Por Pascal Boniface, director del Instituto de Relaciones Internacionales y Estratégicas de París. Traducción: José María Puig de la Bellacasa (LA VANGUARDIA, 01/10/07):
Oriente Medio ya no es como antes una zona estratégica entre otras. Antaño poseía el mismo nivel relativo de importancia que muchas otras: Centroamérica, África austral, Sudeste Asiático, etcétera. Los conflictos que inflamaban estas regiones tenían raíces regionales autónomas pero se asociaban de un modo u otro al conflicto Este/ Oeste, la línea divisoria geopolítica más importante. Pero hoy Oriente Medio constituye el epicentro estratégico mundial.
Hay que hablar de los conflictos de esta región en lugar de hablar del conflicto de Oriente Próximo. Porque, en efecto, arden diversos conflictos: Palestina, Líbano, Iraq, Afganistán a los que debe añadirse la postura dura e inflexible con Irán, etcétera. Conflictos que suman su existencia autónoma, su lógica propia, sus interacciones recíprocas.
Lamentablemente, estamos atrapados en un círculo vicioso de tal forma que las interferencias mutuas son negativas y no positivas. El conflicto en Iraq es el que aporta en más alto grado su dosis diaria de horrores. La crisis con relación a Irán es la que puede reportar mayores desastres a corto plazo. En cuanto al conflicto palestino-israelí, sigue siendo el conflicto que ocupa un lugar central y emblemático. En Líbano, las dos partes enfrentadas comparten la voluntad de evitar el retorno de una guerra civil que desgarró el país. Todos son conscientes de que Líbano no se recuperaría de tal situación. Hasta ahora, ha predominado la cordura al respecto. Pero es imposible descartar que se escape una chispa que encienda el polvorín.
En Afganistán, el presidente Ahmid Karzai controla sólo una parte del territorio. La OTAN libra una guerra incierta sobre el desenlace final. En cuanto a Iraq, sólo George W. Bush parece creer que la situación está en vías de mejorar. Pese al crédito personal de que se halla investido, el general Petraeus acusa las secuelas de su intervención ante el Congreso… Aunque prevea la retirada de 30.000 soldados, el nivel de las tropas estadounidenses en el 2008 será idéntico al de principios del 2007, 130.000 efectivos. Si por una parte el general Petraeus ha prometido lo peor en caso de retirada rápida estadounidense, por otra no ha podido garantizar que el mantenimiento de esta presencia permita lograr una estabilización del país.
Aunque el conflicto palestino-israelí no posea el monopolio de los dramas, sigue siendo el conflicto principal. Su posible resolución no eliminará los problemas de la región, pero será la clara señal de que el optimismo puede volver. Nadie sabe en realidad cómo salir del avispero iraquí. La solución del conflicto palestino-israelí es conocida de todos y en principio es aceptada por todos. Resulta, por ello, más paradójico e injustificado que no se ponga en práctica. Estados Unidos, que se mostró muy activo sobre el problema durante el mandato de Clinton, ha renunciado por completo a mantener esta actitud bajo el mandato de George W. Bush. La única política estadounidense consiste en seguir y respaldar lo que hacen los israelíes. La situación económica y humanitaria de los palestinos ya era grave de por sí, y a ella se añade una complicación política con la fractura entre Hamas y Fatah y entre Gaza y Cisjordania. Aunque los estadounidenses e israelíes han hecho caso omiso de Mahmud Abas durante largo tiempo, parecen seguir una consigna a la hora de ayudarle desde la toma de control de Gaza por parte de Hamas. Para el mes de noviembre está prevista una cumbre, el problema estriba en que estadounidenses e israelíes quieren que sólo se invoquen grandes declaraciones de principios. Los palestinos exigen que se tracen y apliquen decisiones precisas y concretas. ¿No obedece ello precisamente a que están hartos de negociaciones que no sirven absolutamente para nada que los palestinos han vuelto sus ojos en dirección a Hamas? Si la cumbre del próximo mes de noviembre resultara un fracaso, corremos el peligro de entrar en un largo periodo de inercia antes de las elecciones estadounidenses. Y el o la nueva presidente/ a no podrá actuar de forma inmediata tras asumir sus funciones. No obstante, los progresos tangibles, concretos y visibles no constituyen únicamente una necesidad absoluta sino que presentan, además, extrema urgencia.
Por último, y en lo concerniente a la cuestión de Irán, asistimos al creciente peso e influencia de quienes abogan por asestar unos cuantos ataques contra Irán por entender que un Irán nuclear plantearía problemas para 30 años, en tanto que unos ataques contra Irán representarían problemas para 18 meses. Suelen coincidir con quienes sostenían que una guerra contra Iraq iba a aportar el progreso democrático y la estabilización estratégica de la región además de ser una herramienta para derrotar el terrorismo. Lo menos que puede afirmarse es que su credibilidad es frágil. Al menos para la mayoría de las personas razonables.
