Por Xavier Bru de Sala, escritor (EL PERIÓDICO, 13/05/11):
En Escocia, contra pronóstico, los independentistas han obtenido mayoría absoluta. Los soberanistas de Quebec, en cambio, acaban de darse un batacazo electoral de los gordos. ¿Qué tienen en común las dos situaciones, en apariencia tan disímiles? A mi parecer, que se encuentran en fases muy diferentes de un proceso paralelo. En los años 80 y 90, Quebec se sentía discriminado en Canadá. Llegó incluso a un acuerdo con el Estado federal, que el resto de Canadá incumplió. De ahí los dos referendos. De ahí que a partir del segundo, en el que la separación fue derrotada por la mínima, Canadá cambiara e hiciese caso de las reivindicaciones quebequesas. Ahora, Quebec ya no tiene déficit fiscal, sufre la crisis mucho menos que Ontario, gestiona la política identitaria, conduce los asuntos clave del país. Consecuencia: los soberanistas han pasado de dominar la agenda a estrellarse en las urnas. Clínex usado.
La reacción del premier británico a la mayoría independentista escocesa ha sido inteligente. En primer lugar, dar facilidades (demasiadas y todo para el gusto de Salmond) en vez de buscar un bloqueo jurídico al referendo. En segundo lugar, proponer un reparto de los recursos y las competencias en la línea de lo que reclaman los nacionalistas escoceses. Se habla de una mayor participación en los ingresos del petróleo del mar del Norte. Si las cosas van por el camino esbozado, los escoceses podrán haber obtenido una buena parte de lo que buscaban sus líderes separatistas sin que haga falta la separación.
Tanto en Quebec como en Escocia, la clave es la credibilidad de la independencia. Cuando han visto que se les venía encima la secesión, primero Canadá y después el Reino Unido han dado la vuelta como un calcetín. Ante la perspectiva de la ruptura, el mal menor, para Ottawa y Londres, es repartir con el disidente para que deje de estar insatisfecho (o si lo prefieren, cabreado, sí, porque el cabreo nacional bien llevado tiene premio). En otras palabras, que el pastor de la capital no tiene nunca bastante con la invocación del lobo. No hace caso de la llamada a combatirlo hasta que le ve las orejas de muy cerca. Entonces se sube a la montaña y proporciona a las ovejas que están allí los medios que antes les negaba.
Hace tiempo que defiendo el independentismo instrumental como vía para desbloquear la cuestión catalana. También los catalanes podemos considerar que la independencia no es tanto una finalidad en sí misma como, agotada la hoja de ruta autonomista, la palanca para cambiar las relaciones Catalunya-España. Pero hay que ser muy consciente de que el problema del paralelismo se encuentra, no en las diferencias entre Quebec, Escocia y Catalunya, que nadie podría negar, sino entre España, el Reino Unido y Canadá, que son mucho mayores. La deriva de España hacia el abrazo con sus demonios históricos pone en peligro la estrategia del lobo y aumenta tanto el riesgo de tensiones superiores como para que la cosa acabe con la ruptura del Estado.
Pero no tenemos que adelantarnos demasiado a los acontecimientos. Es evidente que el independentismo gana terreno social en Catalunya, pero también lo es que no cuenta con mayoría. El lobo se acerca. Algunos le vemos la punta de las orejas. Otros confían en que la mayor parte de los catalanes no se dejarán convencer y creen que no hay que preocuparse. El futuro tiene la palabra. Ser demócrata implica aceptar en todos los casos el veredicto de la mayoría expresado en las urnas. En este sentido, la cultura democrática de los catalanes parece bastante elevada y arraigada como para alejar, no anular, el riesgo de fractura social.
La ausencia de alternativas estratégicas lleva a prever que la minoría soberanista irá aproximándose. O lo dejamos como está, o miramos con buenos ojos al independentismo instrumental. El alimento interno del independentismo procede de los que no plantean una vía diferente para resolver el malestar con la situación presente, que, este sí, es ampliamente mayoritario en Catalunya. Ante la insatisfacción general, el inmovilismo no parece una buena receta.
Volvemos a Quebec y Escocia. No sé de nadie capaz de sostener que los quebequeses hayan salido perdiendo con su estrategia del independentismo instrumental. Tampoco es previsible que la mayoría absoluta de los independentistas sea un mal negocio para los escoceses. Muy al contrario, el proceso ha supuesto un progreso notabilísimo para Quebec y augura perspectivas de franca mejora en Escocia. De regresión, pues, nada de nada, sea dicho para algunos unionistas catalanes, a los cuales podría sumarme, como la mayoría de los hoy insatisfechos y/o cabreados, tanto si proponen una alternativa y sale bien, como si la vía del independentismo instrumental acaba con un éxito similar al de Quebec.
Colofón. Mientras Catalunya no tenga silla en la ONU, España estará unida. Lo estaría aunque llegara a ser un Estado confederal. Lo tendría que estar, cuando menos como Escandinavia, aunque Madrid prefiriera la secesión antes que la cesión.
Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona
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