Por Carlos Carnicero Urabayen, máster en Relaciones Internacionales de la UE, London School of Economics (EL PERIÓDICO, 10/09/09):
Todo parece indicar que José Manuel Durao Barroso será reelegido presidente de la Comisión por el Parlamento Europeo el 16 de septiembre. Y una vez que los gobiernos europeos han tomado conciencia de los resultados de las elecciones europeas, ha comenzado el baile de nombres para ocupar los otros puestos clave de la UE, si los irlandeses aprueban en referendo el Tratado de Lisboa el 2 de octubre, tal y como es previsible. Habrá que desarrollar el nuevo tratado eligiendo al presidente del Consejo Europeo; lo más parecido que tendremos los europeos a un presidente para la Unión.
Todo esto ocurre en un momento crítico de la crisis mundial y de cambios de políticas internacionales promovidos por la propia crisis y por las nuevas políticas de Barack Obama. La relación de Estados Unidos con China, verdadero poder financiero de la deuda norteamericana, y con los países emergentes (India, Brasil, Rusia…) está definiendo sinergias, alianzas y estrategias que dibujarán un mundo en el que la Unión Europea tiene asignado un papel menor, fruto de sus propias debilidades: al no ser un Estado, tiene serias dificultades para articular una política exterior y de defensa sólida y eficaz. Un presidente furibundamente europeísta podría ser un primer paso para cambiar esa tendencia.
El presidente del Consejo Europeo tendrá un mandato de dos años y medio, reelegible por un segundo periodo, y facilitará la identificación en el mundo de Europa como una unidad política. Después de la presidencia checa, en la que Vaclav Klaus hizo de caballo de Troya de los sectores más antieuropeístas, ha quedado de manifiesto que la nueva figura de la presidencia no es solo un arreglo institucional, sino además un cambio necesario para evitar que determinados actores internos utilicen el poder de las instituciones comunitarias para dañar el proyecto colectivo.
Ha trascendido que Tony Blair es uno de los candidatos bien situados para ser presidente del Consejo Europeo. La reciente noticia sobre su futura declaración en la comisión independiente que investiga en el Reino Unido las razones por las que se invadió Irak nos retrotraen a su etapa política más comprometedora. La aspiración de un liderazgo europeo se vería empañada por estar personalizada por un gran líder político que, sin embargo, demostró no tener a Europa como su principal prioridad.
Nadie puede dudar de su peso político. Su histórica victoria en 1997 puso fin a 18 años de duro conservadurismo y fue el primer ministro más joven que tuvo el Reino Unido en todo el siglo XX. Su victoria supuso, además, la incorporación de muchas mujeres a la Cámara de los Comunes, que hasta entonces había estado compuesta por una abrumadora mayoría masculina. Sus tres victorias electorales (1997, 2001, 2005) le han avalado como un gran estratega.
Sin embargo, como recordaba hace unas semanas Wolfgang Munchau desde el Financial Times, a pesar de sus destacadas cualidades, Blair no es lo que Europa necesita. Su seguidismo hacia las políticas de Estados Unidos y su abdicación moral durante la era de Bush en cuestiones como la tortura hacen cuestionable su idoneidad como líder para Europa. Su frugal europeísmo, manifestado en 1998 con su lanzamiento junto a Jacques Chirac de la Europa de la defensa en la declaración de Saint-Malo, quedó mermado cuando prefirió apoyar una invasión ilegal aun a expensas de dividir a Europa y tocar de muerte su incipiente política exterior.
La reelección de Barroso como presidente de la Comisión Europea parece ya inevitable, a pesar de que los analistas coinciden en que su primer mandato ha distado mucho de ser brillante. La credibilidad de la Comisión ha quedado severamente dañada durante la crisis, al haber sido incapaz de coordinar las respuestas de los gobiernos europeos y evitar que los estados miembros actuaran por su cuenta. Es más, se piensa que una de las la razones por las que será reelegido es porque no será un presidente de la Comisión incómodo para los gobiernos europeos.
Para contrarrestar el nombramiento de Barroso, conservador, la izquierda europea, debilitada tras las pasadas elecciones al Parlamento Europeo, no debería caer en la tentación de apoyar a Blair, laborista, para el puesto. El nombramiento del presidente del Consejo Europeo debe depender más de elegir a un líder con indudable vocación europeísta que del eje derecha–izquierda. Hace falta un político que, además de dotar de visibilidad a la Unión en el ámbito mundial, sea capaz de ejercer su liderazgo con genuina autonomía europea. Tal vez por eso algunos gobiernos conservadores no ven con malos ojos a un político perteneciente a la izquierda que, sin embargo, no se caracteriza por romperse el alma por sus convicciones europeas.
El tándem Barroso y Blair –de confirmarse este último– constituiría una peligrosa senda para la Unión. Las personas que se ponen al frente de las instituciones son tan importantes como los cambios institucionales mismos. Europa se enfrenta en los próximos años a un escenario global cambiante en donde habrá de tomar posiciones para garantizarse un puesto de primer nivel en el nuevo orden internacional. Es quizá más importante que nunca elegir bien quién nos represente. Europa se juega su futuro ahora.
Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona
Todo parece indicar que José Manuel Durao Barroso será reelegido presidente de la Comisión por el Parlamento Europeo el 16 de septiembre. Y una vez que los gobiernos europeos han tomado conciencia de los resultados de las elecciones europeas, ha comenzado el baile de nombres para ocupar los otros puestos clave de la UE, si los irlandeses aprueban en referendo el Tratado de Lisboa el 2 de octubre, tal y como es previsible. Habrá que desarrollar el nuevo tratado eligiendo al presidente del Consejo Europeo; lo más parecido que tendremos los europeos a un presidente para la Unión.
Todo esto ocurre en un momento crítico de la crisis mundial y de cambios de políticas internacionales promovidos por la propia crisis y por las nuevas políticas de Barack Obama. La relación de Estados Unidos con China, verdadero poder financiero de la deuda norteamericana, y con los países emergentes (India, Brasil, Rusia…) está definiendo sinergias, alianzas y estrategias que dibujarán un mundo en el que la Unión Europea tiene asignado un papel menor, fruto de sus propias debilidades: al no ser un Estado, tiene serias dificultades para articular una política exterior y de defensa sólida y eficaz. Un presidente furibundamente europeísta podría ser un primer paso para cambiar esa tendencia.
El presidente del Consejo Europeo tendrá un mandato de dos años y medio, reelegible por un segundo periodo, y facilitará la identificación en el mundo de Europa como una unidad política. Después de la presidencia checa, en la que Vaclav Klaus hizo de caballo de Troya de los sectores más antieuropeístas, ha quedado de manifiesto que la nueva figura de la presidencia no es solo un arreglo institucional, sino además un cambio necesario para evitar que determinados actores internos utilicen el poder de las instituciones comunitarias para dañar el proyecto colectivo.
Ha trascendido que Tony Blair es uno de los candidatos bien situados para ser presidente del Consejo Europeo. La reciente noticia sobre su futura declaración en la comisión independiente que investiga en el Reino Unido las razones por las que se invadió Irak nos retrotraen a su etapa política más comprometedora. La aspiración de un liderazgo europeo se vería empañada por estar personalizada por un gran líder político que, sin embargo, demostró no tener a Europa como su principal prioridad.
Nadie puede dudar de su peso político. Su histórica victoria en 1997 puso fin a 18 años de duro conservadurismo y fue el primer ministro más joven que tuvo el Reino Unido en todo el siglo XX. Su victoria supuso, además, la incorporación de muchas mujeres a la Cámara de los Comunes, que hasta entonces había estado compuesta por una abrumadora mayoría masculina. Sus tres victorias electorales (1997, 2001, 2005) le han avalado como un gran estratega.
Sin embargo, como recordaba hace unas semanas Wolfgang Munchau desde el Financial Times, a pesar de sus destacadas cualidades, Blair no es lo que Europa necesita. Su seguidismo hacia las políticas de Estados Unidos y su abdicación moral durante la era de Bush en cuestiones como la tortura hacen cuestionable su idoneidad como líder para Europa. Su frugal europeísmo, manifestado en 1998 con su lanzamiento junto a Jacques Chirac de la Europa de la defensa en la declaración de Saint-Malo, quedó mermado cuando prefirió apoyar una invasión ilegal aun a expensas de dividir a Europa y tocar de muerte su incipiente política exterior.
La reelección de Barroso como presidente de la Comisión Europea parece ya inevitable, a pesar de que los analistas coinciden en que su primer mandato ha distado mucho de ser brillante. La credibilidad de la Comisión ha quedado severamente dañada durante la crisis, al haber sido incapaz de coordinar las respuestas de los gobiernos europeos y evitar que los estados miembros actuaran por su cuenta. Es más, se piensa que una de las la razones por las que será reelegido es porque no será un presidente de la Comisión incómodo para los gobiernos europeos.
Para contrarrestar el nombramiento de Barroso, conservador, la izquierda europea, debilitada tras las pasadas elecciones al Parlamento Europeo, no debería caer en la tentación de apoyar a Blair, laborista, para el puesto. El nombramiento del presidente del Consejo Europeo debe depender más de elegir a un líder con indudable vocación europeísta que del eje derecha–izquierda. Hace falta un político que, además de dotar de visibilidad a la Unión en el ámbito mundial, sea capaz de ejercer su liderazgo con genuina autonomía europea. Tal vez por eso algunos gobiernos conservadores no ven con malos ojos a un político perteneciente a la izquierda que, sin embargo, no se caracteriza por romperse el alma por sus convicciones europeas.
El tándem Barroso y Blair –de confirmarse este último– constituiría una peligrosa senda para la Unión. Las personas que se ponen al frente de las instituciones son tan importantes como los cambios institucionales mismos. Europa se enfrenta en los próximos años a un escenario global cambiante en donde habrá de tomar posiciones para garantizarse un puesto de primer nivel en el nuevo orden internacional. Es quizá más importante que nunca elegir bien quién nos represente. Europa se juega su futuro ahora.
Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona
No hay comentarios.:
Publicar un comentario