Por Andrea Camilleri, escritor, y Paolo Flores d’Arcais, filósofo y director de MicroMega. Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia (EL PAÍS, 15/02/09):
Italia es una democracia cada vez más anómala. Es, caso prácticamente único en Occidente, una democracia sin una verdadera oposición al Gobierno. De hecho, Italia es doblemente anómala: en el país hay una oposición a Berlusconi, amplia, apasionada, intransigente, que sale a las calles y aprovecha cada ocasión que puede para organizarse, pero en el Parlamento es como si no existiera. Entendámonos: una oposición digna de ese nombre, que emplee todos los medios legales disponibles, día a día y de forma sistemática, para ponerle las cosas difíciles al Gobierno, aprovechar sus debilidades y contradicciones internas. Y, si es posible, hacer que entre en crisis.
El Partido Democrático de Walter Veltroni, surgido de las cenizas del Partido Comunista más fuerte de Occidente y de la izquierda de la Democracia Cristiana, parece preocupado sólo por “no demonizar a Berlusconi”, poder dialogar con él, intervenir en la elaboración de leyes “de consenso” junto a Berlusconi. No es casualidad que se haya definido como una oposición discordantemente concorde.
Y esto ocurre mientras Berlusconi destroza la Constitución republicana nacida de la resistencia antifascista -una de las Constituciones democráticas más avanzadas del mundo-, destruye la autonomía judicial, refuerza su monopolio personal a la búlgara sobre la televisión (y se hace cada vez más fuerte en la prensa escrita), proyecta drásticas restricciones del derecho de huelga y otros derechos sindicales, fomenta la oleada de sentimientos racistas en el país y somete todas las leyes relacionadas con los derechos civiles a la voluntad oscurantista de la Iglesia de Ratzinger.
Sin embargo, una oposición digna de ese nombre lo tendría fácil en Italia dadas las condiciones tan favorables que existen para poner al Gobierno en crisis. Los salarios reales de la mayoría de la población siguen disminuyendo, se extiende cada vez más el “síndrome de la cuarta semana” -cuando ya se ha gastado todo el sueldo y no se sabe cómo llegar a fin de mes-, en las colas de los comedores de beneficencia ya no sólo se ve a los marginados tradicionales (que se multiplican), sino a jubilados y miembros de la clase media empobrecida. Y el ciudadano corriente considera que la corrupción que inunda la clase política, a la que todos se refieren ya como “la casta” (el título de un best seller escrito por dos periodistas), es el gran cáncer del país.
Para derrotar a Berlusconi bastaría un programa que articulase el tema del retorno a la legalidad, porque ese retorno resolvería por sí solo gran parte de los problemas sociales, la explotación de la mano de obra negra y precaria, la evasión fiscal, los espantosos enriquecimientos ilícitos, un sistema financiero sin control y que arruina impunemente a los pequeños ahorradores, etcétera.
En realidad, sí existe una oposición, con presencia incluso en el Parlamento. La pequeña patrulla del partido de Di Pietro, el ex magistrado de Manos Limpias (la Italia de los valores).
Durante el Gobierno de Prodi había fuerzas vinculadas a la mayoría que pretendían ser al mismo tiempo partidos de gobierno y de oposición, cosa que no es posible. En cambio, sí es posible ser al mismo tiempo un partido de oposición parlamentaria y de oposición extraparlamentaria, es decir, un partido en estrecho contacto con la calle. Hoy, la Italia de los valores representa exactamente esa única forma posible de oposición. Quien pretenda hacer oposición al Gobierno de Berlusconi sólo desde dentro del Parlamento, sin tener detrás la fuerza de la protesta callejera, es un iluso.
El Gobierno de Berlusconi, a pesar de que no consigue resolver ningún problema urgente (están aumentando incluso la delincuencia común y la llegada de inmigrantes clandestinos, para no hablar de los impuestos, todos ellos caballos de batalla de la campaña electoral de Berlusconi), tiene probabilidades de ganar, y tal vez arrasar, en las próximas elecciones europeas sólo por la impopularidad ya devastadora del Partido Democrático entre su propio electorado. Existe el peligro de que millones de ciudadanos de centro-izquierda, hartos de la falta de oposición de Walter Veltroni (a quien muchos apodan, irónicamente, Walterloo), no acudan a las urnas.