No obstante, el problema está en saber qué credibilidad les conceden Bush y Olmert.
Oriente Medio ya no es como antes una zona estratégica entre otras. Antaño poseía el mismo nivel relativo de importancia que muchas otras: Centroamérica, África austral, Sudeste Asiático, etcétera. Los conflictos que inflamaban estas regiones tenían raíces regionales autónomas pero se asociaban de un modo u otro al conflicto Este/ Oeste, la línea divisoria geopolítica más importante. Pero hoy Oriente Medio constituye el epicentro estratégico mundial.
Hay que hablar de los conflictos de esta región en lugar de hablar del conflicto de Oriente Próximo. Porque, en efecto, arden diversos conflictos: Palestina, Líbano, Iraq, Afganistán a los que debe añadirse la postura dura e inflexible con Irán, etcétera. Conflictos que suman su existencia autónoma, su lógica propia, sus interacciones recíprocas.
Lamentablemente, estamos atrapados en un círculo vicioso de tal forma que las interferencias mutuas son negativas y no positivas. El conflicto en Iraq es el que aporta en más alto grado su dosis diaria de horrores. La crisis con relación a Irán es la que puede reportar mayores desastres a corto plazo. En cuanto al conflicto palestino-israelí, sigue siendo el conflicto que ocupa un lugar central y emblemático. En Líbano, las dos partes enfrentadas comparten la voluntad de evitar el retorno de una guerra civil que desgarró el país. Todos son conscientes de que Líbano no se recuperaría de tal situación. Hasta ahora, ha predominado la cordura al respecto. Pero es imposible descartar que se escape una chispa que encienda el polvorín.
En Afganistán, el presidente Ahmid Karzai controla sólo una parte del territorio. La OTAN libra una guerra incierta sobre el desenlace final. En cuanto a Iraq, sólo George W. Bush parece creer que la situación está en vías de mejorar. Pese al crédito personal de que se halla investido, el general Petraeus acusa las secuelas de su intervención ante el Congreso… Aunque prevea la retirada de 30.000 soldados, el nivel de las tropas estadounidenses en el 2008 será idéntico al de principios del 2007, 130.000 efectivos. Si por una parte el general Petraeus ha prometido lo peor en caso de retirada rápida estadounidense, por otra no ha podido garantizar que el mantenimiento de esta presencia permita lograr una estabilización del país.
Aunque el conflicto palestino-israelí no posea el monopolio de los dramas, sigue siendo el conflicto principal. Su posible resolución no eliminará los problemas de la región, pero será la clara señal de que el optimismo puede volver. Nadie sabe en realidad cómo salir del avispero iraquí. La solución del conflicto palestino-israelí es conocida de todos y en principio es aceptada por todos. Resulta, por ello, más paradójico e injustificado que no se ponga en práctica. Estados Unidos, que se mostró muy activo sobre el problema durante el mandato de Clinton, ha renunciado por completo a mantener esta actitud bajo el mandato de George W. Bush. La única política estadounidense consiste en seguir y respaldar lo que hacen los israelíes. La situación económica y humanitaria de los palestinos ya era grave de por sí, y a ella se añade una complicación política con la fractura entre Hamas y Fatah y entre Gaza y Cisjordania. Aunque los estadounidenses e israelíes han hecho caso omiso de Mahmud Abas durante largo tiempo, parecen seguir una consigna a la hora de ayudarle desde la toma de control de Gaza por parte de Hamas. Para el mes de noviembre está prevista una cumbre, el problema estriba en que estadounidenses e israelíes quieren que sólo se invoquen grandes declaraciones de principios. Los palestinos exigen que se tracen y apliquen decisiones precisas y concretas. ¿No obedece ello precisamente a que están hartos de negociaciones que no sirven absolutamente para nada que los palestinos han vuelto sus ojos en dirección a Hamas? Si la cumbre del próximo mes de noviembre resultara un fracaso, corremos el peligro de entrar en un largo periodo de inercia antes de las elecciones estadounidenses. Y el o la nueva presidente/ a no podrá actuar de forma inmediata tras asumir sus funciones. No obstante, los progresos tangibles, concretos y visibles no constituyen únicamente una necesidad absoluta sino que presentan, además, extrema urgencia.
Por último, y en lo concerniente a la cuestión de Irán, asistimos al creciente peso e influencia de quienes abogan por asestar unos cuantos ataques contra Irán por entender que un Irán nuclear plantearía problemas para 30 años, en tanto que unos ataques contra Irán representarían problemas para 18 meses. Suelen coincidir con quienes sostenían que una guerra contra Iraq iba a aportar el progreso democrático y la estabilización estratégica de la región además de ser una herramienta para derrotar el terrorismo. Lo menos que puede afirmarse es que su credibilidad es frágil. Al menos para la mayoría de las personas razonables.
No obstante, el problema está en saber qué credibilidad les conceden Bush y Olmert.
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