Por Francesc de Carreras, catedrático de Derecho Constitucional de la UAB (LA VANGUARDIA, 12/01/12):
Aunque muchos ahora critiquen el excesivo protagonismo de la
canciller Merkel y del presidente Sarkozy, los problemas importantes de
la integración europea siempre los han resuelto franceses y alemanes:
sin su decidido empuje nunca habríamos llegado adonde estamos ahora.
Recordemos. Todo empezó en 1950 con Schumann y Adenauer (y Jean
Monnet al fondo) llegando a un acuerdo sobre el carbón (francés) y el
acero (alemán) que condujo, con naturalidad, hasta la creación de la CEE
en 1957. Después, en otro período crucial, Pompidou y Willy Brandt
empezaron a coordinar las políticas monetarias mediante la famosa
serpiente; continuaron Helmut Schmidt y Giscard d’estaing creando el
Sistema Monetario Europeo; para desembocar en Kohl y Mitterrand que
prepararon las bases del tratado de Maastricht aprobado en 1992 (con
Jacques Delors al fondo) que fue la base legal del euro.
De modo que la pareja MerkelSarkozy es una más en la historia de la
Unión. Ciertamente, tras Maastricht y los sucesivos cambios posteriores
hasta llegar a Lisboa, las instituciones europeas (el Parlamento, la
Comisión, la nueva Presidencia) podían haber madurado y pasar a
convertirse en protagonistas. Pero, por el momento, no ha sido así: la
UE sigue siendo primordialmente la Europa de los Estados, no la de los
ciudadanos.
En este contexto de críticas a la situación europea, cabe destacar
últimamente la voz sabia y sensata de un viejo europeísta, el antiguo
canciller socialdemócrata alemán Helmut Schmidt, un hombre independiente
de indiscutible autoridad moral e intelectual. Las reflexiones
contenidas en su discurso del pasado 4 de diciembre ante el congreso de
su partido tienen gran interés: analiza los problemas del presente a la
luz de la historia y advierte de algunos peligros futuros.
En primer lugar, recuerda Schmidt que la UE surge para poner fin a
los enfrentamientos militares que asolaron Europa, desde la Guerra de
los Treinta Años en el siglo XVII a las dos guerras mundiales del siglo
XX, y en los cuales Alemania siempre ocupó un lugar central. Los
principales hitos de la integración europea, desde sus comienzos hasta
el euro, son fruto del justificado “recelo latente” respecto de Alemania
por parte de sus países vecinos. Pero tal integración no sólo es
beneficiosa para estos, sino también para la propia Alemania: nos sirve a
los alemanes –sostiene Schmidt– para conjurar nuestros particulares
demonios históricos basados en nuestra pretendida superioridad y es “una
garantía contra la posibilidad de que los alemanes se dejen seducir,
una vez más, por la política de la fuerza”. Y concluye tajante: la
integración en Europa es necesaria “¡también para protegernos de
nosotros mismos!”.
Pero, en segundo lugar, Schmidt sostiene que desde la creación del
euro han sucedido numerosos cambios en el mundo que han transformado la
relación de Alemania con Europa: auge de los países emergentes,
interdependencia en virtud de la globalización y un poder incontrolado
de los mercados financieros. Producto de todo ello, Europa envejece
demográfica y económicamente. Sin embargo, Alemania, debido sobre todo a
su potencial tecnológico y a su capital humano, ha experimentado un
gran crecimiento económico.
Ahora bien, Alemania no debe olvidar que su superávit financiero y
comercial es consecuencia del déficit de otros países, especialmente
europeos y, por tanto, el resto de Europa necesita a Alemania tanto como
Alemania necesita al resto de Europa. El crecimiento económico alemán,
dice Schmidt, “no se ha conseguido sólo por nuestros propios medios”,
también por mérito de nuestros vecinos y, en consecuencia, “los alemanes
tenemos motivos para estarles agradecidos”. El interés estratégico
alemán –prosigue Schmidt– “radica en no aislarse y en no dejarse
aislar”, un interés que está “claramente por encima de los intereses
tácticos de cualquier partido político”.
Por tanto, la solidaridad financiera alemana con el resto de países
europeos beneficia tanto a estos como a la propia Alemania: “¡Es cierto
–dice Schmidt– que Alemania ha sido un pagador neto durante décadas!
Podíamos permitírnoslo y lo hemos hecho desde la época de Adenauer. Y,
por supuesto, los receptores netos siempre eran Grecia, Portugal o
Irlanda. Hoy en día la clase política alemana no es suficientemente
consciente de esta solidaridad”.
En Alemania los impulsos nacionalistas y aislacionistas son fuertes:
¡los europeos, especialmente los del sur, viven a cuenta nuestra! Así
piensan muchos alemanes y algunos, incluso entre los socialdemócratas,
pueden caer en la tentación de hacerles caso. Schmidt advierte así a los
suyos: “La socialdemocracia alemana es desde hace siglo y medio
favorable al internacionalismo en mucha mayor medida que generaciones de
liberales, conservadores o nacionalistas. Nosotros, los
socialdemócratas, nos hemos aferrado tanto a la libertad como a la
dignidad de cada ser humano. (…) Estos valores fundamentales nos obligan
hoy en día a la solidaridad europea”.
Dicho esto, y ante el asombro de la nutrida concurrencia, el anciano
estadista de 93 años encendió un pitillo y se puso a fumar. A sus
anchas.
Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona
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