Por César Arjona, profesor de Derecho de Esade (EL PERIÓDICO, 26/04/10):
Parece que el desarrollo económico se puede lograr sin justicia. Al menos, sin justicia democrática, tal como la entendemos en Occidente. Y, en un mundo que está dominado por la economía, eso asusta.
En una reciente conferencia organizada por la cátedra de liderazgos de Esade, Javier Solana expresaba con autoridad un hecho contemporáneo que está ya asumido: el desplazamiento de poder económico desde lo que llamamos Occidente a lo que llamamos Oriente. Lo denominaba desoccidentalización. Durante esa misma conferencia, el expresidente de la Generalitat Jordi Pujol expresó su preocupación profunda por ello. Una preocupación que no tenía que ver tanto con la pérdida de peso económico de Europa, como con ciertos valores y concepciones de la justicia, que pueden expresarse grosso modo mediante las ideas de Estado de derecho, democracia y derechos humanos.
LA RELACIÓN entre desarrollo económico y democracia –entendida en ese sentido amplio– es un tema clásico en el pensamiento social. Por un lado, es un hecho irrebatible que las zonas del mundo que en la historia reciente han disfrutado de un mayor desarrollo económico, es decir Europa y EEUU, son precisamente aquellas cuyos estados poseen democracias más sólidas. Aunque se trate de una generalización, a grandes rasgos, la coincidencia es obvia.
Sin embargo, establecer relaciones de causa-efecto resulta ya más complicado. Un argumento recurrente sostiene que los países subdesarrollados no necesitan democracia. Según este argumento, un régimen autoritario favorecería la economía de un país pobre, ya que impone una disciplina y un camino común no estorbado por las sutilezas jurídicas de los estados democrácticos y respetuosos con los derechos y las libertades.
En un libro muy reciente, y que preveo de gran influencia, titulado La idea de la justicia, el premio Nobel de Economía Amartya Sen trata, entre otros muchos, sobre este tema. En respuesta al anterior argumento, Sen afirma que democracia y desarrollo van necesariamente de la mano. Es decir: un régimen democrático y de derechos propicia y favorece el desarrollo económico, hasta el punto de que parece difícil concebir este sin aquel.
Para persuadirnos de que esto es algo más que un desiderátum, Amartya Sen recurre a ejemplos muy relevantes, como la colosal hambruna que sufrió China entre 1958 y 1961, la cual provocó la muerte de decenas de millones de personas. La falta de transparencia propia de un Estado dictatorial contribuyó decisivamente a esa continuada tragedia, hasta el punto de que el propio líder Mao Zedong destacó una virtud esencial de la democracia: la fluidez de la información. «Sin democracia», llegó a decir Mao a los cuadros del Partido Comunista, «no se puede comprender lo que está sucediendo allá abajo». Parece claro que ese reconocimiento era puramente instrumental, pero eso precisamente refuerza el argumento en favor de la democracia. La idea de que el desarrollo económico exige democracia reduce a demagógica la posición que defiende la necesidad del autoritarismo en los países pobres. No necesitamos libertades, sino pan. Y el resultado suele ser que no tienen ni libertades ni pan.
Sin embargo, lo que pasa hoy en China lo elude Sen convenientemente. Y es que, según dicen los que entienden y conocen la situación, el inmenso desarrollo macroeconómico chino viene acompañado de la mayor eclosión de clases medias sucedida en la historia: cientos de millones de personas a las que el Estado ha sacado de la pobreza y lanzado al ámbito del consumo global. Más allá de las consecuencias económicas de esto, nótese que todo ello se está logrando sin democracia y sin libertades, al menos tal como se entienden tradicionalmente en Occidente. Es más, desde una tradición política y jurídica notablemente distinta a la occidental.
Digo que Sen lo elude convenientemente, porque este hecho deja en mal lugar al principio que vincula el desarrollo económico con la democracia. Ese principio que es tan reconfortante y en el que nos gustaría tanto creer. Por eso, Pujol está preocupado por los valores occidentales. Y a mí me parece que tiene motivos.
La obra y la vida del propio Amartya Sen, que es precisamente experto en Economía del Desarrollo, nos ofrece una respuesta consoladora. Dentro de sus logros, está el haber inspirado mediante sus ideas el diseño del llamado índice de desarrollo humano, ahora utilizado por el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo, y que pretende determinar el grado de desarrollo de un país combinando los índices económicos con otros de carácter social y cultural. Sen nos diría que nos estamos equivocando si creemos en un desarrollo sin derechos y libertades, porque los derechos y las libertades forman parte del desarrollo, el cual no debe medirse solo en términos de PIB y de rentas per cápita. Conceptualmente impecable. Pero la cuestión es: ¿va a ir por ahí el mundo? La duda agobia.
Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona
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