Por Csilla Davalovszky, experta húngara en relaciones internacionales, especializada en el área de Asia Oriental (EL PAÍS, 05/09/09):
A partir de los años noventa, se ha producido un gran interés por la cultura popular japonesa (J-Pop). El manga (el cómic) y el anime (los dibujos animados), así como la música y la moda niponas, se han lanzado a la conquista del mundo y han encontrado fieles seguidores (otaku) en Estados Unidos, Asia y Europa. Asiática en sus raíces pero occidental en su apariencia, la J-Pop encarna a los ojos de los jóvenes de diversas nacionalidades la modernidad y el estilo chic japonés. Un estilo de vida que resulta especialmente atractivo para los jóvenes asiáticos por la proximidad geográfica y cultural de Japón, pero que ha llegado mucho más lejos: ahí está en las pantallas Mapa de los sonidos de Tokio, la última película de la directora española Isabel Coixet.
La clave del éxito en Asia de esta cultura se encuentra en el afán de las clases medias y de los jóvenes asiáticos por asumir el Japanese Way of Life, que ha sabido combinar su querencia cosmopolita con su vocación consumista. Se trata de un estilo de vida que tiene mucho de occidental, pero que en Japón ha logrado mezclarse con elementos de la cultura tradicional nipona, lo que Douglas McGray llama Japanese Cool en su artículo publicado en Foreign Policy. Directores de películas de animación, como Hayao Miyazaki (Mi vecino Totoro, el oscarizado El viaje de Chihiro, El castillo ambulante), Isao Takahata (Mis vecinos los Yamada) y el famoso Estudio Ghibli, creado por estos dos, resultan igual de familiares en Tokio que en Madrid, Londres y Los Ángeles. Miyazaki, con su combinación de humor, crítica social y compromiso con el medio ambiente, ha cosechado una serie de éxitos artísticos y de taquilla internacionales.
Está claro que, en los últimos años, el interés por la cultura popular nipona ha generado a su vez un interés entre los jóvenes extranjeros por Japón y por la lengua japonesa. La J-Pop ha creado una industria que mueve miles de millones de yenes anuales, por lo que tampoco se puede dejar de lado su valor comercial. En este sentido, no es una casualidad que en los últimos años el Gobierno japonés haya empezado a tomar en serio la cultura popular japonesa y a ver en ella una herramienta idónea para la difusión de la imagen del Japón en el exterior. En países como China o Corea del Sur, que aún tienen percepciones negativas sobre la política exterior japonesa de la época de la II Guerra Mundial, los dibujos animados y las telenovelas niponas están ayudando a crear una imagen más positiva del Japón de nuestros días, especialmente entre los miembros de las nuevas generaciones.
Según una encuesta realizada entre 2005 y 2006 por BBC World Service, 31 de los 33 países sondeados opinaban que Japón tenía una influencia positiva en el mundo. Para un país que salió de la II Guerra Mundial como Estado vencido, con la confianza de la comunidad internacional perdida a causa de la política equivocada que había seguido durante la primera mitad del siglo XX, la economía devastada y una imagen muy negativa, es un logro digno de mencionar. Actualmente la contribución a la paz, la estabilidad y la amistad internacionales, junto con el objetivo de estrechar las relaciones con los países asiáticos, constituyen algunas de las más importantes prioridades de la política exterior de Japón. El famoso Artículo 9 de la Constitución (aprobada en 1947) que renuncia para siempre al uso de la fuerza, las significativas aportaciones de Japón al presupuesto de Naciones Unidas, así como su Ayuda Oficial al Desarrollo, dan muestra de la vocación pacifista del país en los últimos 60 años.
