Por Peter Singer, profesor de Bioética en la Universidad de Princeton y profesor emérito en la Universidad de Melbourne. Traducción de Kena Nequiz. © Project Syndicate, 2009 (EL PAÍS, 03/09/09):
La reciente liberación de Abdel Basset Ali al-Megrahi, la única persona condenada por la explosión del vuelo 103 de Pan Am sobre Lockerbie (Escocia) en 1988, generó indignación. Aproximadamente al mismo tiempo, las Águilas de Filadelfia, un equipo de fútbol americano, le ofrecieron una segunda oportunidad a la ex estrella Michael Vick, que había sido condenado por dirigir una organización de peleas de perros en la que se torturaba y mataba a los animales perdedores. Asimismo, William Calley, que comandaba el pelotón que masacró a cientos de civiles vietnamitas en la aldea de My Lai en 1968, ha roto el silencio y pedido perdón por sus acciones.
¿Cuándo debemos perdonar o ser clementes con los malhechores? En muchas sociedades los delitos que tienen que ver con la crueldad hacia los animales reciben un trato demasiado indulgente, pero el castigo de Vick -23 meses de cárcel- fue sustancial. Además del encarcelamiento, perdió dos años de su carrera como jugador y millones de dólares de ingresos. Si Vick nunca volviera a jugar, sufriría un castigo mucho mayor al impuesto por el tribunal.
Vick ha expresado su arrepentimiento. Tal vez lo más importante es que ha convertido las palabras en hechos y ahora es voluntario en un refugio de animales y trabaja con la Sociedad Humanitaria de Estados Unidos para luchar contra las peleas de perros. Es difícil ver qué provecho se obtendría de impedirle terminar su rehabilitación y volver a dedicarse a lo que mejor sabe hacer.
Megrahi fue condenado por el asesinato de 270 personas y sentenciado a cadena perpetua. Apenas había cumplido siete años de esa condena cuando el ministro de Justicia escocés, Kenny MacAskill, lo liberó por motivos humanitarios, basándose en un informe médico según el cual tiene cáncer terminal y sólo le quedan tres meses de vida. La cuestión del arrepentimiento no se ha planteado, porque Megrahi nunca ha admitido su culpabilidad, y no retiró una apelación contra su condena hasta poco antes de su liberación.
Se han planteado dudas acerca de si Megrahi realmente está a punto de morir. Al parecer, sólo el médico de la prisión estuvo dispuesto a afirmar que no le quedaban más de tres meses de vida, mientras que cuatro especialistas se negaron a dar un pronóstico. También ha habido especulaciones de que la liberación de Megrahi estuvo relacionada con negociaciones sobre contratos petroleros entre el Reino Unido y Libia. Por último, algunas personas ponen en duda que Megrahi realmente haya sido el autor del delito, y esto puede haber jugado un papel en la decisión de MacAskill (aunque, de ser así, habría sido mejor dejar que los tribunales resolvieran el asunto).
Pero dejemos de lado estascuestiones por el momento. Suponiendo que Megrahi fuera culpable y que se le hubiera puesto en libertad porque le queda poco tiempo de vida, ¿acaso la enfermedad terminal de un preso justifica su liberación por razones humanitarias?
La respuesta podría depender de la naturaleza del delito, la duración de la pena y la proporción de ésta que quede por cumplirse. En el caso de un carterista que ha cumplido la mitad de una condena de dos años, sería excesivamente severo insistir en que la pena se cumpliera en su totalidad si eso significara que moriría en la cárcel y no con su familia. Sin embargo, liberar a un hombre que cumplió tan sólo siete años de una sentencia de cadena perpetua por un asesinato en masa es un asunto muy diferente. Como señalan los familiares de las víctimas, en la planificación de su delito Megrahi no mostró compasión. ¿Por qué, preguntan, debemos mostrarle compasión a él?
En una declaración que hizo ante el Parlamento escocés para defender su decisión, MacAskill se abstuvo de citar el discurso más conocido sobre la clemencia que existe en el idioma inglés -el de Porcia en El mercader de Venecia de Shakespeare-, pero las palabras de Porcia se habrían ajustado a lo esencial de su declaración. Porcia reconoce que Shylock no tiene ninguna obligación de mostrar clemencia a Antonio, quien ha violado su acuerdo con él.
