Por Adam Michnik, ex líder de Solidaridad, editor general de Gazeta Wyborcza. © Project Syndicate. Trad. Claudia Martínez (LA VANGUARDIA, 15/05/07):
Recientemente, el Parlamento Europeo condenó el intento del Gobierno polaco de despojar a Bronislaw Geremek de su mandato parlamentario. Geremek, líder de Solidaridad, ex preso político y ministro de Asuntos Exteriores responsable del ingreso de Polonia en la OTAN, se negó a firmar otra declaración más de que no había sido agente de la policía secreta comunista.
Los parlamentarios de la UE calificaron las acciones del Gobierno polaco de caza de brujas y Geremek declaró que la ley de depuración de Polonia era una amenaza a las libertades civiles. En respuesta, el primer ministro polaco, Jaroslaw Kaczynski, acusó a Geremek de “perjudicar a su madre patria”. Los comunistas emplearon las mismas frases cuando Geremek criticó su desgobierno. La Corte Constitucional del Polonia del 11 de mayo terminó con gran parte de la ley de depuración y protegió la posición de Geremek en el Parlamento de la UE - al menos por ahora-. Pero la ley de depuración es solamente un ejemplo entre varios de un esfuerzo sistemático del Gobierno actual de Polonia por socavar las instituciones y el tejido democrático del país.
¿Qué sucede en Polonia, el país donde empezó la caída del comunismo?
Cada revolución tiene dos fases. Primero viene una lucha por la libertad, luego una lucha por el poder. La primera hace que se eleve el espíritu humano y extrae lo mejor de la gente. La segunda desata lo peor: envidia, intriga, ambición, sospecha y una necesidad de venganza. La revolución de Solidaridad en Polonia siguió un curso inusual. Solidaridad, sumergida por la fuerza cuando se declaró la ley marcial en diciembre de 1981, sobrevivió a siete años de represión y luego regresó en 1989 subida a la ola de la perestroika de Gorbachov. Durante las negociaciones de la Mesa Redonda se llegó a un acuerdo entre el ala reformista del Gobierno comunista y Solidaridad. Esto abrió el camino al desmantelamiento pacífico de la dictadura comunista en todo el bloque soviético.
Solidaridad apoyó más el acuerdo que la venganza y abrazó la idea de una Polonia para todos y no de un Estado dividido entre ganadores omnipotentes y perdedores oprimidos. Desde 1989, cambiaron los gobiernos, pero el Estado se mantuvo estable; incluso los poscomunistas aprobaron las reglas de la democracia parlamentaria y una economía de mercado.
Sin embargo, no todos aceptaron este camino. Hoy, Polonia está gobernada por una coalición de revanchistas post-Solidaridad, poscomunistas generadores de problemas, los herederos de los chauvinistas pre Segunda Guerra Mundial, grupos xenófobos y antisemitas y el contexto de Radio Maryja, los voceros del fundamentalismo etnoclerical.
Se nota preocupación: se socava la autoridad de los tribunales, se ataca la independencia del Tribunal Constitucional, se corrompe el servicio civil y los fiscales están politizados. La vida social se regula represivamente. ¿Por qué? Toda revolución exitosa crea ganadores y perdedores. La revolución de Polonia trajo derechos civiles de la mano de una mayor criminalidad, una economía de mercado junto con empresas fallidas y un alto desempleo, y la formación de una clase media dinámica junto con una mayor desigualdad de ingresos. Abrió a Polonia las puertas de Europa, pero también suscitó miedo a los extranjeros.
Los veteranos de Solidaridad creían que tras la muerte de la dictadura vendría su propio reinado. Pero los comunistas culpables no fueron castigados y los activistas virtuosos de Solidaridad no fueron recompensados. Los perdedores se negaron a admitir que el logro de la libertad era el mayor éxito de Polonia en 300 años. Para ellos, Polonia seguía siendo un país gobernado por el aparato de seguridad comunista. Una Polonia de estas características requería una revolución moral en la que se castigaran los delitos, se recompensara la virtud y se redimiera la injusticia.
Los medios elegidos por los perdedores después de ganar en el 2005 fue una gran purga. Se espera que la depuración, según las primeras estimaciones, afecte a 700.000 personas. Es más, era la obligación de cada una de las 700.000 personas que fueron objeto de la depuración declarar que no colaboraron con los servicios secretos. Quienes se negaran a hacerlo serían despedidos y se les prohibiría trabajar en su profesión durante diez años. El objetivo de la revolución pacífica de Polonia era la libertad, la soberanía y la reforma económica, no una caza de agentes sospechosos o reales de la policía secreta. Si se hubiera organizado una cacería de agentes en 1990, ni las reformas económicas ni el establecimiento de un Estado gobernado por el derecho habrían sido posibles. Polonia no estaría ni en la OTAN ni en la UE.
Hoy, dos Polonias están enfrentadas entre sí. Una Polonia de sospecha, miedo y venganza está luchando contra una Polonia de esperanza, coraje y diálogo. Esta segunda Polonia - de apertura y tolerancia, de Juan Pablo II y Czeslaw Milosz, de mis amigos de la resistencia y de la cárcel- debe prevalecer. Creo que los polacos una vez más defenderán su derecho a ser tratados con dignidad. La decisión del Tribunal Constitucional brinda la esperanza de que la segunda fase de la revolución polaca no consumirá ni a su padre, la voluntad de libertad, ni a su hijo, el Estado democrático.
