Por José Miguel Oviedo (ABC, 24/04/10):
Al margen de eso, su admirable versión de «Four Quartets» de T. S. Eliot, a la que ha dedicado largas décadas, sigue inédita hasta hoy. Todo esto hace evidente que traducir es uno de los aspectos más significativos -y, en verdad, muy personales- en su multifacética obra literaria
Los lectores de «Tarde o temprano», la recopilación general de la poesía de José Emilio Pacheco, publicada por primera vez en 1980, encontrarán al final del volumen una sección titulada «Aproximaciones, 1958-1978», que contiene lo que puede considerarse el grueso de sus traducciones poéticas realizadas hasta entonces. La variedad que ofrecen esas traducciones es amplísima: cubre todas las épocas, varias lenguas y muchos tonos y estilos. El simple número de las versiones es impresionante: representan más o menos la cuarta parte del total de los textos en esa edición.
En las dos siguientes reediciones (1986 y 2000) esa sección ha crecido aún más hasta llegar a convertirse en un corpus tan vasto que el autor ha tenido que desgajarlo de la última reedición de 2009, pues casi iguala las 800 páginas de su obra personal para ir a formar un libro autónomo que será publicado este año por la editorial Era en México. Al margen de eso, su admirable versión de «Four Quartets» de T. S. Eliot, a la que ha dedicado largas décadas, sigue inédita hasta hoy. Todo esto hace evidente que traducir es uno de los aspectos más significativos -y, en verdad, muy personales- en su multifacética obra literaria.
La estrecha relación entre su poesía y la que traduce plantea interesantes cuestiones cuyo examen puede revelar mucho sobre qué clase de poeta es Pacheco. En primer término, cabe notar que en este caso las dos fases están íntimamente ligadas porque comparten un conjunto de alusiones, resonancias y correspondencias, como si todo fuese obra de un solo autor. Por un lado sus «aproximaciones» ofrecen una variante o versión posible en nuestra lengua de lo que otro poeta escribió en la suya; por otro lado, son intentos por acercar o reactualizar textos -a veces muy remotos u olvidados-, asimilarlos a su obra y, por esa vía, incorporarlos a nuestra tradición.
Existe una razón adicional para no presentarlas como traducciones: en muchos casos son versiones a partir de otras versiones, no de la lengua original, si ésta le es desconocida. Pero en muy pocos casos son directas o estrictas del texto básico, sino interpretaciones muy personales hechas con la intención de que suenen como poemas escritos en nuestra lengua: algo nuevo y válido en sus propios términos.
Recordemos que para los hombres del Renacimiento, y por cierto para Cervantes, la traducción era, desde Juan Luis Vives, esencial en la cultura humanística, cuya alta dignidad estética residía en transmitir el sentido del pensamiento, no meramente el significado de las palabras.
Lo notable es que Pacheco les presta a sus «aproximaciones» una voz inconfundiblemente suya, pese a que debe adaptarse a una miríada de voces muy diversas.
Es fácil darse cuenta de que su propia obra es, de manera eminente, la de un gran lector: un lector voraz pero reflexivo, apasionado pero riguroso. Podría decirse que su arte creador consiste en la absorción y el reprocesamiento de todo lo que lee, aunque nunca resulte simplemente derivativo o libresco. Escribe con la firme convicción de que todo poema es un «ser vivo», que renace periódicamente y que, a lo largo del tiempo, puede llegar a significar algo muy distinto de lo que significó en su momento. Cada acto de lectura crea infinitas posibilidades porque nos permite ingresar e intervenir en cualquier texto casi como si fuese nuestro.
La poesía existe en el mismo flujo del tiempo propio de toda creación humana. Pacheco es un gran poeta de la temporalidad, como lo subrayan el título «No me preguntes cómo pasa el tiempo» y tantos otros en su obra. Para él, el acto poético se inscribe dentro de un circuito de lecturas y relecturas, de escrituras y reescrituras. Una forma específica de relectura y reescritura es la traduccción, que en el taller literario de Pacheco cobra una alta perfección. Para ilustrarlo baste un ejemplo.
Su serie «Lectura de la Antología Griega» contiene traducciones de 25 poetas recogidos en ese repertorio, que fue recopilado, organizado y traducido primero al inglés y luego a otras lenguas; Pacheco ha usado las numerosas versiones al inglés que existen, aparte de haber consultado las versiones en latín. Pese a ello, la suya no es una traducción que pretenda ser erudita o arqueológicamente literal; al contrario: es sobre todo una modernización de esos antiguos textos que redescubre su espíritu y su sentido profundos interpretados por un poeta de nuestro tiempo. Lo que debe de haber atraído su atención es el tono sentencioso y condensado de esos poemas, que a veces no exceden las dos líneas.
Si el lector repasa la obra del autor comprobará que en ella predomina el mismo tono. Era casi natural que lo tentase la idea de traducir poemas y reescribirlos como si fuesen propios: salvo por los nombres de los respectivos autores, no hay prácticamente modo de distinguirlos de su propia obra, pues se funden en una sola unidad y suenan como textos de la misma época, e incluso como si perteneciesen a nuestra lengua. Un caso paradigmático es el que ofrece un epigrama de Arquíloco, poeta del siglo VII, que reitera obsesivamente el nombre de un tal Leófilo como emblema del poder absoluto:
Ahora en el país manda sólo Leófilo.
No se oye sino a Leófilo.
Todo repta a los pies de Leófilo.
Esas imágenes evocan en él una larga experiencia de la vida política mexicana, y para hacer suya la visión del poeta griego le basta ponerle como título «Candidato del PRI».
Aunque la operación parezca simple, en realidad es muy sutil: se apoya en la homologación de textos y contextos muy distintos, con la convicción de que al leer un poema lo acercamos a nuestra época y podemos apropiarnos de él para darle nueva vida.
Las voces poéticas se intercambian dentro de un ciclo que niega los límites del tiempo y el espacio. Pacheco ha asumido plenamente la bien conocida noción de que la poesía se hace entre todos.
Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona
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