De ahí nuestra modesta propuesta: una alianza que reúna a los ciudadanos que no se dedican profesionalmente a la política pero que, en el estado de emergencia que vive el país, decidan comprometerse de manera activa y en primera persona en las elecciones al Parlamento Europeo, con el partido de Di Pietro, la única oposición existente. Una sola lista pero con dos símbolos emparejados, para dejar claro que se trata de algo absolutamente nuevo. Una alianza entre personas que no tienen “las cartas manchadas”, como se decía antiguamente en Sicilia. Ya Berlinguer habló en su tiempo de un “partido de la gente honrada”.
Una lista autónoma de la sociedad civil es algo técnicamente imposible debido a la ley electoral actual, que prevé una recogida de firmas en todas las regiones y exige unas cifras que sólo se pueden alcanzar si se dispone de un aparato nacional de funcionarios. Antonio di Pietro, en un debate con nosotros durante una mesa redonda cuyos resultados acaba de publicar la revista MicroMega, declaró que su partido estaba, en principio, dispuesto, e incluso se atrevió a cuantificar en un 70% la proporción de candidatos que deberían salir de la sociedad civil.
Las elecciones europeas son la mejor oportunidad para permitir que los ciudadanos (cansados de los aparatos de los partidos) envíen representantes extranjeros a las organizaciones internacionales. Con el voto europeo no se eligen Gobiernos, y en cada país se pueden presentar como candidatos ciudadanos de cualquier otro Estado de la Unión. Por consiguiente, la lista que estamos imaginando debería incluir, junto a personalidades de la sociedad civil italiana que luchan contra Berlusconi, a numerosos candidatos españoles, franceses, alemanes, polacos… Porque el berlusconismo no es un fenómeno degenerativo exclusivamente italiano, sino que existe el peligro de que contagie a toda Europa, y toda la democracia europea debería tomárselo en serio. El modelo de Berlusconi no se llama Obama, se llama Putin.
¿Es nuestra propuesta la enésima utopía de “almas buenas”, “intelectuales abstractos”, “moralistas soñadores” o cosas peores que suelen llamarnos los amos de la política oficial? De lo que no hay duda es de que el verdadero realismo político no está en los dirigentes del Partido Democrático, que, en sólo unos meses, gracias a su falta de oposición a Berlusconi (Elle Kappa, genial y famosa dibujante, cuando habla de los dirigentes del PD no los llama “opositores”, sino “discordantemente concordes”), han conseguido disipar, según todos los sondeos, más de un tercio de la aprobación de hace un año.
Las cosas se producen de forma gradual, y nosotros, al proponer esto en MicroMega, hemos dado un primer paso. Veltroni ya ha protestado: ¡otro partido, no hay ninguna necesidad! No nos atrincheremos tras los nombres. El hecho de que personas independientes, sin partido, se reúnan para constituir un partido, es una contradicción fácil de superar si se le da otro nombre, Los Independientes, por ejemplo. Y nuestra idea no consiste en formar un partido tradicional, sino sólo una lista para las elecciones europeas y después, tal vez, si tiene éxito, una organización de geometría variable. Precisamente para evitar crear nuevos “profesionales de la política” es por lo que estamos pensando en la posibilidad de que los que resulten elegidos para Estrasburgo permanezcan allí sólo una parte de la legislatura y luego pasen el testigo a los siguientes en la lista.
Con nuestra propuesta no hemos hecho más que establecer un primer contacto. El siguiente paso es difundir este proyecto, quizá mediante la elaboración de un manifiesto programático, a través de MicroMega o de Internet, para empezar a sondear el terreno. Por otra parte, el millón de firmas recogidas por Di Pietro para pedir un referéndum sobre la justicia demuestra que existe ya una oposición extensa y latente.
No podemos ser pesimistas; en ese caso, más vale jugar a la ruleta rusa. Y nos preguntamos, incluso, si esta necesidad de que los aparatos dejen de monopolizar la política no se siente también en otros países europeos.
Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona
Italia es una democracia cada vez más anómala. Es, caso prácticamente único en Occidente, una democracia sin una verdadera oposición al Gobierno. De hecho, Italia es doblemente anómala: en el país hay una oposición a Berlusconi, amplia, apasionada, intransigente, que sale a las calles y aprovecha cada ocasión que puede para organizarse, pero en el Parlamento es como si no existiera. Entendámonos: una oposición digna de ese nombre, que emplee todos los medios legales disponibles, día a día y de forma sistemática, para ponerle las cosas difíciles al Gobierno, aprovechar sus debilidades y contradicciones internas. Y, si es posible, hacer que entre en crisis.
El Partido Democrático de Walter Veltroni, surgido de las cenizas del Partido Comunista más fuerte de Occidente y de la izquierda de la Democracia Cristiana, parece preocupado sólo por “no demonizar a Berlusconi”, poder dialogar con él, intervenir en la elaboración de leyes “de consenso” junto a Berlusconi. No es casualidad que se haya definido como una oposición discordantemente concorde.
Y esto ocurre mientras Berlusconi destroza la Constitución republicana nacida de la resistencia antifascista -una de las Constituciones democráticas más avanzadas del mundo-, destruye la autonomía judicial, refuerza su monopolio personal a la búlgara sobre la televisión (y se hace cada vez más fuerte en la prensa escrita), proyecta drásticas restricciones del derecho de huelga y otros derechos sindicales, fomenta la oleada de sentimientos racistas en el país y somete todas las leyes relacionadas con los derechos civiles a la voluntad oscurantista de la Iglesia de Ratzinger.
Sin embargo, una oposición digna de ese nombre lo tendría fácil en Italia dadas las condiciones tan favorables que existen para poner al Gobierno en crisis. Los salarios reales de la mayoría de la población siguen disminuyendo, se extiende cada vez más el “síndrome de la cuarta semana” -cuando ya se ha gastado todo el sueldo y no se sabe cómo llegar a fin de mes-, en las colas de los comedores de beneficencia ya no sólo se ve a los marginados tradicionales (que se multiplican), sino a jubilados y miembros de la clase media empobrecida. Y el ciudadano corriente considera que la corrupción que inunda la clase política, a la que todos se refieren ya como “la casta” (el título de un best seller escrito por dos periodistas), es el gran cáncer del país.
Para derrotar a Berlusconi bastaría un programa que articulase el tema del retorno a la legalidad, porque ese retorno resolvería por sí solo gran parte de los problemas sociales, la explotación de la mano de obra negra y precaria, la evasión fiscal, los espantosos enriquecimientos ilícitos, un sistema financiero sin control y que arruina impunemente a los pequeños ahorradores, etcétera.
En realidad, sí existe una oposición, con presencia incluso en el Parlamento. La pequeña patrulla del partido de Di Pietro, el ex magistrado de Manos Limpias (la Italia de los valores).
Durante el Gobierno de Prodi había fuerzas vinculadas a la mayoría que pretendían ser al mismo tiempo partidos de gobierno y de oposición, cosa que no es posible. En cambio, sí es posible ser al mismo tiempo un partido de oposición parlamentaria y de oposición extraparlamentaria, es decir, un partido en estrecho contacto con la calle. Hoy, la Italia de los valores representa exactamente esa única forma posible de oposición. Quien pretenda hacer oposición al Gobierno de Berlusconi sólo desde dentro del Parlamento, sin tener detrás la fuerza de la protesta callejera, es un iluso.
El Gobierno de Berlusconi, a pesar de que no consigue resolver ningún problema urgente (están aumentando incluso la delincuencia común y la llegada de inmigrantes clandestinos, para no hablar de los impuestos, todos ellos caballos de batalla de la campaña electoral de Berlusconi), tiene probabilidades de ganar, y tal vez arrasar, en las próximas elecciones europeas sólo por la impopularidad ya devastadora del Partido Democrático entre su propio electorado. Existe el peligro de que millones de ciudadanos de centro-izquierda, hartos de la falta de oposición de Walter Veltroni (a quien muchos apodan, irónicamente, Walterloo), no acudan a las urnas.
