Por Federico Reyes Heroles, escritor y comentarista político (El País, 14/08/2012).
Por fin, ¿en qué quedamos? México, ¿evoluciona o involuciona? Hace 12 años el mundo festejaba la salida de la Presidencia del partido que había gobernado más de medio siglo. El PRI fue convertido en referente de corrupción y autoritarismo. Su derrota se montaba en la “nueva ola” de democratización del mundo. Durante la campaña de 2000 el atractivo candidato de la derecha, Vicente Fox, explotó a fondo ese pasado priísta, en parte realidad y en parte mito. Hizo sentir a los mexicanos que tenían que derrumbar su propio muro, sacar al PRI de la casa presidencial, caminar al ritmo del mundo. Sin embargo, en 2012 el PRI regresa. ¿Cómo explicarlo?
La evolución política de México no ha sido espectacular, no ha tenido un evento fundacional, un Pacto de la Moncloa, pero ha sido consistente. Comenzó desde principios de los años sesenta con una fórmula —los diputados del partido— como escalón previo a la representación proporcional. Desde finales de los setenta hasta 2012 ha habido ocho reformas políticas y han existido 26 partidos. Hoy, solo siete sobreviven. Todos los cambios normativos han tenido avances que conducen a nuevos problemas. Al principio el reto principal fue incorporar a la vida legal a los polos: el Partido Comunista y el Sinarquismo. Una parte de la izquierda había optado por la vía violenta. Abrir cauces legales era prioritario. Después se buscó garantizar que los instrumentos de la elección —el padrón electoral, la credencial y los ciudadanos encargados del sitio de votación— dieran garantías plenas de vigilancia y transparencia. Posteriormente se discutió cómo lograr un financiamiento a los partidos equitativo y vigilado. Es estatal para estar ciertos del origen de los recursos.
La elección en México está cimentada en varios pilares. La organizan los ciudadanos, el central. Son ellos los que reciben cursos de capacitación y se levantan temprano el primer domingo de julio, instalan las casillas y administran la jornada electoral. No se les paga un centavo. La instalación de más de 143.000 sitios de votación —en un territorio de casi dos millones de kilómetros cuadrados— es un reto en sí mismo. La orografía no se deja conquistar fácilmente. Otro pilar es la vigilancia cruzada entre los representantes de partidos. Sentados alrededor de una misma mesa, son ellos los que observan todos y cada uno de los pasos de la jornada. De haber irregularidades se delatan mutuamente. Esto con independencia de observadores y medios.
Cada ciudadano posee una credencial de elector con varios candados de seguridad, incluida una fotografía que debe coincidir con la que está frente a los funcionarios de casilla. Los dedos de los electores son marcados con tinta indeleble. La complejidad del proceso es el resultado de la desconfianza. Es muy caro, pero está blindado contra los mayores calibres corruptores. Cada tres años tenemos nuevas normas con más controles. Los temas se suceden, pero no se repiten. En 1994, Ernesto Zedillo, del PRI, ganó la Presidencia con más del 50% de la votación. Pero él mismo declaró que no había imperado la equidad. Se impulsó entonces la autonomía plena del Instituto Federal Electoral y se establecieron mecanismos que dan garantía de equidad en el acceso de los partidos a los medios. Por esa evolución el proceso de 2012 ha sido el mejor de nuestra historia. No es que de pronto hayamos brincado a la democracia, es que llevamos décadas construyéndola. Seguramente la de 2018 será mejor.
