Por Josep Borrell, presidente del Instituto Universitario Europeo de Florencia, Italia (EL PAÍS, 29/04/10):
En los tiempos que nos toca vivir las amenazas son cambiantes y peor definidas que en el mundo dividido en bloques de la guerra fría. Y éstas se aprovechan de la permeabilidad de las fronteras y de la capacidad de las nuevas tecnologías de la comunicación. Hoy ningún país puede garantizar por sí mismo la protección total de sus ciudadanos y de sus intereses estratégicos.
Razón de más para justificar una Europa unida a la que el Tratado de Lisboa da nuevos instrumentos para desarrollar su política exterior. Pero hemos tardado mucho tiempo en conseguirlo. Y han emergido nuevos actores que hace poco eran desconocidos o inexistentes, cuya influencia geopolítica es mucho más grande de lo que imaginamos.
Además, tenemos sobradas muestras de cómo la inestabilidad de un país causada por el terrorismo o por los conflictos civiles repercute en los vecinos de su región. Sobre todo en zonas en las que las agresiones a la paz se retroalimentan con argumentos religiosos o étnicos.
Por ello, para prevenir las amenazas a la seguridad colectiva, es imprescindible la cooperación entre distintas organizaciones internacionales que cubren áreas geográficas más amplias.
La Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa (OSCE) es una de ellas. La integran 56 países, “desde Vancouver a Vladivostok”, y es una de las más importantes organizaciones internacionales regionales, especialmente en lo que respecta a las políticas de mantenimiento de la paz y defensa de las libertades. Tuve oportunidad de conocerla por dentro cuando España ejerció su presidencia en el 2007 y el ministro Moratinos me hizo el honor de nombrarme su enviado especial.
Entonces tuvo lugar el llamado “compromiso de Madrid”, por el cual la presidencia de la OSCE la ostentaría ahora un país como Kazajistán, el primer Estado de Asia Central y la primera república ex soviética en alcanzar este rango dentro de la organización.
La responsabilidad asumida por Kazajistán acredita la necesidad de extender el planteamiento sobre seguridad colectiva más allá de los límites a los que Europa estaba acostumbraba. Ahora hemos de integrar a nuevos actores que se sitúan en lo que cabría llamar “fronteras exteriores”, pero que están en la “primera línea” de la presión del terrorismo. Juegan un papel fundamental para evitar la proliferación de “Estados fallidos” que se conviertan en plataformas del terrorismo internacional o de otras actividades delictivas, como la piratería o el narcotráfico.
Kazajistán, un Estado multicultural y multiétnico, en el que conviven 140 etnias y más de 40 confesiones religiosas, es uno de estos países que asumirán un protagonismo creciente en la estabilización política y en la consolidación de procesos democráticos. La importancia que le da la diplomacia norteamericana lo demuestra y una visita al país lo constata. Y por si fuera poco, sus estepas, que vieron cabalgar a Gengis Khan, esconden enormes reservas de petróleo y gas, que refuerzan su importancia geoestratégica.
Que ese país surgido del desmembramiento del imperio soviético y con poca tradición democrática pretendiera ejercer la presidencia de la OSCE fue en su día motivo de sorpresa y reticencias. La presidencia española actuó entonces con la visión política necesaria para vencer prejuicios dando tiempo al tiempo. Hoy la presidencia kazaja propone celebrar una Cumbre de Jefes de Estado y de Gobierno de la OSCE en su capital, Astana, para dar un nuevo impulso a esta Organización e incorporar proyectos concretos a la agenda que quedó incompleta en la cumbre de 1999, celebrada en Estambul. Sería una buena ocasión de transmitir apoyo y confianza a los nuevos actores que se han incorporado a la preocupación común por la seguridad colectiva.
La Europa de Lisboa no puede ignorar las nuevas realidades y su nueva diplomacia debe entender que la fortaleza de organizaciones, como la OSCE, es una condición indispensable para que los esfuerzos multilaterales no se pierdan en el limbo de las buenas palabras.
El mayor error que pueden cometer las democracias occidentales es confiar su seguridad sólo a sus propias capacidades de prevención de los conflictos. Afganistán es un buen ejemplo y en la lejana Asia Central se van a jugar importantes desafíos para nuestra seguridad. La presidencia de Kazajistán de la OSCE muestra que es posible que los europeos cooperemos eficazmente con algunos de esos nuevos actores que han emergido sin que nos diésemos cuenta durante nuestra larga introspección.
Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona
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