Consciente del enorme interés por la J-Pop en el mundo, en 2006 el Ministerio de Relaciones Exteriores del Japón hizo un gran lanzamiento de la “vanguardia contemporánea” en la Digital Hollywood University de Tokio, reconocido centro de formación de diseño. Esa vanguardia destaca por la utilización de formatos digitales y su proyección exterior ha abierto un nuevo capítulo en la historia de la diplomacia pública nipona. El entonces ministro Taro Aso calificó la cultura popular de “nuevo aliado de la diplomacia japonesa” y resaltó el poder y el atractivo de utilizar Japón como una marca, que debía seguir fortaleciéndose. Por otro lado, invitó al sector privado a cooperar con el Gobierno a través de asociaciones público-privadas, de manera que las tradicionales tareas relacionadas con la diplomacia cultural y la diplomacia pública se repartieran así entre el Ministerio de Relaciones Exteriores, la Fundación Japón (está previsto que una de sus sedes se inaugure en Madrid este año) y las empresas y ONG niponas. Parece probable que el Partido Demócrata de Japón (PDJ), cuya victoria en las elecciones generales del 30 de agosto ha puesto fin a más de medio siglo de liderazgo del Partido Liberal Democrático (PLD), opte por seguir en esta dirección.
Tal vez no sea una exageración afirmar que Japón ha emergido en el nuevo milenio como una verdadera superpotencia cultural gracias a su capacidad para posicionarse como país posmoderno y a la vez tradicional, así como por la toma de conciencia de sus dirigentes políticos para ejercer el poder suave de Japón para difundir una imagen positiva del país en el mundo. Que Japón haya logrado crear con tanta habilidad una mezcla original y única de dos estilos de vida diferentes se debe al hecho de que, a lo largo de su milenaria historia, el archipiélago ha pertenecido a dos órdenes mundiales diferentes, que lo han convertido en puente entre Oriente y Occidente. Es de ahí de donde procede su doble identidad: asiática, por un lado, por su situación geográfica y su cultura (hasta el siglo XVI, Japón formó parte del orden mundial dominado por China, que ejerció una enorme influencia en el desarrollo del Estado japonés) y, por otro, occidental, gracias a los contactos que tuvo con Europa en el siglo XVI y (tras un periodo de aislamiento que se prolongó entre 1653 y 1853) con Occidente y, en particular, con Estados Unidos.
Los primeros contactos del Japón con el mundo exterior desencadenaron un verdadero choque político, social y cultural en el País del Sol Naciente. Sin embargo, Japón no tardó mucho en entender que, si lograba adaptarse a las nuevas circunstancias, podría incluso sacar provecho de las mismas. Gracias a una serie de factores, como las altas tasas de ahorro de su población, la sólida ética laboral de su mano de obra, así como a su apuesta por la innovación tecnológica tras la II Guerra Mundial, no sólo recuperó su economía devastada por la guerra, sino que alcanzó un nivel de desarrollo nunca antes visto, convirtiéndose en una superpotencia económica en los años ochenta. Aunque el milagro japonés fue cuestionado en la “década perdida” de los noventa, hoy día Japón constituye la segunda economía del mundo en términos de PIB y la tercera en términos de paridad de compra. El país que copió a otros Estados se ha convertido en un modelo a copiar. El talento con que ha conseguido incorporar las novedades extranjeras a la propia cultura sin perder su identidad tradicional es la clave de la capacidad de adaptación del Japón y de su sociedad a las exigencias de un mundo cambiante.
Moderna en su apariencia pero tradicional en sus orígenes, la cultura popular japonesa se ha desarrollado a partir de tradiciones literarias y artísticas antiguas mezcladas con elementos de la cultura occidental. Es probable que actualmente haya más consumidores de la cultura popular japonesa fuera del Japón que en el propio archipiélago, aunque los eventos más atractivos (ferias, concursos y festivales de cine de animación, conciertos, etcétera), a los que acuden aficionados extranjeros en gran número, siguen celebrándose en Japón. El barrio tokiota de Akihabara es el centro mundial de la animación, del manga y del entretenimiento popular. Japón incluso cuenta con un embajador del anime: es Doraemon, el famoso gato robot cósmico del siglo XXII, que está viajando por todo el mundo difundiendo la imagen del Japón a través del cine de animación.
Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona
A partir de los años noventa, se ha producido un gran interés por la cultura popular japonesa (J-Pop). El manga (el cómic) y el anime (los dibujos animados), así como la música y la moda niponas, se han lanzado a la conquista del mundo y han encontrado fieles seguidores (otaku) en Estados Unidos, Asia y Europa. Asiática en sus raíces pero occidental en su apariencia, la J-Pop encarna a los ojos de los jóvenes de diversas nacionalidades la modernidad y el estilo chic japonés. Un estilo de vida que resulta especialmente atractivo para los jóvenes asiáticos por la proximidad geográfica y cultural de Japón, pero que ha llegado mucho más lejos: ahí está en las pantallas Mapa de los sonidos de Tokio, la última película de la directora española Isabel Coixet.
La clave del éxito en Asia de esta cultura se encuentra en el afán de las clases medias y de los jóvenes asiáticos por asumir el Japanese Way of Life, que ha sabido combinar su querencia cosmopolita con su vocación consumista. Se trata de un estilo de vida que tiene mucho de occidental, pero que en Japón ha logrado mezclarse con elementos de la cultura tradicional nipona, lo que Douglas McGray llama Japanese Cool en su artículo publicado en Foreign Policy. Directores de películas de animación, como Hayao Miyazaki (Mi vecino Totoro, el oscarizado El viaje de Chihiro, El castillo ambulante), Isao Takahata (Mis vecinos los Yamada) y el famoso Estudio Ghibli, creado por estos dos, resultan igual de familiares en Tokio que en Madrid, Londres y Los Ángeles. Miyazaki, con su combinación de humor, crítica social y compromiso con el medio ambiente, ha cosechado una serie de éxitos artísticos y de taquilla internacionales.
Está claro que, en los últimos años, el interés por la cultura popular nipona ha generado a su vez un interés entre los jóvenes extranjeros por Japón y por la lengua japonesa. La J-Pop ha creado una industria que mueve miles de millones de yenes anuales, por lo que tampoco se puede dejar de lado su valor comercial. En este sentido, no es una casualidad que en los últimos años el Gobierno japonés haya empezado a tomar en serio la cultura popular japonesa y a ver en ella una herramienta idónea para la difusión de la imagen del Japón en el exterior. En países como China o Corea del Sur, que aún tienen percepciones negativas sobre la política exterior japonesa de la época de la II Guerra Mundial, los dibujos animados y las telenovelas niponas están ayudando a crear una imagen más positiva del Japón de nuestros días, especialmente entre los miembros de las nuevas generaciones.
Según una encuesta realizada entre 2005 y 2006 por BBC World Service, 31 de los 33 países sondeados opinaban que Japón tenía una influencia positiva en el mundo. Para un país que salió de la II Guerra Mundial como Estado vencido, con la confianza de la comunidad internacional perdida a causa de la política equivocada que había seguido durante la primera mitad del siglo XX, la economía devastada y una imagen muy negativa, es un logro digno de mencionar. Actualmente la contribución a la paz, la estabilidad y la amistad internacionales, junto con el objetivo de estrechar las relaciones con los países asiáticos, constituyen algunas de las más importantes prioridades de la política exterior de Japón. El famoso Artículo 9 de la Constitución (aprobada en 1947) que renuncia para siempre al uso de la fuerza, las significativas aportaciones de Japón al presupuesto de Naciones Unidas, así como su Ayuda Oficial al Desarrollo, dan muestra de la vocación pacifista del país en los últimos 60 años.
