Por Walter Laqueur, director del Centro de Estudios Internacionales y Estratégicos de Washington. Traducción: Juan Gabriel López Guix (LA VANGUARDIA, 09/09/09):
Apenas pasa un día sin que se produzca un importante atentado en el Cáucaso septentrional. Las víctimas son políticos destacados, jefes del ejército y la policía, pero también civiles y, con frecuencia, mujeres: maestras, trabajadoras de una sauna, incluso adivinas, enemigos favoritos de los terroristas. ¿Cuán grave es esta campaña? ¿Quién está tras ella y por qué les resulta a los rusos tan difícil reprimirla?
No hay respuesta breve a estas preguntas. El Cáucaso tiene una larga historia de violencia. Shamil, el héroe de la liberación nacional, luchó contra el ejército ruso durante veinticinco años en el siglo XIX. Sin embargo, Shamil no sólo fue un dirigente militar de gran talento, sino también un político inteligente, y conocía los límites de la violencia, cuándo iniciarla y cuándo detenerla. Tampoco se trata, por otra parte, de una lucha de los rusos contra todos los demás. El Cáucaso es una región con muchas lenguas y nacionalidades (sólo en Daguestán hay unas cuarenta).
Durante el dominio soviético, la región permaneció cerrada mucho tiempo a los extranjeros, y yo fui uno de los primeros en visitar el Cáucaso septentrional tras su reapertura. Me impresionaron dos cosas. Ante todo, la magnificencia del paisaje: las montañas, los bosques, el fastuoso panorama. Era como una Suiza sin turistas. Mi otra vívida impresión fue la soterrada hostilidad mutua de los grupos nacionales que habitan la zona. En apariencia, todo parecía tranquilo: el KGB se encargaba de ello, y viajar resultaba bastante seguro.
Con el derrumbe soviético, reaparecieron las viejas hostilidades, y los yihadistas de Oriente Medio consideraron que había llegado la hora de extender su influencia (y quizá su dominio) a las regiones musulmanas de la antigua URSS. No tuvieron demasiado éxito en la región del Volga (Tartaristán) ni tampoco en Moscú, donde hoy viven entre 1 y 2 millones de musulmanes. Esas regiones (Kazán y Ufá) están desarrolladas económicamente, el nivel cultural es más elevado y no desean iniciar una marcha hacia la edad media. Los emisarios islamistas intentaron infiltrarse en las mezquitas y las escuelas musulmanas, pero las autoridades se mostraron vigilantes. Además, los musulmanes autóctonos han vivido en paz durante siglos con los rusos vecinos. Es cierto que ha habido quejas contra Moscú y que los musulmanes locales siguen presionando por demandas políticas. Pero la guerra civil en el Cáucaso ha actuado de modo disuasorio y es lo último que desean.
El Cáucaso, por otra parte, parece ofrecer mejores oportunidades. Rusia ha tardado dos guerras, que se han cobrado más de 100.000 vidas civiles y militares, en restaurar cierto orden en Chechenia y en imponer unos gobernantes considerados de confianza (hasta cierto punto). El caso es que el régimen de los Kadirov (primero, el del padre, asesinado mientras contemplaba un partido de fútbol, y ahora el del hijo) sólo puede mantenerse ejerciendo una represión considerable. Así que ha prevalecido una situación paradójica. Grozny, la capital destruida en las dos guerras, está ahora reconstruida; y hay incluso un rascacielos de 40 pisos. Todo ello se ha logrado al precio de una mayor represión. No toda la oposición a los Kadirov es islamista y extremista, y en las últimas semanas los rusos han empezado a hablar (por intermediarios) con los elementos más moderados de la emigración chechena (sobre todo, en Londres). ¿Se alcanzará con esto la paz en la región?
Cabe dudarlo, porque mientras tanto el terrorismo se ha extendido a las pequeñas repúblicas colindantes con Chechenia. Y una de las razones ha sido el elevado desempleo entre los jóvenes (del 70%-80%), lo cual explica por qué los yihadistas han encontrado un gran respaldo en países como Daguestán, que es extremadamente pobre y no podría sobrevivir sin la ayuda económica rusa. Los rebeldes islamistas del Cáucaso septentrional proclaman que su objetivo es un Estado unido, pero tal pretensión parece una fantasía si tenemos en cuenta los muchos pueblos y nacionalidades de la zona.
¿Cuál será la política de los rusos? No diferirá de la llevada a cabo en el pasado: nombrar dirigentes locales que colaboren con ellos, al menos de momento. Les concederán una autonomía limitada: en Chechenia se ha introducido la charia y sopesan reintroducir la poligamia. Muchos portavoces de la derecha rusa sueñan con una gran alianza euroasiática que incluya no sólo a China sino también a India e incluso a Irán; una alianza de orientación antioccidental, pero que actúe como factor estabilizador en los asuntos internos rusos. Los rusos apoyarán a sus vecinos de Oriente Medio, pero esperarán de ellos que no intervengan en sus asuntos internos (como, por ejemplo, en las peticiones de los musulmanes rusos).
Pero los países asiáticos no están interesados en una alianza estrecha con Rusia. Y, de llegarse a ella, Rusia sería el socio pequeño, no el mayor.
A corto plazo, los combates de la guerrilla y el terrorismo pararán al llegar el otoño y el invierno. En el Cáucaso, las luchas sólo estallan en verano, no en las demás estaciones; porque los bosques ya no ofrecen protección a los atacantes. Pero a largo plazo la llegada del invierno no resolverá los profundos problemas del Cáucaso. La región seguirá convulsa y peligrosa.
Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona
Apenas pasa un día sin que se produzca un importante atentado en el Cáucaso septentrional. Las víctimas son políticos destacados, jefes del ejército y la policía, pero también civiles y, con frecuencia, mujeres: maestras, trabajadoras de una sauna, incluso adivinas, enemigos favoritos de los terroristas. ¿Cuán grave es esta campaña? ¿Quién está tras ella y por qué les resulta a los rusos tan difícil reprimirla?
No hay respuesta breve a estas preguntas. El Cáucaso tiene una larga historia de violencia. Shamil, el héroe de la liberación nacional, luchó contra el ejército ruso durante veinticinco años en el siglo XIX. Sin embargo, Shamil no sólo fue un dirigente militar de gran talento, sino también un político inteligente, y conocía los límites de la violencia, cuándo iniciarla y cuándo detenerla. Tampoco se trata, por otra parte, de una lucha de los rusos contra todos los demás. El Cáucaso es una región con muchas lenguas y nacionalidades (sólo en Daguestán hay unas cuarenta).
Durante el dominio soviético, la región permaneció cerrada mucho tiempo a los extranjeros, y yo fui uno de los primeros en visitar el Cáucaso septentrional tras su reapertura. Me impresionaron dos cosas. Ante todo, la magnificencia del paisaje: las montañas, los bosques, el fastuoso panorama. Era como una Suiza sin turistas. Mi otra vívida impresión fue la soterrada hostilidad mutua de los grupos nacionales que habitan la zona. En apariencia, todo parecía tranquilo: el KGB se encargaba de ello, y viajar resultaba bastante seguro.
Con el derrumbe soviético, reaparecieron las viejas hostilidades, y los yihadistas de Oriente Medio consideraron que había llegado la hora de extender su influencia (y quizá su dominio) a las regiones musulmanas de la antigua URSS. No tuvieron demasiado éxito en la región del Volga (Tartaristán) ni tampoco en Moscú, donde hoy viven entre 1 y 2 millones de musulmanes. Esas regiones (Kazán y Ufá) están desarrolladas económicamente, el nivel cultural es más elevado y no desean iniciar una marcha hacia la edad media. Los emisarios islamistas intentaron infiltrarse en las mezquitas y las escuelas musulmanas, pero las autoridades se mostraron vigilantes. Además, los musulmanes autóctonos han vivido en paz durante siglos con los rusos vecinos. Es cierto que ha habido quejas contra Moscú y que los musulmanes locales siguen presionando por demandas políticas. Pero la guerra civil en el Cáucaso ha actuado de modo disuasorio y es lo último que desean.
El Cáucaso, por otra parte, parece ofrecer mejores oportunidades. Rusia ha tardado dos guerras, que se han cobrado más de 100.000 vidas civiles y militares, en restaurar cierto orden en Chechenia y en imponer unos gobernantes considerados de confianza (hasta cierto punto). El caso es que el régimen de los Kadirov (primero, el del padre, asesinado mientras contemplaba un partido de fútbol, y ahora el del hijo) sólo puede mantenerse ejerciendo una represión considerable. Así que ha prevalecido una situación paradójica. Grozny, la capital destruida en las dos guerras, está ahora reconstruida; y hay incluso un rascacielos de 40 pisos. Todo ello se ha logrado al precio de una mayor represión. No toda la oposición a los Kadirov es islamista y extremista, y en las últimas semanas los rusos han empezado a hablar (por intermediarios) con los elementos más moderados de la emigración chechena (sobre todo, en Londres). ¿Se alcanzará con esto la paz en la región?
Cabe dudarlo, porque mientras tanto el terrorismo se ha extendido a las pequeñas repúblicas colindantes con Chechenia. Y una de las razones ha sido el elevado desempleo entre los jóvenes (del 70%-80%), lo cual explica por qué los yihadistas han encontrado un gran respaldo en países como Daguestán, que es extremadamente pobre y no podría sobrevivir sin la ayuda económica rusa. Los rebeldes islamistas del Cáucaso septentrional proclaman que su objetivo es un Estado unido, pero tal pretensión parece una fantasía si tenemos en cuenta los muchos pueblos y nacionalidades de la zona.
¿Cuál será la política de los rusos? No diferirá de la llevada a cabo en el pasado: nombrar dirigentes locales que colaboren con ellos, al menos de momento. Les concederán una autonomía limitada: en Chechenia se ha introducido la charia y sopesan reintroducir la poligamia. Muchos portavoces de la derecha rusa sueñan con una gran alianza euroasiática que incluya no sólo a China sino también a India e incluso a Irán; una alianza de orientación antioccidental, pero que actúe como factor estabilizador en los asuntos internos rusos. Los rusos apoyarán a sus vecinos de Oriente Medio, pero esperarán de ellos que no intervengan en sus asuntos internos (como, por ejemplo, en las peticiones de los musulmanes rusos).
Pero los países asiáticos no están interesados en una alianza estrecha con Rusia. Y, de llegarse a ella, Rusia sería el socio pequeño, no el mayor.
A corto plazo, los combates de la guerrilla y el terrorismo pararán al llegar el otoño y el invierno. En el Cáucaso, las luchas sólo estallan en verano, no en las demás estaciones; porque los bosques ya no ofrecen protección a los atacantes. Pero a largo plazo la llegada del invierno no resolverá los profundos problemas del Cáucaso. La región seguirá convulsa y peligrosa.
Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona
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