Por Shukri Said, secretaria de la Asociación Migrare. Traducción de Carlos Gumpert (EL PAÍS, 09/09/09):
El año en Italia empieza realmente en septiembre. Dos son los temas dominantes para este otoño: Berlusconi y la inmigración en sus relaciones con la Iglesia. Berlusconi, rey de las televisiones privadas, que ha construido su imperio basándose en programas de entretenimiento ligero, ha conseguido convertir también la política en un escenario que los italianos contemplan como espectadores pasivos. Esa confusión entre ficción y realidad tal vez pueda ser la explicación de que la mayoría de los italianos siga estando a su favor.
Hace algunos meses se descubrió que el jefe del Gobierno visitaba a una muchacha menor de edad, Noemi Leticia, con la asiduidad que sus impelentes compromisos políticos le consentían, y se descubrió asimismo que se distraía también con fiestas en sus residencias privadas a las que eran invitadas veline (azafatas televisivas), aspirantes a actrices y prostitutas de lujo, la más famosa de las cuales, Patrizia d’Addario, confió en unas hilarantes grabaciones sus veladas con Berlusconi. Veronica Lario, mujer del primer ministro, solicitó el divorcio, y Vittorio Feltri, director del periódico Libero, de propiedad berlusconiana, la definió como una “velina ingrata”, asociándola a esas hordas de soubrettes, a pesar de décadas de convivencia tolerante y de haberle dado tres hijos.
Feltri, gracias a esta ofensa, fue ascendido recientemente a director del periódico Il Giornale, propiedad asimismo de Berlusconi, y desde allí ha arremetido también -hasta el punto de forzar su dimisión- contra Dino Boffo, director de Avvenire, el periódico de los obispos, que había reprochado en repetidas ocasiones al primer ministro su licenciosa vida. Feltri desempolvó los pormenores de un proceso penal por molestias reiteradas contra una mujer casada a cargo de Boffo, quien mantenía una relación homosexual con su marido. Al aludir a la vida privada de Boffo, se negaba a los obispos el derecho de criticar la vida privada de Berlusconi, quien había insistido en no querer pedir perdón a nadie.
Este ataque ha supuesto la brusca interrupción de los contactos de acercamiento de Berlusconi con la Iglesia, que hubieran debido culminar a finales de agosto con una cena entre el secretario de Estado vaticano, el cardenal Bertone, y el primer ministro durante la celebración de la fiesta religiosa de la Perdonanza (Perdón o Indulgencia). Hubiera supuesto una especie de reedición del perdón que el emperador Enrique IV pidió al papa Gregorio VII el año 1077 en Canossa. En definitiva: excusas ante la Iglesia, sí; ante el resto del mundo, no.
Sin embargo, no tardó en descubrirse que la noticia de Il Giornale era en parte verdad y en parte se derivaba de una carta anónima. La condena por el delito de amenazas era cierta; los detalles del asunto pertenecían al anónimo. Entre los interrogantes que el asunto plantea y que únicamente el examen de las actas procesales podría resolver, destaca la ofensiva intimidatoria contra cualquier crítica al primer ministro, sin consideración alguna ante nadie.
En estos momentos, las relaciones con la Iglesia resultan muy problemáticas y se teme que no baste con las supuestas promesas de una ley del testamento biológico que anule las disposiciones personales sobre la muerte digna, la prohibición de la píldora RU 486 -fármaco abortivo que en Europa lleva ya décadas en uso- o la financiación de los colegios religiosos, que parecían estar en la base de las tímidas reacciones del Vaticano ante la disoluta vida del primer ministro. Se impone una pregunta: la reconciliación de Berlusconi con la Iglesia, ¿cuánto costará al progreso de los derechos civiles in Italia?
Debe recordarse que los parlamentarios italianos no son elegidos directamente por el pueblo, sino nombrados por los partidos gracias a una ley electoral que ha sido llamada porcellum. Más del 90% de las leyes promulgadas desde mayo de 2008, cuando Berlusconi ganó las elecciones, provienen del Consejo de Ministros. Casi todas han sido aprobadas porque el Gobierno ha planteado mociones de confianza, bloqueando así su discusión en el Parlamento. De esta forma, la democracia “guiada” se ha ido consolidando: los parlamentarios nombrados por los partidos responden ante el Gobierno y no ante el pueblo, de manera que cualquier clase de ley resulta posible. La única esperanza es que se pueda reforzarse el ala del PDL (la coalición de Berlusconi) que lidera el presidente del Congreso, Gianfranco Fini, defensor de la fuerza laica de las instituciones.
