SI hubiera que resumir el estado de ánimo del votante americano en los momentos actuales y cara a las elecciones presidenciales que tendrán lugar en noviembre de este año, habría que recurrir a una simple certeza psicológica: estas de 2012 serán muy distintas a las de 2008. Lo serán fundamentalmente en su incertidumbre. Hace cuatro años el candidato demócrata Barack Obama era elegido presidente en medio de un trance nacional de entusiasmo frente al candidato republicano, John Mc Cain, sobre el que los infortunios propios y ajenos se cebaron para robarle incluso la parte más significativa de su electorado. El Obama actual ya muestra en su epidermis las visibles cicatrices que inevitablemente dejan los años de gobierno y su lado más carismático ha quedado visiblemente reducido bajo el peso de los anhelos frustrados, las ilusiones perdidas y las promesas que el viento se llevó. Y el candidato del Partido Republicano, Mitt Romney, figura poco propicia a suscitar fidelidades inquebrantables o locuras colectivas, aparece sin embargo como hombre capaz y reflexivo, con experiencia pública y privada y, a la postre, como personaje del que nadie pone en duda su «presidencialidad». El terreno de juego tal como hoy aparece está más equilibrado de lo que estuvo en 2008, y aunque muestre una cierta tendencia favorable a una victoria del presidente Obama, no es en absoluto descabellado mantener que dadas las circunstancias todo es posible. Como muestra, el botón de lo que ocurrió ya en las elecciones parlamentarias de 2010, cuando un vendaval republicano arrebató la mayoría demócrata de la Cámara de Representantes en un sonoro gesto de reprobación de las políticas de Obama.
Son los signos que se perciben en la Casa Blanca y en la maquinaria electoral de Obama, los que mejor permiten evaluar el estado de ánimo demócrata, preocupado por los encuestas —la mayoría de las cuales reflejan empates técnicos o en el mejor de los casos mayorías de Obama dentro del margen estadístico de error—, la evidente capacidad de Romney para sobrepasar a Obama de manera significativa en la recaudación de fondos o la visible fuerza de movilización mostrada por las parroquias republicanas en sus diversas acepciones, desde los ideólogos del Tea Party hasta los centristas que llegaron a confiar su voto en la persona del primer presidente afro-americano de la historia del país y que se han conjurado para no volver a depositar su voto en el actual inquilino de la Casa Blanca. Por no hablar de los independientes no afiliados que en el 08 cayeron en la tentación obamita y que en grandes números, según parece, no volverán a hacerlo en el 12.
Son varias las razones para la desafección y basta para enumerar el alcance de algunas de ellas para comprender su posible y negativo alcance electoral. Quisieron muchos de sus votantes encontrar en Obama árnica para la permanente bronca política entre derechas e izquierdas, pero sus decisiones no han hecho más que exacerbar los encontronazos, bien en la controvertida decisión de la reforma del sistema de salud — inextremis salvado hace pocos días por el Tribunal Supremo en una sorprendente decisión—, bien en la orientación general de la política económica, que no ha logrado sacar al país del relativo marasmo, bien en su activa participación en las llamadas «guerras culturales», con su apoyo al matrimonio homosexual y en los enfrentamientos con todos los grupos religiosos con motivo de las prácticas del control de la natalidad. Entre los descontentos se encuentran no pocos que provienen del ala radical demócrata, que si bien aplauden la retirada de las tropas de Irak y de Afganistán, no comprenden la continuación de Guantánamo o la contundente política de atentados selectivos llevados con tanta determinación como éxito contra líderes terroristas en Pakistán, Afganistán y Yemen mediante aviones no tripulados —los ya famosos «drones»—.
Con todo, harían mal los republicanos en cantar anticipadamente victoria. Como todas las elecciones reñidas en Estados Unidos, estas se juegan en el reducido pañuelo de los votos electorales de un corto número de estados —los que no están permanentemente adquiridos por ningún partido o tendencia y pueden cambiar el sentido de su voto de una elección a otra— entre los que se deben añadir los de las minorías étnicas. Los blancos votaron mayoritariamente a Mc Cain en 2008 mientras afroamericanos, hispanos y asiáticos lo hacían por Obama en grandes números. ¿Ocurrirá lo propio este año? Son afroamericanos e hispanos hasta cierto punto clientelas cautivas del Partido Demócrata y Obama hace en la actualidad todo lo posible para reforzar su fidelidad. Las supuestas o reales mejoras en la cobertura sanitaria están siendo vendidas primordialmente hacia esos electorados y la recientemente anunciada amnistía para con ciertos grupos de inmigrantes ilegales es un guiño dirigido directamente hacia la población de origen hispano. Romney, que probablemente sea en sus convicciones personales más centrista de lo que la propaganda demócrata le hace aparecer, tiene un arduo camino que recorrer entre sus propios fieles si quiere arañar algún voto en esos grupos. Cuya significación en gran medida dependerá del grado de entusiasmo con que el Partido Demócrata consiga llevarles a las urnas, hasta ahora siempre menor que el que ha mostrado la población blanca en hacerlo. Si Obama lo consigue, apoyado además en el tradicional arrastre positivo que trae consigo la presidencia, ganará las elecciones. ¿O quizás Romney se lance al envite que los demócratas más temen y elija como candidato a la Vicepresidencia a un hispano, que pudiera ser el senador de origen cubano por Florida Marco Rubio, o a una mujer afroamericana, como la exsecretaria de Estado con Bush Condoleezza Rice?
Mitt Romney es mormón —lo cual no parece mover ningún agua arriba o abajo— pero es rico —cosa que siempre se nota mucho— y no siempre preciso en la enumeración de sus programas —cosa que acusan propios y extraños—. William Kristol, el comentarista conservador director de la no menos conservadora publicación Weekly Standard escribía hace poco: «Por supuesto la economía es importante. Pero los votantes quieren saber lo que Romney piensa hacer con respecto a la economía… ¿Cuál es su programa para el crecimiento económico? ¿Y para la reducción del déficit? ¿Y para la reforma de la sanidad? ¿Y para la reforma fiscal?». Por su parte Daniel Henninger, el conocido y respetado comentarista del Wall StreetJournal, recientemente contraponía el «acertado Romney» —celebrando el 4 de Julio en la playa con su familia, al estilo de como lo hacen millones de americanos de clase media en la señalada fecha— y el «equivocado Romney», montado en una espectacular moto de agua con su mujer en una imagen que ha dado la vuelta de los circuitos sociales ejemplificando la lejanía económica y social del candidato con respecto al americano medio. Por si fuera poco, su negativa a mostrar las declaraciones de la renta de años anteriores a 2010.
La campaña todavía no ha comenzado oficialmente. Romney espera todavía su confirmación como candidato en Tampa, Florida, a finales del mes de agosto, mientras que los demócratas tendrán su Convención en Charlotte, North Carolina, a principios de septiembre. Quedan para después los debates, los ataques, las propagandas negativas, las sorpresas, en un panorama en el que la mitad del país daría cualquier cosa para evitar que Obama siguiera en la Casa Blanca y la otra mitad, otro tanto para impedir que los republicanos consigan el acceso a la mansión presidencial. Ambas alternativas son hoy posibles. Verdad esta de perfiles amargos para el que hace todavía solo cuatro años fue llevado a la Casa Blanca en olor casi místico de multitud. Aunque allí siga por otros cuatro, ya nada será lo mismo. Disipada la magia y dilapidada la ilusión, quedará, eso si, como el primer presidente afro-americano en la historia del país. Sic transit gloria mundi.
Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona
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