Por Bernabé López García, catedrático de Historia del Islam Contemporáneo en la Universidad Autónoma de Madrid y miembro del Comité Averroes (EL PAÍS, 09/05/11):
Hace 17 años, cuando tuvo lugar, también en Marraquech, un primer atentado contra turistas, en el que perecieron dos españoles, la pista fue inmediatamente dirigida hacia grupos extremos islamistas de una nebulosa por entonces mal definida, inexistente aún el fantasma yihadista.
Los autores fueron pronto capturados, pero resultó una evidencia que el atentado cumplió una función añadida: sirvió al todopoderoso ministro del interior marroquí Driss Basri para conservar su puesto, que le cuestionaban sus encarnizados enemigos, los partidos de la oposición, reclamados por Hassan II para integrarse en un gabinete de alternancia con el que el soberano buscaba preparar su sucesión. Poco tiempo después del atentado, el propio rey confirmaría a su ministro como uno de los pilares esenciales de la estabilidad de su régimen, y así se mantuvo hasta la muerte del monarca, forzando a la oposición, que accedería al Gobierno en 1998, a cohabitar con DrissBasri.
Tuvo aquel atentado un efecto secundario añadido: provocó el cierre por Argelia de su frontera con Marruecos, en plena guerra abierta entre islamistas radicales y militares, contribuyendo a elevar el tono de la ya vieja tensión argelo-marroquí, convirtiendo al vecino del este en enemigo irreductible al que se acusa de buena parte de los males de Marruecos. Hoy todavía la frontera sigue cerrada.
Hace ocho años, cuando Casablanca tembló con cinco atentados simultáneos en los que murieron más de 40 personas, muchos de ellos extranjeros, tampoco se tardó en identificar a sus autores, varios suicidas procedentes de los barrios más míseros de la ciudad. De nuevo la pista llevó al islamismo radical, dando lugar a una represión sin límites y acelerando la aprobación de una cuestionada ley antiterrorista bajo la cual se cometieron barbaridades sin control alguno. La “oportunidad” del atentado, cometido cuando se acababan de aplazar las elecciones municipales (que se celebrarían tres meses más tarde), contribuyó a impedir el control de varias grandes capitales por el partido islamista de la Justicia y el Desarrollo, al que se daba por ganador en localidades como Casablanca, Fez, Tánger, Mequínez o Kenitra tras sus excelentes resultados en las legislativas de un año antes. El PJD hubo de presentarse con perfil bajo (en tan solo la mitad de las circunscripciones urbanas) tras la dura prueba de ser acusado por algún partido de instigador último de los atentados.
El nuevo golpe de Marraquech del 28 de mayo, con un elevado número de víctimas, en su mayoría turistas extranjeros, ha hecho mirar de inmediato a todos los observadores hacia la órbitayihadista, resucitando el fantasma islamista pese a que todas las componentes de este movimiento en Marruecos, incluso las más insospechadas de la corriente salafista, se aprestaron a condenar con rotundidad el atentado.
Pero a pocos se les escapará la “oportunidad” del mismo para cortar en seco la demanda de cambio que cunde en toda la sociedad marroquí. De ahí que las especulaciones sobre su autoría anden desatadas. Los cuatro meses de revueltas árabes han cuajado en Marruecos en un crescendo que debe sin duda haber puesto nervioso a más de uno de los que tienen mucho que perder con la evolución (o reforma) del régimen: demandas crecientes de parlamentarización de la vida política, colaboradores íntimos del rey puestos en la picota, manifestaciones pacíficas continuas y crecientes con visibilización en las mismas de la oposición islamista más irreductible (y no digo radical, pues el movimiento del jeque Yassin, Justicia y Espiritualidad, nunca preconizó la violencia), culminando recientemente con la denuncia pública de uno de los centros de detención y tortura secreto de la DST, como el de Temara (identificado en Facebook con fotos de Google Earth) y ante el que se habían anunciado próximas protestas para pedir su eliminación, considerándolo la continuidad de las mazmorras de los años de plomo bajo Hassan II, como la tristemente célebre prisión de Tazmamart.