Las relaciones son también muy tensas en el frente de la inmigración, cuestión para la que la Iglesia exige algo más de tolerancia. Pero en este tema se ha impuesto el programa electoral de la Liga, potente aliado desconocido en el sur, pero que en el norte del país llega a alcanzar incluso un 30% de votos. La Liga Norte se caracteriza por sus escasas pero combativas ideas, entre las que destaca la lucha contra la inmigración. Con una ley, votada también por la oposición, ha sido aprobado hace poco un tratado con Libia cuya reciente ejecución, sin embargo, lleva a devolver al mar a todos los inmigrados, sin selección previa de quienes tienen derecho al asilo.
Los efectos han sido devastadores: hace unos días se localizó en el Mediterráneo una lancha que llevaba 23 días a la deriva, con sólo cinco eritreos que habían sobrevivido de los 78 que embarcaron. Pues bien, a los supervivientes se les imputó el delito de clandestinidad, a pesar de la ola de compasión que despertó el asunto.
Si a Libia le ha sido reconocida en dicho tratado una indemnización de cinco billones de dólares por los perjuicios coloniales causados por Italia, a otras antiguas colonias italianas como Eritrea o Somalia hubiera debido corresponderles un tratamiento muy distinto a la devolución de sus ciudadanos al mar.
Contra esta violación de las leyes internacionales, es de esperar la intervención de los jueces y se han oído ya voces de protesta tanto de Europa como de la ONU ante las que el Gobierno de Berlusconi se encoge de hombros, sin que deje de quedar la sospecha de que Gaddafi se haya erigido como protector de todas las antiguas colonias italianas, sobre las que pretenda extender su influencia como presidente de la Unión Africana, poniendo en jaque a Italia, ante quien puede ejercitar el poder que le proporcionan sus fuentes energéticas y los capitales de los que dispone. Éste sería el enésimo fruto de la aproximativa política con la que Italia está siendo gobernada por quien no tiene inconveniente en desatender las reglas internacionales, en perjuicio de los más pobres del mundo, por un cálculo electoral limitado al valle del Po.
¿Cómo podría condenarse a Gaddafi si quisiera convertirse hoy en el paladín de Somalia, Eritrea y Etiopía contra Italia a causa de las mismas reivindicaciones compensatorias ya reconocidas en el caso de Libia?
Y, con todo, los italianos siguen contemplando todas estas vicisitudes políticas como si de otro episodio de una serie televisiva se tratara. Debería encargarse de despertarles la oposición, pero el Partito Democrático, nacido de la unión entre los católicos del antiguo partido de la Margarita y los Demócratas de Izquierda, herederos del Partido Comunista, es un experimento nuevo con demasiados elementos viejos: una oveja Dolly que cada vez apasiona menos a causa de su indecisión. El PD se ha visto obligado a recurrir a la elección anticipada de un nuevo secretario con votaciones primarias a la americana que absorberán todas sus energías durante seis meses. Hasta la votación de octubre, con una segunda vuelta en noviembre, carecerá de una dirección con autoridad para exigir la dimisión de este jefe de gobierno.
La ausencia de una oposición eficaz no resulta ya tolerable: no podemos seguir concentrándonos en quién dirigirá a los bomberos mientras la casa arde por los cuatro costados. Es necesario eliminar esos mecanismos electorales bizantinos para un solo partido, organizando de forma inmediata un congreso que, ante la urgencia del momento, supere las negligencias del pasado. El otoño político en Italia va a resultar ardiente y no falta quien prevé un giro hacia un régimen cada vez más intolerante ante la libertad, ya reconocible en que hayan sido citados a juicio algunos periódicos extranjeros así como La Repubblica, la máxima voz de disenso en Italia, todos ellos considerados culpables de difamación por sus legítimas críticas a las cuestiones hormonales de Berlusconi.
Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona
El año en Italia empieza realmente en septiembre. Dos son los temas dominantes para este otoño: Berlusconi y la inmigración en sus relaciones con la Iglesia. Berlusconi, rey de las televisiones privadas, que ha construido su imperio basándose en programas de entretenimiento ligero, ha conseguido convertir también la política en un escenario que los italianos contemplan como espectadores pasivos. Esa confusión entre ficción y realidad tal vez pueda ser la explicación de que la mayoría de los italianos siga estando a su favor.
Hace algunos meses se descubrió que el jefe del Gobierno visitaba a una muchacha menor de edad, Noemi Leticia, con la asiduidad que sus impelentes compromisos políticos le consentían, y se descubrió asimismo que se distraía también con fiestas en sus residencias privadas a las que eran invitadas veline (azafatas televisivas), aspirantes a actrices y prostitutas de lujo, la más famosa de las cuales, Patrizia d’Addario, confió en unas hilarantes grabaciones sus veladas con Berlusconi. Veronica Lario, mujer del primer ministro, solicitó el divorcio, y Vittorio Feltri, director del periódico Libero, de propiedad berlusconiana, la definió como una “velina ingrata”, asociándola a esas hordas de soubrettes, a pesar de décadas de convivencia tolerante y de haberle dado tres hijos.
Feltri, gracias a esta ofensa, fue ascendido recientemente a director del periódico Il Giornale, propiedad asimismo de Berlusconi, y desde allí ha arremetido también -hasta el punto de forzar su dimisión- contra Dino Boffo, director de Avvenire, el periódico de los obispos, que había reprochado en repetidas ocasiones al primer ministro su licenciosa vida. Feltri desempolvó los pormenores de un proceso penal por molestias reiteradas contra una mujer casada a cargo de Boffo, quien mantenía una relación homosexual con su marido. Al aludir a la vida privada de Boffo, se negaba a los obispos el derecho de criticar la vida privada de Berlusconi, quien había insistido en no querer pedir perdón a nadie.
Este ataque ha supuesto la brusca interrupción de los contactos de acercamiento de Berlusconi con la Iglesia, que hubieran debido culminar a finales de agosto con una cena entre el secretario de Estado vaticano, el cardenal Bertone, y el primer ministro durante la celebración de la fiesta religiosa de la Perdonanza (Perdón o Indulgencia). Hubiera supuesto una especie de reedición del perdón que el emperador Enrique IV pidió al papa Gregorio VII el año 1077 en Canossa. En definitiva: excusas ante la Iglesia, sí; ante el resto del mundo, no.
Sin embargo, no tardó en descubrirse que la noticia de Il Giornale era en parte verdad y en parte se derivaba de una carta anónima. La condena por el delito de amenazas era cierta; los detalles del asunto pertenecían al anónimo. Entre los interrogantes que el asunto plantea y que únicamente el examen de las actas procesales podría resolver, destaca la ofensiva intimidatoria contra cualquier crítica al primer ministro, sin consideración alguna ante nadie.
En estos momentos, las relaciones con la Iglesia resultan muy problemáticas y se teme que no baste con las supuestas promesas de una ley del testamento biológico que anule las disposiciones personales sobre la muerte digna, la prohibición de la píldora RU 486 -fármaco abortivo que en Europa lleva ya décadas en uso- o la financiación de los colegios religiosos, que parecían estar en la base de las tímidas reacciones del Vaticano ante la disoluta vida del primer ministro. Se impone una pregunta: la reconciliación de Berlusconi con la Iglesia, ¿cuánto costará al progreso de los derechos civiles in Italia?
Debe recordarse que los parlamentarios italianos no son elegidos directamente por el pueblo, sino nombrados por los partidos gracias a una ley electoral que ha sido llamada porcellum. Más del 90% de las leyes promulgadas desde mayo de 2008, cuando Berlusconi ganó las elecciones, provienen del Consejo de Ministros. Casi todas han sido aprobadas porque el Gobierno ha planteado mociones de confianza, bloqueando así su discusión en el Parlamento. De esta forma, la democracia “guiada” se ha ido consolidando: los parlamentarios nombrados por los partidos responden ante el Gobierno y no ante el pueblo, de manera que cualquier clase de ley resulta posible. La única esperanza es que se pueda reforzarse el ala del PDL (la coalición de Berlusconi) que lidera el presidente del Congreso, Gianfranco Fini, defensor de la fuerza laica de las instituciones.
