Por Alejandro Lago, profesor del IESE-Universidad de Navarra (EL MUNDO, 26/04/10):
Tras el cierre de los aeropuertos europeos por la erupción del volcán islandés y la nube de cenizas que inundó los cielos, las aerolíneas criticaron la gestión y las decisiones tomadas por Eurocontrol. En parte suena a queja premeditada para justificar su petición de ayudas públicas, pero también pone de manifiesto que las aerolíneas quizá no hubiesen tomado la misma decisión. Es decir, querían haber volado antes. Nos preguntamos, ¿quién tenía razón? Es más, ya que este tipo de situaciones se están repitiendo con cierta frecuencia -desde el 2001 hemos tenido el 11-S, SARs, la gripe aviar y ahora el volcán-, cabe preguntarse qué debemos hacer para tomar las decisiones adecuadas en el futuro.
Nos encontramos ante un problema clásico: ante la incertidumbre por falta de datos o conocimiento, la decisión (volar o no) depende del riesgo que se esté dispuesto a asumir. Y éste depende del coste percibido sobre cada uno de los posibles desenlaces (en este caso, que haya un accidente si se vuela, o sufrir pérdidas por dejar de volar). Hablo de costes percibidos porque en una de las dimensiones no son objetivamente cuantificables (¿cuánto vale la vida de una persona?) y en la otra, porque afectan de manera diferentes a las partes involucradas. En este caso, como nadie sabe bien el efecto de las cenizas y como había vidas en juego, lo deseable desde el punto de vista social era asumir el menor riesgo posible por poca incertidumbre que existiera. Una decisión loable que como pasajeros aceptamos pero cuyo coste real lo asumen a corto plazo las aerolíneas. Una semana sin ingresos equivale fácilmente al escaso margen de beneficio que estas compañías tienen durante un año. Es fácil pues que éstas se rebelen y que estén dispuestas a asumir implícitamente un riesgo mayor.
Desde un punto de vista racional, parece que el problema podría eliminarse si fuéramos capaces de conseguir mejores modelos para poder predecir cuál es el riesgo real. Desgraciadamente, no es tan fácil. Más datos podrían reducir el nivel de incertidumbre, pero la decisión sobre si abrir el espacio aéreo sólo cambiaría si los datos fueran tan concluyentes como para reducir la probabilidad de un accidente a algo parecido a cero.
Obviamente, debemos esforzarnos en mejorar los modelos de predicción. Pero no creo que nunca podamos estar seguros al 100%. Es más, aunque consigamos un modelo fiable para el efecto de las cenizas, aparecerá otra eventualidad sobre la que no tendremos certezas. Entonces, habremos de asumir que el problema de incertidumbre es recurrente y que como sociedad preferiremos siempre no asumir riesgos y aceptar el alto coste económico de la decisión más conservadora posible. Las preguntas pues deberían ser otras. Primero, ¿qué mecanismos existen para que las aerolíneas absorban ese alto coste de una manera no disruptiva? Segundo, ¿es justo que ese alto coste debido a eventos de la naturaleza no controlables y a nuestro incuestionable respeto por la vida lo absorban sólo las compañías aéreas?
No hay soluciones claras. Podríamos pensar en un seguro, pero, desgraciadamente, ante eventos tan inciertos, ninguna aseguradora privada está dispuesta a asegurar las pérdidas. Otra alternativa es que las mismas aerolíneas se pongan de acuerdo para instaurar algún mecanismo conjunto de cobertura a largo plazo; quizá, ¿un FROB internacional al estilo bancario? Las autoridades podrían obligarlas, ya que en el entorno competitivo actual no creo que las compañías aéreas estén por la labor. De hecho, sería como poner un impuesto indirecto, que acabarían pagando todos los pasajeros pero que evitaría que, llegado el momento, las pérdidas fuesen tan disruptivas y que las compensaciones fueran más justas.
Las alternativas hoy no son muy creativas: o los gobiernos, como ya ha insinuado la UE, se hacen cargo de los gastos de alguna manera opaca y con cargo a todos los contribuyentes, o se deja a las compañías a su suerte para que sobreviva la mejor. No se trata aquí de defender una solución final, sino de plantear que seguramente este tipo de situaciones pueden ser cada vez más frecuentes. Tenemos que buscar soluciones justas y eficientes. Si hemos aceptado el debate en el sector bancario -donde, por cierto, la erupción del volcán la han provocado los mismos bancos-, ¿por qué entonces no abrirlo también en el sector aéreo?
Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona
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