Por Francesc de Carreras, catedrático de Derecho Constitucional de la UAB (LA VANGUARDIA, 10/09/09):
Mañana, 11 de septiembre, se cumplirán ocho años del bárbaro ataque aéreo a las Torres Gemelas de Nueva York. ¡Cómo pasa el tiempo!
Tras la inmensa tragedia, se identificó inmediatamente al enemigo: los terroristas de Al Qaeda encabezados por Osama bin Laden. Horas después, este enemigo estaba ya localizado: se le situaba en el Afganistán gobernado por los talibanes, unos fundamentalistas islámicos que habían alcanzado el poder en 1996 con el beneplácito de grupos económicos norteamericanos. A principios de octubre, Afganistán fue atacado por las fuerzas armadas de EE. UU., y cinco semanas después, a mediados de noviembre del 2001, los últimos reductos talibanes se rendían en Kabul. La operación había sido, aparentemente, un éxito.
Sin embargo, ocho años después la realidad ha resultado ser otra: los talibanes han recuperado el ochenta por ciento del territorio, las tropas occidentales aliadas están cada vez más acosadas por los yihadistas, el Gobierno títere de Karzai es cada vez más débil y comienza a temerse que Afganistán puede convertirse en un nuevo Vietnam, en un nuevo Iraq. La cuestión está en cómo abandonar aquel territorio salvando los intereses y el honor. Recientemente, Vanguardia Dossier ha publicado un completísimo estudio sobre estos problemas (número 31, abril-junio 2009) bajo el expresivo título: “Afganistán ¿el Iraq de Obama?”. No se puede olvidar que anteriormente en Afganistán fueron derrotados el imperio británico y el soviético. Pero la historia sólo enseña a quienes quieren aprender de ella.
Esta catastrófica situación era previsible desde el principio, desde el trágico septiembre del 2001. Los errores de partida fueron, sobre todo, dos. Primero, si de lo que se trataba era de acabar con el terrorismo de Bin Laden y Al Qaeda, la guerra convencional no era el método adecuado. Al terrorismo no se le combate enfrentándose con todo un pueblo sino mediante los servicios de inteligencia, los policías y los jueces. Era evidente que el ataque militar y la posterior ocupación sólo podían conducir al desastre. El resultado es que no se ha alcanzado ninguno de los objetivos iniciales, empezando por el principal: encontrar a Bin Laden, vivo o muerto, como dijo Bush. Nada digamos ya de frenar el terrorismo islámico, más sangriento que nunca desde entonces.
Pero, en segundo lugar, como era de prever, se ha fracasado también en ir convirtiendo Afganistán en un país democrático. El fraude masivo en las elecciones de hace un par de semanas no es ninguna sorpresa. En los últimos años, la ONU ha recogido en sus informes que el respeto a los derechos humanos ha empeorado desde el 2001, especialmente la situación de la mujer. Hace un par de meses, el actual Parlamento afgano aprobó una ley que reducía a la mujer a mera esclava del hombre: hasta para salir de casa necesita el permiso del marido y sólo puede pedirlo por causa justificada.Además, Afganistán es considerado por los organismos internacionales el segundo país más corrupto del mundo, yen la actual guerra han muerto ya seis veces más civiles que en el atentado de las Torres Gemelas, entre ellos mujeres, ancianos y niños, incluida una novia cuando se estaba casando, al ser bombardeada una boda el año pasado. Todo ello, naturalmente, justificado como daños colaterales y errores militares.
A la vista de estos datos, cunde una sospecha: la ocupación de Afganistán por las tropas occidentales no se hizo por los motivos que se alegaron (lucha contra el terrorismo y establecimiento de una democracia) sino por otros motivos menos confesables y más vergonzosos. Apuntemos dos: controlar la producción de opio (materia prima de las drogas duras, especialmente de la heroína) y convertir a Afganistán –debido a su posición geográfica- en guardián de los países ex soviéticos del Asia Central, cuyo subsuelo contiene una de las mayores bolsas de petróleo y gas del mundo.
Efectivamente, los talibanes habían dejado casi de producir opio en el 2001 y ya en el año siguiente, tras su derrota, se restablecieron los niveles anteriores a la guerra. Hoy rebasan el 90% de la producción mundial. La droga, tan hipócritamente prohibida en Occidente como ineficazmente perseguida, está protegida e incentivada en los territorios productores de la materia prima a partir de la cual se produce. La implicación militar de Estados Unidos en Colombia, que encabeza el cultivo de la coca, refuerza este argumento. Por otro lado, Afganistán no tiene salida al mar pero es una alternativa ideal, frente a Rusia e Irán, para acceder al mar Caspio y así asegurar las rutas de oleoductos y gasoductos mediante los cuales se exportará en el futuro hacia Europa el petróleo y el gas de los países centroasiáticos. Véase una detallada explicación en el documentado estudio de David Michael Smith, profesor de Texas, en el mencionado número de Vanguardia Dossier.
El motivo de la guerra de Iraq no fue, como se dijo, que allí se fabricaran armas de destrucción masiva. Tampoco la razón de la guerra de Afganistán es la lucha antiterrorista. Sin embargo, allí están las tropas españolas, arriesgando vidas. Frente a la guerra de Iraq hubo una reacción popular, manifestaciones masivas en todo el país. En cambio, en la de Afganistán la pasividad ciudadana es total. Ciertamente, eran menos simpáticos Bush y Aznar que Obama y Zapatero. Pero también se nos ocultan los motivos, y el engaño, en el fondo, es muy similar.
Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona
Mañana, 11 de septiembre, se cumplirán ocho años del bárbaro ataque aéreo a las Torres Gemelas de Nueva York. ¡Cómo pasa el tiempo!
Tras la inmensa tragedia, se identificó inmediatamente al enemigo: los terroristas de Al Qaeda encabezados por Osama bin Laden. Horas después, este enemigo estaba ya localizado: se le situaba en el Afganistán gobernado por los talibanes, unos fundamentalistas islámicos que habían alcanzado el poder en 1996 con el beneplácito de grupos económicos norteamericanos. A principios de octubre, Afganistán fue atacado por las fuerzas armadas de EE. UU., y cinco semanas después, a mediados de noviembre del 2001, los últimos reductos talibanes se rendían en Kabul. La operación había sido, aparentemente, un éxito.
Sin embargo, ocho años después la realidad ha resultado ser otra: los talibanes han recuperado el ochenta por ciento del territorio, las tropas occidentales aliadas están cada vez más acosadas por los yihadistas, el Gobierno títere de Karzai es cada vez más débil y comienza a temerse que Afganistán puede convertirse en un nuevo Vietnam, en un nuevo Iraq. La cuestión está en cómo abandonar aquel territorio salvando los intereses y el honor. Recientemente, Vanguardia Dossier ha publicado un completísimo estudio sobre estos problemas (número 31, abril-junio 2009) bajo el expresivo título: “Afganistán ¿el Iraq de Obama?”. No se puede olvidar que anteriormente en Afganistán fueron derrotados el imperio británico y el soviético. Pero la historia sólo enseña a quienes quieren aprender de ella.
Esta catastrófica situación era previsible desde el principio, desde el trágico septiembre del 2001. Los errores de partida fueron, sobre todo, dos. Primero, si de lo que se trataba era de acabar con el terrorismo de Bin Laden y Al Qaeda, la guerra convencional no era el método adecuado. Al terrorismo no se le combate enfrentándose con todo un pueblo sino mediante los servicios de inteligencia, los policías y los jueces. Era evidente que el ataque militar y la posterior ocupación sólo podían conducir al desastre. El resultado es que no se ha alcanzado ninguno de los objetivos iniciales, empezando por el principal: encontrar a Bin Laden, vivo o muerto, como dijo Bush. Nada digamos ya de frenar el terrorismo islámico, más sangriento que nunca desde entonces.
Pero, en segundo lugar, como era de prever, se ha fracasado también en ir convirtiendo Afganistán en un país democrático. El fraude masivo en las elecciones de hace un par de semanas no es ninguna sorpresa. En los últimos años, la ONU ha recogido en sus informes que el respeto a los derechos humanos ha empeorado desde el 2001, especialmente la situación de la mujer. Hace un par de meses, el actual Parlamento afgano aprobó una ley que reducía a la mujer a mera esclava del hombre: hasta para salir de casa necesita el permiso del marido y sólo puede pedirlo por causa justificada.Además, Afganistán es considerado por los organismos internacionales el segundo país más corrupto del mundo, yen la actual guerra han muerto ya seis veces más civiles que en el atentado de las Torres Gemelas, entre ellos mujeres, ancianos y niños, incluida una novia cuando se estaba casando, al ser bombardeada una boda el año pasado. Todo ello, naturalmente, justificado como daños colaterales y errores militares.
A la vista de estos datos, cunde una sospecha: la ocupación de Afganistán por las tropas occidentales no se hizo por los motivos que se alegaron (lucha contra el terrorismo y establecimiento de una democracia) sino por otros motivos menos confesables y más vergonzosos. Apuntemos dos: controlar la producción de opio (materia prima de las drogas duras, especialmente de la heroína) y convertir a Afganistán –debido a su posición geográfica- en guardián de los países ex soviéticos del Asia Central, cuyo subsuelo contiene una de las mayores bolsas de petróleo y gas del mundo.
Efectivamente, los talibanes habían dejado casi de producir opio en el 2001 y ya en el año siguiente, tras su derrota, se restablecieron los niveles anteriores a la guerra. Hoy rebasan el 90% de la producción mundial. La droga, tan hipócritamente prohibida en Occidente como ineficazmente perseguida, está protegida e incentivada en los territorios productores de la materia prima a partir de la cual se produce. La implicación militar de Estados Unidos en Colombia, que encabeza el cultivo de la coca, refuerza este argumento. Por otro lado, Afganistán no tiene salida al mar pero es una alternativa ideal, frente a Rusia e Irán, para acceder al mar Caspio y así asegurar las rutas de oleoductos y gasoductos mediante los cuales se exportará en el futuro hacia Europa el petróleo y el gas de los países centroasiáticos. Véase una detallada explicación en el documentado estudio de David Michael Smith, profesor de Texas, en el mencionado número de Vanguardia Dossier.
El motivo de la guerra de Iraq no fue, como se dijo, que allí se fabricaran armas de destrucción masiva. Tampoco la razón de la guerra de Afganistán es la lucha antiterrorista. Sin embargo, allí están las tropas españolas, arriesgando vidas. Frente a la guerra de Iraq hubo una reacción popular, manifestaciones masivas en todo el país. En cambio, en la de Afganistán la pasividad ciudadana es total. Ciertamente, eran menos simpáticos Bush y Aznar que Obama y Zapatero. Pero también se nos ocultan los motivos, y el engaño, en el fondo, es muy similar.
Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona
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