rostand, el pintor austriaco Egon Schiele o el economista alemán Max Weber.
La siguiente epidemia importante fue la de 1957, conocida coma la ‘gripe asiática’. El virus fue menos patogénico que el anterior, pero al afectar a una población con poca resistencia inmunitaria, ya que desde la anterior pandemia había trascurrido mucho tiempo, causó dos millones de muertos. En 1968 se desató la ‘gripe de Hong Kong’, que desencadenó un millón de muertos, sobre todo entre la gente mayor. En 1997, en 1999 y sobre todo en 2002-2003 tuvo lugar la ‘gripe aviar’, que afectó inicialmente a 8.000 personas y produjo 800 muertos, aunque el virus sigue activo y se ha extendido desde Asia a otras partes del mundo.
Y llegamos a la gripe A (H1N1), causada por una variante del ‘influenza virus’ de origen porcino y considerada nueva porque nunca había circulado antes en la especie humana, pese a que puedan rastrearse sus tatarabuelos. Es una gripe que comenzó el pasado abril en México, desde donde se propagó con rapidez al resto del mundo, por lo que la Organización Mundial de la Salud la ha clasificado con un nivel de alerta 6, el máximo, aunque aluda sólo a la extensión geográfica de la enfermedad. Por la rapidez de la difusión se diferencia de otras pandemias previas, pero se parece a algunas de ellas (a la gripe de 1918) porque ataca preferentemente a los jóvenes. Afortunadamente, la velocidad de su extensión está acompañada por la levedad de su incidencia, si bien podría causar más infecciones que la gripe estacional dado que la gente tiene escasa o nula inmunidad frente a este virus renovado. La gran ventaja es que nos enfrentamos a él con métodos farmacológicos (vacunas para el otoño ) y con un sistema de vigilancia bastante eficaz, sobre todo en los países desarrollados. El reverso de la moneda es el daño que esta gripe podría causar en los países en desarrollo, donde las enfermedades tropicales matan ya a millones de personas cada año.
Es difícil ofrecer datos acerca de la enfermedad. La directora de la OMS, Margaret Chan, daba la pasada semana la cifra de 200.010 casos confirmados y 2.185 muertes en todo el mundo. En España, ya se ha llegado a la veintena de fallecidos, pero sin duda subirán. La ministra de Sanidad anunció con precaución que podrían replicarse las muertes de la gripe normal (8.000 al año).
La gran incógnita deriva de la posibilidad de recombinación del virus con el de la ‘gripe aviar’ o con otros subtipos conocidos. Es una simple conjetura que quizá nunca tenga lugar. Pero aunque así fuera, es preciso prepararse para convivir con una pandemia que va a extenderse por el mundo durante uno o dos años al menos.
Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona
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