“La calidad de la clemencia no es forzada” -es decir, limitada, u obligatoria- le dice a Shylock, sino algo que cae libremente, como la lluvia. MacAskill reconoció que el propio Megrahi no mostró ninguna compasión, pero señala con razón que esto por sí solo no es motivo para negarle la clemencia en sus últimos días. A continuación, se refiere a los valores de la humanidad, la compasión y la misericordia, como “las creencias a las que tratamos de apegarnos”, y enmarca su decisión como fiel a los valores de Escocia.
Podemos estar razonablemente en desacuerdo con la decisión de MacAskill, pero debemos reconocer que -a menos que haya algo más bajo la superficie- estuvo motivado por algunos de los mejores valores que podemos ejercer. Y si creemos que Megrahi no fue lo suficientemente castigado por su delito, ¿qué pensar entonces del trato que recibió el ex teniente William Calley?
En 1971, Calley fue condenado por el asesinato de “no menos de 22 civiles vietnamitas de edades y sexos indeterminados”. También fue declarado culpable de atacar con intención de asesinar a un niño vietnamita. Sin embargo, tres días -sí, días- después de su condena, el presidente Richard Nixon ordenó que fuera puesto en libertad y que se le permitiera cumplir su condena en una confortable casa de dos dormitorios. Allí vivió con una compañera y el personal que le ayudaba. Después de tres años, fue puesto en libertad incluso de este tipo de arresto.
Calley siempre sostuvo que estaba obedeciendo órdenes. El capitán Ernest Medina, su comandante, le ordenó quemar la aldea y contaminar sus pozos, pero no hay pruebas claras de que la orden incluyera matar a no combatientes -y por supuesto, si esa orden se hubiera dado, no debería haberse obedecido. (Medina fue absuelto del cargo de asesinato)-.
Tras décadas de negarse a hablar en público, Calley, que ahora tiene 66 años, dijo recientemente que “no pasa un día” sin que sienta remordimiento “por lo ocurrido en My Lai”. Me pregunto si los familiares de los asesinados en My Lai están más dispuestos a perdonar a Calley que los familiares de los muertos en Lockerbie a perdonar a Megrahi.
Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona
La reciente liberación de Abdel Basset Ali al-Megrahi, la única persona condenada por la explosión del vuelo 103 de Pan Am sobre Lockerbie (Escocia) en 1988, generó indignación. Aproximadamente al mismo tiempo, las Águilas de Filadelfia, un equipo de fútbol americano, le ofrecieron una segunda oportunidad a la ex estrella Michael Vick, que había sido condenado por dirigir una organización de peleas de perros en la que se torturaba y mataba a los animales perdedores. Asimismo, William Calley, que comandaba el pelotón que masacró a cientos de civiles vietnamitas en la aldea de My Lai en 1968, ha roto el silencio y pedido perdón por sus acciones.
¿Cuándo debemos perdonar o ser clementes con los malhechores? En muchas sociedades los delitos que tienen que ver con la crueldad hacia los animales reciben un trato demasiado indulgente, pero el castigo de Vick -23 meses de cárcel- fue sustancial. Además del encarcelamiento, perdió dos años de su carrera como jugador y millones de dólares de ingresos. Si Vick nunca volviera a jugar, sufriría un castigo mucho mayor al impuesto por el tribunal.
Vick ha expresado su arrepentimiento. Tal vez lo más importante es que ha convertido las palabras en hechos y ahora es voluntario en un refugio de animales y trabaja con la Sociedad Humanitaria de Estados Unidos para luchar contra las peleas de perros. Es difícil ver qué provecho se obtendría de impedirle terminar su rehabilitación y volver a dedicarse a lo que mejor sabe hacer.
Megrahi fue condenado por el asesinato de 270 personas y sentenciado a cadena perpetua. Apenas había cumplido siete años de esa condena cuando el ministro de Justicia escocés, Kenny MacAskill, lo liberó por motivos humanitarios, basándose en un informe médico según el cual tiene cáncer terminal y sólo le quedan tres meses de vida. La cuestión del arrepentimiento no se ha planteado, porque Megrahi nunca ha admitido su culpabilidad, y no retiró una apelación contra su condena hasta poco antes de su liberación.
