Por J. Ernesto Ayala-Dip, crítico literario (El País, 24/08/2012).
Entre 1955 y 1960, en un turbio barrio de Buenos Aires, unos niños de no más de 12 años acostumbraban a esperar a otros que salían de un club deportivo y social llamado Macabi. Los que esperaban eran argentinos gentiles. Y los que salían del recinto, argentinos judíos. El ritual vespertino consistía en infligir, unos, sistemáticamente, la misma humillación a los otros. Escupitajos, zancadillas e insultos del tipo: moishes de mierda.
Puedo relatar estos hechos porque fui testigo de ellos. Nunca supe qué me impidió participar en esta despreciable componenda con la sinrazón. Al acceder a la escuela secundaria, muy cerca del barrio del Once (donde la población de origen judío era en aquellos años mayoría) me vi rodeado de moishes. Si hay algo contra lo que uno no puede inmunizarse eso es la inteligencia, la sensibilidad y el humor. A los 14 años comencé a interesarme por la historia del pueblo judío. Así me inicié en el conocimiento de los pogromos a lo largo de la historia europea, hasta llegar a los campos de exterminio nazis en Alemania y la Polonia ocupada.
¿Por qué cuento todo esto? Porque el cruce fortuito de algunas lecturas me llevaron hasta un tenebroso asunto no demasiado explicado respecto a la dictadura argentina que encabezó Jorge Rafael Videla: su furibundo antisemitismo.
En La escritura o la vida, de Jorge Semprún, se relata la importancia que tuvo en su formación humana e intelectual, un joven teniente del Ejército norteamericano llamado Walter Rosenfeld. De sólida cultura filosófica, este oficial formó parte de los primeros efectivos militares que tomaron el campo de concentración de Buchenwald. (El campo donde nuestro exministro de Cultura pasó por la dolorosa praxis de la supervivencia). El retrato que hace de Rosenfeld es tan vívido, tan impregnado de admiración y respeto, que me quedó grabado hasta el grado de visualizarlo junto al jovencísimo Semprún recorriendo juntos las calles de Weimar y penetrar en la casa natal de Goethe. O recrearlos hablando de filosofía, intercambiando reflexiones sobre san Agustín, sobre Levinas y sobre la relación de Heidegger con el nazismo. Esos nombres los enriquecía el teniente con los libros que había leído de Adorno, Horkheimer, Marcuse y Hannah Arendt. También citaba a Brecht y Hermann Broch. Jorge Semprún nos dice en su libro que nunca supo nada más del teniente Walter Rosenfeld.
¿Qué fue de él? ¿Vive todavía? El teniente, que por entonces tenía 26 años, había nacido en Berlín. Pertenecía a una familia judía que debió emigrar a Estados Unidos cuándo tenía 14 años. Nos relata el autor de El largo viaje que el teniente eligió la nacionalidad estadounidense en detrimento de la alemana para poder combatir el nazismo.
El nombre de Walter Rosenfeld me quedó grabado como si se tratara de un inolvidable héroe de ficción. Siempre que recuerdoLa escritura o la vida, surge ese teniente del cual no logro imaginar su rostro, la figura de ese soldado e intelectual incrustado en la probablemente última guerra de aliento homérico que fue la II Guerra Mundial. Así estaban las cosas cuando un día se me ocurrió buscarlo por Internet. Cliqué su nombre y me salió Walter Rosenfeld. Me alegré: había dado con el teniente de Semprún. Pero la alegría duró poco porque el Rosenfeld que emergía de la Red era un muchacho argentino de 21 años que había desaparecido entre el 16 y el 20 de octubre de 1977 en la otrora glamurosa ciudad atlántica de Mar del Plata. Se llamaba Walter Claudio Rosenfeld. Insistí un rato más, pero no había ninguna pista que me condujera hasta el oficial americano.
No obstante proseguí con el chico argentino. Me llamó poderosamente la atención algunas semejanzas en ambas biografías. El joven asesinado era hijo de un exiliado alemán llamado David Rosenfeld. Debido a las leyes antijudías, David, que había nacido en Colonia en 1924, emigró a Argentina en 1939. El mismo periplo dantesco en ambos progenitores. Quedé atrapado en el infernal destino de este inesperado Rosenfeld. Capturado junto a su mujer, trasladado a un centro de detención y luego torturado hasta su muerte en la ciudad de La Plata. En el Ministerio del Exterior de Israel, figura un archivo donde se relata los pormenores de este caso. Y en él se hace hincapié en la especial brutalidad ejercida sobre Walter por su condición de judío. Ser judío pesaba mucho más que ser subversivo.
Y, por último, la lectura de un libro iluminador en esta desoladora materia. Me refiero a la novela de escritor argentino Leopoldo Brizuela, Una misma noche. Por sobre otras consideraciones de naturaleza específicamente narrativas, esta novela ofrece un cuadro nítido del marcado antisemitismo que inspiró, entre otras patologías ideológicas, el carácter exterminador de la Junta Militar argentina de 1976.
Por lo demás, nunca dejé de preguntarme si alguno de aquellos niños antisemitas de mi barrio, no habrían terminado torturando en los infernales sótanos de la Escuela Mecánica de la Armada.
Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona
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