Por Fernando Reinares, catedrático de Ciencia Política en la Universidad Rey Juan Carlos e investigador principal de terrorismo internacional en el Real Instituto Elcano (EL PAÍS, 29/04/10):
El pasado 24 de marzo, en Trípoli, tuve ocasión de mantener una entrevista privada con Abu Abdullah al Sadeq, el hasta hace muy poco emir o jefe supremo del Grupo Islámico Combatiente Libio (GICL), una organización terrorista formada a mediados de la década de los noventa del pasado siglo y después asociada con Al Qaeda. Entre otras cosas -enseguida diré por qué- hablamos sobre Serhane ben Abdelmajid Fakhet, El Tunecino. Es decir, sobre quien fuera cabecilla de la célula operativa que preparó y ejecutó los atentados del 11 de marzo de 2004 en Madrid y algo más de tres semanas después, concretamente el 3 de abril, llevase a cabo, junto a otros componentes de la misma, un acto de terrorismo suicida en Leganés, episodio del cual se acaban de cumplir seis años.
Anochecía y los responsables de la fundación que preside Saif al Islam Gadafi, segundo de los hijos varones del autócrata mandatario de Libia y más que supuesto aspirante a su futura sucesión, a instancias de la cual llevaba yo varios días en el país -pese a que sus fronteras permanecían infranqueables para ciudadanos europeos con pasaporte de algún Estado integrado en el llamado espacio Schengen-, para tomar parte en un seminario sobre desradicalización de terroristas, se apresuraron a confirmarme que Abu Abdullah al Sadeq esperaba en casa de unos familiares, en una barriada popular de la capital norteafricana. En realidad, Abu Abdullah al Sadeq es el sobrenombre con el que se ha venido conociendo a Abd al Hakim Belhajj en su prolongada condición de máximo dirigente del GICL.
A finales de 2007, una parte de los miembros de este grupo decidieron fusionarse con Al Qaeda. Se trataba sobre todo de militantes que desde hace tiempo se encontraban en las zonas tribales de Pakistán y estrechamente vinculados a dicha estructura terrorista. Pero una sustanciosa parte del resto optó por hacerlo desaparecer en la práctica a lo largo de 2009, después de un complicado proceso de negociación entre sus responsables presos o en el exilio y las autoridades libias que se prolongó durante casi tres años. El propio Abu Abdullah al Sadeq había sido excarcelado por eso mismo el día anterior a nuestro encuentro, junto a otros destacados antiguos integrantes del directorio del GICL entre los cuales estaba también el segundo en la jerarquía del mismo, Khalid al Sharif y su principal ideólogo, Sami al Saadi.
Con Abu Abdullah al Sadeq cabía hablar de su trayectoria en el GICL o la decisión de abandonar la yihad terrorista contra el régimen libio tras involucrarse, al igual que decenas de los correligionarios que estuvieron a sus órdenes, en un denominado programa de diálogo y reconciliación puesto en marcha a inicios de 2007 por las autoridades de Trípoli. Pero había un asunto que adquiría especial interés desde una perspectiva española y reverberaba en mi cabeza mientras era conducido a la entrevista, en compañía de Rohan Gunaratna, director del Centro de Investigación sobre Violencia Política y Terrorismo de Singapur. Y es que, como recoge el sumario incoado en la Audiencia Nacional por los atentados del 11-M, existían indicios de un vínculo entre Abu Abdullah al Sadeq y Serhane ben Abdelmajid Fakhet.
Cuando, ya en casa de sus hermanos, surgió la ocasión de inquirir al que fuera emir del GICL sobre ese vínculo, su primera reacción, a través del intérprete que traducía del árabe al inglés y viceversa, fue negar que conociese a El Tunecino. Pero, al insistir en ello -había motivos para hacerlo-, Abu Abdullah al Sadeq, a buen seguro que consciente ya de los términos específicos de mi pregunta, admitió que sí, que conocía a Sernane ben Abdelmajid Fakhet. Entonces añadió, esta vez directamente en inglés, idioma que no le es del todo extraño: “No era miembro de nuestro grupo”. Al pedirle que me dijese de qué lo conocía, admitió, ahora a través del intérprete, que con El Tunecino tenía “relaciones sociales”. Lástima que Abu Abdullah al Sadeq no quisiese continuar la conversación y se excusara.
