Por William R. Polk, miembro del consejo de planificación del Departamento de Estado durante la presidencia de John F. Kennedy (25/04/10):
Afganistán no ha gozado casi nunca de un gobierno central sólido. En parte, por su accidentada orografía. Las altas montañas y profundos valles que conforman la parte central del país suelen quedar bloqueados en invierno bajo un grueso manto de nieve, mientras que los vastos desiertos en el sur albergan amplias extensiones de arenas movedizas. El desplazamiento en camión o autobús es lento, en ocasiones peligroso y siempre relativamente caro.
La geografía del país encuentra la horma de su zapato en las barreras sociales. A lo largo de siglos, un par de decenas de grupos étnicos han emigrado de Afganistán a países vecinos. En la actualidad, toda la población es musulmana, pero sus formas de practicar el islam, sus costumbres, indumentaria y lenguas varían. Así, un tayiko musulmán chií es tan extranjero en el sur pastún – o, por ejemplo, un uzbeko suní en la provincia de Nuristán, en el este, o un hazara de Beluchistán en el sudoeste-como lo es un no afgano en cualquiera de esas áreas.
Distinta división separa a la población urbana de la rural. Por regla general, los habitantes de los pueblos o aldeas son más conservadores y de miras más estrechas sobre la organización política y social que los habitantes de las ciudades, más predispuestos a abrazar nuevas ideas y costumbres. Tales diferencias obedecen en parte al sistema educativo y se reflejan en él: las escuelas rurales se limitan prácticamente a enseñar a los alumnos a memorizar el Corán, mientras que las escuelas urbanas y la universidad del país tienden a insistir en las enseñanzas técnicas y científicas.
Pese a estas diferencias, los afganos comparten un sentimiento de hostilidad a los extranjeros. La historia les ha dado buenas razones para ello. Han sido invadidos, asolados y masacrados una y otra vez por sus vecinos más fuertes. De modo que, aunque los extranjeros se presenten con cara de buenos amigos, se les recibe bajo sombra de sospecha u hostilidad. Por lo demás, lidiar con los británicos (tres guerras en un par de siglos) dio lugar a un dicho popular afgano: “Primero llega un inglés a explorar o tirotear pájaros; luego, un par de ingleses para trazar un mapa y, por último, un ejército para apoderarse de nuestra tierra. Así que es mejor matar al primer inglés”.
El sentimiento de los afganos hacia los ingleses se multiplicó en forma de odio contra los rusos. De hecho, los pueblos turcomanos de Asia Central han combatido a los rusos desde los tiempos de Iván el Terrible. Y durante la ocupación soviética de Afganistán, los afganos se dedicaron sobre todo a luchar contra los rusos de forma encarnizada, sin tregua ni cuartel y cuerpo a cuerpo. Esta guerra con carros de combate y aviones rusos cobró ribetes de genocidio contra los afganos.
Estados Unidos contribuyó a su causa para debilitar a la Unión Soviética. Los polvos de la insurgencia afgana y de los enfrentamientos de los señores de la guerra trajeron los lodos del movimiento talibán. Los talibanes son fundamentalistas religiosos que encarnan buena parte de lo que desagrada a los extranjeros en relación con los afganos. Se han negado, efectivamente, a evolucionar desde sus costumbres medievales hacia la relativa apertura y libertad de la sociedad occidental. Pero, lo aprobemos o no, encarnan lo que a ojos de los afganos resulta justo y adecuado. Además, y por sentirse atacados y hostigados, los afganos vuelven si cabe aún más a lo tradicional. Cuanto más se les presione –sobre todo si son extranjeros-, más se pondrán a la defensiva.
Si atendemos al último medio siglo de la historia de Afganistán, constatamos que Afganistán evolucionó en periodo de paz. Cuando visité el país por primera vez a principios de los años sesenta, mandaba un gobierno de tinte progresista que tendía a aplicar la clase de reformas que actualmente apoyamos. Desgraciadamente, fue derrocado en un golpe de Estado. Las reformas se interrumpieron y un gobierno reaccionario no pudo encajar en la estructura política del país. A medida que se volvió más represivo, cavó literalmente su propia tumba y, derrocado a su vez por un golpe, dio paso a las condiciones que condujeron a la invasión soviética.
La política de la OTAN y de Estados Unidos se basa en parte en la esperanza de que, tras el intervalo de la ocupación soviética, de la destructiva guerra civil y del régimen reaccionario talibán, Afganistán pueda ser reconducido a las reformas y la modernización.
A tal fin, la OTAN intenta destruir o, al menos, debilitar a los talibanes. El objetivo actual es ganarse para la propia causa a los combatientes talibanes moderados y, al propio tiempo, apresar o liquidar a los partidarios de la línea dura. Es un eco de lo que Estados Unidos intentó en la guerra de Vietnam. No funcionó allí ni tampoco valió a los rusos en Afganistán. Y hasta ahora, al menos, parece sucederle lo propio a la OTAN. Como indica el estudio del 2009 de la Fundación Carnegie para la Paz Internacional, “no hay grupos escindidos de los talibanes desde su aparición, salvo en el plano local y sin consecuencias de orden estratégico”. Como el Viet Minh en Vietnam, los talibanes parecen presentar una sólida cohesión.
Si en el plano militar y político –como concluyen numerosos observadores- existen escasas posibilidades de victoria, ¿existe otra vía? En mi próximo artículo me referiré a la que muchos califican de tercera vía, la consistente en mejorar las condiciones de vida del pueblo afgano.
Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona
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