Por ÀngelCastiñeira y Josep M. Lozano, profesores de Esade de la Universitat Ramon Llull (LA VANGUARDIA, 05/09/09):
En Santiago de Cuba es frecuente oír el siguiente comentario irónico referido al mundo laboral: “Ellos hacen como que nos pagan y nosotros hacemos como que trabajamos”. ¿Puede haber empresas responsables sin directivos y trabajadores que lo sean? Las nuevas responsabilidades sociales que hoy en día están asumiendo algunas empresas (RSE) no afectan tan sólo a un cambio de prácticas o indicadores organizativos, sino que requieren también un cambio de mentalidad de sus miembros. ¿Qué actitudes y valores personales ponemos en juego cuando decimos que queremos trabajar y de hecho lo hacemos en una organización socialmente responsable? Nuestra creencia es que la RSE depende de las prácticas corporativas, pero también depende de una cuestión de identidad, lo que decidimos que queremos ser.
Construir una identidad implica siempre un proceso. En él ponemos en juego nuestros valores, lo que queremos ser y lo que dará sentido a nuestra acción. De ahí el vínculo inseparable entre acciones, responsabilidades y valores. Por eso las empresas responsables están obligadas a trabajar sobre sus propios valores, porque no estamos hablando de algo añadido, sino de algo intrínseco a su actividad. Esta es la razón por la cual las empresas inciden de manera tan importante en las biografías y el equilibrio personal de sus trabajadores.
Nos gusta recordar que en una empresa, más que recursos humanos, existen personas con recursos. Estos recursos se activarán mejor o peor en la medida en que seamos capaces de integrar a las personas y su desarrollo en el marco de unos valores compartidos. ¿Alguien se imagina la posibilidad de una empresa responsable que no facilite dicha integración personal? Tiene poco sentido intentar que una empresa sea responsable si quienes la dirigen y trabajan en ella no se identifican con las actitudes que hacen posible la responsabilidad. Difícilmente será viable que una empresa proclame la RSE si, simultáneamente, no lleva a cabo un trabajo mínimamente consciente sobre los valores en que se basa su gestión.
Richard Sennett nos alertó del riesgo de que ciertas apologías del cambio, la adaptabilidad y la flexibilidad, pudieran desembocar en el desarraigo o la corrosión del carácter; corrosión que se manifiesta, por ejemplo, en el hecho de que muchos profesionales sean tan capaces de firmar contratos como incapaces de forjar vínculos vitales duraderos. En efecto, no siempre un currículum brillante va acompañado de la capacidad de narrar la propia vida como un itinerario vital con sentido, entre otras razones porque parece que algunos modelos de gestión sueñan con desarrollar una versión posmoderna del hombre sin atributos. Porque lo que buscan, en el fondo, son individuos desarraigados, siempre disponibles, que no estén marcados ni por sus vínculos ni por ningún sentimiento de pertenencia relacional, social, cultural o nacional, sino únicamente por su dedicación a la empresa o por la confusión deliberada – y a menudo potenciada por la misma empresa-entre su identidad personal y su perfil profesional.
Difícilmente podremos tener empresas responsables sin personas que lo sean y viceversa. En consecuencia, debemos plantearnos hasta qué punto el desarrollo corporativo de la responsabilidad empresarial requiere cuidar del desarrollo de la responsabilidad personal. Estamos hablando de la necesidad de aprender a trabajar sobre uno mismo y sobre la propia calidad personal. Difícilmente se puede poner en práctica la responsabilidad empresarial sin una mínima capacidad personal para elaborar las relaciones y los compromisos que se establecen. Esto plantea inevitablemente un nuevo reto para las empresas: el desarrollo de la capacidad corporativa de trabajar con valores.
Estamos convencidos de que si nos planteamos con seriedad la responsabilidad llegaremos a hacernos preguntas como las siguientes: ¿qué tipo de personas queremos para nuestras empresas?, ¿qué podemos hacer para conseguirlo?, ¿qué tipo de persona – y de personalidad-se está creando en nuestra empresa o se fomenta en ella?, ¿qué tipo de persona – y de personalidad-se reconoce y se promociona en nuestra empresa?, ¿qué tipo de empresa es la que no anula sino que fortalece el carácter de las personas?, etcétera.
¿Trabajar con personas significa también trabajar con ellas en la construcción de un carácter? Si la responsabilidad es un valor que conlleva un compromiso, se hace difícil imaginarla sin entenderla también como un componente de cierta transformación personal, porque los procesos de cambio que generan compromiso han de ser al mismo tiempo personales y corporativos.
Como señalaba el Aspen Institute, “conocerte a ti mismo” y “conocer tu trabajo” son dimensiones cada vez más indisociables. Por supuesto, esto, además de importante, plantea un gran desafío a las empresas, en la medida en que nos encontramos en un contexto sociocultural y empresarial donde la volatilidad a menudo no se considera sólo un fenómeno puramente financiero, sino también un estilo de vida.
