Por Mark Leonard y Daniel Korski. Son, respectivamente, director e investigador senior del Consejo Europeo de Relaciones Exteriores. Traducción de Juan Ramón Azaola (EL PAÍS, 28/04/10):
Se está gestando una crisis internacional. Podría tratarse de la decisión norteamericana de bombardear Irán. Los teléfonos de los líderes del mundo comienzan a sonar, incluido el del primer ministro en el nº 10 de Downing Street. A medida que se acercan las elecciones británicas, los diplomáticos de todo el mundo empiezan a preguntarse qué puede esperarse de David Cameron como primer ministro del Reino Unido.
El “gobierno en la sombra” conservador se ha mostrado hiperactivo tratando de asegurar al resto del mundo que serán unos socios responsables, que un nuevo gobierno no se encaminará hacia una “euro-ruptura masiva”. Pero el propio líder tory es una persona de la que nadie sabe mucho. Su misión primordial ha sido la de ser elegido y su experiencia en política exterior es inexistente. Un rastreo por sus ideas acerca de una política exterior “liberal-conservadora” ofrece pocas pistas sobre sus planes futuros.
¿Quién hubiera pensado que Tony Blair -quien antes de ser elegido pronunció un discurso prediciendo que podría ser el primer jefe de Gobierno que no se viera nunca envuelto en acciones militares- llevaría a su país a la guerra en cinco ocasiones? En semejantes experiencias formativas los líderes apelan a sus instintos y al consejo de quienes les rodean. Así que ¿qué sabemos de la gente que, una vez instalado un gobierno tory, puede recibir una llamada en caso de que estalle una crisis?
El Partido Conservador tiene diferentes escuelas de pensamiento diplomático, que podrían enumerarse así: euroescépticos comunes, euro-obsesivos, “realistas modernizados”, neoconservadores, “capitanes de Cameron” y Little Englanders. Todos y cada uno de esos cenáculos pugnan por atraer la atención del líder conservador.
Los euro-obsesivos no son lo mismo que los euroescépticos. Todo el que cuenta algo en el actual partido tory es euroescéptico en algún grado. El cambio generacional a partir de 1997 -cuando la representación parlamentaria de los conservadores fue de sólo 165, la más baja desde 1906- ha sido total y las encuestas demuestran que la nueva hornada puede ser incluso más euroescéptica. Pero hay divisiones sobre cuál es la importancia real de la cuestión europea. Los euroescépticos comunes se contentan con la reciente aceptación por parte de Cameron del Tratado de Lisboa, su promesa de hacer un referéndum sobre cualquier futuro tratado y su petición de una limitada repatriación de poder desde Bruselas. Saben que tienen que trabajar con sus homólogos europeos sobre asuntos como el cambio climático, la presión a favor del libre comercio mundial, la seguridad energética, Rusia e Irán.
Pero los euro-obsesivos piensan de manera diferente. Para ellos, la UE no es una cuestión de compromiso y las razones para cooperar con Francia no son más poderosas que las de mantener vínculos con Rusia. Convencidos de que el Reino Unido tiene un espacio de maniobra independiente en el escenario mundial, operan sobre un espectro que va desde el abandono de la UE hasta el inicio de una nueva negociación entre ambas partes. Tienen un amplio apoyo entre los miembros del partido tory, el 63% de los cuales simpatiza, cuando menos, con la idea de dejar la UE.
La tercera camarilla con relación a la política exterior podría llamarse la de los “realistas modernizados”. En los años sesenta del siglo pasado esta escuela estaba a favor de la unilateralidad y se oponía a la aceptación por parte de MacMillan de los misiles Polaris norteamericanos, porque establecían una dependencia británica de Estados Unidos. Con el tiempo han pasado a ser destacados defensores de la OTAN. Actualmente su miembro más importante es William Hague, el probable futuro ministro de Exteriores conservador. Esto reconcilia el tradicional énfasis conservador sobre la soberanía británica y la aversión a los grandiosos diseños globales con una promoción de los valores británicos. Esperan restaurar las relaciones que se han ido oxidando en los últimos años, ya sea con Rusia o con los recalcitrantes Estados de Oriente Próximo, donde el Reino Unido solía gozar de influencia.
