El segundo año del mandato de Obama empezó sin indicios de que la paz árabe-israelí fuera a figurar de forma destacada en su agenda de política exterior. El declive de su popularidad, unido a sus apuros para lograr que se aprobara una nueva legislación sanitaria, implicó que Obama carecía del capital político indispensable para dar pasos esenciales en el proceso de paz.
En marzo, el único logro de Obama se cifraba en un acuerdo para que Estados Unidos mediara en “conversaciones indirectas” entre Israel y la OLP, además de un compromiso de Israel de suspender “temporalmente” la construcción de asentamientos en Cisjordania. Minando la diplomacia estadounidense, Netanyahu reiteró que las cuestiones “fundamentales” relativas a la seguridad y el estatus territorial no entraban en las conversaciones. Y Obama accedió a regañadientes.
Se presuponía que la visita del vicepresidente Joseph Biden a Israel en marzo simbolizaría el creciente apoyo de su administración a la nueva ronda de conversaciones de paz y que disiparía los temores de Israel sobre el programa nuclear iraní. El equipo de Obama no preveía un importante avance como consecuencia de la visita de Biden.
El primer día de su visita a Israel, el ministro del Interior israelí anunció la construcción de 1.600 nuevas viviendas en Jerusalén Oriental, cuestión altamente conflictiva en el marco del proceso de paz. Estupefacta ante el anuncio, la Casa Blanca condenó la iniciativa por juzgarla un impedimento para la paz.
Según se ha informado, en una acalorada entrevista con Netanyahu, Biden le dijo: “La cuestión empieza a representar un peligro para nosotros”, significando con ello que corría peligro la seguridad de las tropas estadounidenses en el Gran Oriente Medio. En cuanto a Obama, consideró el anuncio “una bofetada”. Y los palestinos declararon que se ponía en peligro el impulso estadounidense a la reanudación de las conversaciones.
Aunque Netanyahu se disculpó por la inoportunidad del anuncio y precisó que se había tratado de una coincidencia fortuita, sus palabras no afectaron en la Casa Blanca, sobre todo después de que declarara que los asentamientos proseguirían según lo previsto. Al término de su visita, Biden subrayó que el anuncio había “atizado” la crisis palestino-israelí. “Personalmente, y a petición del presidente, he condenado – señaló Biden-inmediata e inequívocamente ese anuncio. Lisa y llanamente, amigos, hay ocasiones en que sólo un amigo se halla en condiciones de decir la verdad más dura”.
Las diferencias resultantes entre los gobiernos de Netanyahu y Obama llevaron a George Mitchell, enviado especial para Oriente Medio, a diferir indefinidamente su visita a la región.
En una conversación telefónica franca y prolongada con Netanyahu, Hillary Clinton expresó la honda preocupación y disgusto de su administración ante el anuncio israelí. Según el portavoz del Departamento de Estado, P. J. Crowley, la secretaria de Estado dejó claro que “Estados Unidos consideraba que tal anuncio enviaba un mensaje muy negativo sobre el enfoque israelí de la relación bilateral y era contraproducente con respecto al viaje del vicepresidente”. El mismo día, el Cuarteto emitía una declaración de condena de la iniciativa israelí por considerar que socavaba el proceso de paz.
El embajador israelí en Estados Unidos, Michael Oren, reconoció que la relación bilateral parecía hallarse en su punto más bajo desde 1975. Por su parte, David Axelrod, asesor de confianza de Obama, se refirió a los hechos diciendo que “socavaban los esfuerzos para llevar la paz a la región”. Desconcertado por la intensidad de tales reacciones, Netanyahu reiteró el compromiso de Israel a favor de la paz.
Ante las críticas recibidas, Netanyahu brindó una serie de medidas para restaurar la confianza, entre ellas la promesa de liberar prisioneros palestinos, la transferencia de un mayor control de Cisjordania a la Autoridad Palestina y la reducción del ritmo de construcción de asentamientos judíos en los barrios palestinos de Jerusalén Oriental. En correspondencia por estas señales positivas, Clinton accedió a enviar de nuevo a Mitchell a la región para ayudar a reanudar las conversaciones.
En su intervención ante el Comité de Asuntos Públicos Estados Unidos-Israel (AIPAC), Clinton dijo que el Estado judío debe adoptar “decisiones difíciles y necesarias” para alcanzar la paz. Clinton apremió a Israel a prolongar el plazo de diez meses de suspensión de la construcción de asentamientos a fin de incluir a Jerusalén Oriental y subrayó que “las conversaciones mediante los oficios de una figura de intermediación constituyen el primer paso hacia las negociaciones plenas”.
Netanyahu dijo, desafiante: “El pueblo judío construía Jerusalén hace tres mil años y el pueblo judío construye Jerusalén en la actualidad”.
La reciente reunión entre Obama y Netanyahu en la Casa Blanca, por lo demás, fue breve e infructuosa. Según se ha informado, Obama aludió a una serie de puntos a los que Israel debería prestar atención con vistas a reanudar el proceso de paz. Así, la prolongación del periodo de suspensión de los asentamientos, el cese de la edificación en Jerusalén Oriental y la retirada israelí de los territorios palestinos ocupados. Además, Obama trató de que Netanyahu aprobara las conversaciones indirectas sobre cuestiones esenciales como la seguridad y el estatus territorial.
Netanyahu se opuso a todas las demandas de Obama, remitiéndose al argumento de que tenía las manos atadas. Contrariado por la intransigencia de Netanyahu, Obama dio por finalizado el encuentro y optó por que la jornada siguiera su curso y Netanyahu fuera a almorzar con su familia. El hecho es que Netanyahu no cedió un palmo, mientras que Obama dejó bien claro que no le apetecía desempeñar el papel de anfitrión amable y solícito. En una reunión con congresistas estadounidenses, Netanyahu calificó las demandas de Obama de “ilógicas e irrazonables”, argumentando que retrasarían las conversaciones. Netanyahu volvió a su país con las manos vacías, y el secretario de prensa de la Casa Blanca, Robert Gibbs, dijo que la visita del primer ministro había sido un “rapapolvo” a su intransigente postura. En Israel, los medios criticaron a Netanyahu por su incapacidad para superar el punto muerto en su relación con Estados Unidos y calificaron el episodio vivido en Washington de humillación personal para el primer ministro. A su vuelta a Israel, no hubo declaración oficial, la oficina de prensa de Netanyahu emitió un breve comunicado que señalaba que “la postura del primer ministro es que no hay cambio en relación con la política israelí en Jerusalén”.
El carácter no concluyente de las reuniones en cuestión suscita diversos interrogantes sobre el futuro de las relaciones entre Obama y el Gobierno israelí de Netanyahu. ¿Qué entraña la nueva postura de Estados Unidos? ¿Apunta en dirección de un enfoque más firme y enérgico con relación a Israel? ¿Ha llegado Obama a la conclusión de que no puede trabajar conjuntamente con la coalición derechista que gobierna en Israel?
Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona
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