Por Vicenç Fisas, director de la Escuela de Cultura de Paz. Universitat Autònoma de Barcelona (EL PERIÓDICO, 09/09/09):
Pocas veces un concierto ha tenido tanta repercusión en el mundo antes de celebrarse como el que está previsto realizar en la plaza de la Revolución de la capital cubana el próximo día 20, la víspera del Día Internacional de la Paz, bajo la iniciativa del músico colombiano Juanes y a través de la organización Paz sin Fronteras, en la que participan habitualmente Miguel Bosé y Alejandro Sanz, entre otros músicos.
La polémica, ya internacionalizada, se debe a que la oposición cubana instalada en Miami considera que Juanes y su gente se prestan a un juego favorable a la legitimación del régimen cubano, por el simple hecho de convocar este concierto en la isla (y en la misma plaza de la Revolución), en el que participarán también músicos afectos al régimen, como Silvio Rodríguez, entre otros.
Por su parte, Juanes defiende su iniciativa aduciendo que su concierto no es partidista, sino «blanco», esto es, neutral, aunque no oculta que tiene un componente provocativo, y que el motivo de fondo es precisamente «tender puentes» entre la comunidad cubana dividida, tanto para los que viven en el exilio (muchos en Miami) y los que permanecen en la isla más o menos afectos al régimen como para enlazar a los cubanos en general con Estados Unidos, que mantiene un embargo sobre la isla desde hace décadas.
Curiosamente, en estos días el presidente Obama ha dado luz verde para intensificar las visitas entre cubanos y liberar el envío de dinero de EEUU a Cuba. Algo, pues, se mueve en dirección positiva, y de ahí lo poco oportuno de querer torpedear iniciativas como la del concierto, llegando al extremo de organizar conciertos paralelos de signo opuesto o de quemar en público los discos de Juanes.
El pasado año, Juanes se acompañó de Juan Luis Guerra, Carlos Vives, Bosé, Sanz y otros artistas para dar un simbólico concierto en un puente de la frontera colombo-venezolana, concretamente a las afueras de la ciudad de Cúcuta, en unos momentos de grave tensión entre los gobiernos de los dos países. En fechas próximas piensa repetir la experiencia en cuatro o cinco países más, incluyendo Venezuela. El concierto no solo fue un éxito de asistencia, sino que logró el apoyo de todos los medios de comunicación colombianos más importantes, inclusive los conservadores.
¿Por qué entonces sí era buena la idea de un concierto de unión en el puente de Cúcuta y ahora es mala para tender puentes en Cuba? Probablemente no haya más explicación que la misma polarización de la sociedad cubana y la radicalidad de muchos de los exiliados en Miami. Pero en este caso habría que preguntarse si quienes se oponen al concierto han calibrado lo que en ciencia política llamamos el efecto revolcón de una iniciativa de este tipo, es decir, la capacidad que un concierto de masas, realizado con artistas de varios países y de pensamiento o sensibilidad política diferentes, puede tener para que la gente cubana de a pie, especialmente la juventud, pueda lanzar un mensaje con su simple asistencia multitudinaria a un concierto ya polémico. Esto es, en el sentido de que, al congregarse ante una iniciativa abierta (se ha invitado a significativos músicos opositores al régimen cubano, aunque hayan declinado asistir), mandan una señal a su propio Gobierno, al exilio y a la comunidad internacional, en particular a Estados Unidos (que, por cierto, Hillary Clinton ya apoyó públicamente el concierto), para que se refuercen las tímidas iniciativas de apertura (las internas y las externas vinculadas con Cuba), se empiece a perder el miedo al tránsito político y se empiece a hablar de cómo se hará el largo proceso de reconciliación una vez llegue el momento de cruzar el puente que ha dividido a esta sociedad durante tanto tiempo, y no en términos metafóricos, sino reales.
En el mundo tenemos múltiples ejemplos de revolcones de este tipo, motivados por una iniciativa musical o artística que, aunque no puede sustituir a las iniciativas políticas que tocará hacer, y ya se empiezan a vislumbrar tímidamente, sí son un incentivo, un aliciente y un detonador para dar paso a las medidas mencionadas.
Es algo parecido a las manifestaciones multitudinarias realizadas con camisetas de un color y que, de forma no violenta, han logrado tumbar regímenes dictatoriales.
La música y las artes tienen un potencial transformador que no conviene despreciar, porque llegan a las personas, las agrupan y las invitan a expresar lo que sienten y quieren. Y si Cuba quiere un cambio real y tranquilo, la música es una vía de expresión de esa voluntad.
Ha costado que el Gobierno cubano aceptara la iniciativa de Juanes, como también le costó al venezolano en su momento, probablemente porque pueden intuir esa capacidad revolcativa, y por eso es una pena que los exiliados llamen al boicot de estos conciertos. Pierden una oportunidad para participar en la construcción del puente que, tarde o temprano, tendrán que transitar.
Creo, pues, que hay que apoyar esta iniciativa y todas las que se parezcan, y si las empresas que habitualmente patrocinan estos acontecimientos se sienten temerosas y se retiran en su comodidad, como ha ocurrido ahora, tendría sentido que desde la cooperación internacional se diera un apoyo claro a esta iniciativas de paz.
Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona
Pocas veces un concierto ha tenido tanta repercusión en el mundo antes de celebrarse como el que está previsto realizar en la plaza de la Revolución de la capital cubana el próximo día 20, la víspera del Día Internacional de la Paz, bajo la iniciativa del músico colombiano Juanes y a través de la organización Paz sin Fronteras, en la que participan habitualmente Miguel Bosé y Alejandro Sanz, entre otros músicos.
La polémica, ya internacionalizada, se debe a que la oposición cubana instalada en Miami considera que Juanes y su gente se prestan a un juego favorable a la legitimación del régimen cubano, por el simple hecho de convocar este concierto en la isla (y en la misma plaza de la Revolución), en el que participarán también músicos afectos al régimen, como Silvio Rodríguez, entre otros.
Por su parte, Juanes defiende su iniciativa aduciendo que su concierto no es partidista, sino «blanco», esto es, neutral, aunque no oculta que tiene un componente provocativo, y que el motivo de fondo es precisamente «tender puentes» entre la comunidad cubana dividida, tanto para los que viven en el exilio (muchos en Miami) y los que permanecen en la isla más o menos afectos al régimen como para enlazar a los cubanos en general con Estados Unidos, que mantiene un embargo sobre la isla desde hace décadas.
Curiosamente, en estos días el presidente Obama ha dado luz verde para intensificar las visitas entre cubanos y liberar el envío de dinero de EEUU a Cuba. Algo, pues, se mueve en dirección positiva, y de ahí lo poco oportuno de querer torpedear iniciativas como la del concierto, llegando al extremo de organizar conciertos paralelos de signo opuesto o de quemar en público los discos de Juanes.
El pasado año, Juanes se acompañó de Juan Luis Guerra, Carlos Vives, Bosé, Sanz y otros artistas para dar un simbólico concierto en un puente de la frontera colombo-venezolana, concretamente a las afueras de la ciudad de Cúcuta, en unos momentos de grave tensión entre los gobiernos de los dos países. En fechas próximas piensa repetir la experiencia en cuatro o cinco países más, incluyendo Venezuela. El concierto no solo fue un éxito de asistencia, sino que logró el apoyo de todos los medios de comunicación colombianos más importantes, inclusive los conservadores.
¿Por qué entonces sí era buena la idea de un concierto de unión en el puente de Cúcuta y ahora es mala para tender puentes en Cuba? Probablemente no haya más explicación que la misma polarización de la sociedad cubana y la radicalidad de muchos de los exiliados en Miami. Pero en este caso habría que preguntarse si quienes se oponen al concierto han calibrado lo que en ciencia política llamamos el efecto revolcón de una iniciativa de este tipo, es decir, la capacidad que un concierto de masas, realizado con artistas de varios países y de pensamiento o sensibilidad política diferentes, puede tener para que la gente cubana de a pie, especialmente la juventud, pueda lanzar un mensaje con su simple asistencia multitudinaria a un concierto ya polémico. Esto es, en el sentido de que, al congregarse ante una iniciativa abierta (se ha invitado a significativos músicos opositores al régimen cubano, aunque hayan declinado asistir), mandan una señal a su propio Gobierno, al exilio y a la comunidad internacional, en particular a Estados Unidos (que, por cierto, Hillary Clinton ya apoyó públicamente el concierto), para que se refuercen las tímidas iniciativas de apertura (las internas y las externas vinculadas con Cuba), se empiece a perder el miedo al tránsito político y se empiece a hablar de cómo se hará el largo proceso de reconciliación una vez llegue el momento de cruzar el puente que ha dividido a esta sociedad durante tanto tiempo, y no en términos metafóricos, sino reales.
En el mundo tenemos múltiples ejemplos de revolcones de este tipo, motivados por una iniciativa musical o artística que, aunque no puede sustituir a las iniciativas políticas que tocará hacer, y ya se empiezan a vislumbrar tímidamente, sí son un incentivo, un aliciente y un detonador para dar paso a las medidas mencionadas.
Es algo parecido a las manifestaciones multitudinarias realizadas con camisetas de un color y que, de forma no violenta, han logrado tumbar regímenes dictatoriales.
La música y las artes tienen un potencial transformador que no conviene despreciar, porque llegan a las personas, las agrupan y las invitan a expresar lo que sienten y quieren. Y si Cuba quiere un cambio real y tranquilo, la música es una vía de expresión de esa voluntad.
Ha costado que el Gobierno cubano aceptara la iniciativa de Juanes, como también le costó al venezolano en su momento, probablemente porque pueden intuir esa capacidad revolcativa, y por eso es una pena que los exiliados llamen al boicot de estos conciertos. Pierden una oportunidad para participar en la construcción del puente que, tarde o temprano, tendrán que transitar.
Creo, pues, que hay que apoyar esta iniciativa y todas las que se parezcan, y si las empresas que habitualmente patrocinan estos acontecimientos se sienten temerosas y se retiran en su comodidad, como ha ocurrido ahora, tendría sentido que desde la cooperación internacional se diera un apoyo claro a esta iniciativas de paz.
Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona
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