Se han planteado dudas acerca de si Megrahi realmente está a punto de morir. Al parecer, sólo el médico de la prisión estuvo dispuesto a afirmar que no le quedaban más de tres meses de vida, mientras que cuatro especialistas se negaron a dar un pronóstico. También ha habido especulaciones de que la liberación de Megrahi estuvo relacionada con negociaciones sobre contratos petroleros entre el Reino Unido y Libia. Por último, algunas personas ponen en duda que Megrahi realmente haya sido el autor del delito, y esto puede haber jugado un papel en la decisión de MacAskill (aunque, de ser así, habría sido mejor dejar que los tribunales resolvieran el asunto).
Pero dejemos de lado estascuestiones por el momento. Suponiendo que Megrahi fuera culpable y que se le hubiera puesto en libertad porque le queda poco tiempo de vida, ¿acaso la enfermedad terminal de un preso justifica su liberación por razones humanitarias?
La respuesta podría depender de la naturaleza del delito, la duración de la pena y la proporción de ésta que quede por cumplirse. En el caso de un carterista que ha cumplido la mitad de una condena de dos años, sería excesivamente severo insistir en que la pena se cumpliera en su totalidad si eso significara que moriría en la cárcel y no con su familia. Sin embargo, liberar a un hombre que cumplió tan sólo siete años de una sentencia de cadena perpetua por un asesinato en masa es un asunto muy diferente. Como señalan los familiares de las víctimas, en la planificación de su delito Megrahi no mostró compasión. ¿Por qué, preguntan, debemos mostrarle compasión a él?
En una declaración que hizo ante el Parlamento escocés para defender su decisión, MacAskill se abstuvo de citar el discurso más conocido sobre la clemencia que existe en el idioma inglés -el de Porcia en El mercader de Venecia de Shakespeare-, pero las palabras de Porcia se habrían ajustado a lo esencial de su declaración. Porcia reconoce que Shylock no tiene ninguna obligación de mostrar clemencia a Antonio, quien ha violado su acuerdo con él.
“La calidad de la clemencia no es forzada” -es decir, limitada, u obligatoria- le dice a Shylock, sino algo que cae libremente, como la lluvia. MacAskill reconoció que el propio Megrahi no mostró ninguna compasión, pero señala con razón que esto por sí solo no es motivo para negarle la clemencia en sus últimos días. A continuación, se refiere a los valores de la humanidad, la compasión y la misericordia, como “las creencias a las que tratamos de apegarnos”, y enmarca su decisión como fiel a los valores de Escocia.
Podemos estar razonablemente en desacuerdo con la decisión de MacAskill, pero debemos reconocer que -a menos que haya algo más bajo la superficie- estuvo motivado por algunos de los mejores valores que podemos ejercer. Y si creemos que Megrahi no fue lo suficientemente castigado por su delito, ¿qué pensar entonces del trato que recibió el ex teniente William Calley?
En 1971, Calley fue condenado por el asesinato de “no menos de 22 civiles vietnamitas de edades y sexos indeterminados”. También fue declarado culpable de atacar con intención de asesinar a un niño vietnamita. Sin embargo, tres días -sí, días- después de su condena, el presidente Richard Nixon ordenó que fuera puesto en libertad y que se le permitiera cumplir su condena en una confortable casa de dos dormitorios. Allí vivió con una compañera y el personal que le ayudaba. Después de tres años, fue puesto en libertad incluso de este tipo de arresto.
Calley siempre sostuvo que estaba obedeciendo órdenes. El capitán Ernest Medina, su comandante, le ordenó quemar la aldea y contaminar sus pozos, pero no hay pruebas claras de que la orden incluyera matar a no combatientes -y por supuesto, si esa orden se hubiera dado, no debería haberse obedecido. (Medina fue absuelto del cargo de asesinato)-.
Tras décadas de negarse a hablar en público, Calley, que ahora tiene 66 años, dijo recientemente que “no pasa un día” sin que sienta remordimiento “por lo ocurrido en My Lai”. Me pregunto si los familiares de los asesinados en My Lai están más dispuestos a perdonar a Calley que los familiares de los muertos en Lockerbie a perdonar a Megrahi.
Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona
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