Mientras las otras escuelas políticas tienen sus raíces en la historia diplomática del Partido Conservador, los neoconservadores tienen su inspiración al otro lado del Atlántico. Los neocons británicos apoyan el uso de la fuerza para deponer a los dictadores y aborrecen la inacción del Gobierno de Major ante el genocidio de Bosnia a comienzos de los 90. Son también ardientes atlantistas, firmes partidarios de Israel y sumamente recelosos de las instituciones multilaterales como la ONU y la UE.
La quinta escuela podría llamarse “los capitanes de Cameron”. Un número considerable de actuales y futuros parlamentarios tories ha servido en las fuerzas armadas o procede de familias de militares. Si a veces los neocons contemplan el mundo en términos estratégicos, como generales de salón, los “capitanes” tienden a utilizar una perspectiva de la política exterior más a ras de suelo. Su mayor preocupación es el bienestar militar y cuando consideran la situación en Afganistán centran su atención en la protección y equipamiento más que en la estrategia general.
El último de estos grupos lo forman aquellos a los que tradicionalmente se les ha llamado Little Englanders (denominación que podría traducirse como “ingleses de campanario” o “de vía estrecha”, o quizá como “inglesistas”, nacionalistas antieuropeos que incluso se refieren al Reino Unido como Inglaterra). La pertenencia a este grupo se produce menos en función de una opinión que en la experiencia, o en la falta de la misma. El partido tory tiene hoy una orientación más localista, y la tendrá aún mayor después de las elecciones. Eso sucederá como consecuencia de haber estado fuera del poder durante 13 años, de haber abandonado el Partido Popular Europeo, y de un proceso de selección de candidatos al estilo norteamericano, lo que favorece a los aspirantes locales.
Hasta ahora, David Cameron ha exhibido rasgos atribuibles a todos esos grupos. Rindió tributo a los euro-obsesivos al salir del Grupo del Partido Popular Europeo. Hizo alarde de su “realismo” con su promesa de no ser “servil” con EE UU. Sacó brillo a sus credenciales neocon mediante su demostración de solidaridad con Georgia durante la guerra de ésta contra Rusia. Se ha alineado con su equipo de “capitanes” al formular al primer ministro preguntas relativas a la seguridad militar en Afganistán. Y ha hecho todo esto al tiempo que rehusaba empantanarse demasiado en aventuras exteriores.
Pero será imposible tener contento a todo el mundo todo el tiempo. ¿Qué pasaría si Obama perdiera la paciencia con el programa nuclear de Teherán y solicitara ayuda para un bombardeo? ¿Atendería Cameron el consejo de los neocons de bombardear, respaldaría las preocupaciones de los “realistas” sobre la estabilidad de la región, o las de los “capitanes” sobre los efectos no deseados sobre el terreno?
¿Hasta dónde llegará para proteger la integridad territorial de Ucrania ante una provocación rusa? ¿Y qué decir acerca de la UE? Cameron se ha comprometido a obtener el derecho de exclusión del Capítulo Social de la UE y de su correspondiente Carta de Derechos cuando Croacia firme el tratado de incorporación a la Unión. Pero ¿cómo reaccionará si otros líderes le dan largas al asunto? Los euro-obsesivos le instarán a bloquear la incorporación de Croacia a la Unión. Los realistas modernizados querrán luchar por conservar su capital político para otras luchas relativas a intereses británicos. Los neocons, que creen en la extensión de la comunidad euro-atlántica, pueden no querer poner en riesgo la pertenencia de Croacia a la UE.
La actitud de Cameron en política exterior vendrá definida por los acontecimientos que le afecten en el cargo más que por el tiempo que haya podido dedicar a pensar en la política exterior antes de acceder al poder. Pero a diferencia de Blair, que disfrutó de una generosa mayoría parlamentaria, la libertad de acción de Cameron podría quedar reducida si obtiene una estrecha mayoría. Si se ve forzado, como John Major, a forjar una nueva mayoría sobre cada asunto de su agenda parlamentaria, podría llegar a encontrarse guiado por las obsesiones de los diferentes bandos que luchan por controlar su cerebro.
Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona
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