Desde luego, preguntar a Abu Abdullah al Sadeq por su relación con Serhane ben Abdelmajid Fakhet no era inocente. Existe un informe policial, elaborado con contribuciones de distintos servicios de seguridad extranjeros, incluido en la documentación judicial del 11-M, en el que se sustancia información referida a comunicaciones mantenidas a través de teléfonos móviles, unas semanas antes de aquella infame fecha, entre El Tunecino y el entonces emir del GICL. Éste se hallaba en aquellos momentos en el Este de Asia, donde sería detenido y finalmente entregado a las autoridades libias. El hecho de que haya reconocido su relación con el que fue cabecilla de la célula que perpetró los atentados de Madrid concede valor añadido a ese dato, pero es además significativo por otras razones.
Por una parte, confirma aún más -si cabe- que los terroristas del 11-M, lejos de constituir una célula independiente, tenían importantes e incluso decisivas conexiones internacionales. La propia sentencia por los atentados de Madrid puso claramente de manifiesto que dichas conexiones existían respecto al Grupo Islámico Combatiente Marroquí (GICM). Más recientemente he podido revelar los vínculos entre destacados miembros de la red terrorista del 11-M, incluido el propio Serhane ben Abdelmajid Fakhet, y el mando de operaciones externas de Al Qaeda en Pakistán, a través de Amer el Azizi (véase EL PAÍS, 17 de diciembre de 2009 y 11 de marzo de 2010). Ahora, es el propio líder del Grupo Islámico Combatiente Libio quien confirma sus relaciones con El Tunecino.
Por otra parte, esta misma confirmación invita a revisar las relaciones del GICL, o de algunos de sus más relevantes integrantes, con la red terrorista del 11-M. El propio Amer el Azizi permaneció durante la primera mitad de 2001 en el campo de entrenamiento Mártir Aby Yayhya, que el GICL tenía unos 20 kilómetros al norte de Kabul, en Afganistán, lo que consolidó sus ligámenes con dicha organización y con el GICM. En segundo lugar, fue un prominente miembro de aquella, Malek el Andalusi, quien ordenó a Mustafa Maymouni establecer una célula terrorista en Madrid en 2002, después de que delegados del GICL, del GICM y de su entidad análoga tunecina acordaran en Estambul, en febrero de ese año, llevar a cabo actos de yihad en países de los que procedieran o donde residieran sus miembros.
Por si fuese poco, el propio Mustafa Maymouni casó a dos de sus hermanas, respectivamente, con Serhane ben Abdelmajid Fakhet, el cabecilla de la célula operativa de los atentados de Madrid, y con Ziyad al Hashim, también conocido como Imad al Libi, un destacado miembro del GICL. Más todavía: en Trípoli pude asimismo confirmar, durante una conversación mantenida en la tarde del 23 de marzo con Noman Benotman, antiguo mando operativo de dicho grupo, que El Tunecino, minutos antes de suicidarse en Leganés, contactó por teléfono con otro destacado miembro de la misma organización que se encontraba en Londres. Algo suficientemente importante tenía que transmitir Serhane ben Abdelmajid Fakhet a este último, quien posteriormente dijo a mi interlocutor que habían hablado de “negocios”.
En suma, la interacción entre notorios miembros del Grupo Islámico Combatiente Libio y al menos dos de los individuos que desempeñaron papeles fundamentales en la red terrorista que perpetró los atentados del 11-M es manifiesta desde el origen de esta última en la segunda mitad de 2002 hasta su desaparición efectiva con el episodio suicida que siete de sus miembros llevaron a cabo en abril de 2004, hace seis años. Esta conexión se añade a las del Grupo Islámico Combatiente Marroquí y el mando de operaciones externas de Al Qaeda. Pese a todo, aún hay quienes continúan hablando de los atentados de Madrid como si hubieran sido cosa de una célula local independiente o carente de nexo alguno con la urdimbre internacional del terrorismo yihadista. No será porque falte evidencia de lo contrario.
Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona
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