Por Jeffrey D. Sachs, profesor de Economía y director del Instituto de la Tierra en la Universidad de Columbia. También es Asesor Especial del Secretario General de las Naciones Unidas sobre los Objetivos de Desarrollo del Milenio. Traducido del inglés por Carlos Manzano (Project Syndicate, 25/05/11):
En casi todas las partes del mundo, se pueden resolver problemas enconados durante mucho tiempo mediante una cooperación más estrecha entre países vecinos. La Unión Europea ofrece el mejor modelo de cómo vecinos que se habían combatido durante mucho tiempo pueden agruparse en pro del beneficio mutuo. Resulta irónico que la decadencia actual del poder americano en el mundo llegue a propiciar una cooperación regional más eficaz.
Puede parecer extraño elogiar en este momento a la UE, en vista de las crisis económicas de Grecia, España, Portugal e Irlanda. Europa no ha resuelto el problema del equilibrio de intereses entre las economías fuertes del Norte y las más débiles del Sur. Aun así, los logros de la UE cuentan muchísimo más que sus dificultades actuales.
La UE ha creado una zona de paz donde en tiempos hubo guerra incesante. Ha brindado el marco institucional para reunificar la Europa occidental y la oriental. Ha fomentado las infraestructuras a escala regional. El mercado único ha sido decisivo para hacer de Europa uno de los lugares más prósperos del planeta y la UE ha encabezado la sostenibilidad medioambiental en el mundo.
Por esas razones, la UE ofrece un modelo excepcional para otras regiones que siguen empantanadas en los conflictos, la pobreza, la falta de infraestructuras y la crisis medioambiental. Nuevas organizaciones regionales, como, por ejemplo, la Unión Africana, miran a la UE como modelo por el papel que desempeña en la resolución de los problemas regionales y la integración. Aun así, hasta ahora la mayoría de las agrupaciones regionales han seguido siendo demasiado débiles para resolver los problemas apremiantes de sus miembros.
En la mayoría de las demás regiones, las divisiones políticas existentes echan raíces en la Guerra Fría o en la era colonial. Durante la Guerra Fría, los vecinos competían con frecuencia a la hora de “elegir bandos”, al aliarse con los Estados Unidos o la Unión Soviética. El Pakistán se inclinó por los americanos; la India, por los soviéticos. Los países tenían pocos incentivos para hacer la paz con sus vecinos, mientras disfrutaran del apoyo financiero de los EE.UU. o de la URSS. Al contrario, la continuación del conflicto con frecuencia propiciaba la obtención de más ayuda financiera.
De hecho, los EE.UU. y Europa actuaron con frecuencia para socavar la integración regional, que, según creían, limitaría su capacidad de influencia. Así, cuando Gamal Abdel Nasser lanzó un llamamiento en pro de la unidad árabe en el decenio de 1950, los EE.UU. y Europa lo consideraron una amenaza. Los EE.UU. socavaron su llamamiento en pro de un nacionalismo y una cooperación árabes fuertes, por miedo a una pérdida de la influencia americana en Oriente Medio. A consecuencia de ello, Nasser alineó a Egipto cada vez más con la Unión Soviética y en última instancia fracasó en el intento de unir los intereses árabes.
Sin embargo, la realidad actual es la de que las grandes potencias ya no pueden dividir y conquistar otras regiones, aun cuando lo intenten. La era del colonialismo se ha acabado y ahora estamos abandonando la era del dominio mundial de los EE.UU.
Acontecimientos recientes en Oriente Medio y en el Asia central, por ejemplo, reflejan claramente la pérdida de la influencia de los EE.UU. El fracaso de los Estados Unidos a la hora de obtener una ventaja geopolítica duradera mediante el uso de la fuerza militar en el Iraq y en el Afganistán subrayan los límites de su poder, mientras que su crisis presupuestaria permite asegurar que reducirá sus recursos militares más pronto que tarde. Asimismo, los EE.UU. no han desempeñado papel alguno en las revoluciones políticas que están en marcha en el mundo árabe y aún no han reaccionado con una política clara ante ellas.
El reciente discurso del Presidente Barack Obama sobre Oriente Medio es otra demostración de la pérdida de influencia de los Estados Unidos en esa región. Dicho discurso atrajo la atención sobre todo por pedir a Israel que regresara a sus fronteras de 1967, pero su efecto quedó anulado cuando Israel rechazó de plano la posición de los EE.UU. El mundo vio que iba a tener poca aplicación práctica.
El resto del discurso fue incluso más revelador, aunque despertó poca atención pública. Cuando Obama se refirió a los levantamientos políticos árabes, observó la importancia del desarrollo económico. Sin embargo, cuando pasó a referirse a las medidas de los EE.UU., lo máximo que pudo ofrecer financieramente fue un ligero alivio de la deuda de Egipto (1.000 millones de dólares), un escaso respaldo crediticio (1.000 millones de dólares) y cierta cobertura de seguros para las inversiones privadas.
El mensaje real era el de que el Gobierno de los EE.UU. contribuiría muy poco financieramente a la recuperación económica de la región. La época en que un país podía depender de una financiación americana en gran escala es cosa del pasado.
En una palabra, estamos avanzando hacia un mundo multipolar. El fin de la Guerra Fría no ha propiciado un mayor dominio de los EE.UU., sino la diseminación del poder mundial a muchas regiones. El Asia oriental, el Asia meridional, América Latina y Oriente Medio tienen una nueva influencia geopolítica y económica. Cada una de las regiones debe buscar cada vez más su propia vía hacia el desarrollo económico, la seguridad energética y alimentaria y unas infraestructuras eficaces y debe hacerlo en un mundo amenazado por el cambio climático y la escasez de recursos.
Así, pues, cada una de las regiones tendrá que asegurarse su propio futuro. Naturalmente, habrá de ser en un marco de cooperación entre las regiones y también dentro de ellas.
Los países de Oriente Medio están en buenas condiciones para ayudarse mutuamente. Hay una gran complementaridad entre Egipto y los Estados del Golfo ricos en petróleo. Egipto puede ofrecer tecnología, mano de obra y considerables conocimientos técnicos a la región árabe, mientras que el Golfo aporta energía y finanzas, además de algunos especialistas. Se debe volver a poner sobre la mesa la idea, aplazada durante tanto tiempo, de la unidad económica árabe.
También Israel debe reconocer que su seguridad y su prosperidad a largo plazo aumentarán al formar parte de una región económicamente más fuerte. En pro de sus propios intereses nacionales, Israel debe llegar a un acuerdo con sus vecinos.
También otras regiones descubrirán que la decadencia del poder de los EE.UU. intensifica la urgencia de una mayor cooperación entre vecinos. Algunas de las mayores tensiones del mundo –entre la India y el Pakistán o entre Corea del Norte y Corea del Sur, pongamos por caso– deben desactivarse como parte de un fortalecimiento a escala regional. Como demuestra la UE, si una región mira al futuro para atender sus necesidades a largo plazo, en lugar de al pasado y a sus rivalidades y conflictos de antiguo, se pueden convertir los antiguos frentes de batalla y enemistades en una cooperación mutuamente beneficiosa.
Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona
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