Nunca antes habían participado tantos votantes, 50 millones, el 63% del padrón. De 143.000 casillas solo dejaron de instalarse un puñado por problemas de inundaciones. Nunca antes habían participado tantas mujeres como candidatas. Nunca antes habíamos tenido tanta vigilancia entre partidos, más del 99,9%, con tres o más partidos representados. Nunca antes se había monitoreado —tan severamente y de manera independiente— el tratamiento noticioso de los medios a los candidatos durante las campañas. Cientos de observadores internacionales estuvieron presentes, pero ahora la gran mayoría vino a aprender. Alrededor de un millón de ciudadanos estuvieron a cargo de la elección, del conteo y del recuento de más del 50% de los votos solicitado por la izquierda. El resultado no varió un ápice. Y, sin embargo, es la propia izquierda la que lanza la consigna del gran fraude. El errático presidente del PAN se suma al coro. El presidente Calderón recibe al candidato vencedor. La prensa internacional habla del retorno de los dinosaurios. Mientras tanto, en silencio, el Tribunal Electoral examina las impugnaciones que ya se desmoronan ante la opinión pública: tres votos más aquí para zutano, dos para mengano. No hay lógica. Las causales de anulación son muy claras, ninguna procede.
El retorno del autoritarismo es imposible. De las 32 entidades federales solo nueve no han tenido alternancia: gobernaba y gobierna el PRI. En el orden municipal la alternancia se eleva a alrededor del 80%. Llegó para quedarse. Hay alternancia de primera, segunda, tercera y cuarta generación en todos sentidos. La Presidencia estuvo en manos de la derecha (PAN) 12 años. Pero López Obrador no ha logrado conquistarla. Hace seis años perdió por el 0,56% y ahora por el 6,6%. AMLO perdió en 24 entidades, con el 70% de votos por otras opciones. ¿Por qué? Quizá no ha sabido leer al nuevo México de jóvenes pos-TLC que, en su mayoría, se definen como de centro derecha. Tampoco a los padres de familia de los 650.000 nuevos hogares que se establecen cada año, muchos con hipotecas de su primera vivienda que no quieren un cambio radical. Los mexicanos no somos tan revolucionarios como decimos ser.
Perdió AMLO, no la izquierda. Esa fuerza habrá gobernado la capital por más de 20 años. Gobernará dos nuevas entidades, Tabasco y Morelos. Será la segunda fuerza en la Cámara Baja. AMLO obtuvo 15 millones de votos. Pero no ganó. La mayor contradicción es impugnar la elección presidencial y no el resto, diputados y senadores. ¿Solo se le sobornó para una pista? La compra de cinco millones de votos, en sus cifras, supondría un gasto aproximado de 670 millones de dólares. Clinton gastó en su primera campaña 60. ¿Cómo conseguirlos y gastarlos sin dejar huella? Puede haber habido irregularidades, por supuesto, en un universo de 80 millones de potenciales votantes y con zonas en terrible aislamiento, es imposible garantizar una elección sin mácula. ¿Fraude? Imposible.
Lo grave del caso es que la izquierda dividida se ha apoyado en la ralea de la vida política. El sindicato de la extinta compañía de luz, monumento a la corrupción, los macheteros de Atenco, emblema de la violencia, y un pequeño grupo de campesinos, extorsionadores profesionales, son sus aliados en la causa. Son ellos los que se han apoderado de un movimiento estudiantil de origen espontáneo y fresco —#YOSOY132— que hoy es dirigido hacia la confrontación y la ilegalidad: impedir la instalación del Congreso y la toma de posesión del futuro presidente. Más grave aún es que la nueva izquierda democrática, encabezada por Marcelo Ebrard y Miguel Ángel Mancera —nuevo jefe de Gobierno—, y gobernadores como Graco Ramírez, militante de viejo de la izquierda, y Arturo Núñez, podrían ser enterrados por el caudillismo de López Obrador.
Incapaz de reconocer su derrota —pero, peor, tampoco sus victorias— AMLO puede herir a la nueva izquierda, que tanta falta le hace a México, con el único afán de seguir en los reflectores. Esa es la tragedia. Peña Nieto será el próximo presidente. La evolución política del país continuará. Ya se habla de otra reforma. No habrá una fecha definitiva, un antes y un después, un muro derribado. En esa evolución el PRI ocupa un espacio importante. Quizá sus gobiernos no eran tan malos como dice la mitología. Pero no hay retorno al autoritarismo. En 2012 no vivimos un problema de las instituciones democráticas, sino de madurez de los actores políticos.
Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona
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