Cuando al cumplirse el décimo aniversario del 11-S nos preguntábamos si el mundo se había vuelto más seguro la contestación más adecuada obligaba a rehuir el marco simplificador de la propia pregunta. De hecho, las sociedades de nuestro tiempo afrontan una multiplicidad de amenazas y riesgos. Precisamente un excelente curso organizado por el Instituto Español de Estudios Estratégicos (del Ministerio de Defensa) y la Universidad Complutense ha dedicado varios días a reflexionar sobre los actuales retos de la Seguridad y la Defensa y los que están por venir. Lo que sigue es un comentario personal sobre algunos de los asuntos más importantes debatidos durante esos días.
Nuestra época es recurrentemente descrita con términos como «globalización», «interdependencia», «complejidad», «incertidumbre», etc. La primera Estrategia Española de Seguridad habla de amenazas y riesgos «transversales, interconectados y transnacionales». Entre estos se incluyen los conflictos armados, el terrorismo, la criminalidad organizada, la inseguridad financiera y económica, la vulnerabilidad energética, la proliferación de armas de destrucción masiva, las ciberamenazas, los flujos migratorios no controlados y las emergencias y catástrofes. A esos desafíos compartidos deben agregarse los que singularmente amenazan la seguridad de cada país, como reconoce la Directiva de Defensa Nacional 2012, recién publicada. Así, España afronta más factores de riesgo que el resto de las naciones europeas. Primero, pornuestra proximidad con el inestable continente africano. Y, segundo, porque la inversión española en Defensa es sensiblemente inferior a la media europea, para perjuicio de nuestra capacidad disuasiva.
Pero recuperemos la perspectiva global. La palabra que más se repite hoy es «crisis». Pues bien, en el futuro inmediato las políticas de seguridad y defensa se verán condicionadas por tres crisis hoy operativas. La primera es una crisis del orden internacional. Tuvo su inicio cuando las esperanzas desatadas al finalizar la Guerra Fría comenzaron a frustrarse por algunas realidades tozudas: hambre y pobreza persistentes, explosión de nuevas formas de conflictividad y violencia, resistencias al modelo político y económico de las democracias liberales occidentales, etc. Luego, la primera década del siglo XXI confirmaría el avance hacia un orden (o desorden) internacional moldeado por profundas transformaciones. Algunas de esas tendencias son globales, sobresaliendo tres: la transferencia de poder (económico, político e incluso militar) desde Occidente y el Atlántico hacia Asia y el Pacífico, la pérdida de poder de los Estados y una progresiva interconexión entre sistemas, procesos y acontecimientos que limita enormemente nuestra capacidad de anticipación. Además, sobre aquéllas se superponen periódicamente otras tendencias regionales con posible impacto mundial, como las revueltas árabes iniciadas a finales de 2010 (y cuyos efectos no han acabado de concretarse aún) o las recientes tensiones surgidas dentro de la UE, cuya realidad podría cambiar en cuestión de años o meses.
Una segunda crisis afecta a las tres instituciones supranacionales con responsabilidades en la gestión de la seguridad colectiva o global. Las Naciones Unidas han ayudado a evitar nuevas guerras mundiales y conflictos interestatales de gran escala. Empero, la vieja arquitectura institucional creada en 1948 ha sido incapaz de reaccionar con eficacia a una variedad de conflictos asimétricos y masacres (desde Ruanda a Siria). Por su parte, la OTAN ha hecho mayores esfuerzos para reinventarse estos años, toda vez que su finalidad original (contener el expansionismo soviético) quedó resuelta en 1989. Sin embargo, su complicada relación con Rusia, las frecuentes y profundas divergencias surgidas entre sus Estados miembros (evidentes en las misiones de Afganistán y Libia) y la reorientación estratégica de EE.UU. hacia Asia-Pacífico sugieren que en un futuro no lejano la efectividad y las capacidades de la OTAN podrían no estar aseguradas. Por último, queda la UE. El preámbulo de la Estrategia Europea de Seguridad de 2003 declara inequívocamente la pretensión de contribuir al mantenimiento de la seguridad mundial. La UE consiguió reunir recursos y capacidades civiles que (combinadas con elementos militares)han sido empleadas en 23 operaciones de paz desarrolladas desde 2004 hasta hoy. Pero ese impulso inicial nació lastrado por la tradicional renuencia europea a gastar en Defensa y la consiguiente ausencia de una estructura militar propia. En consecuencia, durante los últimos años las cuestiones de Seguridad y Defensa han perdido la centralidad que inicialmente tuvieron en la política exterior europea y seguirán perdiéndolo en los próximos años.
La tercera crisis anunciada es la económica y financiera mundial que tan gravemente está incidiendo sobre Europa y España y que merma los presupuestos de los Estados. Lógicamente, bajo tal coyuntura la racionalización del gasto se ha convertido en exigencia primordial de las nuevas directrices de Seguridad y Defensa. Cada país habrá de revisar sus prioridades en la materia y, a buen seguro, una de las áreas perjudicadas serán las misiones en el exterior.
En suma, el panorama de la Seguridad y la Defensa en la segunda década del siglo XXI no es precisamente esperanzador. Mientras los riesgos y las amenazas se multiplican, la voluntad política para enfrentarlas es menor hoy que la de hace años, y esto es evidente entre los europeos. Algunos piensan que las cosas mejorarán en ese punto justo cuando los problemas económicos sean encauzados. Esperemos que ello suceda pronto y también que, entre tanto, no ocurra ninguna tragedia que nos obligue a recordar que la seguridad humana no tiene precio.
Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona
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