Pero, en fin, ninguna época escoge libremente sus desafíos.
Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona
En Santiago de Cuba es frecuente oír el siguiente comentario irónico referido al mundo laboral: “Ellos hacen como que nos pagan y nosotros hacemos como que trabajamos”. ¿Puede haber empresas responsables sin directivos y trabajadores que lo sean? Las nuevas responsabilidades sociales que hoy en día están asumiendo algunas empresas (RSE) no afectan tan sólo a un cambio de prácticas o indicadores organizativos, sino que requieren también un cambio de mentalidad de sus miembros. ¿Qué actitudes y valores personales ponemos en juego cuando decimos que queremos trabajar y de hecho lo hacemos en una organización socialmente responsable? Nuestra creencia es que la RSE depende de las prácticas corporativas, pero también depende de una cuestión de identidad, lo que decidimos que queremos ser.
Construir una identidad implica siempre un proceso. En él ponemos en juego nuestros valores, lo que queremos ser y lo que dará sentido a nuestra acción. De ahí el vínculo inseparable entre acciones, responsabilidades y valores. Por eso las empresas responsables están obligadas a trabajar sobre sus propios valores, porque no estamos hablando de algo añadido, sino de algo intrínseco a su actividad. Esta es la razón por la cual las empresas inciden de manera tan importante en las biografías y el equilibrio personal de sus trabajadores.
Nos gusta recordar que en una empresa, más que recursos humanos, existen personas con recursos. Estos recursos se activarán mejor o peor en la medida en que seamos capaces de integrar a las personas y su desarrollo en el marco de unos valores compartidos. ¿Alguien se imagina la posibilidad de una empresa responsable que no facilite dicha integración personal? Tiene poco sentido intentar que una empresa sea responsable si quienes la dirigen y trabajan en ella no se identifican con las actitudes que hacen posible la responsabilidad. Difícilmente será viable que una empresa proclame la RSE si, simultáneamente, no lleva a cabo un trabajo mínimamente consciente sobre los valores en que se basa su gestión.
Richard Sennett nos alertó del riesgo de que ciertas apologías del cambio, la adaptabilidad y la flexibilidad, pudieran desembocar en el desarraigo o la corrosión del carácter; corrosión que se manifiesta, por ejemplo, en el hecho de que muchos profesionales sean tan capaces de firmar contratos como incapaces de forjar vínculos vitales duraderos. En efecto, no siempre un currículum brillante va acompañado de la capacidad de narrar la propia vida como un itinerario vital con sentido, entre otras razones porque parece que algunos modelos de gestión sueñan con desarrollar una versión posmoderna del hombre sin atributos. Porque lo que buscan, en el fondo, son individuos desarraigados, siempre disponibles, que no estén marcados ni por sus vínculos ni por ningún sentimiento de pertenencia relacional, social, cultural o nacional, sino únicamente por su dedicación a la empresa o por la confusión deliberada – y a menudo potenciada por la misma empresa-entre su identidad personal y su perfil profesional.
Difícilmente podremos tener empresas responsables sin personas que lo sean y viceversa. En consecuencia, debemos plantearnos hasta qué punto el desarrollo corporativo de la responsabilidad empresarial requiere cuidar del desarrollo de la responsabilidad personal. Estamos hablando de la necesidad de aprender a trabajar sobre uno mismo y sobre la propia calidad personal. Difícilmente se puede poner en práctica la responsabilidad empresarial sin una mínima capacidad personal para elaborar las relaciones y los compromisos que se establecen. Esto plantea inevitablemente un nuevo reto para las empresas: el desarrollo de la capacidad corporativa de trabajar con valores.
Estamos convencidos de que si nos planteamos con seriedad la responsabilidad llegaremos a hacernos preguntas como las siguientes: ¿qué tipo de personas queremos para nuestras empresas?, ¿qué podemos hacer para conseguirlo?, ¿qué tipo de persona – y de personalidad-se está creando en nuestra empresa o se fomenta en ella?, ¿qué tipo de persona – y de personalidad-se reconoce y se promociona en nuestra empresa?, ¿qué tipo de empresa es la que no anula sino que fortalece el carácter de las personas?, etcétera.
¿Trabajar con personas significa también trabajar con ellas en la construcción de un carácter? Si la responsabilidad es un valor que conlleva un compromiso, se hace difícil imaginarla sin entenderla también como un componente de cierta transformación personal, porque los procesos de cambio que generan compromiso han de ser al mismo tiempo personales y corporativos.
Como señalaba el Aspen Institute, “conocerte a ti mismo” y “conocer tu trabajo” son dimensiones cada vez más indisociables. Por supuesto, esto, además de importante, plantea un gran desafío a las empresas, en la medida en que nos encontramos en un contexto sociocultural y empresarial donde la volatilidad a menudo no se considera sólo un fenómeno puramente financiero, sino también un estilo de vida.
Pero, en fin, ninguna época escoge libremente sus desafíos.
Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona
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