De ahí nuestra modesta propuesta: una alianza que reúna a los ciudadanos que no se dedican profesionalmente a la política pero que, en el estado de emergencia que vive el país, decidan comprometerse de manera activa y en primera persona en las elecciones al Parlamento Europeo, con el partido de Di Pietro, la única oposición existente. Una sola lista pero con dos símbolos emparejados, para dejar claro que se trata de algo absolutamente nuevo. Una alianza entre personas que no tienen “las cartas manchadas”, como se decía antiguamente en Sicilia. Ya Berlinguer habló en su tiempo de un “partido de la gente honrada”.
Una lista autónoma de la sociedad civil es algo técnicamente imposible debido a la ley electoral actual, que prevé una recogida de firmas en todas las regiones y exige unas cifras que sólo se pueden alcanzar si se dispone de un aparato nacional de funcionarios. Antonio di Pietro, en un debate con nosotros durante una mesa redonda cuyos resultados acaba de publicar la revista MicroMega, declaró que su partido estaba, en principio, dispuesto, e incluso se atrevió a cuantificar en un 70% la proporción de candidatos que deberían salir de la sociedad civil.
Las elecciones europeas son la mejor oportunidad para permitir que los ciudadanos (cansados de los aparatos de los partidos) envíen representantes extranjeros a las organizaciones internacionales. Con el voto europeo no se eligen Gobiernos, y en cada país se pueden presentar como candidatos ciudadanos de cualquier otro Estado de la Unión. Por consiguiente, la lista que estamos imaginando debería incluir, junto a personalidades de la sociedad civil italiana que luchan contra Berlusconi, a numerosos candidatos españoles, franceses, alemanes, polacos… Porque el berlusconismo no es un fenómeno degenerativo exclusivamente italiano, sino que existe el peligro de que contagie a toda Europa, y toda la democracia europea debería tomárselo en serio. El modelo de Berlusconi no se llama Obama, se llama Putin.
¿Es nuestra propuesta la enésima utopía de “almas buenas”, “intelectuales abstractos”, “moralistas soñadores” o cosas peores que suelen llamarnos los amos de la política oficial? De lo que no hay duda es de que el verdadero realismo político no está en los dirigentes del Partido Democrático, que, en sólo unos meses, gracias a su falta de oposición a Berlusconi (Elle Kappa, genial y famosa dibujante, cuando habla de los dirigentes del PD no los llama “opositores”, sino “discordantemente concordes”), han conseguido disipar, según todos los sondeos, más de un tercio de la aprobación de hace un año.
Las cosas se producen de forma gradual, y nosotros, al proponer esto en MicroMega, hemos dado un primer paso. Veltroni ya ha protestado: ¡otro partido, no hay ninguna necesidad! No nos atrincheremos tras los nombres. El hecho de que personas independientes, sin partido, se reúnan para constituir un partido, es una contradicción fácil de superar si se le da otro nombre, Los Independientes, por ejemplo. Y nuestra idea no consiste en formar un partido tradicional, sino sólo una lista para las elecciones europeas y después, tal vez, si tiene éxito, una organización de geometría variable. Precisamente para evitar crear nuevos “profesionales de la política” es por lo que estamos pensando en la posibilidad de que los que resulten elegidos para Estrasburgo permanezcan allí sólo una parte de la legislatura y luego pasen el testigo a los siguientes en la lista.
Con nuestra propuesta no hemos hecho más que establecer un primer contacto. El siguiente paso es difundir este proyecto, quizá mediante la elaboración de un manifiesto programático, a través de MicroMega o de Internet, para empezar a sondear el terreno. Por otra parte, el millón de firmas recogidas por Di Pietro para pedir un referéndum sobre la justicia demuestra que existe ya una oposición extensa y latente.
No podemos ser pesimistas; en ese caso, más vale jugar a la ruleta rusa. Y nos preguntamos, incluso, si esta necesidad de que los aparatos dejen de monopolizar la política no se siente también en otros países europeos.
Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona
No hay comentarios.:
Publicar un comentario