Por Norman Manea, escritor (La Vanguardia, 26/08/2012).
Se dice que los estadounidenses tienen un talento excepcional para la simplificación. Gradualmente, sin embargo, la búsqueda de esta simplificación se ha convertido en una tendencia mundial, que continúa conquistando nuevos territorios, igual que los blue jeans otrora lo hicieron.
La velocidad de nuestra vida cotidiana se ha visto notablemente incrementada –y no de manera positiva– por esta imparable evolución. La tiranía del pragmatismo parece marcar todos los dilemas complejos de nuestro tiempo. Se ignoran o eluden demasiadas opciones válidas a través de la rutina de hacer las cosas de manera acortada (los short-cuts).
En ningún otro lugar es esta tendencia más perjudicial que en el actual abordaje mercantilista del arte. Aun la tan elogiada noción de la competencia parece falsa y cínicamente manipulada por la mentalidad corporativa que ahora invade el mundo de la cultura mediante la preselección financiera que determina qué editores, productores y otros empresarios van a recibir apoyo. Simplemente, imagínese lo que podría haber ocurrido con los trabajos de, por ejemplo, Proust, Kafka, Musil, Faulkner o Borges si estos se hubiesen visto sometidos a la competencia del mercado de masas tal como se someten los zapatos o los cosméticos.
La cultura es una pausa necesaria de la cotidiana carrera de locos, de nuestros entornos políticos caóticos y frecuentemente vulgares, y es una oportunidad para recuperar nuestra energía espiritual. Grandes libros, grandes obras musicales y grandes pinturas no sólo son una extraordinaria escuela de belleza, verdad y bien, también son una manera de descubrir nuestra propia belleza, verdad y bien. Este es el potencial para cambiar, para mejorarnos a nosotros mismos y mejorar, incluso, a algunos de nuestros interlocutores.
Si este descanso y refugio se hace gradualmente más estrecho y es invadido por el mismo tipo de productos que dominan el mercado de masas, estamos condenados a ser prisioneros perpetuos del mismo raquítico universo de practicidades, que es una rústica aglomeración de clichés envasados en anuncios.
Una vez más pensé sobre aquellas antiguas y aparentemente irresolubles preguntas durante mi relectura de una novela que cuestiona bastantes ideas establecidas, la cual fue escrita por un gran escritor y amigo cercano, quien no está muy presente en el vivido panorama de las letras estadounidenses de hoy en día. El tema, estilo y eco histórico de su obra dicen mucho, en mi opinión, acerca de nuestro mundo simplificado.
La novela es Blinding, escrita por Claudio Magris. Aclamada en Europa como una de las grandes novelas del siglo XX, Blinding llegó a EE.UU. sólo después de un gran retraso y nunca recibió la atención que merece. Desdichadamente, esto no es ninguna sorpresa. La cantidad de traducciones literarias realizadas hoy en día en Estados Unidos es, según un informe de las Naciones Unidas, comparable con la cantidad que hace Grecia, un país cuyo territorio equivale a una décima parte del de EE.UU. Se piensa que los libros importados son demasiado “complicados”, que es otra forma de decir que la literatura debe abordar cuestiones simples de una forma sencilla, obedeciendo las reglas del mercado de masas, con sus trucos de envasado, accesibilidad, publicidad y comodidad.
En el núcleo del libro de Magris se encuentra el destino de un grupo de comunistas italianos que viajan a Yugoslavia después de la Segunda Guerra Mundial para contribuir a la construcción de una sociedad socialista, y que se ven atrapados en el conflicto entre Stalin y Tito. Ellos son encarcelados por su lealtad estalinista; y cuando finalmente se les permite regresar a Italia, sus antiguos camaradas se niegan a aceptarlos.
La trama del libro abarca dos siglos de revolución. Luego, de repente, “el partido desapareció, de la noche a la mañana, como si, repentinamente, una esponja gigante hubiese drenado todo el mar Adriático y Austral, dejando basura y terrones de barro, y a todos los barcos varados. ¿Cómo se puede regresar a casa si el mar ha sido absorbido por un gran drenaje que se abrió debajo de él, vaciándolo quién sabe dónde, y dejándolo vacío? La tierra es árida y está muerta, pero no habrá otra tierra, ni tampoco otro cielo”.
La soledad del individuo que enfrenta su fe solo, sin ilusiones colectivas y forzado a hacer algo consigo mismo en el árido y ruidoso mundo, nos dice algo importante acerca del mundo exilado de la modernidad y de sus problemas complejos y contradictorios.
La novela de Magris no es sólo un importante logro literario; también tiene una profunda conexión con los peligros que enfrentamos en la actualidad, sobre todo con la oleada de fanatismo, que va desde Bombay hasta Oslo, en nombre de una guerra santa contra los otros. ¿Están todos los extremistas en busca de una nueva coherencia, de una perdida ilusión de unión y de una nueva esperanza de resurrección?
¿Podremos olvidar, alguna vez, el 11 de septiembre del 2001, el inicio de un siglo sangriento en el que las fuerzas místicas del odio y la destrucción han recuperado su poderío? ¿Quiénes son los héroes de nuestra pesadilla contemporánea?, ¿son los batallones sangrientos de Hamas y Hizbulah, los servidores de Osama bin Laden o esta especie de atribulados ermitaños como Timothy McVeigh, Theodore Kaczynski y Anders Behring Breivik de Noruega? ¿Es esta la respuesta rebelde frente a una realidad excesivamente globalizada, incoherente y, en última instancia, inquietante?
Si es así, se realiza un escrutinio de sus barbáricas demandas –en relación tanto con los precedentes históricos como con nuestra modernidad– en lugar de simplemente etiquetarlas como monstruosas (aunque sin duda lo son). Los nuevos militantes religiosos, que luchan en nombre de su particular y peculiar Dios, parecen estar tan fanatizados como lo estuvieron los fascistas, los nazis y los comunistas de décadas anteriores.
El protagonista principal de Magris es un rebelde que se presenta en más de una personificación: como Salvatore Cipico, uno de los presos en el campo de concentración comunista en Yugoslavia; como Jürgen Jurgensen, el efímero rey de Islandia y preso a quien se obligó a construir su propia cárcel; y como Jason, el mítico aventurero que busca la volátil verdad.
Crónica compleja y con varias capas de las devastadoras tragedias del siglo XX, Blinding es una incursión insistente, informada e irreemplazable hacia dentro del panorama en movimiento del alma humana, de sus heridas y de sus vacíos, de su vitalidad y versatilidad, de sus distorsiones profundas y sus dinámicas impredecibles. Es una historia fascinante que trata acerca del conflicto entre ideales y realidad, o la utopía y la humanidad; acerca de ser fieles a una causa y traicionarla; y acerca del sacrificio y la solidaridad.
Es también un logro literario rico y único que desafía la ética consumista de hoy en día. Al renunciar a la sencillez, también repudia la confusión, que reina actualmente, de información con literatura, de hechos con creatividad, y de productos más vendidos con verdaderas obras de arte.
Fuente: Bitácora Almendrón. Tribuna Libre © Miguel Moliné Escalona
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