Cumple este 7 de Agosto en las hemerotecas y en las memorias un cuarto de siglo la fotografía de la firma del Procedimiento para alcanzar la paz firme y duradera en Centroamérica, conocido como los Acuerdos de Esquipulas II, por parte de los cinco presidentes de las repúblicas centroamericanas, con la presencia de los cancilleres latinoamericanos de los grupos de Contadora y Apoyo, cuya traslación del papel a la realidad engendraría la dinámica que llevaría a la solución negociada al conflicto que asolaba la región. Fotografía de un hecho —por el qué, el quiénes y el dónde— necesariamente fundacional de la Centroamérica contemporánea, que marca un punto de inflexión en su camino en la Historia, y cuya contemplación nos pregunta, en la perspectiva del cuarto de siglo transcurrido, por sus legados y mensajes de futuro.
Legados entre los que procede destacar, ante todo, el de la paz. En su realización en sí misma, por la ejecución de sus compromisos, que llevan a la solución negociada del conflicto centroamericano en su dimensión regional y a la del conflicto nicaragüense; y por la condición previa que supone a los procesos de El Salvador y de Guatemala. En su concepción de paz positiva, identificando esta también con democracia y desarrollo, que se convertirá en referente para otros procesos y conceptualizaciones. En las misiones de paz que desplegará sobre el terreno Naciones Unidas para la ejecución de los procesos centroamericanos, que se convertirán en referente de la que ha venido a conocerse como segunda generación de operaciones de mantenimiento de la paz. Pues el deshielo del fin de la guerra fría trae consigo el estallido de conflictos latentes y supone un nuevo margen de actuación para las Naciones Unidas, que les exige nuevas repuestas y modelos. Su experiencia en los procesos centroamericanos se convertirá así en referente para la formulación de Un programa de paz, que Boutros-Ghali presentará en 1992. Legado de la instauración democrática como contenido de la paz.
Legado, en fin, en el imaginario colectivo, pues más allá de su realización, Esquipulas II adquiere en perspectiva un valor simbólico, referencial, fundacional, de la posibilidad de construir en Centroamérica una visión común y una acción común para la superación de la crisis. De los centroamericanos y para los centroamericanos. De ahí su legado centroamericano, marcado, ante todo, por ese intangible referencial, el valor de ese pudo ser que fue frente a tantos pudieron ser que no han sido que habitan la Historia, el que una vez, en el momento decisivo, esta fuera la de Centroamérica cuando en tantos otros ha sido la de la exaltación de la diferencia nacional frente a lo común centroamericano; y fuera la de Centroamérica y no la de tantas otras potencias extrarregionales que han marcado su Historia, e identificara la superación de la crisis, la construcción de la paz con la democracia y el desarrollo y la integración regional. Marcado, así mismo, por la puesta en marcha de la institucionalidad y dinámica de concertación regional que conlleva la ejecución de Esquipulas II.
Mas el legado de Esquipulas II va más allá de Centroamérica: deja tras de sí, al menos, un legado latinoamericano y un legado europeo e internacional. Un legado latinoamericano, pues de alguna manera el esfuerzo de concertación latinoamericana para la solución de la crisis centroamericana indiciado en Contadora supone un parteaguas en la inserción internacional de la región —hasta entonces fundamentalmente determinada por la relación de cada Estado latinoamericano con Estados Unidos—, al dar lugar, a partir de la constitución del Grupo de Río por los miembros de Contadora y del Grupo de Apoyo, a una dinámica de concertación y arquitectura diplomática latinoamericana que transformará la inserción internacional de la región y de la que deriva su evolución actual. Un legado europeo e internacional, pues el Proceso de San José a través del que la Unión Europea responde a los esfuerzos de construcción de la paz en Centroamérica a partir de Contadora se encuentra en el origen del proceso de transformación y construcción de las relaciones UE-América Latina que se desarrolla progresivamente a partir de la adhesión de España y Portugal, llevando a un planteamiento en positivo de la relación global de la UE con América Latina y con sus diferentes países y bloques de integración. Legado internacional, también, por el progresivo alineamiento de la Comunidad Internacional —incluyendo el involucramiento efectivo de Estados Unidos— en la construcción de la paz en Centroamérica, y la experiencia referencial de Naciones Unidas en la misma.
Concluido Esquipulas II como proceso de paz, continúa el proceso la construcción de la paz; que supone, como nos señala Galtung, tanto la superación de la violencia directa como la estructural y la cultural en la canalización de los conflictos que vive toda sociedad humana. La paz es proceso: siempre está en proceso, en construcción. Como la democracia o el desarrollo. Bien es cierto que no se da ya en Centroamérica el recurso a la violencia directa como vía de acción política; pero no lo es menos que el principal problema que afronta hoy es el recurso a esta como vía de acción colectiva por parte del crimen organizado y el cuestionamiento al monopolio del uso de la fuerza por parte del Estado que ello conlleva. Bien es cierto, desde la perspectiva de la superación de la violencia estructural, que Esquipulas II contribuyó decisivamente a la instauración de la democracia electoral en la región; pero no lo es menos que desde esta se plantea el reto de construir la democracia ciudadana y social, y que, más que a la democracia, se transita a un tipo de democracia, que puede ser de mayor o menor calidad. Y que, si bien Esquipulas II ha facilitado el avance en el camino del desarrollo, largo es el camino por recorrer en este. Y que ahí está la violencia cultural. La cultura política autoritaria, que constituye siempre el reto que más tiempo requiere superar en todo proceso de transición democrática. Y la cultura de la violencia, que en buena medida explica la persistencia de esta, la reconversión de su utilización para fines políticos a su utilización para fines privados.
Mirando hacia el futuro, se plantea así el reto de superación progresiva de la violencia estructural y cultural; y es ese un reto que se plantea a la política, pero va más allá de ella, afecta a todos y cada uno de los actores relevantes de la vida centroamericana, y a cada uno de los centroamericanos y centroamericanas. Pues la paz es exterior e interior, y se construye también en cada uno.
Y se plantea especialmente a la política la superación de la violencia y la inseguridad que asola a la región y constituye el principal reto que afrontan sus gobiernos, respecto a la que cabe preguntarse qué mensaje nos transmite la fotografía de Esquipulas II al cumplir el cuarto de siglo. Existe la conciencia de que la crisis de la violencia criminal supera la acción de cada Estado, y requiere de la acción regional e internacional concertada, como muestra la celebración en Guatemala en Junio de 2011 de la Conferencia Internacional de Apoyo a la Estrategia de Seguridad en Centroamérica. Y si se celebrara hoy un Esquipulas III, así como el de la democracia fue hace 25 años el reto fundamental, tal sería el de la seguridad. De la misma manera que la Unión Europea respondió frente a los retos del terrorismo y los flujos migratorios con la creación del espacio de Justicia e Interior como tercer pilar de la construcción europea, cabe preguntarse si no sería la creación de un espacio JAI centroamericano el reto al que Esquipulas II nos interpela 25 años después, si mecanismos como Frontex, Europol o la orden de arresto europea no podrían constituir referentes para la construcción de este tercer pilar de la integración centroamericana; si el momento presente requiere, en definitiva, un procedimiento para acabar con la violencia organizada y consolidar el Estado de Derecho por medios pacíficos en Centroamérica.
Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona
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