Las relaciones son también muy tensas en el frente de la inmigración, cuestión para la que la Iglesia exige algo más de tolerancia. Pero en este tema se ha impuesto el programa electoral de la Liga, potente aliado desconocido en el sur, pero que en el norte del país llega a alcanzar incluso un 30% de votos. La Liga Norte se caracteriza por sus escasas pero combativas ideas, entre las que destaca la lucha contra la inmigración. Con una ley, votada también por la oposición, ha sido aprobado hace poco un tratado con Libia cuya reciente ejecución, sin embargo, lleva a devolver al mar a todos los inmigrados, sin selección previa de quienes tienen derecho al asilo.
Los efectos han sido devastadores: hace unos días se localizó en el Mediterráneo una lancha que llevaba 23 días a la deriva, con sólo cinco eritreos que habían sobrevivido de los 78 que embarcaron. Pues bien, a los supervivientes se les imputó el delito de clandestinidad, a pesar de la ola de compasión que despertó el asunto.
Si a Libia le ha sido reconocida en dicho tratado una indemnización de cinco billones de dólares por los perjuicios coloniales causados por Italia, a otras antiguas colonias italianas como Eritrea o Somalia hubiera debido corresponderles un tratamiento muy distinto a la devolución de sus ciudadanos al mar.
Contra esta violación de las leyes internacionales, es de esperar la intervención de los jueces y se han oído ya voces de protesta tanto de Europa como de la ONU ante las que el Gobierno de Berlusconi se encoge de hombros, sin que deje de quedar la sospecha de que Gaddafi se haya erigido como protector de todas las antiguas colonias italianas, sobre las que pretenda extender su influencia como presidente de la Unión Africana, poniendo en jaque a Italia, ante quien puede ejercitar el poder que le proporcionan sus fuentes energéticas y los capitales de los que dispone. Éste sería el enésimo fruto de la aproximativa política con la que Italia está siendo gobernada por quien no tiene inconveniente en desatender las reglas internacionales, en perjuicio de los más pobres del mundo, por un cálculo electoral limitado al valle del Po.
¿Cómo podría condenarse a Gaddafi si quisiera convertirse hoy en el paladín de Somalia, Eritrea y Etiopía contra Italia a causa de las mismas reivindicaciones compensatorias ya reconocidas en el caso de Libia?
Y, con todo, los italianos siguen contemplando todas estas vicisitudes políticas como si de otro episodio de una serie televisiva se tratara. Debería encargarse de despertarles la oposición, pero el Partito Democrático, nacido de la unión entre los católicos del antiguo partido de la Margarita y los Demócratas de Izquierda, herederos del Partido Comunista, es un experimento nuevo con demasiados elementos viejos: una oveja Dolly que cada vez apasiona menos a causa de su indecisión. El PD se ha visto obligado a recurrir a la elección anticipada de un nuevo secretario con votaciones primarias a la americana que absorberán todas sus energías durante seis meses. Hasta la votación de octubre, con una segunda vuelta en noviembre, carecerá de una dirección con autoridad para exigir la dimisión de este jefe de gobierno.
La ausencia de una oposición eficaz no resulta ya tolerable: no podemos seguir concentrándonos en quién dirigirá a los bomberos mientras la casa arde por los cuatro costados. Es necesario eliminar esos mecanismos electorales bizantinos para un solo partido, organizando de forma inmediata un congreso que, ante la urgencia del momento, supere las negligencias del pasado. El otoño político en Italia va a resultar ardiente y no falta quien prevé un giro hacia un régimen cada vez más intolerante ante la libertad, ya reconocible en que hayan sido citados a juicio algunos periódicos extranjeros así como La Repubblica, la máxima voz de disenso en Italia, todos ellos considerados culpables de difamación por sus legítimas críticas a las cuestiones hormonales de Berlusconi.
Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona
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