Por Santiago Grisolía (ABC, 23/08/2012).
Algunos historiadores encuentran una sutil transición desde los pueblos neolíticos en que la sangría era una forma suave de entrega a los dioses, y en muchas culturas, incluidos los mayas, los vedas y los chinos, hasta el acto terapéutico que Diógenes de Abdera, maestro de Hipócrates, introdujo como tratamiento a muy variopintos males. La sangría se mantuvo hasta el siglo XIX, aunque en muchas ocasiones empeoraba al enfermo, con posibilidad de eventualmente precipitar la muerte. Hoy sabemos que la pérdida de sangre, y no sólo cuando se trata de graves hemorragias, sino en pequeñas cantidades de forma continua, causa una anemia que merma la calidad de vida y puede conducir a la muerte.
Las sangrías se practicaban con incisiones o por aplicación de sanguijuelas. La saliva de las sanguijuelas tiene un efecto anestésico, para que la víctima no note la mordida, y un poderoso anticoagulante, para que la sangre no deje de manar. Si se practica una incisión en el abdomen del animalito, este nunca se sentirá saciado y no dejará de sorber. Algo de esto les tienen que haber hecho a los mercados.
El premio Nobel de Medicina Peter Medawar decía que muchas actividades que se arrogan ser científicas no lo son, y, entre ellas, citaba como paradigma la economía, que toma medidas similares a las que tomaba la medicina «clásica» con remedios frecuentemente injustificados y basados en la tradición por carencia de un método que permita el control experimental que crea conocimiento. De hecho, en el diccionario sangría es un término que tanto se aplica a la extracción de sangre como al gasto continuado de pequeñas cantidades de dinero que acaban suponiendo una pérdida importante. Y en ambos casos, para el deterioro que supone la sangría se recurre a las transfusiones, de sangre en medicina y de fondos en economía, como la actual a los bancos europeos para «curarlos» de la crisis. Lo preocupante de esta iniciativa es la ética y los valores que parecen protegerse y situarse como ejemplo: los sueldos e incentivos a personas que han gestionado cuando menos erróneamente los fondos que se les confiaron, y su preservación a cargo de las clases baja y media de la sociedad. Es una sangría que puede y debe cortarse porque tiene muchas consecuencias que constituyen el más grave problema que ennegrece el porvenir de España. Es una situación similar a los privilegios del Rey de Francia que dieron lugar a la Revolución Francesa.
Seguramente el lector puede añadir muchos ejemplos a los que detallo a continuación como problemas generados por esta sangría que está llevando a nuestros jóvenes a buscar su futuro en otros lugares y que no se curan con remedios de tufo medieval.
Volviendo a mi símil médico, una úlcera de estómago que sangra tiene hoy un tratamiento adecuado y efectivo: la erradicación de las bacterias que lo causan. Quizá en esta úlcera económica habría que eliminar los muchos condicionantes de la catalepsia que sufren muchos de nuestros líderes tanto políticos como patronales de grandes entidades y que les imposibilitan cortar el sangrado. En digestivo, la aparición de pequeñas cantidades de sangre puede significar un tumor maligno de colon que, cogido a tiempo se erradica, y de otro modo tiene muy graves consecuencias. En la Fundación Valenciana de Estudios Avanzados realizamos a principios de año una jornada sobre la economía sumergida y el fraude en que se demostró lo deletéreo que resulta para una economía saneada. También podemos citar las remuneraciones en gastos de comida, transporte y otras retribuciones de las grandes corporaciones a sus directivos o para complementar los emolumentos de ciertos responsables en teoría de representar a los pueblos. Podemos citar los «asesores» bien retribuidos de empresas, en especial políticos, que son un procedimiento subprimo de ocupar a los consejos. Los séquitos de guardaespaldas que en ocasiones se utilizan para otros menesteres y los coches oficiales. En esta columna se criticaba recientemente esta epidemia nacional.
Para esta hemorragia soterrada masiva no valen paños calientes. Hay que tomar decisiones justas y valientes, y no las que se están tomando. Cuando comencé la redacción de este artículo, mi paisano Benigno Camañas subrayaba que «este comportamiento escasamente ético pone de relieve que estos cargos públicos de libre designación, que existen en todas las instituciones, son absolutamente amortizables» y consiguen que aumente el gasto corriente que pretenden reducir.
Hay que recordar la recomendación que «Garganta profunda» hizo a los reporteros del Washington Post: sigan el rastro del dinero. Si dos periodistas pudieron frenar al presidente Nixon, un gobierno con voluntad puede recuperar todos los fondos sustraídos y compensar con ellos los déficits. Ese ejemplo estimulará a la sociedad mucho más que la anunciada supresión de la paga extraordinaria a trabajadores que ya han sufrido numerosos recortes de sus salarios. Además, la paga extraordinaria no es un regalo, sino la distribución en 14 mensualidades de un sueldo que nada tiene que ver con las compensaciones que se han otorgado los directivos que han hundido las entidades bancarias.
Pero tomemos precauciones con las transfusiones, que sean idóneas y no pase como le ocurrió a Manolete, que murió de un choque anafiláctico, como consecuencia de la transfusión que le realizaron tras la cornada de Islero.
Hay que seguir un nuevo rumbo, como propone el presidente Obama, mejorando las condiciones retributivas de la clase media y aumentando los impuestos de los privilegiados, lo que no es excusa para olvidar los compromisos éticos y sociales individuales que contribuyan a disminuir el paro y la tristeza y apatía que las medidas tomadas distribuyen por doquier. Un ejemplo lo dio el 11 de julio el empresario Michael Moritz, antiguo estudiante de Oxford que, frente al aumento de las matrículas en Gran Bretaña, ha donado 75 millones de libras para que estudiantes brillantes sin recursos no deban renunciar a una buena educación.
De todas formas, a propósito del escándalo de Barclays y la manipulación del Libor (pero conocemos muchos otros ejemplos), Joseph Stiglitz declaraba hace unos días que lo primero que hay que hacer es meter a unos cuantos banqueros en la cárcel. Las multas a los bancos las terminan pagando los accionistas. Así no se enmiendan los directivos. Encarcelar a los culpables tendría, según el premio Nobel de Economía, un efecto de veras ejemplarizante. Algunos hechos que vamos conociendo han sido auténticas estafas sin paliativos, pero en el mejor de los casos el banco paga, alguien pide perdón y a otra cosa. Luego resulta que los culpables son los que de repente se han vuelto prescindibles y despedibles, asimilados a activos tóxicos hacinados en un banco malo, asustados por la famosa mano invisible, liándose a tortazos todos contra todos.
Dediquemos los pocos medios que quedan a actividades productivas, digamos no a los especuladores, las sangrías no curan a nadie. Hay mucho trabajo por hacer. Por ejemplo, no podemos perder a nuestros jóvenes investigadores. Si un joven me pregunta a qué puede dedicarse, le diré que el futuro está en todas las técnicas y ciencias, predictivas y no predictivas, con aplicación a la gestión del medio: a las fuentes de energía renovables y limpias, a la conservación del territorio, a los recursos hídricos, a la producción de alimentos para todos. La crisis ambiental amenaza con ser mucho peor que la financiera en la que estamos. Tenemos que invertir en riqueza social y en paz social. Agradezco los comentarios de Josep Bonet y Elena Bendala.
Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona
No hay comentarios.:
Publicar un comentario