Por Donald Kaberuka, presidente del Banco Africano de Desarrollo Copyright: Project Syndicate, 2011 (LA VANGUARDIA, 11/05/11):
Como un volcán latente durante mucho tiempo que de pronto entra en erupción, las revoluciones que han barrido el norte de África- sobre un fondo de buenos resultados económicos-tomaron por sorpresa a todo el mundo. Antes de la explosión, el crecimiento anual del PIB en esa región había ascendido por término medio a un excelente 4,6% durante un decenio, con una gran mejora consiguiente de los indicadores de desarrollo humano.
Pero ese crecimiento era en cierto sentido engañoso, porque ocultaba problemas que llevaban mucho tiempo formándose bajo la superficie: un desempleo en aumento, en particular entre la juventud de la región, y represión política, cuestiones que al final crearon una situación explosiva. En Túnez, cuya revolución prendió el fuego del cambio que se extendió rápidamente por toda la región, los jóvenes representan el 70% del desempleo total. Las estadísticas son similares en Egipto y Libia.
El denominador común de toda la región es que, si bien sus economías crecían, no pudieron crear puestos de trabajo suficientes. Así se ha formado una generación de jóvenes desafectos, subempleados o desempleados, incluido un gran número de recién licenciados universitarios. En última instancia, todos los niveles de la sociedad, catalizados por las acciones de jóvenes inquietos y desfavorecidos, se agruparon para pedir un cambio y reformas. Hay mucha buena voluntad con miras a lograr un dividendo democrático para esos países y, naturalmente, sin dejar de atender las aspiraciones de sus poblaciones, pero ¿cómo deben reaccionar exactamente las autoridades de la región?
Lo que la situación en el norte de África nos ha enseñado es que debemos aceptar humildemente que en el pasado tal vez no siempre hayamos reaccionado correctamente. Reconocer la complejidad de los problemas económicos que tenemos planteados y escuchar más para formular las respuestas necesarias y apropiadas.
Las enseñanzas que se desprenden de los levantamientos del norte de África son claras: fue una revolución no motivada por la ideología, sino por la necesidad de libertad, de luchar contra la exclusión social, de conseguir voz y voto políticos y la rendición de cuentas de los gobiernos. Hasta cierto punto, se podría afirmar que lo que los países norteafricanos están experimentando es la clásica trampa de los países de renta media, con unos resultados económicos restringidos y socavados por una limitada transformación económica en pro del logro de una producción con mayor valor añadido y una insuficiente integración política, social y económica.
Los acontecimientos de los últimos meses han pasado una onerosa factura económica a corto plazo, pero a largo plazo podrían tener consecuencias de gran alcance. Las economías de la región se han contraído a consecuencia de una reducción drástica de los ingresos por turismo y las perturbaciones de la producción y del comercio. Las inversiones extranjeras e interiores podrían reducirse aún más a consecuencia de la incertidumbre y los sectores financieros, y los mercados de valores de esa región podrían verse sometidos a una tensión aún mayor. Todo ello podría tener repercusiones importantes en los segmentos pobres y vulnerables de la población, agravadas por posibles subidas de los precios de los alimentos y un aumento aún mayor del desempleo. Por otra parte, podemos estar seguros de que los beneficios a largo plazo del cambio político y social serán positivos, al eliminarse la carga de la corrupción predatoria y las limitaciones de las libertades económicas.
El Banco Africano de Desarrollo, como la institución más importante para la financiación del desarrollo de África que es, apoyará a sus miembros norteafricanos, mejorando su gestión de los asuntos públicos y sus instituciones, fortaleciendo las redes de seguridad social y poniendo las bases para una recuperación económica sólida. Estamos ampliando nuestras consultas con los gobiernos y otros agentes y colaborando más estrechamente con los grupos de las sociedades civiles regionales y nacionales y los medios de comunicación, además de con las instituciones académicas, los centros de estudio, los sindicatos y las asociaciones industriales y sectoriales. Gracias a la Administración democrática que va surgiendo, tenemos asociados con los que podemos tratar las cuestiones relativas a la gestión de los asuntos públicos.
Ningún país ni región puede aspirar de verdad a un crecimiento económico pleno y amplio sin que redunde en provecho de todos los segmentos de su población y sin conceder voz y voto a todos ellos, pero el norte de África debe también procurar la integración económica regional para incrementar la eficacia de sus políticas nacionales. Cada vez más países están haciéndolo mediante el desarrollo del sector privado. En el 2008, por ejemplo, el Fondo de Capital Privado del Magreb recibió inversiones de casi 20 millones de euros del Banco Africano de Desarrollo, que fortalecieron a diversas empresas pequeñas o medianas de Marruecos, Argelia, Túnez y Libia y las transformaron en copartícipes regionales más sólidos. Para que las naciones del norte de África logren satisfacer las necesidades y aspiraciones de sus pueblos, las autoridades deben aprovechar adecuadamente las enseñanzas del pasado… y procurar de verdad actuar correctamente esta vez. La creatividad económica debe ser el próximo paso en la primavera del norte de África.
Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona
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