Consciente del enorme interés por la J-Pop en el mundo, en 2006 el Ministerio de Relaciones Exteriores del Japón hizo un gran lanzamiento de la “vanguardia contemporánea” en la Digital Hollywood University de Tokio, reconocido centro de formación de diseño. Esa vanguardia destaca por la utilización de formatos digitales y su proyección exterior ha abierto un nuevo capítulo en la historia de la diplomacia pública nipona. El entonces ministro Taro Aso calificó la cultura popular de “nuevo aliado de la diplomacia japonesa” y resaltó el poder y el atractivo de utilizar Japón como una marca, que debía seguir fortaleciéndose. Por otro lado, invitó al sector privado a cooperar con el Gobierno a través de asociaciones público-privadas, de manera que las tradicionales tareas relacionadas con la diplomacia cultural y la diplomacia pública se repartieran así entre el Ministerio de Relaciones Exteriores, la Fundación Japón (está previsto que una de sus sedes se inaugure en Madrid este año) y las empresas y ONG niponas. Parece probable que el Partido Demócrata de Japón (PDJ), cuya victoria en las elecciones generales del 30 de agosto ha puesto fin a más de medio siglo de liderazgo del Partido Liberal Democrático (PLD), opte por seguir en esta dirección.
Tal vez no sea una exageración afirmar que Japón ha emergido en el nuevo milenio como una verdadera superpotencia cultural gracias a su capacidad para posicionarse como país posmoderno y a la vez tradicional, así como por la toma de conciencia de sus dirigentes políticos para ejercer el poder suave de Japón para difundir una imagen positiva del país en el mundo. Que Japón haya logrado crear con tanta habilidad una mezcla original y única de dos estilos de vida diferentes se debe al hecho de que, a lo largo de su milenaria historia, el archipiélago ha pertenecido a dos órdenes mundiales diferentes, que lo han convertido en puente entre Oriente y Occidente. Es de ahí de donde procede su doble identidad: asiática, por un lado, por su situación geográfica y su cultura (hasta el siglo XVI, Japón formó parte del orden mundial dominado por China, que ejerció una enorme influencia en el desarrollo del Estado japonés) y, por otro, occidental, gracias a los contactos que tuvo con Europa en el siglo XVI y (tras un periodo de aislamiento que se prolongó entre 1653 y 1853) con Occidente y, en particular, con Estados Unidos.
Los primeros contactos del Japón con el mundo exterior desencadenaron un verdadero choque político, social y cultural en el País del Sol Naciente. Sin embargo, Japón no tardó mucho en entender que, si lograba adaptarse a las nuevas circunstancias, podría incluso sacar provecho de las mismas. Gracias a una serie de factores, como las altas tasas de ahorro de su población, la sólida ética laboral de su mano de obra, así como a su apuesta por la innovación tecnológica tras la II Guerra Mundial, no sólo recuperó su economía devastada por la guerra, sino que alcanzó un nivel de desarrollo nunca antes visto, convirtiéndose en una superpotencia económica en los años ochenta. Aunque el milagro japonés fue cuestionado en la “década perdida” de los noventa, hoy día Japón constituye la segunda economía del mundo en términos de PIB y la tercera en términos de paridad de compra. El país que copió a otros Estados se ha convertido en un modelo a copiar. El talento con que ha conseguido incorporar las novedades extranjeras a la propia cultura sin perder su identidad tradicional es la clave de la capacidad de adaptación del Japón y de su sociedad a las exigencias de un mundo cambiante.
Moderna en su apariencia pero tradicional en sus orígenes, la cultura popular japonesa se ha desarrollado a partir de tradiciones literarias y artísticas antiguas mezcladas con elementos de la cultura occidental. Es probable que actualmente haya más consumidores de la cultura popular japonesa fuera del Japón que en el propio archipiélago, aunque los eventos más atractivos (ferias, concursos y festivales de cine de animación, conciertos, etcétera), a los que acuden aficionados extranjeros en gran número, siguen celebrándose en Japón. El barrio tokiota de Akihabara es el centro mundial de la animación, del manga y del entretenimiento popular. Japón incluso cuenta con un embajador del anime: es Doraemon, el famoso gato robot cósmico del siglo XXII, que está viajando por todo el mundo difundiendo la imagen del Japón a través del cine de animación.
Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona
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