Recientemente, el Parlamento Europeo condenó el intento del Gobierno polaco de despojar a Bronislaw Geremek de su mandato parlamentario. Geremek, líder de Solidaridad, ex preso político y ministro de Asuntos Exteriores responsable del ingreso de Polonia en la OTAN, se negó a firmar otra declaración más de que no había sido agente de la policía secreta comunista.
Los parlamentarios de la UE calificaron las acciones del Gobierno polaco de caza de brujas y Geremek declaró que la ley de depuración de Polonia era una amenaza a las libertades civiles. En respuesta, el primer ministro polaco, Jaroslaw Kaczynski, acusó a Geremek de “perjudicar a su madre patria”. Los comunistas emplearon las mismas frases cuando Geremek criticó su desgobierno. La Corte Constitucional del Polonia del 11 de mayo terminó con gran parte de la ley de depuración y protegió la posición de Geremek en el Parlamento de la UE - al menos por ahora-. Pero la ley de depuración es solamente un ejemplo entre varios de un esfuerzo sistemático del Gobierno actual de Polonia por socavar las instituciones y el tejido democrático del país.
¿Qué sucede en Polonia, el país donde empezó la caída del comunismo?
Cada revolución tiene dos fases. Primero viene una lucha por la libertad, luego una lucha por el poder. La primera hace que se eleve el espíritu humano y extrae lo mejor de la gente. La segunda desata lo peor: envidia, intriga, ambición, sospecha y una necesidad de venganza. La revolución de Solidaridad en Polonia siguió un curso inusual. Solidaridad, sumergida por la fuerza cuando se declaró la ley marcial en diciembre de 1981, sobrevivió a siete años de represión y luego regresó en 1989 subida a la ola de la perestroika de Gorbachov. Durante las negociaciones de la Mesa Redonda se llegó a un acuerdo entre el ala reformista del Gobierno comunista y Solidaridad. Esto abrió el camino al desmantelamiento pacífico de la dictadura comunista en todo el bloque soviético.
Solidaridad apoyó más el acuerdo que la venganza y abrazó la idea de una Polonia para todos y no de un Estado dividido entre ganadores omnipotentes y perdedores oprimidos. Desde 1989, cambiaron los gobiernos, pero el Estado se mantuvo estable; incluso los poscomunistas aprobaron las reglas de la democracia parlamentaria y una economía de mercado.
Sin embargo, no todos aceptaron este camino. Hoy, Polonia está gobernada por una coalición de revanchistas post-Solidaridad, poscomunistas generadores de problemas, los herederos de los chauvinistas pre Segunda Guerra Mundial, grupos xenófobos y antisemitas y el contexto de Radio Maryja, los voceros del fundamentalismo etnoclerical.
Se nota preocupación: se socava la autoridad de los tribunales, se ataca la independencia del Tribunal Constitucional, se corrompe el servicio civil y los fiscales están politizados. La vida social se regula represivamente. ¿Por qué? Toda revolución exitosa crea ganadores y perdedores. La revolución de Polonia trajo derechos civiles de la mano de una mayor criminalidad, una economía de mercado junto con empresas fallidas y un alto desempleo, y la formación de una clase media dinámica junto con una mayor desigualdad de ingresos. Abrió a Polonia las puertas de Europa, pero también suscitó miedo a los extranjeros.
Los veteranos de Solidaridad creían que tras la muerte de la dictadura vendría su propio reinado. Pero los comunistas culpables no fueron castigados y los activistas virtuosos de Solidaridad no fueron recompensados. Los perdedores se negaron a admitir que el logro de la libertad era el mayor éxito de Polonia en 300 años. Para ellos, Polonia seguía siendo un país gobernado por el aparato de seguridad comunista. Una Polonia de estas características requería una revolución moral en la que se castigaran los delitos, se recompensara la virtud y se redimiera la injusticia.
Los medios elegidos por los perdedores después de ganar en el 2005 fue una gran purga. Se espera que la depuración, según las primeras estimaciones, afecte a 700.000 personas. Es más, era la obligación de cada una de las 700.000 personas que fueron objeto de la depuración declarar que no colaboraron con los servicios secretos. Quienes se negaran a hacerlo serían despedidos y se les prohibiría trabajar en su profesión durante diez años. El objetivo de la revolución pacífica de Polonia era la libertad, la soberanía y la reforma económica, no una caza de agentes sospechosos o reales de la policía secreta. Si se hubiera organizado una cacería de agentes en 1990, ni las reformas económicas ni el establecimiento de un Estado gobernado por el derecho habrían sido posibles. Polonia no estaría ni en la OTAN ni en la UE.
Hoy, dos Polonias están enfrentadas entre sí. Una Polonia de sospecha, miedo y venganza está luchando contra una Polonia de esperanza, coraje y diálogo. Esta segunda Polonia - de apertura y tolerancia, de Juan Pablo II y Czeslaw Milosz, de mis amigos de la resistencia y de la cárcel- debe prevalecer. Creo que los polacos una vez más defenderán su derecho a ser tratados con dignidad. La decisión del Tribunal Constitucional brinda la esperanza de que la segunda fase de la revolución polaca no consumirá ni a su padre, la voluntad de libertad, ni a su hijo, el Estado democrático.
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