Por Charles Tannock, MEP, is the European Conservatives and Reformists’ Foreign Affairs Coordinator and Rapporteur for the Horn of Africa at the European Parliament (Project Syndicate, 22/08/2012).
La reciente muerte en Bruselas del primer ministro etíope Meles Zenawi finalmente arroja luz sobre su misteriosa desaparición durante dos meses de la vida pública. El gobierno de Etiopía había negado enérgicamente los rumores de un grave problema de salud causado por un cáncer de hígado. Ahora que se pudo comprobar lo peor, Etiopía y el resto de África oriental tendrán que aprender a vivir sin la influencia estabilizadora de su gran dictador-diplomático.
Sin duda, Meles era ambas cosas. Etiopía sufrió una transformación considerable durante su gobierno dictatorial desde 1991, cuando su grupo minoritario de Tigray en el norte del país llegó al poder tras el derrocamiento del odioso régimen del Derg, liderado por Mengistu Haile Mariam (que hoy todavía disfruta de un retiro confortable en la Zimbabwe de Robert Mugabe).
Meles (su nombre de guerra en la revolución) primero se desempeñó como presidente del primer gobierno post-Derg y luego como primer ministro de Etiopía desde 1995 hasta su muerte, y en los últimos años de su gobierno, el país registró un crecimiento anual del PBI del 7,7%. Este sólido desempeño económico es bastante sorprendente, considerando la política intervencionista de su partido, pero Meles demostró ser un pragmático consumado a la hora de atraer inversión -particularmente proveniente de China- para impulsar el crecimiento.
Los propios orígenes políticos de Meles como líder del Frente Popular de Liberación de Tigray eran marxistas-leninistas. Pero, con el fin de la Guerra Fría, también terminó su dogmatismo. A su favor hay que decir que la mortalidad infantil se redujo un 40% durante su gobierno; que la economía de Etiopía se volvió más diversificada, con nuevas industrias como la fabricación de automóviles, bebidas y floricultura, y que se lanzaron importantes proyectos de infraestructura, que incluyen la mayor represa hidroeléctrica de África. Etiopía, un país que en algún momento fue considerado por el mundo como un caso perdido asociado con el hambre y la sequía, se transformó en una de las principales economías de África -y sin el beneficio del oro o del petróleo.
Quizá más importante que los logros domésticos de Meles sea su historial diplomático. Fue un aliado indispensable de Occidente en la lucha contra el terrorismo islamista, que culminó en la operación militar de Etiopía en la vecina Somalia en 2006. Más recientemente, Meles coordinó esfuerzos con Kenia para perpetrar ataques limitados contra la milicia al-Shabaab, que libró una guerra implacable para transformar a Somalia en una teocracia islámica fundamentalista.
Al mismo tiempo, Meles sedujo a China, como inversor y como resguardo contra las críticas de Occidente sobre su historial en materia de derechos humanos. Y, sin embargo, en una actitud polémica y a la vez justa, le extendió una mano de amistad a la región disidente de Somalilandia, antes de que se pusiera de moda, y no recibió el reconocimiento formal que merecía por ese rayo de esperanza democrática en el Cuerno de África. En Hargeisa, Meles será echado de menos, ya que allí planeaba construir un gasoducto con financiación china que atravesaría el territorio de Somalilandia desde Ogaden hasta la costa.
Más importante, Meles puso a Addis Ababa en el mapa como la sede de la Unión Africana, y como una capital donde los peores problemas de África se podían discutir de una manera pragmática, despojada de rencillas coloniales. El propio Meles se convirtió en un importante actor diplomático, particularmente en materia de políticas sobre cambio climático, y más recientemente fue un moderador activo en disputas fronterizas y sobre recursos naturales entre Sudán y Sudán del Sur, recientemente independizado (y rico en petróleo). Se lo recordará por haber aceptado la dolorosa secesión de Eritrea en 1993, en lugar de prolongar la guerra civil, y por sus esfuerzos por alcanzar un acuerdo con Egipto sobre el uso de las aguas del Nilo Azul.
La gran mancha en la trayectoria de Meles siempre será su intolerancia del disenso. Sin duda, su historial de derechos humanos fue mucho mejor que el de Derg. Por ejemplo, permitió que floreciera una prensa privada y en 2000 se convirtió en el primer líder etíope en llevar a cabo elecciones parlamentarias multipartidarias. Es más, en comparación con la vecina Eritrea en el régimen de Isaias Afewerki o Sudán en el gobierno de Omar al-Bashir, su régimen no fue de ninguna manera el peor en materia de abusos en la región. Tampoco existen demasiadas pruebas de un enriquecimiento personal o una corrupción generalizada.
Sin embargo, luego de una elección parlamentaria violenta en 2005, en la que participaron más de 30 partidos, Meles manifestó un desprecio abierto por el pluralismo democrático y la libertad de prensa, y encarceló a varios periodistas en los últimos años. Al mismo tiempo, impuso un control central cada vez más estricto sobre su país, étnica y lingüísticamente diverso.
Si bien en términos nominales el país estaba gobernado por un “federalismo étnico”, donde éste amenazaba con una secesión, como en Oromia o Ogaden, Meles fue rápido a la hora de ignorar el marco constitucional. Aunque fortaleció la libertad religiosa y la convivencia pacífica entre musulmanes y cristianos, la situación de los derechos humanos en Etiopía siguió siendo deficiente. Por ejemplo, grupos como Freedom House y Human Rights Watch documentaron una represión oficial generalizada del pueblo oromo.
Y, aún así, Meles es irreemplazable -nadie lo iguala intelectualmente como líder africano (abandonó sus estudios de medicina para liderar una revolución contra el Derg, pero luego aprendió un inglés impecable y obtuvo títulos de universidades europeas por correspondencia), ni políticamente en su país, donde no se vislumbra un sucesor obvio para remplazarlo. En el Cuerno de África, no existe ningún líder de su estatura que pueda asegurar la estabilidad y la sólida gobernancia que la región tanto necesita.
Hailemariam Desalegn, el ministro de Relaciones Exteriores de Meles, asumirá el gobierno de Etiopía. Pero existirá en Occidente una preocupación considerable ante el peligro de un vacío o lucha de poder en un país geopolíticamente vital pero rebelde -justo cuando se supone que la vecina Somalia está atravesando una transición hacia un nuevo parlamento y un gobierno electo.
Para sus admiradores y críticos por igual, Meles deja atrás un fuerte legado político. Se lo recordará como un líder africano de una importante relevancia histórica: visionario, despótico e indispensable.
Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona
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