La reciente detención del más poderoso periodista de Marruecos, Rachid Nini, por atreverse a publicar documentos sensibles sobre los servicios de seguridad del país, forma parte del nerviosismo que cunde en sectores influyentes del poder.
El rey Mohamed VI reaccionó pronto a las demandas de los jóvenes del movimiento 20 de Febrero anunciando cambios constitucionales que se prometían importantes en su discurso del 9 de marzo.
Desde entonces el clamor popular no cesó, las lenguas se soltaron por todo el país hasta donde nunca lo habían estado, llegando -algo insólito- a cuestionar públicamente las declaraciones del propio monarca, cuya imagen se ha “desacralizado” profundamente pese a lo que proclama el artículo 23 de la actual Constitución.
La creación de una Comisión de Reforma Constitucional defraudó no obstante a los que desde el movimiento 20 de Febrero reclamaban una Asamblea Constituyente como en Túnez. Aunque la comisión ha auditado a todos los partidos que han querido presentar sus proposiciones, y se ha entrevistado con instituciones, con las ONG y hasta con un sector de los jóvenes del movimiento de protesta, se ha criticado la opacidad en la que trabaja sin dejar vislumbrar cómo resolverá los aspectos más controvertidos del texto, como el artículo 19, que convierte al rey en Emir de los Creyentes, una institución cuyas competencias exceden las del texto constitucional, situando al monarca por encima de este.
El tiempo para presentar sus conclusiones vence pronto (en el mes de junio) y se habla ya de un calendario apretadísimo para el refrendo constitucional, que se dice podría celebrarse antes de agosto, que coincide con el mes de Ramadán. Un tiempo imposible para presentar a debate público la Constitución resultante, que corre el riesgo de no ser más que una nueva ley otorgada.
Todo este proceso ha dividido a la élite del régimen. A nadie se le oculta que en Marruecos hay un búnker que siempre se resistió a la evolución del sistema y que había logrado bajo el nuevo reino ir reduciendo prácticamente a la nada la ya homeopática transición. En otro tiempo el Sáhara sirvió de coartada para cerrar el paso al cambio. Hoy es el terrorismo el que le sirve de coartada. Ese búnker no tardó en reapropiarse de las riendas del régimen tras la subida al trono de Mohamed VI, muchas veces, y no hay que olvidarlo, con el beneplácito -y hasta las condecoraciones- de Gobiernos occidentales, entre ellos el nuestro en 2005. En más de una década el rey se mostró incapaz de sustituir al frente de instituciones decisivas (Ejército, Gendarmería, Seguridad) a personajes identificados con lo más negro del anterior reinado, en cuyas manos estuvo el uso de la ley antiterrorista desde 2003.
El monarca, que ha reaccionado con agilidad al nuevo atentado, visitando el lugar de los hechos y exigiendo una investigación hasta el fondo, tiene ante sí el dilema de ceder a este búnker y su horror al cambio o desentenderse claramente de él, apostando abiertamente por las demandas de sectores significativos del país que miran hacia un futuro de Marruecos ligado indisolublemente a Europa, al progreso económico y social y a la democracia.
Quedarse a mitad de camino en las reformas, con el pretexto del chantaje del terrorismo -venga de donde venga, desde el interior o incluso del exterior del país-, no haría sino contribuir a la descomposición de la monarquía, sin duda en el momento más complicado de su historia. Sabiendo que, si pierde esta oportunidad de apostar por el parlamentarismo y la democracia, esta ocasión de oro para convertirse en símbolo y motor del cambio, cediendo el poder ejecutivo a los representantes electos del pueblo, el próximo dilema que podría planteársele en estos tiempos revueltos en el mundo árabe no sería ya otro que monarquía o república.
Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona
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