Por O. Ashour, catedrático y director del Programa sobre Oriente Medio en el Instituto de Estudios Árabes e Islámicos, Univ. de Exeter (Reino Unido) © Project Syndicate/Institut Human Sciences, 2011 (LA VANGUARDIA, 09/05/11):
Vivió como un héroe, murió como un mártir… Si mataron a un Osama, miles de otros nacerán”, dice un comentario en un grupo de Facebook llamado “Todos somos Osama bin Laden”. El grupo se formó una hora después del anuncio de la muerte del líder de Al Qaeda pronunciado por el presidente de Estados Unidos, Barack Obama. Ese grupo de Facebook ya tiene unos 30.000 amigos. Es más, existen más de 50 grupos similares en Facebook.
La reacción ante la muerte de Bin Laden en Al Yazira y otros medios de noticias árabes ha sido mixta. Algunos ven al hombre considerado un asesino masivo en Occidente como un icono, y su muerte y sepultura en el mar a cargo de las fuerzas norteamericanas no socavará esa percepción a los ojos de sus simpatizantes. De hecho, el jeque Naser Farid Uasil, ex muftí de Egipto, ya declaró a Bin Laden mártir, “porque fue asesinado por las manos del enemigo” (el jeque Uasil, debe saberse, no tiene ninguna vinculación ni ninguna simpatía conocida por Al Qaeda y representa una escuela de pensamiento islámica muy diferente).
Más allá de las señales ambiguas en internet, en el mundo virtual la cuestión crítica es si la eliminación de Bin Laden marca el comienzo de la muerte de Al Qaeda en la realidad. Algunas organizaciones terroristas, por supuesto, han fracasado tras la muerte de su líder carismático. me viene a la mente el caso de Shoko Asahara, fundador de Aum Shinrikyo (el grupo japonés que organizó el ataque con gas sarín en el subterráneo de Tokio en 1995).
Pero capturar y juzgar a los líderes violentos probablemente sea una mejor señal del final de este tipo de organizaciones –las posibilidades de un desenlace como este son más altas cuando estos líderes se retractan de sus opiniones y piden a sus seguidores que depongan sus armas–. Abimael Guzmán, el líder del maoísta Sendero Luminoso de Perú, y Abdulah Ocalan, el líder del Partido de los Trabajadores de Kurdistán (PKK por su sigla en inglés) en Turquía, son ejemplos dignos de mencionar.
Por el contrario, lejos de causar el final de un movimiento armado, la muerte de un líder carismático a manos de sus enemigos puede transformar esa figura en un mártir. El Che Guevara fue mucho más valioso para la militancia izquierdista después de su muerte que mientras estaba vivo.
El islamismo armado tiene sus particularidades, por supuesto, pero también comparte características importantes con algunos de estos grupos, como por ejemplo la relación entre la eliminación física de un líder y la supervivencia de la organización. Las organizaciones descentralizadas con ideologías relevantes, que operan en contextos donde abundan las condiciones que conducen a la acción armada, normalmente sobreviven a las pérdidas de sus líderes, mientras que las organizaciones jerárquicas y de culto muchas veces no.
Desde el 11 de septiembre, Al Qaeda ha estado lejos de ser una organización jerárquica y de culto. El vástago de Al Qaeda en Iraq, Abu Musab al Zarqaui, lo demuestra muy bien: el grupo se llamó Al Qaeda en Mesopotamia para fines de reclutamiento y propaganda, pero era bastante autónomo organizativa y operativamente. Cuando Ayman al Zauahiri, el colaborador cercano de Bin Laden, pidió a Al Zarqaui que evitara perseguir a los chiíes, Al Zarqaui en cambio aumentó la violencia en contra de ellos.
El modelo de franquicia de Al Qaeda se aplica también en Argelia, Yemen, el norte de Mali y Somalia. Y, con los movimientos de guerrilla de antaño, Al Qaeda comparte tácticas de frente ideológico: pequeñas células urbanas y/o individuos vulnerables suscriben la ideología y se autorreclutan o inician por su cuenta una célula asociada.
En todos sus modos descentralizados de funcionamiento, Bin Laden principalmente desempeñaba el papel de guía inspirador y figura icónica, un papel que va a desempeñar mejor al ser asesinado por las armas estadounidenses que mientras estaba vivo escondiéndose de ellas.
Consideremos el caso de Sayid Qutb, el intelectual islamista que influyó en Bin Laden y otros. Qutb fue ejecutado por la dictadura de Gamal Abdel Naser en Egipto en agosto de 1966, en un intento por reducir su influencia. Esa táctica fracasó aparatosamente. De los 98 prisioneros de los Hermanos Musulmanes con quienes Qutb debatió su nueva ideología de enfrentamiento en 1964, 35 la respaldaban enérgicamente, 23 se oponían rotundamente y 40 no estaban seguros. A pesar de su condición y prestigio intelectual, Qutb no logró persuadir a la mayoría de los reclusos con opiniones similares bajo condiciones de represión. Sin embargo, apenas Qutb el intelectual fue ejecutado nació Qutb el gran mártir. Sus seguidores pronto se contaban por miles y no por docenas, y él pasó a inspirar a generaciones, no sólo a reclusos individuales. Es más, Qutb fue ejecutado por un líder musulmán nacionalista árabe, mientras que Bin Laden fue asesinado por la Marina de Estados Unidos. Eso marca una gran diferencia en el mundo musulmán.
El encarcelamiento, seguido por la abjuración de la violencia, se ha convertido prácticamente en un factor corriente en el caso de varios grupos yihadistas, particularmente el Grupo Islamista Egipcio de 20.000 integrantes, facciones de la Organización al Yihad en Egipto y grupos más pequeños como el Grupo de Lucha Islámica Libia. Las figuras de liderazgo en los movimientos islamistas armados no sólo abandonaron la violencia política, sino que también la deslegitimaron como instrumento de un cambio social y político después de cumplir periodos en prisión. Por ejemplo, Sayid Iman al Sharif (también conocido como Dr. Fadl), un ideólogo de Al Qaeda durante una década, publicó varios libros denunciando el activismo armado, tanto teológicamente como desde un punto de vista táctico, después de pasar varios años en prisión.
Lo mismo es aplicable al Grupo Islamista, un movimiento involucrado en actos de violencia en casi una docena de países en los años 1980 y 1990, entre ellos una insurgencia armada en Egipto, bombardeos en Estados Unidos y Croacia, intentos de asesinato en Etiopía y campos de entrenamiento en Afganistán. En los años 2000, la cúpula encarcelada del grupo produjo más de 25 libros destinados a deslegitimar la violencia política como método para el cambio.
Eliminar al guía espiritual (a diferencia de los líderes organizativos) de un grupo militante podría ser percibido como una victoria política para un gobierno a corto plazo, pero posiblemente torne menos probable un proceso de desradicalización integral, y no necesariamente implicará el fin de la organización en cuestión. Para resultados a largo plazo, la captura es casi siempre más efectiva que el asesinato.
Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona
No hay comentarios.:
Publicar un comentario